domingo, 26 de mayo de 2024

Una amistad perdida (y 2)

    Cuando teníamos diez años me mudé con mi familia a unos pocos kilómetros, los suficientes para perder el contacto. Dejamos de vernos y toda complicidad quedó borrada o transportada al limbo de las amistades perdidas. Lo poco que supe de su vida fue por terceras personas: trabajó de profesor, se casó, tuvo dos hijos, se quedó viudo y finalmente, hace unos pocos años, murió; le falló el corazón. Ese adverbio finalmente cobra en este caso su sentido definitivo, después de ese finalmente ya no hay nada más que aportar a las noticias que se tienen sobre alguien.
    Durante todos estos años no me he olvidado de él, y ahora he creído que podía escribir un diálogo imaginario para expresar ese sentimiento que guardaba en mi interior. Tenía la curiosidad de saber si él también conservaba un recuerdo análogo al mío, si de vez en cuando evocaba con afecto aquella amistad o si, por el contrario, yo era solo una figura borrosa de su infancia.
    Pero comprendo que ese planteamiento del diálogo no era realista, no me iba a poder responder en ningún caso; los que desaparecen ya no dicen nada. Ya nunca podré saber qué se le pasaba por la cabeza sobre aquellos años de la infancia, ni si guardaba algún recuerdo de cuando una tarde cualquiera de domingo, con siete u ocho años, caminábamos, sin ningún sitio en particular a donde ir, cada uno con un brazo sobre los hombros del otro.

No hay comentarios: