jueves, 21 de marzo de 2024

Raíces

    Tener raíces, echar raíces; parecemos vegetales. ¿Se sentirán los árboles de algún sitio?, ¿sufre un árbol si lo trasplantan al Jardín Botánico? Margaret Atwood (la autora de “El cuento de la criada”) comentaba que su familia provenía de Nueva Escocia, en la costa atlántica de Canadá. En los años treinta, durante la Gran Depresión, sus padres dejaron esa provincia y Margaret nació en Ottawa, Ontario. Su infancia itinerante transcurrió entre Ontario y Quebec. Su madre, que era una gran narradora, siempre volvía en sus historias a Nueva Escocia, a su hogar, a sus orígenes. Esto le causaba cierta confusión a Margaret; si la tierra de su madre, de su familia, era Nueva Escocia, ¿ella, de dónde era?
    Si dos nativos de Nueva Escocia —añadía Atwood— entablan una conversación irán atando cabos hasta encontrar algo en común, una costumbre, un acontecimiento, un antepasado; algo en lo que reconocerse y consolidar así esa pertenencia a la misma tierra, esa tierra única y sin parangón en el mundo entero —esto lo he añadido yo— que es Nueva Escocia.
    Naces por azar en donde sea, digamos que en un país verde; verdes valles, montes arbolados, mar inmenso azul oscuro. Te gusta el verde y que llueva con moderación. Luego viajas y el paisaje cambia, conoces las llanuras y los campos de cereales, el color amarillo. Ah, amo el verde, qué tristeza el amarillo, quién en sus cabales lo va a preferir. Hasta que descubres el factor Van Gogh. Sus cuadros son muy coloridos pero destaca el amarillo, ¿será ese su color preferido? Se lo pregunto al algoritmo y lo confirma: el color favorito de Van Gogh es el amarillo. ¿Dónde me deja eso a mí, con mi verde, que ya me está pareciendo un poco triste? Si lo pienso bien, si lo pienso a la luz de Van Gogh el amarillo tampoco está tan mal.

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