miércoles, 8 de mayo de 2024

Paul Auster

    Hasta ahora había citado a Paul Auster en diez entradas de este blog (once con esta). No es que me acordara, es fácil saberlo gracias a la ventana de búsqueda que ofrece el blog arriba a la izquierda (te invito a utilizarla, verás que maravilla). El 14 de febrero de 2022 escribí —imprudentemente— que Auster seguía bien de salud (que se supiera). Por desgracia en noviembre del mismo año le detectaron un cáncer y ahora, año y medio después, ha muerto a los 77 años.
    Pensaba que podía escribir algo sobre él y me he encontrado con que ya lo había hecho (esas diez veces). Muere alguien y te preguntas qué es lo que debes sentir y qué es lo que sientes. 77 años es una edad probable para morir, no hay sorpresa por ese lado, claro que para algunas cosas nunca es buen momento.
    Que muera Auster me toca en especial porque le he leído durante muchos años. El primer libro suyo que me llamó la atención fue “El palacio de la luna” (Moon Palace), puro Auster según comprobé con el tiempo. Dicen, y será verdad, que a Paul Auster le apreciamos más en Europa que en los Estados Unidos. Uno piensa ahora en cierto dirigente de allí y lo entiende a la perfección (simple que es uno).
    Contaba Philip Roth cerca de cumplir 80 años que había pegado un post-it en su ordenador que decía: The struggle with writing is over (se acabó la lucha con la escritura). Paul Auster optó por hacer lo contrario (salvando que no ha llegado a los 80). Resulta alentador que en sus últimos años escribiera tanto. Casi diría que lo hacía con furor mesiánico (en el buen sentido de la expresión, que si no lo tiene se lo fabricamos).
    Cuando parecía que no iba a escribir más novelas se descolgó con la suya más voluminosa, “4, 3, 2, 1”, una especie de apoteosis del azar, su caballo de batalla favorito. También es tirando a monumental su estudio sobre Stephen Crane (Burning Boy). Ya enfermo, el año pasado publicó dos libros; un alegato contra la proliferación de armas en su país (Bloodbath Nation) y una última novela (Baumgartner) que no desmerece en absoluto. Así es como quiso irse, escribiendo, ejerciendo su oficio que era también su pasión. Me parece una buena actitud; aunque también hubiera sido buena la contraria —la de Roth— y haber decidido que lo dejaba y que en sus últimos meses se dedicaría a contemplar atardeceres (es un decir).

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