lunes, 31 de enero de 2022

Flight Radar

    Ella era de espíritu inquieto, hacía falta todo para seguirla. Me decía la hora prevista de llegada y yo buscaba en Flightradar el nombre en clave del vuelo. Luego iba al mapa donde aparecen en tiempo real los aviones que están en el aire y localizaba el suyo. La página se refrescaba cada pocos segundos y el dibujito del avión se movía con un pequeño salto, qué rápido van los aviones. Era tranquilizador verlo allí moviéndose en el aire entre otros muchos iconos de color amarillo y algunos azules, creo que los rastreados vía satélite.
    Que yo supiera el día anterior habían volado otros tantos y no se había estrellado ninguno; un alivio porque siempre puede pasar algo y me acordaba de un abogado recién licenciado que caminaba por la acera del Palacio de Justicia cuando se desprendió un trozo de cornisa, le golpeó la cabeza y lo mató. Abogado, cornisa del Palacio de Justicia, esas cosas pasan y algunos aviones se caen. Imaginaba el avión suspendido en el aire, reflejos plateados en el fuselaje, toneladas de metal con los remaches firmes y todas las ecuaciones aerodinámicas bien resueltas.
    Pinchaba vuelos al azar: un Boeing de Alitalia iba de Milán a Nueva York, otro era de la US Air Force, eso si era raro, y de este no figuraba ni el origen ni el destino pero por suerte allí aparecía, señal de que estaba controlado y su trayectoria coexistía en paz entre la multitud de rutas que cubrían el mapa. Volvía a monitorear el avión en el que viajaba ella y deseando y esperando me venía esa canción, wishin’ and hopin’ and thinkin’ and prayin’ porque eso era más o menos lo que estaba haciendo y sentía que todo, la página, los aviones, nuestra vida, pendía de un hilo que no se podía romper de ninguna de las maneras.

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