viernes, 30 de agosto de 2024

El pasado es... (y2)

    Pero bueno, ¿qué es lo que escribió Turguénev exactamente? Tenemos la respuesta. Lo que escribió Iván Serguéievich Turguénev fue esto (con perdón): кто старое помянет, тому глаз вон que traducido por Google significaría quien recuerde lo viejo, cuidado (de lo que deduzco que no debemos fiarnos demasiado de las traducciones de Google). Perseverando, he visto que un tal Sergey Strakhov, interpreta así la frase en inglés: Let bygones be bygones (deja lo pasado en el pasado, o en castizo lo pasado pasado está). No deja de ser otro intento, el cuarto para nosotros, de dar sentido a la ya, para estas alturas, enigmática frase original en ruso.
    He dejado para el final la que creo es la respuesta definitiva a este pequeño enigma. La he encontrado en el prólogo de una edición inglesa de The Gulag Archipelago (prólogo que no aparece en la edición en español que he consultado). El autor y premio Nobel Aleksandr Solzhenitsyn afirma allí que esa frase puesta en boca de Karatáiev es en realidad un proverbio ruso, que traducido al inglés dice: Dwell on the past and you’ll lose an eye (vive en el pasado y perderás un ojo). Como se ve, tanto a los Womack en español, como los Hepburn y Mrs Garnett en inglés no les pareció del todo inteligible una traducción fiel al original y, en su ánimo por trasladar la idea más que las palabras literales, optaron en cada caso por su propia adaptación.
    Pero eso no es todo, a continuación, Solzhenitsyn advierte que el proverbio tiene una segunda parte: forget the past and you’ill lose both eyes (olvida el pasado y perderás ambos ojos). Como se ve, Karatáiev (o Turguénev) se quedó a medias, no terminó el proverbio, lo dejó en el aire convencido de que los lectores rusos lo completarían en su cabeza. A los que no tuvo en cuenta fue a los futuros lectores de su narración en otros idiomas. Para ellos, aquella primera parte de un proverbio ruso no haría sonar ninguna campanilla. Y colorín colorado, este ha sido un episodio más de la azarosa e interminable historia de la traducción literaria.

martes, 27 de agosto de 2024

El pasado es... (1)

    Me he llevado una sorpresa mayúscula leyendo Del álbum de un cazador, el primer libro de Iván Turguénev. publicado en 1852. Al final de una de las historias se pone en boca de un tal Karatáiev, esta frase: El pasado es un país extranjero, no debería visitarse…
    No puede ser, me he dicho, no puede ser que Turguénev escribiera esto un siglo antes de que LP Hartley comenzara su novela The Go-Between, de 1953 (adaptada al cine por Joseph Losey en 1971 con el título, en castellano, de El mensajero), comenzara, digo, con la misma frase: The past is a foreign country; they do things differently there (el pasado es un país extranjero, allí se hacen las cosas de otra manera).
    ¿Cabría alguna posibilidad de que el escritor inglés hubiera leído a Turguénev y, de forma consciente o inconsciente, se hubiese apropiado de la frase? Imposible, no era; pero lo he investigado y todo ha quedado en un episodio más del fascinante mundo de la traducción.
    Lo que he leído, como se puede suponer, no es lo que escribió Turguénev 
porque lo escribió en ruso, idioma que desconozco casi absolutamente sino la versión en español, de 2011, obra de James y Marian Womack. James es inglés y Marian, nacida María Ángeles Vía Rivera, es gaditana; ambos son autores y traductores prolíficos y no se debieron de andar con muchos miramientos a la hora de adjudicar a Turguénev esa presunta primera versión de la conocida cita de Hartley.
    No he podido encontrar ninguna otra traducción al castellano del libro; pero sí dos distintas al inglés, que serían en todo caso las que podría haber leído LP Hartley antes de parir su famosa cita (LP es por Leslie Poles). La primera es la clásica de Constance Garnett, publicada en 1895, y expresa así el pasaje en cuestión: one must not rake up the past (uno no debe remover el pasado). La otra, de 1950, es de Charles y Natasha Hepburn. Esta curiosa pareja estaba formada por el diplomático inglés Charles Hepburn y su esposa, la princesa georgiana Natasha, de soltera Bagration (ver foto). Su elección fue esta: When sorrow sleeps, wake it not (cuando la pena duerme, no la despiertes), que es un dicho popular de origen incierto y una elegante solución al problema de traducción planteado.
    Como se ve, tres interpretaciones de un texto original ruso dispares donde las haya; dentro de que las tres apuntan, como es natural, en la misma dirección, la de no recrearse en el pasado; que es, sin duda, la idea que quiso expresar Karatáiev, digo Turguénev. La conclusión es que no hay base aparente para la acusación de que LP Hartley plagiase a Turguénev; se podría decir que los Womack, simplemente, se pasaron de frenada.



sábado, 24 de agosto de 2024

Todo está en los libros

    Todo está en los libros; todo, todo, todo. O casi todo, vale; ya sabemos que nos gusta abarcar y decir siempre, todo, nada, nunca y en realidad no salimos de nuestro pequeño mundo acotado; es que fuera hace mucho frío, de ese frío filosófico, existencial.
    Pero, en la práctica, es cierto, todo está en los libros y ese todo es lo suficientemente grande para que la inmensa mayoría de nosotros (¿te has dado cuenta?, he evitado decir todos nosotros) vaguemos perdidos por los pasillos de esa biblioteca infinita. Con la vida pasa exactamente lo mismo, no es eterna pero como si lo fuera. Nota: llevo dos adverbios acabados en mente, lo siento por sus detractores pero me resultan tan útiles…
    La vida, decía, es como si fuera eterna. No me refiero a la de cada uno, que es lo que es, se te hace corta o larga según como te vaya (corta si te va bien, larguísima si te va mal, intuyo); hablo del fenómeno de la vida en general con todas sus posibilidades, variantes o matices o como quieras llamarlos. Vida y literatura son dos fenómenos íntimamente (ay, van tres) hermanados.
    Apuesto a que muchos lo han dicho antes: la literatura es el espejo de la vida. O un espejo, en todo caso. Un espejo muy fiel por otra parte; cuando es buena la obra literaria se entiende. Cuando comentamos un libro lo que comentamos es la vida; la literatura es el arte de utilizar las palabras para explicarla (la vida), o dicho de forma más rigurosa: es el arte de jugar con las palabras y decir cosas interesantes, inteligentes (dentro de lo que cabe) y divertidas. La literatura, en fin, no deja de ser un juego, un juego muy serio; como la vida por otra parte.

miércoles, 21 de agosto de 2024

Ridere

    La risa es una forma de expresión corporal, la curiosa reacción del organismo a ciertos estímulos exteriores. Para saber más habría que preguntar a un antropólogo. No sé si sería la vez que más me reí (o, mejor dicho, la vez que lo hice con más intensidad), fue viendo un episodio de una serie de humor americana (de los USA) en blanco y negro y con risas enlatadas.
    Tendría yo once o doce años y la veía tumbado delante del televisor, apoyando los codos sobre la alfombra, con las manos sujetándome el mentón. La serie se titulaba en español “Dos tontos en apuros” y los protagonistas eran un matrimonio que regentaba una cafetería y el mejor amigo del marido que trabajaba con ellos. Básicamente lo que hacían era el tonto, claro, con una marcada tendencia a tropezarse y romper o tirar cosas. Aquel día sus tonterías hicieron que me revolcara de risa, literalmente, sobre la alfombra de la sala.
    Un día sin reír es un día perdido. ¿Quién lo dijo? Según Google, Charlie Chaplin. Mucho antes dejó escrito algo parecido Nicolás Chamfort: el más desperdiciado de todos días es aquel durante el cual uno no ha reído; pero bueno, apuesto a que hasta Sócrates, si no lo dijo, también lo pensaría alguna vez.
    Reírse a carcajadas no deja de ser una exageración contagiosa. Más natural me parece la risa corta, esa pequeña explosión festiva, apenas una especie de bufido que consiste en expulsar aire por la nariz en tres o cuatro pequeños golpes de intensidad descendente mientras sonreímos estilo Joker y entrecerramos los ojos.
    Pero para la vida cotidiana lo indicado y recomendable es la sonrisa, la variedad suave y silenciosa de la risa. La sonrisa hace felices al que sonríe y al sonreído. No reír nunca, es un síntoma preocupante, desde luego, y también es un recurso literario recurrente que he observado en más de una narración; el personaje que no sabía reír, da mucho juego.

domingo, 18 de agosto de 2024

Todo es música

    Cuenta Unai Elorriaga (Unai, lagun hori, es la segunda vez que te cito en este blog; gracias por tu colaboración, desinteresada e involuntaria), cuenta Elorriaga en su último libro que Robert Schumann tenía, o padecía, unas alucinaciones auditivas que empezaban por un sonido intermitente —me imagino el sonar de un submarino— e irritante que identificaba como un la. Esto de la nota la me ha llamado la atención (ya que soy fácilmente impresionable), quién sino un Schumann (o cualquier otro riguroso compositor germánico) para saber si un sonido que resuena en tu cabeza es un la o un re.
    Por mi parte, también he tenido —sospecho que como todo el mundo— algún que otro episodio auditivo en el que oía un pitido que, me parecía —no estaba del todo seguro—, no correspondía al mundo físico exterior sino a mi mente; o, más bien, a mi mundo físico interior, de pabellones auditivos para adentro. Nunca se me había ocurrido pensar que esos pitidos —por fortuna, como digo, esporádicos y breves— también eran música; y que como tal música podían adscribirse a alguna de las siete notas (había puesto nueve antes de contarlas con los dedos, do, re, mi…). Vamos, que me gusta la idea de que los pitidos (acúfenos, tinnitus, no sé hasta qué punto son lo mismo) puedan representarse en un pentagrama, aunque sospecho que, en realidad, en toda esta historia el la es más un acierto literario de Elorriaga que cualquier otra cosa.

jueves, 15 de agosto de 2024

Posible síntoma

    Dice una actriz en el periódico: Estoy deseando casarme y tener un perro. ¿Tener un qué? Según lo lees esperas el remate clásico: casarse y tener hijos. O sin casarse, no hace falta, por supuesto, se pueden tener hijos igual. Pero cada vez se tienen menos y para compensar hay más perros.
    Acompañan mucho los perros, sin duda, y son leales y cariñosos. Yo no tengo, nunca ha habido perros en mi familia. Eramos cinco hijos, ningún perro y un jilguero que le trajo a mi hermana pequeña Rosario, la mujer que venía por las mañanas a ayudar. No tengo perro porque soy un egoísta, no me quiero hacer cargo. Es que cada vez valoro más mi tiempo y atender a un perro, comprarle la comida, llevarlo al veterinario, sacarlo de paseo, bañarlo, me parece una merma intolerable de ese tiempo ya de por sí menguante.
    Más de una vez me ha pasado que salgo de casa a las siete de la mañana, a medio amanecer, y me llevo un susto al aparecer entre los soportales una sombra que resulta ser el vecino del segundo que ha sacado a su perro. Otra vez era la vecina de abajo con dos perros, a falta de uno. En estos casos el atenuante es que los hijos se les han hecho mayores y les queda el perro, o los perros. Hay casos en los que el perro resulta que es de la hija y los padres lo tienen que cuidar como si fuera un nieto. Me niego, digo. Y me niego en especial a recoger sus deposiciones (qué finamente lo he dicho).
    Casarse y tener un perro, puede que sea un síntoma de algo. Habrá que esperar a que un nuevo Edward Gibbon publique el equivalente moderno a la “Historia de la decadencia y caída del Imperio romano”. En ese futuro ensayo se mencionará que llegó un momento en el siglo XXI, en sociedades que se tenían por avanzadas, en el que la población de perros superó en número a la de niños; lo que resultó ser un síntoma inequívoco de la debacle que vino a continuación.

lunes, 12 de agosto de 2024

Historias de fantasmas

    Siempre se han estilado las historias de fantasmas; tanto en la literatura como en la vida real. En esta, los protagonistas suelen estar plenamente convencidos de su autenticidad. Esta es mi historia, o no mía exactamente; solo cercana, de alguna forma.
    Sucedió hace unos años. Estaba oyendo un programa en la radio, uno de esos en los que llama la gente para contar su vida. Lo oía por casualidad, conduciendo de noche. Llamó una mujer y reconocí la voz. Era B, una compañera de trabajo. Nuestra relación no era cercana, nos saludábamos y poco más. pero la conocía, sí. Era una mujer risueña, entusiasta para todo. Había tenido una relación de pareja con un hombre de procedencia sudamericana. Lo digo porque tiene que ver con la historia.
    Contaba, en su llamada, que aquella relación ya había acabado; pero que, cuando murió la madre de su ex, con la que se había llevado muy bien, quiso asistir al funeral. Así lo hizo. Al cabo de unos días se despertó a media noche y al pie de la cama vio a aquella mujer, la madre de su antigua pareja.
    En días sucesivos se repitió la visión. La presencia, o lo que fuera, la miraba como pidiendo ayuda. Tenía que hacer algo, y decidió volver al pueblo donde había sido el funeral. Indagó en el cementerio y descubrió que aquella mujer, debido a algún problema burocrático, seguía sin enterrar. El hijo había regresado a América y el ataúd permanecía en una de las dependencias a la espera de que alguien resolviera el caso.
    B comprendió que la mujer, su espíritu, había acudido a ella en busca de ayuda. Así que hizo los trámites pertinentes y la mujer fue debidamente inhumada con ella como único testigo. Vi venir el epílogo de la historia mientras conducía en la oscuridad de la noche. Un par de días más tarde el fantasma hizo su última aparición. Esta vez B sintió que su mirada irradiaba paz y agradecimiento.

viernes, 9 de agosto de 2024

Remisos

    Cada uno se entretiene como puede y una forma común de hacerlo es dejarse fascinar por las palabras. Incluso sin fascinación alguna, el uso del idioma nos sirve para sobrellevar el peso de la existencia. Y si la existencia no te pesa nada, mejor que mejor; aunque raro me parece.
    Escribe Eduardo Halfon: ...se acercó a nuestra mesa con el andar de alguien que no quiere llegar a su destino,… Esta frase no se le ocurre a cualquiera y qué bien se entiende: se trata de un camarero remiso, que no tiene ninguna gana de atender una mesa.
    Por algún mecanismo neuronal que desconozco he pensado en otras posibles situaciones en las que la gente anda de ese modo, que no se cual es exactamente pero que al verlo uno se da cuenta de que es eso lo que pasa, que esa persona está diciendo con su lenguaje corporal que no quiere llegar a su destino, sea este el que fuere: su puesto de trabajo, la estación de autobuses o —en casos extremos— su propia boda.
    ¿Te imaginas?, más de uno y más de dos habrán caminado así el día en que se se dirigieron al lugar de la cita. Eso he pensado, aunque de inmediato se me ha empañado la idea porque lo habitual es que los contrayentes no vayan andando sino en coche. Pero se puede adaptar: la novia miraba por la ventanilla del auto con el semblante de quien no quiere llegar a su destino. Y no me preguntes cómo era ese semblante, eso te lo tienes que imaginar tú.

martes, 6 de agosto de 2024

Ká-ma-la-já

    El já es por Harris, pero por atavismo fonético lo escribo con jota. Ká-ma-la-já —pronúnciese con ese doble acento— suena a palabra mágica, a conjuro previo a un acto de prestidigitación. Me gusta, me encanta Ká-ma-la-já. Risueña es la palabra para ella, para Kámala; y ya teníamos ganas, me parece, de ver a alguien tan importante con esa sonrisa de dientes resplandecientes; bendito sea su odontólogo (ese millonario, sea quien sea).
    Risueña Ká-ma-la-já, la candidata que nos ha devuelto la esperanza que teníamos perdida con el octogenario desorientado. Buen tipo pero lento, de anquilosado aparato locomotor; confuso cuando menos convenía. Digo nos ha devuelto porque el ruido del elefante no nos deja dormir al resto de habitantes de la selva. Todo esto lo escribo, lo sé, en un rapto de euforia del que sin duda acabaré arrepintiéndome.
    Ká-ma-la-já, así la llamo desde que me alegra los informativos. Los veo esperando que aparezca; vibrante, alegre, vivaracha. Juvenil por contraste, aunque se asome a los sesenta.
    Cuando el peor de los futuros parecía cernirse sobre nosotros, Ká-ma-la-já ha salido de entre las bambalinas, donde estaba esperando prudentemente, y nos ha deslumbrado con su risa y su verbo incisivo. Ha sido fiscal, así que tiene experiencia en un escenario; es una mujer con recursos dialécticos para callarle la boca al gran histrión egoísta y mentiroso. Ká-ma-la-já, te lo pido en nombre de la buena gente, haz un truco de magia y mándalo al rincón a reflexionar.

sábado, 3 de agosto de 2024

Escarlata (y 3)

    Lo que el viento se llevó es ya parte de la cultura occidental y hay escenas que son de sobra conocidas: Mammy apretando el corsé de Escarlata, esta poniendo a Dios por testigo, Rhett Butler diciendo lo de francamente. No digamos la música, tarán, taraaaan, tarán taraaan (pongo tarán por contagio ósmico), aunque no hubiera sido capaz de casarla con la película. El color llama la atención, esos cielos rojos.
    Había también leído el principio de la novela —teníamos el libro en casa— y no pasé de esa primera página, demasiado gordo. En ese comienzo, que es también el de la película, Escarlata tontea con un par de admiradores. Estando, de alguna manera, prevenido, ha sido una sorpresa el increíble comportamiento egoísta, caprichoso y cruel de Escarlata en su ciego afán de salirse siempre con la suya. Hay mucha comedia en ello, paradigmáticos sus tres matrimonios de conveniencia, solo por despecho; de puro disparatados hacen gracia. En el segundo le quita el novio a su propia hermana.
    La clave es que el personaje no acaba ahí, si así fuera Escarlata sería simplemente odiosa; hay más, está también su parte abnegada, el amor a su padre (que le consentía todo), su apego a la tierra, sus arrestos para levantar Tara tras la guerra, el cariño que le coge a Melania (que es la bondad personificada, una sosa). Lo que no entiendo es el enamoramiento perenne de Escarlata con Ashley, un flojeras que se casa con Melania por presiones familiares. Obstinada, eso es Escarlata, esa mujer que frunce el ceño y dice: ahora no puedo pensar en ello, me volvería loca si lo hiciera; ya lo pensaré mañana.