lunes, 25 de julio de 2022

Antes, ahora y después

    El paso del tiempo, decíamos ayer (en este caso “ayer” es el día antes de anteayer que según el diccionario es trasanteayer). El paso del tiempo es el gran tema de la literatura, o uno de los dos grandes temas como dijo alguien cuyo nombre no recuerdo (y tampoco recuerdo cual era el otro tema). Así es la vida, un ser humano nace, el tiempo pasa y ese mismo ser humano muere. Lo que viene a continuación tiene un nombre: posteridad. Por simple lógica, por pura simetría, todo lo que sucedió antes del nacimiento también lo debería tener: anteridad, supongo.
    Cada vida tiene su anteridad y su posteridad. Ambas son únicas e intransferibles. La anteridad, que me apunten la palabra, no dijo gran cosa de nosotros ya que no existíamos. Aún así es muy probable que fuéramos esperados y deseados, que nos amaran antes de haber hecho nada para merecerlo.
    La anteridad no suele preocuparnos más allá de la curiosidad por conocer nuestros antecedentes. Por el contrario la posteridad puede llegar a obsesionar, algo sorprendente ya que nadie estará allí para ver la suya. Uno imagina, en mayor o menor medida, dependiendo del ego, que la posteridad nos recordará, que el grado de humanidad que hayamos alcanzado en vida dejará huella (en confidencia te lo digo, nos recordarán unos pocos y durante un tiempo tirando a breve, no digo más).
    La razón de ese deseo es, me parece, que la necesidad básica del ser humano es ser querido, y serlo también más allá de la muerte. El cariño, o llámalo amor, es lo único que sostiene nuestras vidas. Lo repito en cursiva, el cariño de los demás es lo único que sostiene nuestras vidas. Dicho de una forma más prosaica, somos animales sociales. Haber sido queridos antes incluso de nacer, ser queridos mientras vivamos y saber que nos querrán cuando ya no estemos es nuestro consuelo, lo necesitamos tanto.

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