miércoles, 14 de noviembre de 2007

Una primavera

No aguanté mucho en la residencia. La habitación era pequeña con vistas a la nada y los vecinos franceses ruidosos. Trabajaba a media jornada en el comedor de una escuela, la idea era pagarme así la estancia y las clases de inglés a las que asistía por la tarde. Así que vi el anuncio "Room For Rent" y en seguida llegué a un acuerdo con el dueño de la casa, que se presentó como Mr Doyle. Él había nacido en aquella casa hacia unos cincuenta años, en la posguerra. Me fui enterando de su historia. Vivía solo, había estado casado y tenía dos hijos ya mayores. Tras el divorcio su ex-mujer se había quedado con la casa común (these things happen, comentó) y él había vuelto a la casa familiar. Me invitaba los sábados por la tarde a ver el partido de fútbol en la televisión. Los domingos sobre las nueve salía provisto de un macuto en el que pude ver que metía unos sandwiches, además de un cuaderno y lo que me parecieron unos binoculares (lo eran). El segundo domingo, soy curioso, le interrogué sobre estas salidas (bird watching?, le dije). Sonrió, "I watch trains", me dijo, "miro trenes". "Trainspotting, so", me hice el listo recordando la película. Me propuso acompañarle y el siguiente domingo salimos los dos bien abrigados (era primavera), yo cargando el macuto y él mostrándome la petaca que había llenado con doble ración de whisky ("sólo con propósitos medicinales", me dijo, con esa forma de hablar algo retórica que tenían antes los ingleses). Llegados al punto de observación elegido se sentó en una silla plegable y yo a unos metros en un tronco caído. Apenas hablamos. Estábamos cerca de una estación importante y no pasaban diez minutos sin que apareciese y desapareciese algún tren. Mr Doyle hacía anotaciones en su cuaderno, y a veces me ofrecía los catalejos señalándome algún detalle que yo invariablemente no entendía. Entre paseos para estirar las piernas, los sandwiches, pequeños sorbos de whisky y la aparición estelar de un largo convoy de mercancías con dos locomotoras se nos pasó la mañana. Regresamos a casa (ya era un poco mi casa), ante mi insistencia me enseñó sus cuadernos, fotos, dibujos, algún recuerdo ferroviario. En junio nos despedimos con un sentido apretón de manos. Tengo desde entonces una imagen que siento que expresa mucho aunque no sepa concretar qué: Un hombre, sólo, observando trenes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Preciosa historia, y el modo en el que lo has descrito me ha trasladado allí con vosotros.