martes, 10 de diciembre de 2024

Conversaciones

    Ni me había dado cuenta y llevo toda la vida hablando con Dios. Como cualquiera, supongo; cualquiera que haya sido criado en el temor de Dios. Matizo: en el temor si eres malo, en el amor si eres bueno. Quiero decir, si te han educado en la creencia de que hay un Dios que nos ha dado la vida. Es largo de explicar, hay una carrera universitaria que lo intenta y no lo consigue del todo; qué voy a decir yo que fui por ciencias.
    El caso es que he hablado mucho con Dios, y ni siquiera sé si existe. Ahora mismo le acabo de avisar que voy a decir su nombre en vano unas cuantas veces. Para hablar con Dios no hace falta abrir la boca, basta con pensar, es como leer en silencio pero al revés. De niños creíamos en él a pies juntillas, luego ya no sabíamos pero se nos quedó la costumbre. Así, hace ya mucho que no rezo y en vez de pedir, lo que hago es contarle mis deseos; eso me ha quedado, así nos marca la educación que recibimos; o que nos cayó encima.
    He hablado tanto con Dios que podría escribir un libro. El título ya lo tengo: “Conversaciones con Dios”. Se lo cedo gustoso al Papa Francisco si escribe él el suyo primero. Con Dios tengo confianza total obligatoria, porque no le puedes ocultar nada. Dios, además de leer tus pensamientos, sabe lo que vas a pensar después y se acuerda de todo lo que has pensado antes (y que tú ya has olvidado). Puedes dudar de su existencia, o insultarle; no se ofende, Dios está por encima de todo eso; muy por encima, infinitamente por encima. Dios lo sabe todo y se debe de aburrir a su divina manera.
    Este diálogo nuestro está lleno de sobrentendidos: si hago algo mal, yo sé que lo he hecho y él también lo sabe, sobran los comentarios. Tú piensas y Dios se entera de todo. Dios es mi conciencia: pensar es hablar con Dios. Se lo he comentado y no dice nada. También le he dicho que me gusta el nombre de su personificación, Jesucristo. Tiene fuerza. En una película decía un atracador: de aquí no sale ni Jesucristo. A mí me hace gracia; él, Dios, no se manifiesta; ni de viva voz, ni con señales en el cielo, ni por medio del horóscopo; y lo comprendo. Lo comprendo porque no hace falta que me conteste, tengo toda la tradición judeocristiana detrás susurrándome las respuestas.

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