miércoles, 3 de agosto de 2022

Última visita

    He ido a ver la casa. Para hacerlo no hay más remedio que ir ex profeso, está al final de una calle sin salida. Han pasado más de seis años desde la última vez, B había muerto hacía poco. La casa ya no es nuestra. Digo nuestra pero nunca fue mía, no entro en detalles por respeto y cariño hacia B y hacia los que quedan. B falleció de improviso (“de improvisto” decía el periódico el otro día de modo erróneo) y la casa, una construcción de otro tiempo que había recuperado a lo largo de años de sordo empeño, dejó de tener sentido para la familia. Ahora son otros los habitantes, desconocidos para mí.
    Allí me había presentado, casi siempre sin avisar, a lo largo de los años y B siempre me brindó su hospitalidad. No decía tacos, una costumbre, no decir tacos, que se ha perdido, me parece. Los sustituía por alguna expresión blanda que recordara al taco. No sé, decir “cataplines” por ejemplo, o “cabrito”.
    He rodeado la casa con cautela dispuesto si fuera el caso a declarar el motivo nostálgico de mi curiosidad pero nadie ha salido a ver. En un momento he oído un rumor de lugar habitado, de entrechocar de vajilla y voces apagadas. La casa apenas ha cambiado en estos años, solo una verja me ha parecido nueva. He rememorado el interior, las comidas compartidas en el amplio espacio en torno a la chimenea, las escaleras de madera que B encargó a Z. He escudriñado todo lo que había a la vista, las ventanas estrechas, el balcón, la leña apilada, en busca, sin éxito, de algún detalle revelador. Mientras desandaba la calle he pensado con desasosiego que salvo un nuevo futuro acto de voluntad por mi parte no volveré a ver la casa nunca más.

No hay comentarios: