lunes, 10 de enero de 2022

Aparcamiento

    Una de las maldiciones, si bien apócrifa, que nos cayeron al ser expulsados del jardín del Edén es aquella que decía: “aparcarás el coche con el sudor de tu frente”. En las horas punta encontrar un hueco se convierte en una prueba de resistencia. Así estaba dando vueltas mientras meditaba sobre la paciencia, el esfuerzo y la recompensa cuando he visto una plaza libre en una zona de coches aparcados en paralelo. Con el corazón fortalecido por la visión he maniobrado para enfilar el espacio libre y deslizarme, no sin cierta gracia, en el hueco. La anchura era exigua y he tenido que plegar el espejo retrovisor para encajar el coche en el sitio disponible.
    Encajar, esa es la palabra, porque una vez culminada la maniobra no podía abrir la puerta. Bueno abrir si podía, pero apenas diez centímetros. Lo mismo pasaba con la puerta del copiloto. Imposible salir. La verdad es que lo había sabido desde el principio, por algo estaba el hueco libre, pero no me he podido resistir a la tentación de aparcar, de parar el motor y sentir que la perseverancia daba sus frutos, que todo tiene solución menos la muerte.
    Resignado, he salido del fallido aparcamiento pensando si no sería esta una enseñanza para la vida. Muchas veces eso es justo lo que pasa, ese es el resultado del trabajo y la dedicación, encontrarte prisionero en una situación vital similar a la del conductor que por fin ha conseguido aparcar y resulta que no puede salir del coche. El final alternativo que se me ocurre, en clave de comedia, podría ser un gag de Mr Bean: ha aparcado el mini arrancando de cuajo los retrovisores de los otros coches y después de sonreírse ufano, mira a derecha e izquierda, levanta las cejas y acaba escabulléndose del coche a través del maletero.

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