La gallina es un animal prodigioso. Lo primero, por esa preeminencia que tiene en su especie el género femenino; a quien le importa el gallo. El gallo, sospecho, vive acomplejado, sobreactuando para disimular, viviendo siempre con el temor de no estar a la altura. O no, yo qué sé.
La gallina, hace tiempo que lo pienso, no es normal. Lo desconozco todo sobre ella (y más sobre el gallo) pero hay hechos que saltan a la vista. Me refiero, claro, a los huevos. ¿Cuántos huevos llega a poner una gallina en su vida? Me viene a la cabeza Stajánov, seguro que para él la gallina fue una referencia. La gallina nos deja mal a todos en cuanto a productividad, a ver quien es capaz de poner un huevo (metafórico) al día.
El huevo es una obra maestra de ingeniería, en eso estaremos de acuerdo. La gallina quiere reproducirse y pone un huevo. Luego se da una vuelta por el gallinero y cuando vuelve el huevo ha desaparecido. La gallina no se lo piensa dos veces y se pone de inmediato a fabricar otro. Picotea acá y allá y no sé cómo se las arregla para engendrar (no se me ocurre otra palabra) otra yema, envuelta en su clara y protegida primorosamente por una cáscara de diseño aerodinámico.
Podría seguir hablando largo y tendido de la gallina, de sus hipnóticos movimientos de cabeza, de sus ojillos saltones, de sus lustrosas gorduras, de su corto vuelo de ex-campeona de acrobacia aérea; pero se me acaba el espacio y tengo que contar algo sobre J. y las gallinas...
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