Cuando nací los que habéis entrado este año en la universidad teníais menos cincuenta años. Para eso sirven las matemáticas, esta es la magia de los números negativos. Yo mismo tenía menos veintiocho cuando nació mi madre. Pero me temo que estoy faltando a uno de los mandamientos de la ciencia, al segundo, que dice: no tomarás los nombres de las ciencias en vano. En este caso las ciencias exactas, que desconozco absolutamente; me refiero al indomable Will Hunting y su pizarra atiborrada de fórmulas. Cuando se estrenó la película teníais menos nueve años, no me extrañaría que no os acordaseis.
Estaría bien ser un genio de las matemáticas. O incluso, simplemente, entender los números complejos. Asumí, estoico, su existencia cuando los estudié; y memoricé lo suficiente para aprobar. Un número complejo consta de dos partes, una real y la otra imaginaria; para que luego digan de la literatura. No entiendo lo de la parte imaginaria, lo siento; tengo fe científica, creo en los números complejos pero reconozco que lo mío no llega a espíritu matemático, habrá que llamarlo de otra forma, manía numérica, síndrome cuantitativo, no sé.
En 2004 una fundación ofreció un millón de dólares para cada persona que resolviera cualquiera de siete ya legendarios problemas matemáticos. Uno de ellos, la conjetura de Poincaré (tampoco sé francés) se resolvió en 2006. Lo hizo Gregori Perelman, ruso de familia judía, que por cierto renunció al premio. Los otros seis siguen pendientes.
Uno sueña con resolverlos o con meter un gol en la final de copa con el Athletic, ambas fantasías inofensivas que demuestran que se puede llegar a viejo igual de inocente que cuando se vino al mundo. Un consuelo sería que hubiera un Juicio Final donde un Dios Todopoderoso dijera: por aquí, al Cielo, todos los inocentes, los que han mantenido ese espíritu de la infancia, los que han soñado que metían un gol en la final o que resolvían una ecuación enrevesada. Por este otro lado, al Infierno, vosotros, los resabiados, los cínicos, los que nunca habéis soñado cosas imposibles, los que no habéis creído en los números complejos.
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