Estaba totalmente convencido de que los equipos de fútbol de Munich y Leverkusen llevaban por delante el mismo nombre, Bayern o Bayer, dependiendo, suponía, de que alguien lo dijera en puro alemán o adaptado al español. Ha hecho falta que el Bayer (sin la n final) Leverkusen gane la liga alemana imbatido para darme cuenta de que esa letra de diferencia no es aleatoria.
Bayern es Baviera en alemán (el club Baviera de Munich) y Bayer era el apellido de uno de los fundadores de la empresa farmacéutica de ese nombre (la que lanzó la aspirina) que tiene su sede en Leverkusen; una ciudad, por cierto nueve veces más pequeña que Munich. Ha quedado demostrado una vez más, en mi persona, lo que escribió Rafael Alberti: yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos.
Este Bayer más modesto ha ganado la Liga y la Copa alemanas y ha llegado a la final de la Europa League. De haber conseguido también esta, escribía un periodista, tal hazaña se recordaría durante siglos en la región alemana de Renania del Norte.
Leerlo me alegró el día. ¡Durante siglos! Pasarán uno, dos, tres siglos y los renanos del norte seguirían recordando que hará cien, doscientos, trescientos años su equipo del alma lo había ganado todo. Tal vez el fútbol ya no se practique, las fronteras de los landers se hayan movido, la Tierra se dirija a una nueva glaciación, pero el recuerdo de esa hazaña imborrable persistiría en los corazones de los habitantes de Renania del Norte. Una región, aprovecho para decirlo, que me suena igual de probable que Ruritania, el país ficticio donde transcurrían las aventuras de El prisionero de Zenda. En fin, no ha podido ser; seguro que los hermanos Grimm hubieran escrito un bonito cuento al respecto.
miércoles, 29 de mayo de 2024
domingo, 26 de mayo de 2024
Una amistad perdida (y 2)
Cuando teníamos diez años me mudé con mi familia a unos pocos kilómetros, los suficientes para perder el contacto. Dejamos de vernos y toda complicidad quedó borrada o transportada al limbo de las amistades perdidas. Lo poco que supe de su vida fue por terceras personas: trabajó de profesor, se casó, tuvo dos hijos, se quedó viudo y finalmente, hace unos pocos años, murió; le falló el corazón. Ese adverbio finalmente cobra en este caso su sentido definitivo, después de ese finalmente ya no hay nada más que aportar a las noticias que se tienen sobre alguien.
Durante todos estos años no me he olvidado de él, y ahora he creído que podía escribir un diálogo imaginario para expresar ese sentimiento que guardaba en mi interior. Tenía la curiosidad de saber si él también conservaba un recuerdo análogo al mío, si de vez en cuando evocaba con afecto aquella amistad o si, por el contrario, yo era solo una figura borrosa de su infancia.
Pero comprendo que ese planteamiento del diálogo no era realista, no me iba a poder responder en ningún caso; los que desaparecen ya no dicen nada. Ya nunca podré saber qué se le pasaba por la cabeza sobre aquellos años de la infancia, ni si guardaba algún recuerdo de cuando una tarde cualquiera de domingo, con siete u ocho años, caminábamos, sin ningún sitio en particular a donde ir, cada uno con un brazo sobre los hombros del otro.
Durante todos estos años no me he olvidado de él, y ahora he creído que podía escribir un diálogo imaginario para expresar ese sentimiento que guardaba en mi interior. Tenía la curiosidad de saber si él también conservaba un recuerdo análogo al mío, si de vez en cuando evocaba con afecto aquella amistad o si, por el contrario, yo era solo una figura borrosa de su infancia.
Pero comprendo que ese planteamiento del diálogo no era realista, no me iba a poder responder en ningún caso; los que desaparecen ya no dicen nada. Ya nunca podré saber qué se le pasaba por la cabeza sobre aquellos años de la infancia, ni si guardaba algún recuerdo de cuando una tarde cualquiera de domingo, con siete u ocho años, caminábamos, sin ningún sitio en particular a donde ir, cada uno con un brazo sobre los hombros del otro.
jueves, 23 de mayo de 2024
Una amistad perdida (1)
Un buen guionista puede salvar una mala película, si los diálogos son buenos importa menos lo demás. Con ello en mente he querido escribir este texto en forma de diálogo pero no me ha salido. Se trataba de guionizar un encuentro imaginario con un antiguo amigo de la infancia.
Me he puesto a ello pero en seguida me he dado cuenta de que no estaba funcionando. Por un lado las frases me salían anodinas, sin gancho; por otro para la tercera línea ya no sabía en boca de quién la estaba poniendo. La voz era siempre la misma, el único que hablaba era yo, las palabras eran todas mías, las suyas no aparecían por ninguna parte. Solo era yo, solo yo hablando solo. Yo, yo; oh, ¡cállate ya! Eso me digo a mí mismo pero no puedo, no quiero callarme; es puro solipsismo, me temo. Quería jugar a guionista pero he tenido que volver a la narración. Guion, por cierto, contra todo pronóstico, no lleva tilde.
La historia es esta. En la infancia tuve un gran amigo, aunque entonces no me paré a considerarlo. Nos conocíamos de toda nuestra corta vida. Jugábamos en los descampados con los chavales del barrio, fuimos juntos a la escuela, los domingos íbamos al cine, que estaba al lado de casa. Su madre era modista y recuerdo estar, a los cinco años, en el cuarto de costura debajo de la tosca mesa de madera en la que trabajaba. En verano se iban de vacaciones al pueblo de la madre, Manresa, que en mi imaginación se convirtió en un lugar casi legendario. Su cumpleaños era el diez de marzo; he olvidado muchas fechas pero no esa.
Me he puesto a ello pero en seguida me he dado cuenta de que no estaba funcionando. Por un lado las frases me salían anodinas, sin gancho; por otro para la tercera línea ya no sabía en boca de quién la estaba poniendo. La voz era siempre la misma, el único que hablaba era yo, las palabras eran todas mías, las suyas no aparecían por ninguna parte. Solo era yo, solo yo hablando solo. Yo, yo; oh, ¡cállate ya! Eso me digo a mí mismo pero no puedo, no quiero callarme; es puro solipsismo, me temo. Quería jugar a guionista pero he tenido que volver a la narración. Guion, por cierto, contra todo pronóstico, no lleva tilde.
La historia es esta. En la infancia tuve un gran amigo, aunque entonces no me paré a considerarlo. Nos conocíamos de toda nuestra corta vida. Jugábamos en los descampados con los chavales del barrio, fuimos juntos a la escuela, los domingos íbamos al cine, que estaba al lado de casa. Su madre era modista y recuerdo estar, a los cinco años, en el cuarto de costura debajo de la tosca mesa de madera en la que trabajaba. En verano se iban de vacaciones al pueblo de la madre, Manresa, que en mi imaginación se convirtió en un lugar casi legendario. Su cumpleaños era el diez de marzo; he olvidado muchas fechas pero no esa.
lunes, 20 de mayo de 2024
En agosto
En agosto nos vemos, ¿en serio? ¿ese es el título que tú mismo elegiste para tu última novela? Bien, no puedo hablar con Gabo, con el señor escritor Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, porque ya murió. Si viviera tampoco podría, en la práctica, por la distancia y porque para él yo sería un ser insignificante, no porque se sintiera superior ni nada de eso, estoy seguro de que como cualquier otro ser humano cuento, contaba, contaría, con todo su respeto y consideración, en abstracto.
Han hecho bien sus hijos en publicar este libro póstumo, dando además muchas explicaciones sobre el texto; por qué no iban a hacerlo. Que además sea una buena maniobra comercial no desmerece el esfuerzo, el cariño que le han puesto. No lo he leído; sí otros suyos, empezando por Cien años de soledad que me enganchó siendo bien joven. Claro que me hice bastante lío con los Aurelianos y las Úrsulas. Se me quedó, a saber por qué, lo de la chica que comía yeso; sí, ¿no? Y lo del niño que nació con un amago de cola de lagarto; y la matanza de la Fruit Company americana, basada en hechos crudamente reales. En fin, que me gustó aquella novela y el estilo nuevo en el que estaba escrita.
En agosto nos vemos, está claro que Gabo, don Gabriel, GGM, tenía todo el derecho a elegir ese título pero, ¿no sería lo natural haber ordenado la frase al revés, como se diría en una conversación normal?. Anteponer en agosto me suena a frase descoyuntada, a una forma de hablar que corresponde más a alguien que no sabe bien el idioma, como un coreano del norte que ha conseguido huir de su país, y traduce de su lengua materna y le sale así, en agosto nos vemos, y no como se lo hubiera dicho al autor su propia madre: Gabo, hijo, nos vemos en agosto; cuídate mucho y dale un abrazo a tu mamá, que te adora.
Han hecho bien sus hijos en publicar este libro póstumo, dando además muchas explicaciones sobre el texto; por qué no iban a hacerlo. Que además sea una buena maniobra comercial no desmerece el esfuerzo, el cariño que le han puesto. No lo he leído; sí otros suyos, empezando por Cien años de soledad que me enganchó siendo bien joven. Claro que me hice bastante lío con los Aurelianos y las Úrsulas. Se me quedó, a saber por qué, lo de la chica que comía yeso; sí, ¿no? Y lo del niño que nació con un amago de cola de lagarto; y la matanza de la Fruit Company americana, basada en hechos crudamente reales. En fin, que me gustó aquella novela y el estilo nuevo en el que estaba escrita.
En agosto nos vemos, está claro que Gabo, don Gabriel, GGM, tenía todo el derecho a elegir ese título pero, ¿no sería lo natural haber ordenado la frase al revés, como se diría en una conversación normal?. Anteponer en agosto me suena a frase descoyuntada, a una forma de hablar que corresponde más a alguien que no sabe bien el idioma, como un coreano del norte que ha conseguido huir de su país, y traduce de su lengua materna y le sale así, en agosto nos vemos, y no como se lo hubiera dicho al autor su propia madre: Gabo, hijo, nos vemos en agosto; cuídate mucho y dale un abrazo a tu mamá, que te adora.
viernes, 17 de mayo de 2024
Fabulosos
Los Beatles, my god; hace sesenta años de los Beatles, aunque parezca que aún no se han ido, que siguen vigentes, que sus canciones suenan igual de actuales, que son eternos en una palabra. Eternos, ya me entiendes, nada hay eterno. La eternidad y el instante, como el infinito y la nada, son términos abstractos, teóricos, sin existencia real comprobable; te asomas a ellos y sientes vértigo.
Los Beatles, todo lo que sé de ellos. Podría estar horas hablando de los Beatles, o una por lo menos. Empezando por el nombre. Es un juego de palabras. Nota: voy a escribir como si el lector no supiera nada de los Beatles, ya sé que no es así, de ser cierto el lector sería un extraterrestre y no creo. Beetle, es escarabajo en inglés y beat golpe rítmico (eso entiendo que es, no he mirado el diccionario). Así beatle mezcla ambas palabras, los Beatles son “los escarabajos del ritmo”, de alguna forma. The Fab Four les llamaban también, fab de fabolous, “los cuatro fabulosos”. Les llamaban de todo. La mayoría de las canciones que grabaron los Beatles van firmadas por Lennon y McCartney y se dividen en dos grupos, las que compuso Lennon y las que compuso McCartney.
Yesterday. Esta es de McCartney, una de sus grandes canciones. Me hace gracia que alguien, cualquiera pero en este caso Paul McCartney, hable de ayer en una canción compuesta a los veintidós años. Yesterday, ayer, todos mis problemas parecían tan lejanos…; bueno, la vida te pone en tu sitio, Paul, amigo. Dos o tres años después de que Paul McCartney soñara la melodía de esta canción mi primo F. estuvo un verano en Liverpool aprendiendo inglés y al volver nos trajo de regalo una cucharilla para el azúcar con el escudo de la ciudad en el mango. Un día, en la cocina de su casa alguien, mi tío, le invitó a que hiciera una demostración de lo que había aprendido y con toda naturalidad nos cantó Yesterday, canción triste y melancólica donde las haya. Suddenly, de pronto, no soy ni la mitad del hombre que solía ser… Joé Paul, que tienes veintidós años, eso le hubiera dicho. Y que me quito el sombrero, por Yesterday y por todas las canciones de los Beatles.
Los Beatles, todo lo que sé de ellos. Podría estar horas hablando de los Beatles, o una por lo menos. Empezando por el nombre. Es un juego de palabras. Nota: voy a escribir como si el lector no supiera nada de los Beatles, ya sé que no es así, de ser cierto el lector sería un extraterrestre y no creo. Beetle, es escarabajo en inglés y beat golpe rítmico (eso entiendo que es, no he mirado el diccionario). Así beatle mezcla ambas palabras, los Beatles son “los escarabajos del ritmo”, de alguna forma. The Fab Four les llamaban también, fab de fabolous, “los cuatro fabulosos”. Les llamaban de todo. La mayoría de las canciones que grabaron los Beatles van firmadas por Lennon y McCartney y se dividen en dos grupos, las que compuso Lennon y las que compuso McCartney.
Yesterday. Esta es de McCartney, una de sus grandes canciones. Me hace gracia que alguien, cualquiera pero en este caso Paul McCartney, hable de ayer en una canción compuesta a los veintidós años. Yesterday, ayer, todos mis problemas parecían tan lejanos…; bueno, la vida te pone en tu sitio, Paul, amigo. Dos o tres años después de que Paul McCartney soñara la melodía de esta canción mi primo F. estuvo un verano en Liverpool aprendiendo inglés y al volver nos trajo de regalo una cucharilla para el azúcar con el escudo de la ciudad en el mango. Un día, en la cocina de su casa alguien, mi tío, le invitó a que hiciera una demostración de lo que había aprendido y con toda naturalidad nos cantó Yesterday, canción triste y melancólica donde las haya. Suddenly, de pronto, no soy ni la mitad del hombre que solía ser… Joé Paul, que tienes veintidós años, eso le hubiera dicho. Y que me quito el sombrero, por Yesterday y por todas las canciones de los Beatles.
martes, 14 de mayo de 2024
¿Mi amante?
Dije diamante y entendiste mi amante. ¿Mi amante?, no me imagino utilizando esas dos palabras como comienzo de una frase. Menos si a continuación digo quimérico. Por el tema del género. Los respeto todos (los géneros) pero en mi caso solo podría ser quimérica, en femenino. Mi amante quimérica, eso aún, situándonos en un contexto imaginario, en una fantasía más o menos calenturienta. En ningún caso mi amante quimérico; o en uno muy raro, como mucho.
Intento encontrar alguna explicación al malentendido (como si los malentendidos necesitaran explicaciones) y me cuesta hacerlo. Lo primero que se me ocurre es buscar similitudes entre el sonido de la d y el de la m, diamante, miamante. Igual la d y la m son las dos fricativas o algo así (digo fricativa a voleo, no tengo ni idea); pero no, los mecanismos de pronunciación en ambos casos son claramente diferentes; para la d la lengua se pega a los dientes, di; y para la m hay que juntar los labios, mi; poco o nada que ver.
La conclusión a la que llego es que el mérito, o demérito, de la confusión está en el oyente. Es él, o ella, quien ha querido oír mi amante antes que diamante. Le han podido las ganas de escuchar algo sobre seres humanos y relaciones amorosas con preferencia sobre cualquier cosa que tenga que ver con una piedra, por muy preciosa que sea.
Todo está en la mirada. Es que tienes la mirada sucia, decía Antonio Resines en una película (o en más de una), cuando otro personaje interpretaba lo que veía a su manera. De este fenómeno, tan humano, ya se dieron cuenta los griegos: Todas las cosas son lo que uno piense de ellas, reflexionó Metrodoro de Quíos, un filósofo presocrático que se las arregló para nacer veinte años después que el mismo Sócrates.
Intento encontrar alguna explicación al malentendido (como si los malentendidos necesitaran explicaciones) y me cuesta hacerlo. Lo primero que se me ocurre es buscar similitudes entre el sonido de la d y el de la m, diamante, miamante. Igual la d y la m son las dos fricativas o algo así (digo fricativa a voleo, no tengo ni idea); pero no, los mecanismos de pronunciación en ambos casos son claramente diferentes; para la d la lengua se pega a los dientes, di; y para la m hay que juntar los labios, mi; poco o nada que ver.
La conclusión a la que llego es que el mérito, o demérito, de la confusión está en el oyente. Es él, o ella, quien ha querido oír mi amante antes que diamante. Le han podido las ganas de escuchar algo sobre seres humanos y relaciones amorosas con preferencia sobre cualquier cosa que tenga que ver con una piedra, por muy preciosa que sea.
Todo está en la mirada. Es que tienes la mirada sucia, decía Antonio Resines en una película (o en más de una), cuando otro personaje interpretaba lo que veía a su manera. De este fenómeno, tan humano, ya se dieron cuenta los griegos: Todas las cosas son lo que uno piense de ellas, reflexionó Metrodoro de Quíos, un filósofo presocrático que se las arregló para nacer veinte años después que el mismo Sócrates.
sábado, 11 de mayo de 2024
Diamante quimérico
En la vida de cualquier persona, o en la de algunas al menos, detrás de las rutinas cotidianas, hay un anhelo latente por entender el sentido de la existencia. Pasa el tiempo y los afectados por este prurito acumulamos poco a poco distintos puntos de vista que van dando forma a nuestras desvaídas impresiones.
Que nunca se deja de aprender es una verdad incontestable, casi tan obvia como el hecho incontrovertible de que nadie aprende nunca nada; como ya estableció Sócrates en su momento. Voy a intentar explicar esta aparente contradicción con un símil de piedras preciosas; no se me ha ocurrido otra cosa, lo siento.
Las nuevas ideas que vamos adquiriendo, con deleite, según las leemos en un libro, las deducimos de una película o de la observación directa de la vida; esos destellos de clarividencia que nos iluminan, a menudo resulta que no son gemas auténticas sino simples cuentas de colores.
Perseverando, llega el día en que enmendamos alguno de estos errores y entre las baratijas encontramos una piedra semipreciosa como el jade, el topacio o la aguamarina. No olvidemos que esa joya es la representación —estamos en pleno símil— de un hallazgo que ayuda a dar cierto sentido a la vida. Contemplaremos, pues, la pieza satisfechos, conscientes de su valor relativo. Más adelante, con un poco de suerte, descubriremos otra aún mejor que tasada por un perito, seguramente un filósofo, será declarada una auténtica piedra preciosa como el rubí, la esmeralda o el zafiro.
Nos felicitaremos entonces por todo lo que hemos aprendido con los años, los libros, las películas, las conversaciones y los talleres de literatura; sin dejar por ello de soñar con la posible aparición futura de otra piedra aún más valiosa, quien sabe si un diamante perfecto, conscientes de que en el fondo —porque no somos tontos del todo— nadie nunca llega a poseer ese diamante extraordinario y quimérico que está fuera de nuestro alcance y que, probablemente, ni tan siquiera exista; y respecto al cual, por cierto, me gustaría saber qué pudo decir Sócrates, si es que dijo algo.
Que nunca se deja de aprender es una verdad incontestable, casi tan obvia como el hecho incontrovertible de que nadie aprende nunca nada; como ya estableció Sócrates en su momento. Voy a intentar explicar esta aparente contradicción con un símil de piedras preciosas; no se me ha ocurrido otra cosa, lo siento.
Las nuevas ideas que vamos adquiriendo, con deleite, según las leemos en un libro, las deducimos de una película o de la observación directa de la vida; esos destellos de clarividencia que nos iluminan, a menudo resulta que no son gemas auténticas sino simples cuentas de colores.
Perseverando, llega el día en que enmendamos alguno de estos errores y entre las baratijas encontramos una piedra semipreciosa como el jade, el topacio o la aguamarina. No olvidemos que esa joya es la representación —estamos en pleno símil— de un hallazgo que ayuda a dar cierto sentido a la vida. Contemplaremos, pues, la pieza satisfechos, conscientes de su valor relativo. Más adelante, con un poco de suerte, descubriremos otra aún mejor que tasada por un perito, seguramente un filósofo, será declarada una auténtica piedra preciosa como el rubí, la esmeralda o el zafiro.
Nos felicitaremos entonces por todo lo que hemos aprendido con los años, los libros, las películas, las conversaciones y los talleres de literatura; sin dejar por ello de soñar con la posible aparición futura de otra piedra aún más valiosa, quien sabe si un diamante perfecto, conscientes de que en el fondo —porque no somos tontos del todo— nadie nunca llega a poseer ese diamante extraordinario y quimérico que está fuera de nuestro alcance y que, probablemente, ni tan siquiera exista; y respecto al cual, por cierto, me gustaría saber qué pudo decir Sócrates, si es que dijo algo.
miércoles, 8 de mayo de 2024
Paul Auster
Hasta ahora había citado a Paul Auster en diez entradas de este blog (once con esta). No es que me acordara, es fácil saberlo gracias a la ventana de búsqueda que ofrece el blog arriba a la izquierda (te invito a utilizarla, verás que maravilla). El 14 de febrero de 2022 escribí —imprudentemente— que Auster seguía bien de salud (que se supiera). Por desgracia en noviembre del mismo año le detectaron un cáncer y ahora, año y medio después, ha muerto a los 77 años.
Pensaba que podía escribir algo sobre él y me he encontrado con que ya lo había hecho (esas diez veces). Muere alguien y te preguntas qué es lo que debes sentir y qué es lo que sientes. 77 años es una edad probable para morir, no hay sorpresa por ese lado, claro que para algunas cosas nunca es buen momento.
Que muera Auster me toca en especial porque le he leído durante muchos años. El primer libro suyo que me llamó la atención fue “El palacio de la luna” (Moon Palace), puro Auster según comprobé con el tiempo. Dicen, y será verdad, que a Paul Auster le apreciamos más en Europa que en los Estados Unidos. Uno piensa ahora en cierto dirigente de allí y lo entiende a la perfección (simple que es uno).
Contaba Philip Roth cerca de cumplir 80 años que había pegado un post-it en su ordenador que decía: The struggle with writing is over (se acabó la lucha con la escritura). Paul Auster optó por hacer lo contrario (salvando que no ha llegado a los 80). Resulta alentador que en sus últimos años escribiera tanto. Casi diría que lo hacía con furor mesiánico (en el buen sentido de la expresión, que si no lo tiene se lo fabricamos).
Cuando parecía que no iba a escribir más novelas se descolgó con la suya más voluminosa, “4, 3, 2, 1”, una especie de apoteosis del azar, su caballo de batalla favorito. También es tirando a monumental su estudio sobre Stephen Crane (Burning Boy). Ya enfermo, el año pasado publicó dos libros; un alegato contra la proliferación de armas en su país (Bloodbath Nation) y una última novela (Baumgartner) que no desmerece en absoluto. Así es como quiso irse, escribiendo, ejerciendo su oficio que era también su pasión. Me parece una buena actitud; aunque también hubiera sido buena la contraria —la de Roth— y haber decidido que lo dejaba y que en sus últimos meses se dedicaría a contemplar atardeceres (es un decir).
Pensaba que podía escribir algo sobre él y me he encontrado con que ya lo había hecho (esas diez veces). Muere alguien y te preguntas qué es lo que debes sentir y qué es lo que sientes. 77 años es una edad probable para morir, no hay sorpresa por ese lado, claro que para algunas cosas nunca es buen momento.
Que muera Auster me toca en especial porque le he leído durante muchos años. El primer libro suyo que me llamó la atención fue “El palacio de la luna” (Moon Palace), puro Auster según comprobé con el tiempo. Dicen, y será verdad, que a Paul Auster le apreciamos más en Europa que en los Estados Unidos. Uno piensa ahora en cierto dirigente de allí y lo entiende a la perfección (simple que es uno).
Contaba Philip Roth cerca de cumplir 80 años que había pegado un post-it en su ordenador que decía: The struggle with writing is over (se acabó la lucha con la escritura). Paul Auster optó por hacer lo contrario (salvando que no ha llegado a los 80). Resulta alentador que en sus últimos años escribiera tanto. Casi diría que lo hacía con furor mesiánico (en el buen sentido de la expresión, que si no lo tiene se lo fabricamos).
Cuando parecía que no iba a escribir más novelas se descolgó con la suya más voluminosa, “4, 3, 2, 1”, una especie de apoteosis del azar, su caballo de batalla favorito. También es tirando a monumental su estudio sobre Stephen Crane (Burning Boy). Ya enfermo, el año pasado publicó dos libros; un alegato contra la proliferación de armas en su país (Bloodbath Nation) y una última novela (Baumgartner) que no desmerece en absoluto. Así es como quiso irse, escribiendo, ejerciendo su oficio que era también su pasión. Me parece una buena actitud; aunque también hubiera sido buena la contraria —la de Roth— y haber decidido que lo dejaba y que en sus últimos meses se dedicaría a contemplar atardeceres (es un decir).
domingo, 5 de mayo de 2024
Amigos para siempre
Conoceréis este tipo de relación. Esos dos amigos, o amigas, que andan siempre como el perro y el gato —o como el Gordo y el Flaco— pero que vuelven a juntarse una y otra vez como atraídos por alguna fuerza de tipo gravitatorio. Es un tipo de amistad, aunque no lo parezca. Esa forma de ser la hemos visto mucho en películas: el típico cascarrabias de buen corazón que para que no le vean llorar de emoción se pone a refunfuñar o el sargento de John Ford que le da un puñetazo a su mejor amigo y este se lo devuelve para a continuación abrazarse, brindar y entonar juntos una canción.
Estos dos que digo se relacionan a base de pullas. Si ven al otro leyendo el periódico le dicen, lee, lee, culturízate, que falta te hace. Si es el momento de pagar una ronda: tú no saques la cartera, no, que ya pagará algún tonto. Si el otro pone alguna pega a lo que sea, ya está el jeremías llorando. Puede que alguna vez uno de ellos se ablande e intente una frase amable pero el otro, implacable, le replicará con un sarcasmo.
Este pulso interminable me agota como espectador, hace que me sienta incómodo, me duele a mí más que a ellos mismos. De hecho a ellos no les duele en absoluto, su relación es así, les divierte y, además, con el tiempo he comprobado que son los mejores amigos, que llevan años, casi toda la vida, compartiendo vivencias; las familias son íntimas, hacen viajes juntas; cada uno es el padrino del hijo del otro, celebran juntos festividades y aniversarios, siempre están dispuestos a ayudarse, a hacer de taxista del otro, a lo que sea, y sin embargo siguen incansables metiendo el dedo metafórico en el ojo del otro, de su muy querido amigo. Yo no lo haría, pero ya me he dado cuenta de que no por ello soy mejor persona que ninguno de los dos.
Estos dos que digo se relacionan a base de pullas. Si ven al otro leyendo el periódico le dicen, lee, lee, culturízate, que falta te hace. Si es el momento de pagar una ronda: tú no saques la cartera, no, que ya pagará algún tonto. Si el otro pone alguna pega a lo que sea, ya está el jeremías llorando. Puede que alguna vez uno de ellos se ablande e intente una frase amable pero el otro, implacable, le replicará con un sarcasmo.
Este pulso interminable me agota como espectador, hace que me sienta incómodo, me duele a mí más que a ellos mismos. De hecho a ellos no les duele en absoluto, su relación es así, les divierte y, además, con el tiempo he comprobado que son los mejores amigos, que llevan años, casi toda la vida, compartiendo vivencias; las familias son íntimas, hacen viajes juntas; cada uno es el padrino del hijo del otro, celebran juntos festividades y aniversarios, siempre están dispuestos a ayudarse, a hacer de taxista del otro, a lo que sea, y sin embargo siguen incansables metiendo el dedo metafórico en el ojo del otro, de su muy querido amigo. Yo no lo haría, pero ya me he dado cuenta de que no por ello soy mejor persona que ninguno de los dos.
jueves, 2 de mayo de 2024
¿Quién es el que escribe? (y2)
Bolaño una vez escribió que las apariencias son un ejército de ocupación de la realidad. Estoy orgulloso de esta cita porque la encontré por mi cuenta leyendo un libro suyo (no recuerdo cual) y no la he visto reproducida en ningún otro sitio; es una cita que, de momento, tengo por casi mía, o como algo que comparto íntimamente con Roberto Bolaño. Estaba deseando contarlo pero no había encontrado nunca el momento hasta que lo he escrito. Es un ejemplo de lo que quería decir, este es el tipo de comentario que rara vez haría en voz alta.
Hay asuntos para los que me faltan interlocutores en la vida civil; así lo siento, no he sabido encontrarlos o no he valido para ello. Una forma de paliar esta carencia es conversar con los libros, leer y escribir. Al hacerlo somos un poco mejores, más educados y menos primitivos, más espirituales y menos materiales. Esto es precisamente lo que gana el que escribe.
Y bueno, para responder a la pregunta del principio me acuerdo de una frase que tiene su gracia y a la vez es una incongruencia. La solía decir un conocido: tengo dos chaquetas, esta y la otra que es esta. Del mismo modo reconozco sin ambages que hay otro que escribe por mí y que ese otro también soy yo.
Hay asuntos para los que me faltan interlocutores en la vida civil; así lo siento, no he sabido encontrarlos o no he valido para ello. Una forma de paliar esta carencia es conversar con los libros, leer y escribir. Al hacerlo somos un poco mejores, más educados y menos primitivos, más espirituales y menos materiales. Esto es precisamente lo que gana el que escribe.
Y bueno, para responder a la pregunta del principio me acuerdo de una frase que tiene su gracia y a la vez es una incongruencia. La solía decir un conocido: tengo dos chaquetas, esta y la otra que es esta. Del mismo modo reconozco sin ambages que hay otro que escribe por mí y que ese otro también soy yo.
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