¿Qué tengo que decir de las Navidades? Nada —otro día digo algo sobre repetirse—. Me pasa con todo, con casi todo; no tengo nada que decir: el silencio nunca se equivoca. Esto lo he aprendido hace poco. No aprendido, ya lo sabía, pero me gusta más así, enunciado en estas cinco palabras: El silencio nunca se equivoca; como si el silencio fuera alguien, un sabio que guarda un prudente idem hasta que un día habla y rompe el hechizo: no era un sabio; era un necio, como todos. Vale, todos menos tú y yo.
No tengo nada que decir de las Navidades, excepto quizá que la mayúscula le viene un poco grande. Pero es que la minúscula, la n, le quedaría pequeña; imposible un retrato realista de la Navidad; ni con N ni con n, siempre entre dos aguas (punteo de guitarra).
Claro que se puede hablar de algo, de cualquier cosa, sin tener nada que decir; de hecho es lo habitual. Que es una contradicción, lo sé; que después de todo estoy hablando de la Navidad, también lo sé. Las contradicciones, tengo una frase sobre ellas: Contradecirse es equivocarse de maneras distintas. Enamorado estoy de este aforismo, de la ironía y sutileza que le veo (para eso es mío).
Navidad, poco o nada que decir: que es un antónimo de novedad. Sin novedad en la Navidad; navidad pagana y navidad cristiana, fechas entrañables y tristeza justificada, fuerza de la costumbre y añoranza de la rutina. Saca tú mismo la cuenta: Navidad, solsticio de invierno y te llevas un año.
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