Las máquinas de visión óptica. Hablo de memoria, igual ni se llaman así. Son esas máquinas que según pasan las piezas metálicas que sean, arandelas por ejemplo, son capaces de separar las que cumplen la norma de las que no la cumplen. Me he acordado de esas máquinas pensando en la digitalización de los textos en papel y en la existencia de versiones digitales calamitosas de obras literarias.
Si estás familiarizado con los lectores electrónicos habrás visto ejemplos. A veces se dan casos curiosos. Como este que cuento, el de un libro electrónico en el que cada vez que salen juntas en una palabra las letras f y l, en la pantalla aparece un espacio en blanco entre ambas.
La primera ha sido f lotando, y no le he dado mayor importancia; pero al rato ha aparecido f loreros y después af lojo. Mi suposición es que en el libro original, en papel, las efes y las eles debían de ser especialmente esbeltas y la “máquina de visión” dedujo, por su cuenta, que allí había un espacio en blanco; y como a ella, a la máquina, ni le iba ni le venía así lo reprodujo en su archivo epub, fb, pdf o lo que fuera.
Según avanzaba he comprobado que el patrón se repite, las efes y la eles siempre separadas. Ha habido una excepción, pero era una f mayúscula: la heladería Flamingo. Lógicamente, cada aparición, f laca, f lexible, ref lejo, me distraía del hilo de la narración o me arrastraba a otro hilo paralelo en el que he buscado alguna lógica y de hecho me ha parecido que la había: f lexiona, inf lar, af lojar, pantuf las...
martes, 29 de julio de 2025
sábado, 26 de julio de 2025
Sin nombre
He caído en la cuenta de la mentira de los nombres. He dicho “mentira” para llamar la atención, me temo. En realidad no es para tanto, mentira sería mucho decir. Pero algo hay. Lo intento otra vez: hoy me he dado cuenta de que cuando pienso sobre mí no me acuerdo para nada de mi nombre.
Sobre mí pienso muy a menudo, pero como todo el mundo, imagino. No se trata de una cuestión de egoísmo, o no del todo. No es pensar en uno mismo, sino sobre uno mismo. Como no sé nada de nada, medito sobre ello, sobre el misterio de ser yo. Medito sin método, de un modo completamente amateur. Y no adelanto nada; o bueno sí, adelanto un poco, veo un poco más claro que no veo nada.
Este de hoy es un pequeño progreso en mi comprensión del mundo: el nombre no importa. Me podría haber llamado José Luis, por ejemplo, y en familia me llamarían Joselu o Chelis o de cualquier otra manera. Pero me llamo Javier y me llaman Javi. Y no significa nada. Sea lo que sea el ser humano, ponerle un nombre no tiene mucho más sentido que el de facilitar que Hacienda pueda distinguirnos (cosa que a la Muerte no le hace falta).
Pienso sobre mí mucho más de lo que pienso sobre ti, eso desde luego, y en ningún momento me pongo nombre, porque todos los nombres son aleatorios y porque no hace falta: soy yo solo en mí y no me puedo confundir con nadie más. Aquí estoy; en mí, solo, sin nombre.
Sobre mí pienso muy a menudo, pero como todo el mundo, imagino. No se trata de una cuestión de egoísmo, o no del todo. No es pensar en uno mismo, sino sobre uno mismo. Como no sé nada de nada, medito sobre ello, sobre el misterio de ser yo. Medito sin método, de un modo completamente amateur. Y no adelanto nada; o bueno sí, adelanto un poco, veo un poco más claro que no veo nada.
Este de hoy es un pequeño progreso en mi comprensión del mundo: el nombre no importa. Me podría haber llamado José Luis, por ejemplo, y en familia me llamarían Joselu o Chelis o de cualquier otra manera. Pero me llamo Javier y me llaman Javi. Y no significa nada. Sea lo que sea el ser humano, ponerle un nombre no tiene mucho más sentido que el de facilitar que Hacienda pueda distinguirnos (cosa que a la Muerte no le hace falta).
Pienso sobre mí mucho más de lo que pienso sobre ti, eso desde luego, y en ningún momento me pongo nombre, porque todos los nombres son aleatorios y porque no hace falta: soy yo solo en mí y no me puedo confundir con nadie más. Aquí estoy; en mí, solo, sin nombre.
miércoles, 23 de julio de 2025
Dos escenas
Dos escenas de la vida diaria que me tocan el corazón, cada una por una esquina. Primera. Estoy con mi periódico y mi café con leche en una terraza de la plaza del ayuntamiento cuando llegan ellos, padre nonagenario e hijo. Ambos fueron, en su día, deportistas conocidos. Al padre le cruzaba, ya hace años, andando a paso ligero por los caminos. Según ha pasado el tiempo he sido testigo circunstancial de su declive. Ahora llega vacilante y el hijo le ayuda a sentarse a la mesa de la terraza. Luego le habla en tono tranquilo comentando el último fichaje. El padre apenas dice algún monosílabo y cuando se lleva la taza a los labios algo del líquido le resbala por el mentón. Entonces el hijo coge una servilleta de papel y le dice al padre: espera, que se te ha caído un poco, y le limpia la cara con todo cuidado. El hombre se deja hacer y mira al hijo con los ojos brillantes.
Segunda escena. Cada mañana un vehículo adaptado recoge sobre las nueve a la hija discapacitada de unos vecinos del barrio. La chica está ya en la treintena pero apenas se ha desarrollado. No anda, no habla, expresa sus emociones con gestos y sonidos y lleva gafas de bastante aumento. Habitualmente es el padre el que la acompaña. Hoy he pasado a su lado justo cuando la iban a subir al vehículo en su silla de ruedas. Así, he podido ver como, para despedirse, la chica echaba la cabeza hacia atrás, la giraba y miraba a su padre con una expresiva sonrisa de felicidad.
Segunda escena. Cada mañana un vehículo adaptado recoge sobre las nueve a la hija discapacitada de unos vecinos del barrio. La chica está ya en la treintena pero apenas se ha desarrollado. No anda, no habla, expresa sus emociones con gestos y sonidos y lleva gafas de bastante aumento. Habitualmente es el padre el que la acompaña. Hoy he pasado a su lado justo cuando la iban a subir al vehículo en su silla de ruedas. Así, he podido ver como, para despedirse, la chica echaba la cabeza hacia atrás, la giraba y miraba a su padre con una expresiva sonrisa de felicidad.
domingo, 20 de julio de 2025
Todo y nada
Hay quien dice que la vida no es una línea recta sino un círculo y que lo que hacemos es dar vueltas. La vida consistiría en trasladarse de un punto A a un punto B, donde resulta que B solo es otro nombre de A. Desde A hasta B la trayectoria no es una recta, ni tampoco una graciosa curva como las que se le piden a un lanzador de beisbol, sino una curva cerrada sobre sí misma que acaba volviendo al punto de partida.
Tiene sentido, morirse no deja de ser una vuelta al origen y la vida, en general, bien se puede considerar un viaje a ninguna parte. Siendo esto así, una idea complementaria, o un corolario, es que nada y todo son la misma cosa. Es la vieja idea de Sócrates, que siendo de los más sabios de su tiempo se dio cuenta de que nada sabía.
Una vez, Flaubert le comentó por carta a su musa Louise Colet que quería escribir un libro sobre nada. No imagino libro más etéreo. Decía, Gustavo, que los mejores libros eran los que tenían menos tema. Lo que debía de querer decir era que con el estilo era suficiente (el estilo era lo suyo).
Me he enterado de esta idea de Flaubert por Muñoz Molina. Parece que, a su manera, la comparte (y a mí ya me tiene medio convencido). Apunta el querido Antonio que, en su opinión, escribir sobre nada es lo que consiguió Cervantes en la segunda parte del Quijote, en la que no pasa nada. O no pasa nada más que la vida.
Tiene sentido, morirse no deja de ser una vuelta al origen y la vida, en general, bien se puede considerar un viaje a ninguna parte. Siendo esto así, una idea complementaria, o un corolario, es que nada y todo son la misma cosa. Es la vieja idea de Sócrates, que siendo de los más sabios de su tiempo se dio cuenta de que nada sabía.
Una vez, Flaubert le comentó por carta a su musa Louise Colet que quería escribir un libro sobre nada. No imagino libro más etéreo. Decía, Gustavo, que los mejores libros eran los que tenían menos tema. Lo que debía de querer decir era que con el estilo era suficiente (el estilo era lo suyo).
Me he enterado de esta idea de Flaubert por Muñoz Molina. Parece que, a su manera, la comparte (y a mí ya me tiene medio convencido). Apunta el querido Antonio que, en su opinión, escribir sobre nada es lo que consiguió Cervantes en la segunda parte del Quijote, en la que no pasa nada. O no pasa nada más que la vida.
jueves, 17 de julio de 2025
¿Quién eres? (y 2)
Siempre soy de los primeros en subir al autobús. Es instintivo. El adjetivo, coloquial y casero, que se me ocurre es cagaprisas. Lo miro y está en el diccionario. Vienen dos sinónimos que me suenan a americanos (y que no había oído nunca): apurón y apurete. Bueno, pues siempre he sido un poco apurón (ándale). Cuando para el autobús algo me empuja a deslizarme entre la gente ganando posiciones. Procurando que no se note, claro; y dejando pasar a los discapacitados.
Hace unos meses, recién subido al bus, voy por el pasillo, un poco de lado, atento a evitar algún saliente, con ánimo de sentarme junto a la puerta de salida (también me gusta salir de los primeros) cuando uno de los (pocos) que ha subido antes que yo, y está acomodándose, al verme se me queda mirando, dubitativo.
Según me acerco intuyo que el hombre me va a decir algo. Es mayor que yo, un poco más alto, con barba y bigote blancos y una gorra de béisbol Su cara no me suena de nada. Cuando llego a su altura y él hace ya mención de saludarme comienzo a negar con la cabeza y le digo: no, no soy ese; no soy ese que cree que soy, me confunde con otro.
Entonces él, poniéndose algo más serio, pronuncia mi nombre y mi apellido, con aplomo (sí, eres ese, piensa, sin duda) y ahora soy yo el que acusa el golpe. Soy idiota, pienso, una vez más me he pasado de listo, y le pregunto quién es. Y sí, le conozco, S U, aunque igual hacía diez años que no le veía y el tiempo no pasa en balde y también está el factor de encontrarse con alguien en un escenario distinto al habitual. Me disculpo y me siento mal y comprendo que él puede estar molesto, con razón. Pero ya no tiene remedio.
Hace unos meses, recién subido al bus, voy por el pasillo, un poco de lado, atento a evitar algún saliente, con ánimo de sentarme junto a la puerta de salida (también me gusta salir de los primeros) cuando uno de los (pocos) que ha subido antes que yo, y está acomodándose, al verme se me queda mirando, dubitativo.
Según me acerco intuyo que el hombre me va a decir algo. Es mayor que yo, un poco más alto, con barba y bigote blancos y una gorra de béisbol Su cara no me suena de nada. Cuando llego a su altura y él hace ya mención de saludarme comienzo a negar con la cabeza y le digo: no, no soy ese; no soy ese que cree que soy, me confunde con otro.
Entonces él, poniéndose algo más serio, pronuncia mi nombre y mi apellido, con aplomo (sí, eres ese, piensa, sin duda) y ahora soy yo el que acusa el golpe. Soy idiota, pienso, una vez más me he pasado de listo, y le pregunto quién es. Y sí, le conozco, S U, aunque igual hacía diez años que no le veía y el tiempo no pasa en balde y también está el factor de encontrarse con alguien en un escenario distinto al habitual. Me disculpo y me siento mal y comprendo que él puede estar molesto, con razón. Pero ya no tiene remedio.
lunes, 14 de julio de 2025
De milagro
Tengo una pregunta: ¿Cuántos seres humanos se han quedado sin nacer por cada uno de los creacionistas que sí han nacido? La respuesta que me ha dado la humilde inteligencia artificial a mi alcance —por eso la pongo con minúsculas, por humilde— ha sido que no hay ninguna relación entre ambos conceptos. Merecido lo tengo.
Hay que rebobinar. La idea original, surgida de la experiencia cotidiana, ha sido esta concisa frase que me ha venido a la cabeza como una iluminación: estoy vivo de milagro. Me explico más. Ha sido a raíz de la publicación del último libro de Hanif Kureishi. Hace unos años Kureischi se desmayó —no sé a cuenta de qué, una bajada de tensión, un golpe de calor, lo que fuera— y se desplomó, con la mala suerte de que se rompió el cuello y quedó paralítico.
A pesar de todo sigue escribiendo, o sigue escribiendo precisamente por eso. Así que me comparo con Kureischi, no en un sentido profesional sino como simple homo sapiens, y de ahí el fogonazo: estoy vivo de milagro. De un doble milagro, el de haber sobrevivido hasta ahora y el de haber nacido, en primer lugar.
Así que, ¿cuántos seres humanos en potencia se quedaron en el no-estado de no nacer mientras nacía yo de milagro? (o nacías tú, para esto somos intercambiables). En ese punto se me ha cruzado una distorsión, la idea de que no sabemos qué es exactamente un ser humano, ¿lo era un neandertal? Los creacionistas no tienen ese problema, y por eso se han colado en la pregunta editada del principio. Pero olvidémonos de ellos. La pregunta que tengo para la Inteligencia Artificial (la lista, la que se escribe con mayúsculas) es esta: ¿Cuál es la probabilidad de existir?
Hay que rebobinar. La idea original, surgida de la experiencia cotidiana, ha sido esta concisa frase que me ha venido a la cabeza como una iluminación: estoy vivo de milagro. Me explico más. Ha sido a raíz de la publicación del último libro de Hanif Kureishi. Hace unos años Kureischi se desmayó —no sé a cuenta de qué, una bajada de tensión, un golpe de calor, lo que fuera— y se desplomó, con la mala suerte de que se rompió el cuello y quedó paralítico.
A pesar de todo sigue escribiendo, o sigue escribiendo precisamente por eso. Así que me comparo con Kureischi, no en un sentido profesional sino como simple homo sapiens, y de ahí el fogonazo: estoy vivo de milagro. De un doble milagro, el de haber sobrevivido hasta ahora y el de haber nacido, en primer lugar.
Así que, ¿cuántos seres humanos en potencia se quedaron en el no-estado de no nacer mientras nacía yo de milagro? (o nacías tú, para esto somos intercambiables). En ese punto se me ha cruzado una distorsión, la idea de que no sabemos qué es exactamente un ser humano, ¿lo era un neandertal? Los creacionistas no tienen ese problema, y por eso se han colado en la pregunta editada del principio. Pero olvidémonos de ellos. La pregunta que tengo para la Inteligencia Artificial (la lista, la que se escribe con mayúsculas) es esta: ¿Cuál es la probabilidad de existir?
viernes, 11 de julio de 2025
¿Quién eres? (1)
Hace años, una vez me paré con la bici en una gasolinera a la salida del pueblo para inflar las ruedas con el compresor de aire que tenían (creo que lo han quitado). Las ruedas de la bici estaban un poco bajas y entonces no tenía en casa el inflador atómico que tengo ahora —atómico es un decir— y con la típica bomba cuesta bastante inflar bien una rueda. Nota, he dicho pueblo y técnicamente es villa, y villa de unos treinta mil habitante; digo y sigo.
Estaba inflando las ruedas de la bici, que por entonces era una mountain bike, cuando paró a mi lado, seguramente con las misma intención de inflar sus ruedas, una moto tipo vespa, pero en moderno, con su obligatorio motorista, que se cubría la cabeza con su también obligatorio casco.
En cuanto detuvo la moto detrás de mí me saludó efusivo por mi nombre. Con aquel casco puesto, y cerrado por completo, no podía verle la cara. Le contesté en el mismo tono, o mejor dicho rebajando un par de grados la efusividad y sin mencionar su nombre, ya que en realidad no sabía quién era. La voz tampoco disipó la duda.
Por el sitio y por la moto me vino a la cabeza un candidato al puesto (al puesto de motorista que se detiene a inflar las ruedas en aquella gasolinera). Podía ser F. un compañero de trabajo (éramos muchos en la empresa) que siempre estaba sonriente y dispuesto a ayudar. Pero no hubiera podido jurar que era él. Así, intercambiamos unas cuantas amabilidades, terminé de inflar las ruedas y nos despedimos deseándonos lo mejor. Le podía haber preguntado, ¿y tú quién eres?, pero opté por la prudencia.
Estaba inflando las ruedas de la bici, que por entonces era una mountain bike, cuando paró a mi lado, seguramente con las misma intención de inflar sus ruedas, una moto tipo vespa, pero en moderno, con su obligatorio motorista, que se cubría la cabeza con su también obligatorio casco.
En cuanto detuvo la moto detrás de mí me saludó efusivo por mi nombre. Con aquel casco puesto, y cerrado por completo, no podía verle la cara. Le contesté en el mismo tono, o mejor dicho rebajando un par de grados la efusividad y sin mencionar su nombre, ya que en realidad no sabía quién era. La voz tampoco disipó la duda.
Por el sitio y por la moto me vino a la cabeza un candidato al puesto (al puesto de motorista que se detiene a inflar las ruedas en aquella gasolinera). Podía ser F. un compañero de trabajo (éramos muchos en la empresa) que siempre estaba sonriente y dispuesto a ayudar. Pero no hubiera podido jurar que era él. Así, intercambiamos unas cuantas amabilidades, terminé de inflar las ruedas y nos despedimos deseándonos lo mejor. Le podía haber preguntado, ¿y tú quién eres?, pero opté por la prudencia.
martes, 8 de julio de 2025
Futuro manifiesto
Me pregunto a mí mismo —ya que nadie más lo hace— por qué me empeño en seguir escribiendo aquí. Las dos últimas respuestas que me he dado son que este blog es un intento inconsciente de parar el tiempo y una forma de manifestar el asombro ante el fenómeno de la existencia.
Pero las razones más antiguas, las primigenias, son otras dos muy simples. Hay una cita, atribuida, al parecer falsamente, a Dorothy Parker, que alude a ambas: Odio escribir, adoro haber escrito. Me gusta escribir (primera razón primigenia), aunque pueda llegar a producir cierta angustia, y, por otra parte (segunda razón primigenia), me encanta leerme. Las cosas claras: soy mi mejor lector.
Dicen en el suplemento dominical —esta es la excusa para escribir hoy— que ya hay programas, o aplicaciones o lo que sea, que pueden sustituir con ventaja al médico de cabecera. Hay que admitirlo sin rasgarse las vestiduras (que dirían en la Biblia). Quiero pensar que, llegado el caso, un séptimo sentido me hará darme cuenta de si un médico es virtual y que cuando ya no me dé cuenta será porque ese “médico” será mejor que cualquier médico de carne y hueso.
Sea como sea, el futuro ya está aquí y he encontrado dos pruebas irrefutables en el mismo suplemento. Una: se ha descubierto el remedio contra la alopecia. Y dos, y esta me parece la prueba definitiva: los Simpson están en su temporada número 36.
Pero las razones más antiguas, las primigenias, son otras dos muy simples. Hay una cita, atribuida, al parecer falsamente, a Dorothy Parker, que alude a ambas: Odio escribir, adoro haber escrito. Me gusta escribir (primera razón primigenia), aunque pueda llegar a producir cierta angustia, y, por otra parte (segunda razón primigenia), me encanta leerme. Las cosas claras: soy mi mejor lector.
Dicen en el suplemento dominical —esta es la excusa para escribir hoy— que ya hay programas, o aplicaciones o lo que sea, que pueden sustituir con ventaja al médico de cabecera. Hay que admitirlo sin rasgarse las vestiduras (que dirían en la Biblia). Quiero pensar que, llegado el caso, un séptimo sentido me hará darme cuenta de si un médico es virtual y que cuando ya no me dé cuenta será porque ese “médico” será mejor que cualquier médico de carne y hueso.
Sea como sea, el futuro ya está aquí y he encontrado dos pruebas irrefutables en el mismo suplemento. Una: se ha descubierto el remedio contra la alopecia. Y dos, y esta me parece la prueba definitiva: los Simpson están en su temporada número 36.
sábado, 5 de julio de 2025
No había ninguna necesidad
J R R y C S fueron grandes amigos. Abrigo la sospecha de que cuando a alguien (británico) se le conoce por sus iniciales es que alguna de ellas esconde un nombre poco usual o directamente excéntrico. En este caso, la segunda R de J R R corresponde a Reuel, nombre que sale en la Biblia, y la S de C S es por Staples, que decididamente no es un nombre sino un apellido (al parecer el de una de sus bisabuelas).
La lectora avispada ya se habrá dado cuenta de que J R R y C S son Tolkien y Lewis, los autores de dos sagas clásicas de la literatura: El Señor de los Anillos y Las Crónicas de Narnia. Staples, por cierto, en castellano significa “grapas”; podría haber sido un apodo puesto en uno de esos internados donde los ingleses adquirían su sentido del humor.
Todo este cansino preámbulo es para contar una observación de C S Lewis que me ha hecho sonreír. La dice de pasada en su libro Four Loves, en el que analiza los cuatro tipos de amor que hay, según él: Afecto, Amistad, Eros y Caridad (ahora estoy con esta, creo que se refiere a la caridad cristiana; amar al prójimo, qué difícil).
A una de estas desliza la afirmación de que el universo no es necesario. La explicación, se apresura a aclarar, es que Dios no creó el universo porque lo necesitara (no sé por qué lo creó). En esto, además, no hay término medio, lo que no es necesario es innecesario.
El caso es que el universo no es necesario y en consecuencia los seres humanos tampoco (¡pero aquí estamos!). Necesario, ahora que lo pienso, es lo mismo que imprescindible, aunque esto último suene más urgente. Ya sabíamos que nadie es imprescindible; lo curioso es que, según opinaba C S Lewis, tampoco lo es el mismo universo.
La lectora avispada ya se habrá dado cuenta de que J R R y C S son Tolkien y Lewis, los autores de dos sagas clásicas de la literatura: El Señor de los Anillos y Las Crónicas de Narnia. Staples, por cierto, en castellano significa “grapas”; podría haber sido un apodo puesto en uno de esos internados donde los ingleses adquirían su sentido del humor.
Todo este cansino preámbulo es para contar una observación de C S Lewis que me ha hecho sonreír. La dice de pasada en su libro Four Loves, en el que analiza los cuatro tipos de amor que hay, según él: Afecto, Amistad, Eros y Caridad (ahora estoy con esta, creo que se refiere a la caridad cristiana; amar al prójimo, qué difícil).
A una de estas desliza la afirmación de que el universo no es necesario. La explicación, se apresura a aclarar, es que Dios no creó el universo porque lo necesitara (no sé por qué lo creó). En esto, además, no hay término medio, lo que no es necesario es innecesario.
El caso es que el universo no es necesario y en consecuencia los seres humanos tampoco (¡pero aquí estamos!). Necesario, ahora que lo pienso, es lo mismo que imprescindible, aunque esto último suene más urgente. Ya sabíamos que nadie es imprescindible; lo curioso es que, según opinaba C S Lewis, tampoco lo es el mismo universo.
miércoles, 2 de julio de 2025
Obsesión
Pasan los días pero sigue siendo ahora. El tiempo (el de Cronos) es un tema eterno. Lo medimos, a pequeña escala, con un invento humano, el reloj (segundos, minutos, horas) y a gran escala (días, años) con los giros de la Tierra sobre sí misma y en torno al Sol. Claro que esa gran escala nuestra es una escala piccolissima para el Universo. Nunca lo pierdo de vista, el Universo, lo desconocido, la materia oscura, lo poco que somos.
Hay un deseo inconsciente en nosotros de parar el tiempo. Como, obviamente, no podemos detener la rotación de la tierra, hemos, o he, encontrado un método indirecto para lograrlo (lograr parar el tiempo). El truco, el espejismo, el autoengaño, consiste en que cada día sea indistinguible del anterior.
Si mis días son todos parecidos el resultado práctico será, es, que el tiempo, en apariencia, se repite. Este sistema de eludir el paso del tiempo es en parte, o en todo, inconsciente y nos permite llevar a cabo pequeñas grandes hazañas. Por ejemplo la de ir verano tras verano al mismo sitio a pasar unos días de vacaciones. Para cuando te das cuenta ya ha pasado medio siglo de vacaciones suspendidas en el espacio y en el tiempo.
Pienso en todo esto (porque no pienso en otras cosas) y creo darme cuenta de la verdad de fondo. La verdad que he confesado al principio: no hay ni pasado ni futuro, siempre es ahora. Hasta que no lo sea, pero yo ahí ya no entro. No entro ahí porque no salgo de aquí, de mi ahora.
Hay un deseo inconsciente en nosotros de parar el tiempo. Como, obviamente, no podemos detener la rotación de la tierra, hemos, o he, encontrado un método indirecto para lograrlo (lograr parar el tiempo). El truco, el espejismo, el autoengaño, consiste en que cada día sea indistinguible del anterior.
Si mis días son todos parecidos el resultado práctico será, es, que el tiempo, en apariencia, se repite. Este sistema de eludir el paso del tiempo es en parte, o en todo, inconsciente y nos permite llevar a cabo pequeñas grandes hazañas. Por ejemplo la de ir verano tras verano al mismo sitio a pasar unos días de vacaciones. Para cuando te das cuenta ya ha pasado medio siglo de vacaciones suspendidas en el espacio y en el tiempo.
Pienso en todo esto (porque no pienso en otras cosas) y creo darme cuenta de la verdad de fondo. La verdad que he confesado al principio: no hay ni pasado ni futuro, siempre es ahora. Hasta que no lo sea, pero yo ahí ya no entro. No entro ahí porque no salgo de aquí, de mi ahora.
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