jueves, 19 de diciembre de 2024

Un sindios (1)

    A Marco Aurelio le debió de pasar como a esos campeones de tenis que tuvieron un padre entrenador —cambiando tenis por filosofía—. En su caso el papel de padre lo hizo Adriano, que le puso un buen preceptor. Nos fascinan los emperadores romanos, se les suponen vidas apasionantes; y entretenidas lo fueron, sin duda. Ahora bien, pasados tantos años, de muchos de ellos poco sabemos.
    Para escribir su “Memorias de Adriano”, Marguerite Yourcenar se valió de la “Historia Augusta”, una colección de biografías de emperadores y adláteres escrita doscientos años después de la época de Adriano. Según los expertos no es muy de fiar; igual tampoco importa, porque, a pesar de que se publicita como tal, no era el propósito de Yourcenar escribir una novela histórica.
    Lo da a entender en las notas que dejó. Cuenta que le había cautivado esta frase que encontró leyendo la correspondencia de Flaubert: Con los dioses desaparecidos y Cristo aún por venir, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que el hombre estuvo solo, y especifica, a continuación, que su interés era retratar y definir a ese hombre solo.
    Para ello eligió la figura del emperador Adriano, que vivió, en efecto, al final de ese periodo de la historia, entre Cicerón, siglo I a.C., y Marco Aurelio, siglo II d.C. Pero (casi) nada es lo que parece, en cuanto empiezas a escarbar encuentras datos que lo complican todo. Haciendo estas pequeñas e inofensivas investigaciones caseras me lo paso bomba.

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