Siempre se han estilado las historias de fantasmas; tanto en la literatura como en la vida real. En esta, los protagonistas suelen estar plenamente convencidos de su autenticidad. Esta es mi historia, o no mía exactamente; solo cercana, de alguna forma.
Sucedió hace unos años. Estaba oyendo un programa en la radio, uno de esos en los que llama la gente para contar su vida. Lo oía por casualidad, conduciendo de noche. Llamó una mujer y reconocí la voz. Era B, una compañera de trabajo. Nuestra relación no era cercana, nos saludábamos y poco más. pero la conocía, sí. Era una mujer risueña, entusiasta para todo. Había tenido una relación de pareja con un hombre de procedencia sudamericana. Lo digo porque tiene que ver con la historia.
Contaba, en su llamada, que aquella relación ya había acabado; pero que, cuando murió la madre de su ex, con la que se había llevado muy bien, quiso asistir al funeral. Así lo hizo. Al cabo de unos días se despertó a media noche y al pie de la cama vio a aquella mujer, la madre de su antigua pareja.
En días sucesivos se repitió la visión. La presencia, o lo que fuera, la miraba como pidiendo ayuda. Tenía que hacer algo, y decidió volver al pueblo donde había sido el funeral. Indagó en el cementerio y descubrió que aquella mujer, debido a algún problema burocrático, seguía sin enterrar. El hijo había regresado a América y el ataúd permanecía en una de las dependencias a la espera de que alguien resolviera el caso.
B comprendió que la mujer, su espíritu, había acudido a ella en busca de ayuda. Así que hizo los trámites pertinentes y la mujer fue debidamente inhumada con ella como único testigo. Vi venir el epílogo de la historia mientras conducía en la oscuridad de la noche. Un par de días más tarde el fantasma hizo su última aparición. Esta vez B sintió que su mirada irradiaba paz y agradecimiento.
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