sábado, 10 de junio de 2023

Mudanza perpetua

    Aferrarse a las tradiciones debe de ser un intento desesperado de parar el tiempo y la verdad es que el tiempo no espera a nadie. Cambio es la palabra. Un tal Heráclito ya lo pensó hace mucho, antes de casi todo: todo fluye, nada permanece. Nosotros cambiamos, nos transformamos; no porque queramos, aunque en algún sentido un poco sí, supongo.
    No entendemos los porqués (yo no los entiendo desde luego) pero asumimos el cambio continuo por experiencia propia. Cada uno somos un caso particular que conocemos de primera mano y un perfecto ejemplo del caso general. El Universo cambia sin cesar y la Tierra también. El cambio climático no es nada nuevo, el clima ha cambiado siempre y lo seguirá haciendo con o sin nuestra colaboración (mejor no ayudar, claro).
    Toda la vida es mudanza, hasta ser muerto, escribió Valle-Inclán en un poema. Los cuerpos (nuestros cuerpos) cambian desde el preciso instante de la concepción hasta el último latido de nuestro corazón (pom pom). La materia cambia y la materia animada cambia más. La vida es una forma particularmente inestable que adopta a veces la materia.
    Hablamos del milagro de la vida porque no la entendemos (no la entiendo yo por lo menos). La vida es cambio y nada es eterno excepto el universo, tal vez, y en el universo estamos todos incluidos; por tanto también estamos incluidos en la eternidad como materia que somos.
    Como entes diferenciados, que también somos, acariciamos la ilusión de que algo de nuestro ser permanece en el tiempo; al menos mientras nos dure la vida, mientras nuestra materia cambiante siga dando lugar a una conciencia individual que se ha dado cuenta de que todo cambia, de que nada permanece y de que la vida solo es un estado pasajero de la materia; esa materia que no sé si se crea o se destruye, lo que es seguro es que se transforma. Esa, la de la materia que cambia, es la inmortalidad que nos espera. O no, cualquiera sabe.

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