lunes, 23 de septiembre de 2024

Ensuciar

    Últimamente no hay terreno industrial liberado en el que no se encuentre lindane ni pabellón o edificio a derribar que no lleve fibra de amianto; por no hablar de los residuos radioactivos de una central nuclear. Antes, la política medioambiental se resumía en la sabiduría popular del refrán lo que no mata engorda. Acierta, porque no niega la posibilidad de que mate; ahora, si no mata…
    Hoy, se supone que hay procedimientos para limpiar un terreno o cualquier cosa (difícil lo veo) aunque más bien me da la impresión de que se priman las soluciones sencillas como esconder la basura debajo de la alfombra o con suerte en contenedores de hormigón de tres metros de grosor, que no deja de ser una manera grosera (juego de palabras) de posponer el problema.
    Dice uno de esos líderes populistas —que por desgracia empiezan a abundar— a cuenta de una fábrica: contamina el río, ¿y qué? Lo digo aquí totalmente fuera de contexto, lo mismo tiene toda la razón, pero leído así, como comentario suelto, me ha hecho gracia (reír por no llorar).
    Contaminar el río nunca es una buena noticia. El problema es que hasta hace poco no se le daba ninguna importancia. Todo lo más había que andar con cierto cuidado. En las películas de vaqueros aprendimos que al acampar junto a un río había que abrevar al ganado y a los caballos río abajo. Se contaminaba igual pero los afectados eran otros. Los animales tenían que hacer sus necesidades, y los humanos también. Dicho de otra forma: necesitamos ensuciar y ensuciamos, va en el paquete con la vida. Ahora nos apuramos; cuando la mierda nos llega al cuello, a buenas horas.

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