miércoles, 11 de septiembre de 2024

Carpintero

    No conocí a mi abuelo materno. Murió antes de que mis padres se casaran. Poco sé de él, que se llamaba Vicente y que era carpintero. Mi madre no contaba nada, a mi padre le oí un par de veces decir que era muy religioso, que daba un poco de miedo por su seriedad. Tampoco sé de qué murió. Creo que sufría de úlcera de estómago y que como remedio solía beber leche.
    Tampoco le había visto nunca en fotografía. Como es lógico no estaba en la foto de grupo a la salida de la iglesia de la boda de mis padres. Un enigma total mi abuelo Vicente. Hasta que hace unos años no sé de donde apareció una foto de estudio de los años treinta, lo deduzco por las edades de los niños. En ella están mis abuelos y sus cinco hijos (nosotros también eramos cinco). Mi madre, que era la cuarta, tendría unos siete años y la foto tiene la peculiaridad de estar en parte coloreada a mano. El detalle más llamativo son los zapatos rojos de mi madre, una niña preciosa por otra parte y no es pasión de hijo.
    Mi abuelo Vicente, un vacío en el cuadro familiar. La idea a la que me he acogido desde siempre es al hecho de que fuera carpintero. Qué más dará, se podría decir, pero a mí me ha valido. Carpintero, como San José; como el mismo Jesús, y en esto no había caído, porque Jesucristo no salió del pueblo hasta que cumplió los treinta años y hasta entonces qué otra cosa pudo hacer excepto trabajar en la carpintería de su padre (su padre, porque ese papel cumplió, disquisiciones teológicas al margen).
    Carpintero, un oficio noble, artesanal. Trabajar la madera, fabricar sillas, mesas, camas, estanterías, obras de arte cotidianas. Uno de sus hijos, otro de los niños en la foto citada, también fue carpintero y yo, de niño, sabía donde tenía el taller, en los bajos de una casa antigua, a la salida del pueblo, pero nunca estuve dentro. Allí también debió de trabajar su hijo, mi primo, tercera generación de carpinteros.
    Cuando he visitado alguna carpintería, cuanto más antigua mejor, me he acordado de mi abuelo. Había una en especial en una calle empedrada del casco antiguo, el portón de entrada abierto y el taller con luz natural, las partículas suspendidas en el aire, el olor a serrín y madera, el banco de trabajo y las herramientas, las piezas a medio hacer. De ahí también vengo yo, pensaba.

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