miércoles, 6 de marzo de 2024

Nuestros hermanos Coen

    Les vengo siguiendo hace tiempo. Son dos hermanos, se llevan ocho años, y se dedican al cine, o se dedicaban. He visto una entrevista que le hacían al mayor, Alberto (he cambiado los nombres, entre otras cosas). Contaba su historia. La familia tenía una tienda de ropa de caballero, aunque supongo que admitían cualquier tipo de cliente (chiste). Curiosamente fue el menor, Carlos, el que, sin haber cumplido los veinte, se lanzó a hacer el primer corto.
    Alberto, que para entonces llevaba ya un buen número de años trabajando en la tienda, se apuntó a colaborar. Hicieron un par de cortos más y luego su primer largo. Los hermanos Coen, les llamaban los amigos. Su segunda película, con más presupuesto, más trabajada y más de todo, fue un éxito. Ganaron premios y hasta estuvieron en el festival Sundance.
    Se complementaban bien, el mayor más técnico, el menor más creativo. Quizá fuera esa sensibilidad artística de Carlos unido al decreciente éxito de sus películas el origen de cierta inestabilidad emocional que provocó que, después de más de dos décadas de carrera, decidiera abandonar el mundo del cine. Todo quedó envuelto en un cierto halo de misterio.
    Alberto siguió con un par de proyectos que tuvieron poca repercusión. Al llegar la pandemia 
decía en la entrevista todo se paró. Así seguía, un poco a la espera, barajando ideas. Contaba esta historia y aludía a su hermano Carlos con naturalidad, al parecer seguían muy unidos.
    Al acabar, el entrevistador le regaló una camiseta del programa. Alberto la extendió ante sí haciendo ese gesto de ver como le quedaba y luego procedió, mientras agradecía el regalo, a plegarla en uno, dos, tres, cuatro movimientos, a la vez meticulosos y expeditivos, hasta dejarla hecha un rectángulo perfecto, lista para ponerla en un estante o guardarla en un cajón.
    El periodista, sorprendido y divertido, le hizo un comentario y él, entre risas, reconoció que era algo que le quedaba de cuando trabajaba en la tienda familiar, que desde entonces doblar la ropa era un acto reflejo que no podía evitar.

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