domingo, 16 de enero de 2022

Un ángel al final del camino

    A pocos kilómetros de aquí había un bar-restaurante de menú del día. La casa sigue en pie con el letrero y un amplio aparcamiento que ahora está casi siempre vacío. Abajo estaba el bar, justo la barra y un par de mesas. En el primer piso el comedor, al que se accedía por una estrecha escalera de madera. Lleva cerrado unos años y el motivo fue, simplemente, la jubilación de la dueña. Dueña y cocinera, o supervisora de la cocina, supongo.
    Comí allí un par de veces. Ambiente familiar, como suele decirse, comida casera y abundante. Los clientes era sobre todo trabajadores de los alrededores, cerca hay un polígono industrial. Siempre que paso me fijo a ver cómo sigue, si lo han reabierto. No es mal sitio para un bar; enfrente hay una gasolinera, que por cierto atracaron una noche hace unos años.
    J. contó una vez una historia que pasó en torno a ese bar-restaurante. Había un hombre que comía ahí a diario. Un hombre mayor y soltero que vivía en un caserío cercano. Conocido de la casa, tenía su mesa y cada día le atendía una de las camareras con todo el cariño. Así durante años.
    El hombre tenía varios sobrinos, con los que tenía el trato normal de verse en alguna reunión familiar. La sorpresa fue que cuando murió y los sobrinos acudieron al notario, este les informó de que el difunto había querido dejárselo todo a la chica que le servía la comida en el bar. Claro que la realidad no es tan maravillosa que permita que pasen esas cosas de cuento de hadas. No sé de leyes, la legítima y esas cosas, supongo que los sobrinos se buscarían un buen abogado. Ahora, me imagino su consternación al enterarse de que su tío había querido dejar sus bienes, el caserío familiar, a “una desconocida”. Una desconocida que para él fue el ángel que hizo más llevaderos sus últimos años.

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