Estos ventanales tienen una repisa exterior bastante apropósito para sentarse, y teniendo en cuenta que la parada del autobús está justo al lado era habitual ver allí gente apalancada. Los nuevos dueños (o arrendatarios) no ven bien que haya nadie que estorbe la vista de los productos exhibidos y han decidido poner carteles en las cristaleras. Y este es el mensaje impreso:
Prohibido sentarse aquí por favor.
Las negritas son suyas, las cursivas mías. Maravilloso letrero que tanto dice sobre la condición humana. No quieren que nadie se siente para que el paseante pueda ver en su supuesta plenitud el prolijo contenido de los anaqueles, por eso el primer impulso es el de enfurruñarse y prohibir; es mi tienda y puedo prohibir y prohíbo, punto. Pero, claro, hay, por lo menos, dos factores a tener en cuenta. Primero, que prohibir está feo, es antipático. Segundo, que no está claro que el que ha puesto el cartel tenga el derecho de impedir que nadie se siente ahí, en el reborde del ventanal, que no deja de ser parte de la vía pública.
Por eso, en un “segundo pensamiento”, ha añadido ese por favor, ya sin negritas, como hablando más bajito, queriendo rebajar la tensión, como si se hubiera arrepentido del exabrupto y quisiera desactivarlo antes de que explote en forma de reacción airada del público, que siempre es soberano y también posible comprador.
Por eso, en un “segundo pensamiento”, ha añadido ese por favor, ya sin negritas, como hablando más bajito, queriendo rebajar la tensión, como si se hubiera arrepentido del exabrupto y quisiera desactivarlo antes de que explote en forma de reacción airada del público, que siempre es soberano y también posible comprador.
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