martes, 4 de enero de 2022

Penúltimas palabras

    Uno de los dichos de mi padre era que en la vida hay que llegar, pero hay que llegar a tiempo. Va a hacer tres años que murió, le faltaban cuatro días para cumplir noventa y tres. Tenía la costumbre de cenar de pie. Se plantaba en la cocina y cenaba frugalmente lo que hubiera quedado del mediodía, o se preparaba un bocadillo; luego algo de fruta, casi siempre una naranja.
    Ese hábito dio lugar a una anécdota que casi parece un chiste. Fue un par de meses antes de su muerte. Imagínate la escena: un hombre de más de noventa años va al médico y le dice:
    Doctor, cuando ceno me duele la espalda.
    ¿Al cenar?—el médico, sorprendido —será algo de la postura.
    Bueno, ceno de pie —y entonces el médico diría
    Pues cene usted sentado, hombre de dios —no, no le dijo eso, por consideración, pero lo pensaría. Así quiero recordarlo, cenando de pie en la cocina, una costumbre que decía algo de su forma de ser.
    Sus últimos días los pasó ingresado en una clínica. Por las mañanas, en medio de las idas y venidas del personal, él, tendido en la cama, rezaba en voz baja. Apenas dos días antes de morir, le sentaron un rato. Mi hermano, de pie detrás del sillón, le dio un masaje en el cuero cabelludo y le peinó. Él se dejaba hacer con los ojos cerrados, la escena me conmovió. Más tarde, estando los dos solos, me miró pensativo, y como quien hace una observación sin esperar respuesta comentó: “Dicen que todos morimos solos”.

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