jueves, 4 de julio de 2024

Divergencias

    Dime lo que escribes y no te diré quien eres porque no lo sé, aunque no pueda dejar de hacerme una idea. La gente, con todas sus divergencias, te sorprende. Leo que un jubilado de 78 años hace largas rutas pedaleando en solitario con su camping gas y su tienda de campaña. Ahora, por la foto me parece que la bici es eléctrica; lo que, por otra parte, no tiene lógica; cómo la va a recargar cuando acampe en medio de la nada (y una bici eléctrica con la batería descargada no hay quien la mueva). Me he desviado por la atracción mesmerizante que ejercen sobre mí los viajes en bicicleta.
    Decía que te enteras de repente de que el vecino del segundo ha publicado una novela filosófica o de que la hija de un colega ha sacado el premio extraordinario fin de carrera y va a trabajar como investigadora en Londres. Yo ya es que veo a cualquiera por la calle y me pregunto qué no habrá hecho. No hay que fiarse de las apariencias, a menudo el más tonto hace relojes, como dicen que pasa en Suiza.
    Tengo un truco para eludir los juicios precipitados: si ves algún comportamiento que esté fuera de lugar, antes de condenarlo piensa que la persona en cuestión tal vez acabe de perder a su madre. Qué sabemos de las motivaciones y circunstancias de los demás. Subestimamos al prójimo, es así; puede que sea por un mecanismo de autodefensa, como si lo que hagan los demás determine si nosotros mismos hacemos lo suficiente, como si para querernos necesitáramos malquerer a nuestros semejantes.
    También se da por hecho que la edad es de por sí una fuente de sabiduría y por experiencia propia te digo que no es para tanto, que la ignorancia a menudo perdura incólume a lo largo del tiempo mientras el talento natural suele manifestarse a edades bien tempranas.

lunes, 1 de julio de 2024

Menos grave

    El otro día se me rompió la pantalla del móvil. Me sale así la frase, se diría que esa pantalla es algo íntimo, personal. Podría haber escrito "se rompió la pantalla del móvil" que queda más neutro pero deja en el aire la duda, ¿el móvil?, ¿qué móvil? Se nos rompió el amor, decía la canción, que al menos incluía a otra persona. Se me rompió la pantalla del móvil y me quedé aislado, fuera de la nube, a la intemperie, como un estilita en su columna en medio del desierto.
    Cierto que me preocupé, el móvil se ha convertido en un cordón umbilical que te conecta con los demás (los demás que no están a tu lado). No padezco una adicción grave al móvil. He dicho grave; admitiría el término menos grave, pensando en las veces en las que echo mano al aparato a lo largo del día, que son muchas, demasiadas.
    Menos mal que el mismo aparato me ha ayudado a que la cosa no fuese a más. Me explico. Hace un tiempo accedía con el móvil a dos redes sociales (dos de las más habituales, las conoces, tienes cuenta). No soy lo que se dice “activo” en ellas; más bien me limito a seguir a otros, ver sus fotos, dónde van de vacaciones, esas cosas. Un día una de las redes me preguntó si era mayor de 13 años y sin querer le dí al no. Desde entonces la aplicación me niega el acceso, no ha habido forma de convencerla.
    En consecuencia decidí rendirme y limitarme a acceder a esa red más esporádicamente desde el ordenador. Con la otra me pasó parecido, me pedía la contraseña, no me acordaba, y si me acordaba no la reconocía, una pesadilla. Al final decidí hacer lo mismo. Así he eliminado esa tentación compulsiva de mirar si alguien ha colgado una foto a algo.
    Adicción, sí, seamos sinceros, pero menos grave: miro el correo, los mensajes y consulto cosas como dónde está Nantucket, qué edad tiene fulanito o a qué hora abre la tienda de móviles.