miércoles, 31 de julio de 2024

El Viejo Sur (2)

    Ahora que he visto la película —una menos de las mil que hay que ver antes de morir— entiendo el sentido de lo que se llevó no el viento sino la guerra. La guerra civil americana acabó con el Viejo Sur, el romántico mundo de los caballeros y las damas y su código de honor. Caballeros mis bemoles, era una sociedad de amos y esclavos, grandes bailes en la mansión de los Wilkes, con ponche para todos, y los negros mientras tanto recogiendo algodón sin guantes (o con guantes, qué más da).
    Se ha dicho casi todo sobre la película, no voy a descubrir nada nuevo. Estoy de acuerdo en que debe de tener muchos méritos cinematográficos, pero si nos fijamos en la ideología subyacente no me explico como le dieron el Óscar a la mejor película de 1939. O mejor dicho, sí que me lo explico, porque las cosas no habían cambiado tanto en los Estados Unidos desde la guerra hasta aquel año (y tampoco lo han hecho después).
    El punto de vista, en la peli, es siempre el del Sur. Ellos son los buenos, los idealistas que luchan por sus valores, los que sufren. A los yanquis apenas se les ve, solo son una fuerza destructora, personificada en el general Sherman, responsable de arrasar Atlanta.
    Hasta Escarlata tuvo que matar uno, un yanqui, en defensa propia (pero era un desertor, tampoco era cosa de meterse con los vencedores). Los negros, se asegura, salen perdiendo con el triunfo del Norte, porque al ser expulsados de las plantaciones quedan a merced de los estafadores (que vienen con los casacas azules). Con lo bien que vivían; protegidos, cantando y haciendo reír a los blanquitos con sus salidas de supersticiosos incultos, sus caras gesticulantes y sus señorita Escarlata para arriba y para abajo.

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