viernes, 1 de agosto de 2025
Incidente fronterizo
A veces pasa que estás en el país de la prosa, paseando tranquilamente, y de pronto te para una pareja de guardias; les saludas con amabilidad, te responden en el mismo tono; te piden que les dejes ver el libro que estás leyendo, por favor; preguntas si has hecho algo malo y te dicen que no, que es una simple comprobación: después te informan de que, obviamente sin haberlo planeado, sin ninguna mala intención por tu parte, eso lo comprenden y puedes estar tranquilo porque todo se reconducirá sin ningún problema, te informan de que lo que ha pasado es que, en tu paseo errático, caminando por lo que tú seguías considerando prosa, no estabas del todo seguro si buena o mala, aunque ahora que te fijas sí que te estaba pareciendo una prosa un poco rara, en tu caminar sin rumbo, habías cruzado la frontera y te habías adentrado unos centenares de metros en el país de la poesía, y que eso desde luego no es delito, siendo la prosa y la poesía países amigos, de distinto temperamento e inclinaciones pero amigos que se llevan razonablemente bien, más si evitan el trato demasiado cercano, que por eso hay una frontera, aunque no haya más pasos fronterizos vigilados que los justos y que es tu deber facilitar el nombre del autor de ese libro que al parecer ha cruzado la muga como los contrabandistas del estraperlo en la posguerra y se ha metido en terrenos que no le son propios, que si todos hicieran lo mismo a ver cómo íbamos a saber si una obra es prosa o poesía y que las clasificaciones están hechas para algo y las editoriales se toman su trabajo muy en serio y publican colecciones de una cosa o de la otra, poesía o prosa, y también de ensayo, autoayuda, viajes y tantos otros géneros/países de la palabra escrita, y que todavía nadie ha visto (sic) que exista ninguna colección de prosa poética ni de poesía prosaica, y que es responsabilidad de todos velar para que cada cual lea y pasee tranquilo por el género que elija y así se eviten confusiones y molestos malentendidos y que por supuesto para los irredentos infractores no les queda otro remedio, a ellos mismos guardianes de la poesía y a sus colegas de otros géneros, no les queda otro remedio que declarar el libro una obra apátrida, y condenarlo de por vida al rincón de miscelánea en librerías y bibliotecas.
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