sábado, 3 de agosto de 2024

Escarlata (y 3)

    Lo que el viento se llevó es ya parte de la cultura occidental y hay escenas que son de sobra conocidas: Mammy apretando el corsé de Escarlata, esta poniendo a Dios por testigo, Rhett Butler diciendo lo de francamente. No digamos la música, tarán, taraaaan, tarán taraaan (pongo tarán por contagio ósmico), aunque no hubiera sido capaz de casarla con la película. El color llama la atención, esos cielos rojos.
    Había también leído el principio de la novela —teníamos el libro en casa— y no pasé de esa primera página, demasiado gordo. En ese comienzo, que es también el de la película, Escarlata tontea con un par de admiradores. Estando, de alguna manera, prevenido, ha sido una sorpresa el increíble comportamiento egoísta, caprichoso y cruel de Escarlata en su ciego afán de salirse siempre con la suya. Hay mucha comedia en ello, paradigmáticos sus tres matrimonios de conveniencia, solo por despecho; de puro disparatados hacen gracia. En el segundo le quita el novio a su propia hermana.
    La clave es que el personaje no acaba ahí, si así fuera Escarlata sería simplemente odiosa; hay más, está también su parte abnegada, el amor a su padre (que le consentía todo), su apego a la tierra, sus arrestos para levantar Tara tras la guerra, el cariño que le coge a Melania (que es la bondad personificada, una sosa). Lo que no entiendo es el enamoramiento perenne de Escarlata con Ashley, un flojeras que se casa con Melania por presiones familiares. Obstinada, eso es Escarlata, esa mujer que frunce el ceño y dice: ahora no puedo pensar en ello, me volvería loca si lo hiciera; ya lo pensaré mañana.

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