domingo, 10 de junio de 2007

Reflexiones de un diletante

Primero, que bonito es ser diletante. Siempre me viene a la cabeza Oscar Wilde, pero no, ése era un dandy más bien. Diletante, entiendo yo, es alguien que vive sin trabajar gran cosa y dedicado a cultivar sus aficiones. Y algo tengo de diletante; pero que no se entienda como una forma de exclusivismo, si acaso como una suerte que me ha tocado. Precisamente la "reflexión" que quiero hacer es ésta: Soy un humano afortunado que, sin estar dotado de grandes cualidades para la supervivencia, sigo disfrutando de la vida bajo la protección de la tribu.
Según las necesidades, ha habido épocas en que los más débiles eran descartados para que los más útiles sobrevivieran. Ver por ejemplo la película "La balada de Narayama". Mi suerte ha sido nacer a estas alturas de la historia, que superara unas amígdalas infectadas a los cuatro años, y que con gafas de culo de vaso llegara a los diecisiete y un cirujano me extirpara el apéndice inflamado. En otras épocas no tan lejanas no hubiera durado dos asaltos. Quizás, debido a mi poca visión, me hubiera caído por un precipicio o al río, o me hubiera atacado algún depredador (un lobo, un ejecutivo de ventas) o en todo caso hubiera entregado la cuchara en el citado episodio de la apendicitis aguda (cólico miserere, lo llamaban). La bendita sociedad en la que vivo, con todos sus defectos, su suciedad y su saciedad, ha sido generosa conmigo y yo me siento agradecido. Puedo tener delirios de héroe solitario, tipo Corto Maltese, pero soy consciente de que sólo soy una hormiguita en un gran hormiguero.

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