jueves, 22 de junio de 2023

Osos

    Todos los años el club de montaña organiza una salida al extranjero. El año pasado fue Eslovenia, este año ha sido Canadá. Me apunté pensando que me vendría bien cambiar de aires, salir de la rutina.
    Haríamos una travesía por una zona bastante remota de la Columbia Británica. En una reunión informativa nos dijeron que en el avión solo habría que llevar lo imprescindible; ropa y calzado adecuados, el saco y la mochila. Lo demás nos lo suministrarían in situ: tienda de campaña, bastones, espray para osos, utensilios para cocinar, botiquín... Espera, ¿has dicho espray para osos? Lo había dicho.
    Al llegar a nuestro destino, al campamento base diríamos, uno de los guías nos aleccionó sobre los osos. Debíamos ir siempre agrupados, no dejar restos de comida, era conveniente hacer ruido para avisarles de nuestra presencia. Los osos no eran nuestros amigos, no sería el primer excursionista que tenía un mal encuentro. En caso de ataque era aconsejable hacerse el muerto echándose al suelo boca abajo con las piernas abiertas y las manos en la nuca. ¿Estaba oyendo esto de verdad? El que tuvo la idea de los osos de peluche fue un irresponsable. Aquella noche la pasé dando vueltas y soñando con un oso que una y otra vez metía el morro en mi saco de dormir.
    Cuando salimos a primera hora del día siguiente vi que el guía que encabezaba la marcha portaba un rifle. ¿Dónde nos habíamos metido? Hubiera sido ridículo abandonar así que cada día maniobraba discretamente para colocarme en el medio del grupo. A ratos me parecía sentir en la nuca el aliento fantasmal de un oso canadiense de pura cepa. Que no quede comida a la vista, nos recordaban al acampar, vamos a cantar algo, por los osos. Y esto es una excursión organizada, pensaba, imagínate los tramperos hace cien años. La idea había sido alejarse de las preocupaciones en una especie de retiro espiritual y a este paso volvería a casa más estresado de lo que había salido.
    Los paisajes eran bellísimos y la presencia humana casi inexistente. Una vez nos cruzamos, como si estuviéramos en un western, con una partida de cazadores indios. Vimos alces, águilas calvas, mapaches y por fin el tercer día tres osos en fila subiendo por una ladera. No volvimos a ver ninguno más aunque una mañana los guías encontraron indicios de que algún oso había visitado el campamento.
    Al final todo fue bien pero aún así cuando montamos en el autobús de vuelta a la civilización se me quitó un peso de encima. Mientras contemplaba por última vez las montañas que dejábamos atrás iba pensando en lo que son los miedos y en que osos, en realidad, hay en todas partes.

No hay comentarios: