Ahora que he visto la película —una menos de las mil que hay que ver antes de morir— entiendo el sentido de lo que se llevó no el viento sino la guerra. La guerra civil americana acabó con el Viejo Sur, el romántico mundo de los caballeros y las damas y su código de honor. Caballeros mis bemoles, era una sociedad de amos y esclavos, grandes bailes en la mansión de los Wilkes, con ponche para todos, y los negros mientras tanto recogiendo algodón sin guantes (o con guantes, qué más da).
Se ha dicho casi todo sobre la película, no voy a descubrir nada nuevo. Estoy de acuerdo en que debe de tener muchos méritos cinematográficos, pero si nos fijamos en la ideología subyacente no me explico como le dieron el Óscar a la mejor película de 1939. O mejor dicho, sí que me lo explico, porque las cosas no habían cambiado tanto en los Estados Unidos desde la guerra hasta aquel año (y tampoco lo han hecho después).
El punto de vista, en la peli, es siempre el del Sur. Ellos son los buenos, los idealistas que luchan por sus valores, los que sufren. A los yanquis apenas se les ve, solo son una fuerza destructora, personificada en el general Sherman, responsable de arrasar Atlanta.
Hasta Escarlata tuvo que matar uno, un yanqui, en defensa propia (pero era un desertor, tampoco era cosa de meterse con los vencedores). Los negros, se asegura, salen perdiendo con el triunfo del Norte, porque al ser expulsados de las plantaciones quedan a merced de los estafadores (que vienen con los casacas azules). Con lo bien que vivían; protegidos, cantando y haciendo reír a los blanquitos con sus salidas de supersticiosos incultos, sus caras gesticulantes y sus señorita Escarlata para arriba y para abajo.
miércoles, 31 de julio de 2024
domingo, 28 de julio de 2024
¿El viento se llevó lo qué? (1)
Por fin he visto Lo que el viento se llevó. Ha hecho falta un esfuerzo expreso de la voluntad —en mi caso al menos— para afrontar esta película que dura 221 minutos: Vista en la tele, en alguna de las frecuentes reposiciones de las últimas décadas, hubiera supuesto, añadiendo las habituales interrupciones para la publicidad, cuatro horas largas de atención a la pantalla, todo un desafío.
El truco para consumar esta pequeña hazaña ha sido verla en dos sesiones de video acelerando un diez por ciento la velocidad de reproducción (no estoy orgulloso de esta argucia). Resultado: dos “proyecciones” de una hora y cuarenta minutos de duración, el metraje de una película standard. Mis disculpas por lo ufana que suena esta explicación que nadie me ha pedido.
Así que la he visto y me he quedado con ganas de comentar cosas. La primera, referente al título. Tengo cierta obsesión por los títulos originales y su traducción al español (un tema recurrente en este blog). En inglés, como es bien sabido, ese título es Gone with the wind. Con el desapego habitual de la época en su momento se decidió ese Lo que el viento se llevó que nunca me ha dejado del todo conforme. Además de ser más largo se pierde la aliteración, esa similitud de sonidos en gone y wind.
Es difícil, puede que imposible, emular en otro idioma ese título original. El literal Ido con el viento suena bien raro. Mejores serían llevado por el viento o se fue con el viento o se lo llevó el viento. O igual lo oportuno era ponerle otro título completamente distinto. El mundo de ayer ya estaba cogido. El viejo sur, tal vez o Tara, el nombre de la plantación o Escarlata, por la protagonista absoluta.
El truco para consumar esta pequeña hazaña ha sido verla en dos sesiones de video acelerando un diez por ciento la velocidad de reproducción (no estoy orgulloso de esta argucia). Resultado: dos “proyecciones” de una hora y cuarenta minutos de duración, el metraje de una película standard. Mis disculpas por lo ufana que suena esta explicación que nadie me ha pedido.
Así que la he visto y me he quedado con ganas de comentar cosas. La primera, referente al título. Tengo cierta obsesión por los títulos originales y su traducción al español (un tema recurrente en este blog). En inglés, como es bien sabido, ese título es Gone with the wind. Con el desapego habitual de la época en su momento se decidió ese Lo que el viento se llevó que nunca me ha dejado del todo conforme. Además de ser más largo se pierde la aliteración, esa similitud de sonidos en gone y wind.
Es difícil, puede que imposible, emular en otro idioma ese título original. El literal Ido con el viento suena bien raro. Mejores serían llevado por el viento o se fue con el viento o se lo llevó el viento. O igual lo oportuno era ponerle otro título completamente distinto. El mundo de ayer ya estaba cogido. El viejo sur, tal vez o Tara, el nombre de la plantación o Escarlata, por la protagonista absoluta.
Nota: el título de esta entrada está adaptado del de la película de Alejandro Agresti
jueves, 25 de julio de 2024
Comentario bíblico
La Biblia está llena de grandes frases. No podía ser de otra forma tratándose de un libro que atravesando los siglos ha ido cambiando de lengua como el Pony Express cambiaba de caballo y al mismo tiempo se iba depurando, afilando y ganando en efectividad a la hora de trasmitir su mensaje.
Una de esas frases redondas es esta: Génesis 3:19, Ganarás el pan con el sudor de tu frente. Es lo que le dice Dios a Adán después del malentendido del fruto del árbol del conocimiento. La versión políticamente correcta de ahora mismo es otra: Comerás el pan con sudor de tu frente. Suena mucho peor y hasta puede dar lugar a equívocos, ¿qué quiere decir?, ¿que comerás pan untado en sudor? La otra, la clásica, se puede considerar el primer postulado de las ciencias económicas: trabajarás, te pagarán, comprarás pan y te lo comerás; aunque esto último no acaba de confirmarlo.
Pero hay algo más, está la figura retórica —es un tipo de metonimia— de sustituir la causa por el efecto, el esfuerzo realizado por sudor de la frente. En fin, no es una frase cualquiera, es pura literatura. En su contexto no sé si habría que tomarla como un vaticinio, una simple afirmación o una maldición. Cualquiera sabe cuál fue la frase original en hebreo antiguo, el supuesto narrador no es otro que Moisés (no lo sabía).
Lo que nunca he acabado de entender es lo del árbol de la ciencia. Crea Dios el mundo y luego les dice a sus criaturas que si comen de tal fruto tendrán que morir. Pues no le veo la lógica ni la gracia; tampoco cuando le dice a Eva —y a todas las mujeres— que por haber comido el fruto y tentado a Adán parirá con dolor y será dominada por el hombre; ahí no anduvo fino, Moisés o quien fuera. En lo que acierta de pleno es en que el hombre (sic) viene del polvo y al polvo volverá; porque es justo lo que pasa.
Una de esas frases redondas es esta: Génesis 3:19, Ganarás el pan con el sudor de tu frente. Es lo que le dice Dios a Adán después del malentendido del fruto del árbol del conocimiento. La versión políticamente correcta de ahora mismo es otra: Comerás el pan con sudor de tu frente. Suena mucho peor y hasta puede dar lugar a equívocos, ¿qué quiere decir?, ¿que comerás pan untado en sudor? La otra, la clásica, se puede considerar el primer postulado de las ciencias económicas: trabajarás, te pagarán, comprarás pan y te lo comerás; aunque esto último no acaba de confirmarlo.
Pero hay algo más, está la figura retórica —es un tipo de metonimia— de sustituir la causa por el efecto, el esfuerzo realizado por sudor de la frente. En fin, no es una frase cualquiera, es pura literatura. En su contexto no sé si habría que tomarla como un vaticinio, una simple afirmación o una maldición. Cualquiera sabe cuál fue la frase original en hebreo antiguo, el supuesto narrador no es otro que Moisés (no lo sabía).
Lo que nunca he acabado de entender es lo del árbol de la ciencia. Crea Dios el mundo y luego les dice a sus criaturas que si comen de tal fruto tendrán que morir. Pues no le veo la lógica ni la gracia; tampoco cuando le dice a Eva —y a todas las mujeres— que por haber comido el fruto y tentado a Adán parirá con dolor y será dominada por el hombre; ahí no anduvo fino, Moisés o quien fuera. En lo que acierta de pleno es en que el hombre (sic) viene del polvo y al polvo volverá; porque es justo lo que pasa.
lunes, 22 de julio de 2024
Materia viva
Ayer, a la noche, después de cenar, restregué un poco el plato en la fregadera y cuando lo iba a colocar en el escurridero lo golpeé, sin querer y no muy fuerte, con otro plato que ya estaba allí, encajado de canto en la estructura de varillas. El plato número uno estalló en mil pedazos —el otro quedó intacto—. Me llevé un pequeño susto, los fragmentos de cristal volando en todas direcciones y la mano con la que lo sostenía extendida en el aire asiendo la nada.
De primeras pensé que me habría producido algún corte; pero no, no había sangre a la vista ni corte sutil alguno. Como digo, el golpe no había sido nada fuerte y achaco la razón del estallido a la naturaleza del vidrio, a que el contacto se produjo en uno de sus puntos débiles; el sitio justo para que algo entre en una especie de resonancia y el efecto se multiplique y se expanda como dicen que le pasa a la pólvora. De haber sido el punto de impacto un milímetro a un lado u otro todo hubiera quedado en un simple topetazo sin consecuencias. Media hora estuve recogiendo los trocitos.
De primeras pensé que me habría producido algún corte; pero no, no había sangre a la vista ni corte sutil alguno. Como digo, el golpe no había sido nada fuerte y achaco la razón del estallido a la naturaleza del vidrio, a que el contacto se produjo en uno de sus puntos débiles; el sitio justo para que algo entre en una especie de resonancia y el efecto se multiplique y se expanda como dicen que le pasa a la pólvora. De haber sido el punto de impacto un milímetro a un lado u otro todo hubiera quedado en un simple topetazo sin consecuencias. Media hora estuve recogiendo los trocitos.
Hoy, después de comer —la de cosas que pasan después de las comidas—, con el episodio del plato todavía rondándome, la casa ha crujido por su cuenta. Un estampido producido —de esto estoy bastante seguro— por la dilatación de los materiales: madera, hierro, ladrillo, lo que sea. Vidrio que estalla, casa que cruje; la materia no es tan inerte como solemos creer. Tampoco es que esté viva, o no del todo. ¿Pudo referirse también a estos casos Lucrecio en su “Sobre la naturaleza de las cosas”? Sería un puntazo.
viernes, 19 de julio de 2024
Chit-Chat
Vivimos al borde del futuro, como se ha hecho toda la vida. Tengo dificultades—me entrecorto— a la hora de empezar a hablar de algo. De escribir, en este caso. Escribir es hablar. Escribir es hablar solo. Escribir es una forma de hablar (solo) sin que nadie te interrumpa. Análisis estadístico: es la cuarta vez que menciono esta cita en el blog. Es del diario de Jules Renard.
Gissing, George Gissing; es probable que no te suene de nada. A mí tampoco, hasta hace poco. Fue un escritor inglés y he leído una novela suya, New Grub Street. La acción transcurre en la década de 1880. Acción..., no hay tiros ni persecuciones. No sé por qué a la gente le gustan tanto las novelas y películas de ese tipo. A mí, aburrido que soy, me interesan más las historias “normales” de gente que no ha pegado un tiro en su vida, ni ha corrido delante o detrás de la policía o los criminales.
Gissing escribió esa novela a partir de su propia experiencia. No voy a contar la trama, solo un pequeño episodio paradigmático. Uno de los personajes explica una idea que tiene para lanzar una revista. Relanzarla, en realidad. Se supone que hay una revista de nombre “Chat” (charla en inglés). La propuesta del emprendedor es cambiar ese nombre a “Chit-Chat” (cháchara) y publicar textos breves, de dos párrafos —dice— dirigidos a esa nueva generación de jóvenes semi-educados incapaces de mantener la atención en nada más largo. Más o menos esa es la idea, puede que te suene. La novela, hay que subrayarlo, se publicó en 1891.
Vivimos al borde del futuro y nos entra el lógico vértigo, qué tiempos estos. Pues sí y no. Gissing sentiría algo parecido y vería como se derrumbaba el mundo a su alrededor, igual que ahora. Las nuevas generaciones, qué desastre, ya no tienen tiempo ni ganas para una mínima reflexión, hay que alimentarles a base de pildoritas de dos párrafos, como mucho. Esa también es mi desgracia, sospecho que desde que me alargo a cuatro párrafos el número de lectores se ha reducido a la mitad. Y ya erais pocos.
Gissing, George Gissing; es probable que no te suene de nada. A mí tampoco, hasta hace poco. Fue un escritor inglés y he leído una novela suya, New Grub Street. La acción transcurre en la década de 1880. Acción..., no hay tiros ni persecuciones. No sé por qué a la gente le gustan tanto las novelas y películas de ese tipo. A mí, aburrido que soy, me interesan más las historias “normales” de gente que no ha pegado un tiro en su vida, ni ha corrido delante o detrás de la policía o los criminales.
Gissing escribió esa novela a partir de su propia experiencia. No voy a contar la trama, solo un pequeño episodio paradigmático. Uno de los personajes explica una idea que tiene para lanzar una revista. Relanzarla, en realidad. Se supone que hay una revista de nombre “Chat” (charla en inglés). La propuesta del emprendedor es cambiar ese nombre a “Chit-Chat” (cháchara) y publicar textos breves, de dos párrafos —dice— dirigidos a esa nueva generación de jóvenes semi-educados incapaces de mantener la atención en nada más largo. Más o menos esa es la idea, puede que te suene. La novela, hay que subrayarlo, se publicó en 1891.
Vivimos al borde del futuro y nos entra el lógico vértigo, qué tiempos estos. Pues sí y no. Gissing sentiría algo parecido y vería como se derrumbaba el mundo a su alrededor, igual que ahora. Las nuevas generaciones, qué desastre, ya no tienen tiempo ni ganas para una mínima reflexión, hay que alimentarles a base de pildoritas de dos párrafos, como mucho. Esa también es mi desgracia, sospecho que desde que me alargo a cuatro párrafos el número de lectores se ha reducido a la mitad. Y ya erais pocos.
martes, 16 de julio de 2024
Virginia y Marguerite
Cleenewerck de Crayencour era el verdadero y aristocrático apellido de Marguerite Yourcenar (la autora de “Memorias de Adriano”). El pseudónimo, Yourcenar, es un casi-anagrama de la segunda parte del apellido. El casi se debe a que le sobró una c. En los años treinta Marguerite tradujo al francés The Waves (las olas), la novela de Virginia Woolf, Años después, hablando de su labor como traductora, dijo que no lo hacía por razones alimentarias por la sencilla razón de que traducir no daba para comer.
Marguerite admiraba a Virginia como a una virtuosa del idioma inglés que perduraría en el tiempo. El 22 de febrero de 1937 acudió a su casa de Bloomsbury para consultarle sobre aquella traducción. Para Virginia, que tenía entonces 55 años y le llevaba unos veinte a Marguerite, la visita fue poco más que una molesta distracción en su dedicada rutina de escritora. El encuentro duró unas dos horas y tuvo lugar en un salón invadido por el crepúsculo débilmente iluminado por el fuego de la chimenea.
A Marguerite, Virginia le pareció a la vez brillante y tímida con su rostro de joven Parca apenas envejecido. Defendió su idea de que una traducción debía adaptarse al nuevo idioma y no recordar al original. La respuesta de Virginia fue: Do as you wish, (haga como desee) y pronto dirigió la conversación a la situación política del momento, que le preocupaba enormemente.
En una entrada posterior de su diario, la del 23 de junio, Virginia cuenta como los ojos se le llenaron de lágrimas al toparse en la calle con una larga fila de refugiados de la guerra civil española. Supuso que huían de Bilbao, que acababa de caer. Describe las chaquetas y las maletas baratas, las grandes teteras esmaltadas en azul brillante que portaban, los pañuelos de colores en la cabeza de las mujeres y los regalos de caridad en manos de los niños.
Marguerite admiraba a Virginia como a una virtuosa del idioma inglés que perduraría en el tiempo. El 22 de febrero de 1937 acudió a su casa de Bloomsbury para consultarle sobre aquella traducción. Para Virginia, que tenía entonces 55 años y le llevaba unos veinte a Marguerite, la visita fue poco más que una molesta distracción en su dedicada rutina de escritora. El encuentro duró unas dos horas y tuvo lugar en un salón invadido por el crepúsculo débilmente iluminado por el fuego de la chimenea.
A Marguerite, Virginia le pareció a la vez brillante y tímida con su rostro de joven Parca apenas envejecido. Defendió su idea de que una traducción debía adaptarse al nuevo idioma y no recordar al original. La respuesta de Virginia fue: Do as you wish, (haga como desee) y pronto dirigió la conversación a la situación política del momento, que le preocupaba enormemente.
En una entrada posterior de su diario, la del 23 de junio, Virginia cuenta como los ojos se le llenaron de lágrimas al toparse en la calle con una larga fila de refugiados de la guerra civil española. Supuso que huían de Bilbao, que acababa de caer. Describe las chaquetas y las maletas baratas, las grandes teteras esmaltadas en azul brillante que portaban, los pañuelos de colores en la cabeza de las mujeres y los regalos de caridad en manos de los niños.
sábado, 13 de julio de 2024
A hombros de gigantes
Un recién nombrado responsable de investigación en una universidad recordaba la frase de Newton, esa de si veo tan lejos es porque estoy encaramado sobre los hombros de gigantes, algo así, donde el sabio inglés reconocía el mérito de los que le habían allanado el camino con sus investigaciones anteriores a las suyas propias de él mismo en persona (es broma, son broma estas reiteraciones).
Especificaba el mencionador o mencionante (ambas formas son incorrectas) que en realidad la frase la había dicho antes un monje. Ahí quedaba la cosa, pobre monje. Una breve búsqueda me aclara que el monje que dejó escrita la frase fue Juan de Salisbury en el siglo XII. Lo escribió en latín: nos esse quasi nanos, gigantium humeris incidentes, somos enanos aupados sobre los hombros de gigantes. Pero aquel monje apuntaba además que el autor original era otro, Bernardo de Chartres, que en ese nosotros (los enanos) se refería a los estudiosos de su época, siglo XI, y los gigantes eran los sabios de la antigüedad clásica.
Newton, siglo XVII, utiliza la idea en una carta a Robert Hooke, en la que pasa del nosotros al yo y obvia la supuesta condición de enano. Newton alude a un área concreta del conocimiento donde los gigantes serían Kepler, Copérnico, Galileo o el mismo Hooke.
Resumiendo, la referencia más antigua que se conoce de la frase de marras es lo que escribió Juan de Salisbury: Decía Bernardo de Chartres... (Dicebat Bernardus Carnotensis…). Aclarado todo esto, hay que reconocer que el citador del comienzo de esta entrada hacía bien en limitarse, para no liarla más, a apuntar que ya había expresado la idea, “un monje más antiguo”. Aunque más sencillo hubiera sido decir algo así: Trabajaremos con humildad partiendo del inestimable legado que hemos recibido, que es la misma idea sin enanos ni gigantes.
Especificaba el mencionador o mencionante (ambas formas son incorrectas) que en realidad la frase la había dicho antes un monje. Ahí quedaba la cosa, pobre monje. Una breve búsqueda me aclara que el monje que dejó escrita la frase fue Juan de Salisbury en el siglo XII. Lo escribió en latín: nos esse quasi nanos, gigantium humeris incidentes, somos enanos aupados sobre los hombros de gigantes. Pero aquel monje apuntaba además que el autor original era otro, Bernardo de Chartres, que en ese nosotros (los enanos) se refería a los estudiosos de su época, siglo XI, y los gigantes eran los sabios de la antigüedad clásica.
Newton, siglo XVII, utiliza la idea en una carta a Robert Hooke, en la que pasa del nosotros al yo y obvia la supuesta condición de enano. Newton alude a un área concreta del conocimiento donde los gigantes serían Kepler, Copérnico, Galileo o el mismo Hooke.
Resumiendo, la referencia más antigua que se conoce de la frase de marras es lo que escribió Juan de Salisbury: Decía Bernardo de Chartres... (Dicebat Bernardus Carnotensis…). Aclarado todo esto, hay que reconocer que el citador del comienzo de esta entrada hacía bien en limitarse, para no liarla más, a apuntar que ya había expresado la idea, “un monje más antiguo”. Aunque más sencillo hubiera sido decir algo así: Trabajaremos con humildad partiendo del inestimable legado que hemos recibido, que es la misma idea sin enanos ni gigantes.
miércoles, 10 de julio de 2024
Hágase
Antes de descender a los detalles, en la Creación, dijo Dios: Fiat lux, hágase la luz. Desde que se escribió así, en latín, la luz ha quedado unida en matrimonio indisoluble a la palabra fiat. En justa reciprocidad la palabra fiat lleva aparejada a la luz. Dicho de otra forma: en el territorio de las palabras lux es la sombra de fiat.
FIAT es también esa marca de coches italiana. En su origen era solo FIA (fábrica italiana de automóviles), pero sobre 1899 el ingeniero Aristide Faccioli sugirió el añadido de la T (por Turín) para así evocar de paso la palabra latina cuyo significado, hágase, le viene como anillo al dedo a una fábrica.
En España, en 1950, nació SEAT, que fabricaba coches bajo licencia FIAT. El nombre SEAT (sociedad española de automóviles turismo) es una adaptación sin gracia. Digo sin gracia porque no evoca ninguna palabra latina que figure en el Génesis. Por otra parte, no creo que el que parió el acrónimo (seguramente un burócrata del ministerio) cayera en la cuenta de que seat, en inglés, es asiento, una parte indispensable en cualquier coche.
FIAT es también esa marca de coches italiana. En su origen era solo FIA (fábrica italiana de automóviles), pero sobre 1899 el ingeniero Aristide Faccioli sugirió el añadido de la T (por Turín) para así evocar de paso la palabra latina cuyo significado, hágase, le viene como anillo al dedo a una fábrica.
En España, en 1950, nació SEAT, que fabricaba coches bajo licencia FIAT. El nombre SEAT (sociedad española de automóviles turismo) es una adaptación sin gracia. Digo sin gracia porque no evoca ninguna palabra latina que figure en el Génesis. Por otra parte, no creo que el que parió el acrónimo (seguramente un burócrata del ministerio) cayera en la cuenta de que seat, en inglés, es asiento, una parte indispensable en cualquier coche.
domingo, 7 de julio de 2024
La luz
Volvía C. de vacaciones y comentó que era cierto aquello que decían de la luz del Mediterráneo. Desde entonces siempre me acuerdo de eso y de Sorolla. Y de esa chispa de sensibilidad que demostró tener C. La luz del Mediterráneo está muy bien, tanto en mi propia experiencia como en la opinión general de estetas y artistas. Pero en todas partes brilla la luz. Brilla siempre por su presencia y algunas veces por su ausencia. La luz es importante, para nosotros por lo menos. Puede que haya seres que desconozcan su existencia; igual que nosotros desconoceremos, es de suponer, otras manifestaciones de… la naturaleza, el universo, no sé, me estoy perdiendo.
El otro día oí, y supe que ya lo sabía, que las imágenes que percibimos por medio de ese hábil mecanismo evolutivo que es la visión (la capacidad de interpretar el entorno gracias a los rayos de luz que alcanzan al ojo) se proyectan invertidas en el fondo de la retina y es luego el cerebro el que, en sus circunvoluciones, les da la vuelta para que nos parezca ver esas imágenes del derecho. En todo esto que llevo escrito no me ha abandonado, y sigue sin hacerlo, la sensación de que no me estoy expresando del todo bien, de que me faltan palabras y claridad de ideas para plasmar, negro sobre blanco, no lo que pienso sino lo que apenas intuyo. ¿Ha quedado lo suficientemente oscuro?
El otro día oí, y supe que ya lo sabía, que las imágenes que percibimos por medio de ese hábil mecanismo evolutivo que es la visión (la capacidad de interpretar el entorno gracias a los rayos de luz que alcanzan al ojo) se proyectan invertidas en el fondo de la retina y es luego el cerebro el que, en sus circunvoluciones, les da la vuelta para que nos parezca ver esas imágenes del derecho. En todo esto que llevo escrito no me ha abandonado, y sigue sin hacerlo, la sensación de que no me estoy expresando del todo bien, de que me faltan palabras y claridad de ideas para plasmar, negro sobre blanco, no lo que pienso sino lo que apenas intuyo. ¿Ha quedado lo suficientemente oscuro?
jueves, 4 de julio de 2024
Divergencias
Dime lo que escribes y no te diré quien eres porque no lo sé, aunque no pueda dejar de hacerme una idea. La gente, con todas sus divergencias, te sorprende. Leo que un jubilado de 78 años hace largas rutas pedaleando en solitario con su camping gas y su tienda de campaña. Ahora, por la foto me parece que la bici es eléctrica; lo que, por otra parte, no tiene lógica; cómo la va a recargar cuando acampe en medio de la nada (y una bici eléctrica con la batería descargada no hay quien la mueva). Me he desviado por la atracción mesmerizante que ejercen sobre mí los viajes en bicicleta.
Decía que te enteras de repente de que el vecino del segundo ha publicado una novela filosófica o de que la hija de un colega ha sacado el premio extraordinario fin de carrera y va a trabajar como investigadora en Londres. Yo ya es que veo a cualquiera por la calle y me pregunto qué no habrá hecho. No hay que fiarse de las apariencias, a menudo el más tonto hace relojes, como dicen que pasa en Suiza.
Tengo un truco para eludir los juicios precipitados: si ves algún comportamiento que esté fuera de lugar, antes de condenarlo piensa que la persona en cuestión tal vez acabe de perder a su madre. Qué sabemos de las motivaciones y circunstancias de los demás. Subestimamos al prójimo, es así; puede que sea por un mecanismo de autodefensa, como si lo que hagan los demás determine si nosotros mismos hacemos lo suficiente, como si para querernos necesitáramos malquerer a nuestros semejantes.
También se da por hecho que la edad es de por sí una fuente de sabiduría y por experiencia propia te digo que no es para tanto, que la ignorancia a menudo perdura incólume a lo largo del tiempo mientras el talento natural suele manifestarse a edades bien tempranas.
Decía que te enteras de repente de que el vecino del segundo ha publicado una novela filosófica o de que la hija de un colega ha sacado el premio extraordinario fin de carrera y va a trabajar como investigadora en Londres. Yo ya es que veo a cualquiera por la calle y me pregunto qué no habrá hecho. No hay que fiarse de las apariencias, a menudo el más tonto hace relojes, como dicen que pasa en Suiza.
Tengo un truco para eludir los juicios precipitados: si ves algún comportamiento que esté fuera de lugar, antes de condenarlo piensa que la persona en cuestión tal vez acabe de perder a su madre. Qué sabemos de las motivaciones y circunstancias de los demás. Subestimamos al prójimo, es así; puede que sea por un mecanismo de autodefensa, como si lo que hagan los demás determine si nosotros mismos hacemos lo suficiente, como si para querernos necesitáramos malquerer a nuestros semejantes.
También se da por hecho que la edad es de por sí una fuente de sabiduría y por experiencia propia te digo que no es para tanto, que la ignorancia a menudo perdura incólume a lo largo del tiempo mientras el talento natural suele manifestarse a edades bien tempranas.
lunes, 1 de julio de 2024
Menos grave
El otro día se me rompió la pantalla del móvil. Me sale así la frase, se diría que esa pantalla es algo íntimo, personal. Podría haber escrito "se rompió la pantalla del móvil" que queda más neutro pero deja en el aire la duda, ¿el móvil?, ¿qué móvil? Se nos rompió el amor, decía la canción, que al menos incluía a otra persona. Se me rompió la pantalla del móvil y me quedé aislado, fuera de la nube, a la intemperie, como un estilita en su columna en medio del desierto.
Cierto que me preocupé, el móvil se ha convertido en un cordón umbilical que te conecta con los demás (los demás que no están a tu lado). No padezco una adicción grave al móvil. He dicho grave; admitiría el término menos grave, pensando en las veces en las que echo mano al aparato a lo largo del día, que son muchas, demasiadas.
Menos mal que el mismo aparato me ha ayudado a que la cosa no fuese a más. Me explico. Hace un tiempo accedía con el móvil a dos redes sociales (dos de las más habituales, las conoces, tienes cuenta). No soy lo que se dice “activo” en ellas; más bien me limito a seguir a otros, ver sus fotos, dónde van de vacaciones, esas cosas. Un día una de las redes me preguntó si era mayor de 13 años y sin querer le dí al no. Desde entonces la aplicación me niega el acceso, no ha habido forma de convencerla.
En consecuencia decidí rendirme y limitarme a acceder a esa red más esporádicamente desde el ordenador. Con la otra me pasó parecido, me pedía la contraseña, no me acordaba, y si me acordaba no la reconocía, una pesadilla. Al final decidí hacer lo mismo. Así he eliminado esa tentación compulsiva de mirar si alguien ha colgado una foto a algo.
Adicción, sí, seamos sinceros, pero menos grave: miro el correo, los mensajes y consulto cosas como dónde está Nantucket, qué edad tiene fulanito o a qué hora abre la tienda de móviles.
Cierto que me preocupé, el móvil se ha convertido en un cordón umbilical que te conecta con los demás (los demás que no están a tu lado). No padezco una adicción grave al móvil. He dicho grave; admitiría el término menos grave, pensando en las veces en las que echo mano al aparato a lo largo del día, que son muchas, demasiadas.
Menos mal que el mismo aparato me ha ayudado a que la cosa no fuese a más. Me explico. Hace un tiempo accedía con el móvil a dos redes sociales (dos de las más habituales, las conoces, tienes cuenta). No soy lo que se dice “activo” en ellas; más bien me limito a seguir a otros, ver sus fotos, dónde van de vacaciones, esas cosas. Un día una de las redes me preguntó si era mayor de 13 años y sin querer le dí al no. Desde entonces la aplicación me niega el acceso, no ha habido forma de convencerla.
En consecuencia decidí rendirme y limitarme a acceder a esa red más esporádicamente desde el ordenador. Con la otra me pasó parecido, me pedía la contraseña, no me acordaba, y si me acordaba no la reconocía, una pesadilla. Al final decidí hacer lo mismo. Así he eliminado esa tentación compulsiva de mirar si alguien ha colgado una foto a algo.
Adicción, sí, seamos sinceros, pero menos grave: miro el correo, los mensajes y consulto cosas como dónde está Nantucket, qué edad tiene fulanito o a qué hora abre la tienda de móviles.
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