Aparte de todo lo demás, la vida es un combate de lucha libre contra el tiempo. No dejamos de intentar atraparlo pero la verdad es que nos tiene bien cogidos. A la hora de planear nuestra estrategia, veinte años parece un plazo apropiado para cálculos y comparaciones.
En el tango “Volver” Carlos Gardel aseguraba que veinte años no es nada, pero sospecho que lo hacía para animarse. Más realista era Gil de Biedma cuando decía aquella frase que tanto me gusta: Ahora, que de casi todo hace veinte años. Se adivina en ella cierta nostalgia melancólica; claro que a estas alturas lo que hace de casi todo, en mi caso, son cuarenta años.Volviendo a los veinte, hay un cuento al que le tengo especial cariño porque aparecía en un libro para niños que teníamos en casa. Lo publicó Washington Irving en 1819. Es la historia de Rip Van Winkle —qué buen nombre— que se emborracha y se queda dormido en algún rincón de las montañas Catskill y cuando, al despertar, regresa a casa resulta que han pasado veinte años…
No mucho después, Nathanael Hawthorne escribió otro inquietante cuento en el que el protagonista, un tal Wakefield, sale un día del hogar familiar y no vuelve hasta, casualidad, veinte años más tarde; solo que en realidad no se ha ido lejos, ha pasado todo ese tiempo en un apartamento en frente de la casa donde sigue viviendo su mujer.
En fin, veinte años.
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