De primeras pensé que me habría producido algún corte; pero no, no había sangre a la vista ni corte sutil alguno. Como digo, el golpe no había sido nada fuerte y achaco la razón del estallido a la naturaleza del vidrio, a que el contacto se produjo en uno de sus puntos débiles; el sitio justo para que algo entre en una especie de resonancia y el efecto se multiplique y se expanda como dicen que le pasa a la pólvora. De haber sido el punto de impacto un milímetro a un lado u otro todo hubiera quedado en un simple topetazo sin consecuencias. Media hora estuve recogiendo los trocitos.
Hoy, después de comer —la de cosas que pasan después de las comidas—, con el episodio del plato todavía rondándome, la casa ha crujido por su cuenta. Un estampido producido —de esto estoy bastante seguro— por la dilatación de los materiales: madera, hierro, ladrillo, lo que sea. Vidrio que estalla, casa que cruje; la materia no es tan inerte como solemos creer. Tampoco es que esté viva, o no del todo. ¿Pudo referirse también a estos casos Lucrecio en su “Sobre la naturaleza de las cosas”? Sería un puntazo.
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