domingo, 5 de mayo de 2024

Amigos para siempre

    Conoceréis este tipo de relación. Esos dos amigos, o amigas, que andan siempre como el perro y el gato —o como el Gordo y el Flaco— pero que vuelven a juntarse una y otra vez como atraídos por alguna fuerza de tipo gravitatorio. Es un tipo de amistad, aunque no lo parezca. Esa forma de ser la hemos visto mucho en películas: el típico cascarrabias de buen corazón que para que no le vean llorar de emoción se pone a refunfuñar o el sargento de John Ford que le da un puñetazo a su mejor amigo y este se lo devuelve para a continuación abrazarse, brindar y entonar juntos una canción.
    Estos dos que digo se relacionan a base de pullas. Si ven al otro leyendo el periódico le dicen, lee, lee, culturízate, que falta te hace. Si es el momento de pagar una ronda: tú no saques la cartera, no, que ya pagará algún tonto. Si el otro pone alguna pega a lo que sea, ya está el jeremías llorando. Puede que alguna vez uno de ellos se ablande e intente una frase amable pero el otro, implacable, le replicará con un sarcasmo.
    Este pulso interminable me agota como espectador, hace que me sienta incómodo, me duele a mí más que a ellos mismos. De hecho a ellos no les duele en absoluto, su relación es así, les divierte y, además, con el tiempo he comprobado que son los mejores amigos, que llevan años, casi toda la vida, compartiendo vivencias; las familias son íntimas, hacen viajes juntas; cada uno es el padrino del hijo del otro, celebran juntos festividades y aniversarios, siempre están dispuestos a ayudarse, a hacer de taxista del otro, a lo que sea, y sin embargo siguen incansables metiendo el dedo metafórico en el ojo del otro, de su muy querido amigo. Yo no lo haría, pero ya me he dado cuenta de que no por ello soy mejor persona que ninguno de los dos.

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