viernes, 7 de junio de 2024

Falsa identidad

    Mi abuela, desde que se quedó viuda, pasaba temporadas con nosotros. A menudo, las visitas al saludarla añadían el comentario, la veo muy guapa. Mi abuela solía responder, ¿guapa?, nunca lo fui. Fin del preámbulo.
    Con tanta gente no hay sucesos originales para todos, lo que te pasa a ti me pasa a mí y le pasa a cualquiera. Por ejemplo, coges el móvil, activas sin querer la función de cámara y, por accidente —no es que quieras sacarte una foto, no eres narcisista—, de pronto te ves a ti mismo en la pantalla. Te ves en una toma poco afortunada, de aire tenebrista, un escorzo desde abajo, con una expresión adusta; te ves horrible. Pausa.
    Damos un giro inesperado en la narración, volveremos al tema, no nos estamos yendo. Tengo el deshonor de no saber el título de ninguna canción de Taylor Swift. Ni una. Sé de su éxito superlativo y de su atractivo físico; el otro día leí algo de un novio poco recomendable, eso la hizo más humana pero de sus canciones, ni idea. En cambio sí puedo nombrar alguna de Mari Trini.
    En su momento Mari Trini no me gustaba demasiado; muy dramática, me parecía, y con el tiempo se le quedó una especie de rictus en la boca. Ahora aprecio más sus canciones. Sin embargo la que más me gusta, “El alma no venderé”, no era suya; es de Aute. Tiene un arreglo orquestal chispeante. Hay una grabación, a sus veinte años, en la que canta esa canción con una melena exuberante, hecha un bellezón. En la letra repetía una y otra vez que jamás vendería su alma, y de pronto va y dice: “y si algún día la vendiera…” Vaya, Mari Trini, o Aute, en qué quedamos.
    Pero voy a otra canción, su mayor éxito, la que decía: yo no soy esa que tú te imaginas. La he asociado —regresamos— a la visión por sorpresa de mi cara (o careto) en el móvil y he deducido que yo no soy ese que yo me imagino. Vamos por la vida sin vernos —salvo fugaces apariciones de foto de carnet en el espejo del baño—. En nuestra cabeza somos otros, más jóvenes y agraciados, hasta fotogénicos (me refugio en el plural). Pero no somos esos. Vamos, que me doy cuenta de que no soy ese que yo me imagino.

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