viernes, 22 de julio de 2022

El gato ̶c̶h̶i̶n̶o̶ ̶ japonés

    No le suelo hacer mucho caso. Me refiero a la figura del gato chino que mueve un brazo (una pata) y me vigila desde la estantería. No sé cual es su procedencia, cómo ha llegado hasta ahí. Alguien se lo debió regalar a mi hija. No tiene ningún valor material siendo como es el típico souvenir barato que venden en cualquier bazar chino.
    Ya he escrito dos veces “chino” pero lo he mirado y el origen de la figura es japonés, así se escribe la historia. Gato chino o japonés lo importante es que cace ratones, diría alguno. Este no caza, saluda con la pata delantera izquierda. En su origen la escultura en porcelana de un gato a la puerta de cualquier comercio en Japón era un reclamo para animar a los posibles clientes. La pata móvil es una mejora que introdujo un genio anónimo cuando reprodujeron el gato en plástico hasta el infinito. El éxito de la innovación ha sido extraordinario, me parece.
    Mientras escribo lo tengo ligeramente detrás, a la derecha arriba en la estantería. Aunque pasan días, semanas o incluso meses sin acordarme de él (digo él pero no tiene género) hay veces que algo me hace girar la cabeza para mirarlo y siempre me sorprende ver la pata en movimiento. La razón me dice que ese oscilar, sea pausado o enérgico, depende del aire, de las corrientes que se generen por azar (la puerta o la ventana entreabierta, mis propios movimientos). Sin embargo no puedo evitar sentir cierta inquietud. El gato deja de ser una pequeña figura dorada con las orejas rojas y una especie de babero verde (un objeto decididamente kitsch) para convertirse en una forma extraña de vida, en un hábil simulador de móvil perpetuo, en un mensajero mudo, admonitorio y sereno que me induce a pensar y a seguir tecleando al ritmo de ese gesto reiterado con el que puntúa a su antojo el paso del tiempo.

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