Esto ha pasado. Conocía a C. desde el colegio. Había cuatro o cinco clases por curso y nos iban rotando. Unos años coincidía con C. y otros, no. Nunca fuimos amigos, ni enemigos. Al empezar la universidad, estaba yo mirando los horarios de las clases en el tablón de anuncios, cuando se acercó C. y me dijo que estábamos en el mismo grupo. El azar lo quiso así, había diez grupos de primero de ingeniería. Nos hicimos amigos, teníamos unas cuantas cosas en común.
Con el tiempo nos fuimos distanciando, como es natural, pero de vez en cuando quedábamos. Eso sí, tengo que decirlo, siempre le llamaba yo. Hasta que por una circunstancia familiar dejé pasar un tiempo sin hacerlo. Él tampoco me llamó, no se lo reprocho.
Pasaron algunos años, siempre pensando que podía llamarle, como si tal cosa, sin decidirme nunca a hacerlo. Solo una vez me lo encontré por casualidad un día de partido y hablamos un rato cordialmente. Pero no dijo nada de volver a vernos. Eso fue ya hace tiempo. La cosa ha seguido así, como algo pendiente por mi parte, hasta que de improviso me he topado con su esquela en el periódico.
En una ocasión, hace tanto tiempo, me dijo que tenía la corazonada de que iba a morir joven. No ha sido así, aunque no ha dejado de ser antes de tiempo. He pensado en acudir al funeral y preguntar de qué ha muerto, pero al final no he ido. Al fin y al cabo sus padres ya no están, nadie me iba a echar de menos y la pregunta tiene bastante de ridícula. Lo que me interesa de verdad es qué pensaba de nuestra (pasada) amistad y eso ya no me lo puede decir. Aunque supongo que, de haber vuelto a vernos, tampoco hubiera llegado nunca a preguntárselo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario