¿No te ha pasado que te quedas embarazada (tú misma o por persona interpuesta) y de pronto no ves más que embarazadas por la calle? Me ha sucedido con una idea, la idea de que al principio uno se cree diferente y luego se va dando cuenta de que es como los demás.
Inciso: ¿de sabios es rectificar? No, rectificar es de honestos. Rectificar no supone, por lo general, encontrar la verdad; solo es un cambio de dirección, es equivocarse de otra manera.
Me había hecho a esa idea de dejar de sentirse (tan) diferente y no he parado de encontrarme con comentarios alusivos. Como este del poeta Gil de Biedma: de joven te interesa lo que te diferencia. Luego cada vez te vas interesando más en lo que tienes de común con los demás. Y luego añade: y te preguntas: ¿por qué escribir? Si lo normal es leer. Esa es buena, ya dijo Borges que estaba más orgulloso de lo leído que de lo escrito.
Por su parte, Vladimir Nabokov en su novela “La dádiva” escribe estas enigmáticas palabras: el todo es igual a la más pequeña parte del todo. Ése es el secreto del mundo. ¡El secreto del mundo!, no lo entiendo pero me sugiere esta interpretación: El todo —todos los seres humanos— es igual a la parte más pequeña —un solo ser humano—. Y a la inversa, un solo ser humano es igual a todos los seres humanos.
Sigo rumiando la idea, uno se cree diferente pero con los años y la observación ves que no eres de otro planeta y que te pasan las mismas cosas que le pasan a todo el mundo. Las vidas se solapan y se suceden y somos —deberíamos ser— como los mosqueteros, uno para todos y todos para uno. En estas, en una película oigo este verso que escribió Walt Whitman en uno de esos momentos de euforia a los que era proclive: soy inmenso, contengo multitudes. Sí, va a ser eso, no podemos ser diferentes porque en cada uno de nosotros está toda la humanidad y ese es el secreto del mundo.
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