sábado, 24 de agosto de 2024

Todo está en los libros

    Todo está en los libros; todo, todo, todo. O casi todo, vale; ya sabemos que nos gusta abarcar y decir siempre, todo, nada, nunca y en realidad no salimos de nuestro pequeño mundo acotado; es que fuera hace mucho frío, de ese frío filosófico, existencial.
    Pero, en la práctica, es cierto, todo está en los libros y ese todo es lo suficientemente grande para que la inmensa mayoría de nosotros (¿te has dado cuenta?, he evitado decir todos nosotros) vaguemos perdidos por los pasillos de esa biblioteca infinita. Con la vida pasa exactamente lo mismo, no es eterna pero como si lo fuera. Nota: llevo dos adverbios acabados en mente, lo siento por sus detractores pero me resultan tan útiles…
    La vida, decía, es como si fuera eterna. No me refiero a la de cada uno, que es lo que es, se te hace corta o larga según como te vaya (corta si te va bien, larguísima si te va mal, intuyo); hablo del fenómeno de la vida en general con todas sus posibilidades, variantes o matices o como quieras llamarlos. Vida y literatura son dos fenómenos íntimamente (ay, van tres) hermanados.
    Apuesto a que muchos lo han dicho antes: la literatura es el espejo de la vida. O un espejo, en todo caso. Un espejo muy fiel por otra parte; cuando es buena la obra literaria se entiende. Cuando comentamos un libro lo que comentamos es la vida; la literatura es el arte de utilizar las palabras para explicarla (la vida), o dicho de forma más rigurosa: es el arte de jugar con las palabras y decir cosas interesantes, inteligentes (dentro de lo que cabe) y divertidas. La literatura, en fin, no deja de ser un juego, un juego muy serio; como la vida por otra parte.

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