viernes, 22 de agosto de 2025

Kilimanjaro

    Andando por un camino he oído unos ruidos entre la vegetación. Podría haber sido un jabalí o un perro más o menos asilvestrado, pero luego el sonido se ha alejado y me ha parecido que era algo más grande y más pacífico; quizá un caballo. Entonces he vuelto la mirada hacia el otro lado, y allí sobre el talud, a unos tres o cuatro metros, había un gato mirándome; un gato blanco y negro, más bien pequeño, inofensivo. He pensado que estaba de suerte, si estuviera en África en lugar de con un gato me hubiera encontrado con un leopardo, lo que hubiera sido más preocupante; aunque supongo que un leopardo no ataca sin un buen motivo.
    El leopardo me ha hecho acordarme del cuento de Hemingway “Las nieves del Kilimanjaro” (y de K. que estuvo allí hace un par de años). En esa historia Hemingway hace una introducción en la que cuenta que cerca de la cima de la montaña se hallaba la carcasa helada de un leopardo y se pregunta, en plan alegórico, qué haría ese animal en aquellas alturas. El leopardo no era un invento del escritor: años antes, un pastor luterano alemán había visto, y fotografiado, uno.
    De ese cuento se hizo en 1952 una película dirigida por Henry King. Hay otra de 2011 de Robert Guédiguian, titulada en francés “Les neiges du Kilimandjaro”, pero no tiene que ver con Hemingway y aún menos con el leopardo, sino más bien con una dramática canción francesa de 1966: “Kilimandjaro” de Pascal Danel, en la que se habla de un amor perdido y del manto blanco de la nieve que ayudará a “dormir” al desconsolado amante.

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