viernes, 12 de septiembre de 2025

El mundo de ayer

    “El mundo de ayer” debió de ser el último manuscrito que Stefan Zweig envió a su editor antes de morir. Lo había mecanografiado su abnegada segunda esposa, Lotta Altmann. Digo lo de abnegada basándome en el hecho mismo de que copiara a máquina un texto de más de quinientas páginas y en las circunstancias de que fuera casi treinta años más joven que él y de que se suicidaran juntos; que es lo que hicieron el día siguiente de mandar ese paquete. Era el año 1942.
    De haber vivido otra década, cosa probable ya que tenía sesenta años cuando murió, Zweig podría haber dejado unas cuantas obras maestras más. Sufría de depresión (una enfermedad muy mala) y ella era asmática; lo que ni justifica el suicidio ni deja de hacerlo.
    “El mundo de ayer” son sus memorias y de ellas se deduce la causa de su decisión letal: su mundo había desaparecido. Se puede pensar que ese libro fue un desahogo y al acabarlo pensó que era un buen/mal momento para despedirse de la vida. Lo que no me parece bien es que no convenciera a su mujer, tan joven, de que ella debía seguir viviendo; como cuidadora de su legado, por ejemplo.
    Voy a decir ahora una frivolidad: en algunas fotos Zweig, con su bigote y su forma de peinarse, se da un aire a Hitler. Son personajes totalmente opuestos y si Zweig pudo suicidarse como un valiente, todo indica que Hitler lo hizo como un cobarde.
    Se me ocurre un posible error que cometió Hitler y que si pasó desapercibido sería porque sus otros errores lo eclipsaron por completo. Me refiero al hecho de no considerar al idioma como el alma del pueblo alemán. Si lo hubiera hecho no le habría quedado más remedio —bromeo— que conceder la Cruz de Hierro a un buen número de escritores judíos en lengua alemana, incluido Stefan Zweig.

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