En terminología médica se habla de “la rotura de la bolsa amniótica” pero la forma coloquial es “romper aguas”. Suena bien, tiene fuerza, y cuando, caminando por la acera, las aguas brotan limpias y transparentes es una buena noticia. Es la semana 36 del embarazo y como el bebé está de nalgas —o sea de culo— lo oportuno es ayudarle a salir del claustro materno por medio de una cesárea. En teoría es un poco prematuro, aunque también se puede pensar que es, sencillamente, un niño precoz.
Me viene a la cabeza el versículo de la Biblia, Juan 1.14, que empieza: Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros. Siempre me preguntaba qué era exactamente eso del Verbo, que además va con mayúscula. En inglés han elegido la palabra Word, valga la redundancia translingüe. Por cierto que si en el principio fue el Verbo, es decir la Palabra, lo siguiente tuvo que ser la Literatura, que es la sublimación de la palabra.
La Biblia, cuando dice que el Verbo se hizo carne, está hablando de Jesucristo; pero ahora me parece que en realidad se refiere a todos los seres humanos; que también nos hacemos carne —nacemos— y habitamos entre los otros. La ciencia lo explica, o lo intenta; pero, con todos mis respetos, lo lógico, a bote pronto, es pensar que la procreación —que es la forma de creación que tenemos a nuestro alcance— es un auténtico milagro cotidiano.
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