La vida con sordina, así es como parece que me llega a veces. Estoy hablando de sentimientos. Si hablar de normalidad es siempre aventurado, en el campo de las emociones lo es aún más. En lo que se refiere a la salud del cuerpo; aunque estemos, en principio, sanos siempre habrá pequeños ajes. No hay cuerpo sano del todo como no hay cutis perfecto. De modo análogo, nadie está bien del todo mentalmente. Los médicos curan algunos de nuestros males físicos, otros solo ayudan a sobrellevarlos. Por lógica, con los de la mente pasará lo mismo.
En mi caso, no lo sé porque nunca he ido al psicólogo o al psiquiatra. La razón, sospecho, es que uno de mis problemas mentales es precisamente mi incapacidad de acudir a uno de esos especialistas. Por fortuna el otro problema que tengo atenúa el efecto negativo del primero. Ese otro problema es el de la sordina que decía al principio.
También lo llamo ser tonto emocional. Siento como todo el mundo, claro, no soy un desalmado y de hecho en ciertas situaciones se me humedecen los ojos con facilidad, pero en otras todo es más light, más descafeinado. No sé si vale de ejemplo, pero me he acordado de cuando mi suegro se estaba muriendo en el hospital. Me conté las pulsaciones y eran unas sesenta, normalidad absoluta.
Otro síntoma: sean cuales sean las circunstancias no pierdo el apetito. Aquí no pongo ejemplos porque no me gustan, me incomodan. Las emociones me llegan atenuadas y a veces no capto los sentimientos ajenos. Cosas que a mí me parecen sin importancia afectan mucho a otras personas y no me doy cuenta. O me doy cuenta tarde, y entonces lo siento de veras.
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