lunes, 22 de julio de 2024

Materia viva

    Ayer, a la noche, después de cenar, restregué un poco el plato en la fregadera y cuando lo iba a colocar en el escurridero lo golpeé, sin querer y no muy fuerte, con otro plato que ya estaba allí, encajado de canto en la estructura de varillas. El plato número uno estalló en mil pedazos —el otro quedó intacto—. Me llevé un pequeño susto, los fragmentos de cristal volando en todas direcciones y la mano con la que lo sostenía extendida en el aire asiendo la nada.
    De primeras pensé que me habría producido algún corte; pero no, no había sangre a la vista ni corte sutil alguno. Como digo, el golpe no había sido nada fuerte y achaco la razón del estallido a la naturaleza del vidrio, a que el contacto se produjo en uno de sus puntos débiles; el sitio justo para que algo entre en una especie de resonancia y el efecto se multiplique y se expanda como dicen que le pasa a la pólvora. De haber sido el punto de impacto un milímetro a un lado u otro todo hubiera quedado en un simple topetazo sin consecuencias. Media hora estuve recogiendo los trocitos.
    Hoy, después de comer —la de cosas que pasan después de las comidas—, con el episodio del plato todavía rondándome, la casa ha crujido por su cuenta. Un estampido producido —de esto estoy bastante seguro— por la dilatación de los materiales: madera, hierro, ladrillo, lo que sea. Vidrio que estalla, casa que cruje; la materia no es tan inerte como solemos creer. Tampoco es que esté viva, o no del todo. ¿Pudo referirse también a estos casos Lucrecio en su “Sobre la naturaleza de las cosas”? Sería un puntazo.

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