jueves, 7 de julio de 2022

Las guerras de mis antepasados

    Lo pienso y me asombro de lo poco que sé de las vidas de mis antecesores. Más allá de mis padres y abuelos apenas sé nada. De estos algo conozco aunque me temo que incluso ese exiguo saber no es muy de fiar por nuestra tendencia a tergiversar los recuerdos. Si bien mi padre no era de los que cuentan batallitas sí le oí a lo largo de los años algunas anécdotas. Un eje en torno al que giraban a veces era, como parece lo más natural, la guerra civil, la guerra del 36. Cuando estalló mi abuelo era demasiado mayor para ir al frente y mi padre demasiado joven. Mi abuelo había ido a otra anterior, a la guerra de África. Lo llevaron, quiero decir. Una cosa que deduzco de este hecho es que la familia (mi familia sin mí) era más bien pobre; los ricos se libraban pagando. Sobre esa guerra solo en una ocasión le oí decir algo a mi abuelo. Era Navidad y al sentarnos a la mesa hizo este comentario desolador: en las Navidades que pasé de soldado en África en el campamento había muchachas marroquíes que se vendían por un mendrugo de pan.
    En la del 36, aún sin haber vestido ningún uniforme los sublevados mandaron a mi abuelo a la cárcel. Estuvo tres años encerrado, que se dice pronto. Su mujer, mi abuela, y sus dos hijos, mi tío y mi padre, las pasaron canutas. Mi abuelo estuvo en el penal de El Puerto de Santa María donde no lo pasó mejor. Eso sí, como tocaba el clarinete formó parte de la banda de música. Por aquella época mi padre, que tendría unos catorce o quince años, estuvo de recadero en una oficina. Un día yendo a entregar o a recoger algo le preguntó por la dirección a uno que pasaba, pero al preguntar dio el nombre que tenía la calle antes de la guerra, el nombre republicano, diríamos. El transeúnte, que debía de ser del bando de los vencedores, le contestó desabrido: Que te lo diga tu padre. Mi padre remataba la historia comentando: le tenía que haber dicho que no me lo podía decir porque estaba en la cárcel.

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