sábado, 1 de junio de 2024

Cámaras

    Dicen que hay demasiadas cámaras de vigilancia. Habrá, no te digo que no; tampoco me he fijado mucho. Sí que me he dado cuenta de que la gente tiende a posar cuando cruza por delante de una que hay en el pasillo del fondo del super, debe de ser instintivo. Digo yo: ¿muchas?, pocas me parecen, a veces. Pero bueno, sí; las cámaras están ahí para quedarse. La del teléfono me reconoce y la de la tele nueva creo que también. El teléfono no solo me reconoce sino que además me contesta si le hablo, ¿para qué quiero perro?
    En China están bastante adelantados con el reconocimiento facial. Si alguien va a denunciar una desaparición la funcionaria teclea el nombre y en dos o tres segundos dice: está sentado en un banco del parque comiendo patatas fritas. Todo llegará. A mí no me importa demasiado lo de las cámaras pero sospecho por qué: soy un don nadie. Tampoco tengo nada que esconder, nada que no esté ya bien escondido, quiero decir; y aunque tuviera, el exceso de información es lo mismo que la falta de información, lo mismo da no saber nada que saber demasiado.
    Hay que llegar a un entendimiento con la tecnología; o, si no llegar, imaginar que se llega. En el polideportivo municipal para entrar tienes que poner un dedo en un visor que te lee la huella digital. Me he pasado dos o tres años peleándome con él hasta que me he dado cuenta, por fin, de cual era el problema: no dejaba quieto el dedo y el aparato se despistaba. Ya le he cogido el truco, hay que aguantar inmóvil hasta que la pérfida máquina consienta en dejarte pasar. ¿He dicho pérfida?, que no me oiga...

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