sábado, 2 de febrero de 2008

La medalla

Cuando nací me regalaron una medalla de oro. Era la costumbre. Una cadena, fina, y una medalla que por una lado tenía una virgen y por el otro mis iniciales y la fecha de mi nacimiento. Con los años la medalla pasó temporadas en la mesilla junto a mi cama y otras, más activas, en mi cuello. A veces se hacía un nudo y lo deshacía aflojándolo con los dientes. Si me tocaba un empaste me daba como un latigazo en la muela. Hasta que un día de verano bañándome en la piscina y dando volteretas en el agua, se me perdió. No me di cuenta hasta que estuve de vuelta en casa. Puse un anuncio en la piscina, incluyendo un "se recompensará", pero nadie respondió. O la medalla se fue por el desagüe o alguien se la quedó. Era sólo un objeto, no creo que tuviera un gran valor material por mucho que fuera de oro, pero yo le tenía cariño. Al perderla comprendí que nada tengo, que nada material me ata porque en realidad no es mío, que nacemos desnudos y que todo lo que nos rodea es prestado.

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