viernes, 20 de junio de 2025

Teorizo

    Se suele decir que no se puede elegir la familia pero sí los amigos y es cierto, en parte. Uno no elige a su familia al nacer, claro; tampoco le preguntan, recién nacido, qué le apetece para desayunar o si prefiere los patucos blancos o los grises. Si todo va bien uno no elige nada hasta una cierta edad. Luego sí, puede elegir, dentro de un orden; hay que reconocerlo.
    Uno puede escoger a sus amigos más o menos. Los puede elegir entre la gente que le pilla cerca y que además, a su vez, le quieren elegir a él como amigo. Es como lo de la igualdad de oportunidades; sí, de acuerdo, en una democracia auténtica el estado ofrecerá becas para que los capaces puedan estudiar. Sin embargo, la realidad es que no todos partimos con las mismas oportunidades. Incluso habiendo becas, en la carrera de la vida unos salen de abajo del todo de la montaña y otros ya han subido en el funicular propiedad privada de su familia casi hasta arriba y lo que hacen es darse un paseíto hasta la cumbre.
    La comparación, me doy cuenta tarde, no sé si tiene mucho que ver. Puede que sí, aunque sea desde un punto de vista indirecto. Y luego está —para desviarme un poco más del tema, o tal vez para centrarlo, who knows— la elección más importante de la vida, en ese aspecto de las relaciones, que es la elección de la pareja, de la única o de cada una de ellas. La pareja es a la vez amistad y familia. Aún diría más, es la mayor de las amistades y la familia más importante; aunque no deje de ser familia política.

martes, 17 de junio de 2025

Todas las personas (y 2)

    No escribo novelas —por falta de talento— pero si las escribiera (si averiguara que escribiría si escribiese) no me quedaría otro remedio que redactarlas en primera persona. Porque es la única voz que conozco, la mía propia. Es la única forma de aparecer verosímil, aunque te estés inventando cosas. Me reconozco incapaz de meterme en la psique de nadie.
    Cuando alguien empieza a generalizar, a dar por sentado que está expresando el sentir general, se le suele decir: “habla por ti” (porque solo a ti te representas). La voz en primera persona del singular es la que mejor entendemos. Nos agrada —me parece— porque nos sitúa ante un igual, ante un espejo, y es la mejor oportunidad que podamos tener de asomarnos al interior de otro ser humano; aunque no somos tan ingenuos como para no sospechar que nunca nadie nos va a confesar toda la verdad de sí mismo (todas sus vergüenzas). O casi nunca, hay gente para todo.
    Luego está segunda persona del singular. A veces la utilizo, casi sin darme ni cuenta. Pero es que escribir en segunda persona no deja de ser una forma retórica de seguir hablando por uno mismo, reconociendo que al fin y al cabo tú y yo somos los dos humanos, que de alguna forma yo soy tú y tú eres yo; que somos bastante intercambiables, mal que nos pese.

sábado, 14 de junio de 2025

Todas las personas (1)

    La primera, la segunda y la tercera. Me refiero al punto de vista en una narración. En las novelas clásicas, no en todas pero sí a menudo, el narrador es un ser omnisciente que cuenta una historia en tercera persona dando los detalles que considera oportunos. Estos detalles pueden incluir descripciones del paisaje, la situación meteorológica, el aspecto y vestimenta de los personajes, lo que hacen, lo que dicen, lo que comen, lo que piensan, lo que sienten... Queda patente que si no se explaya más es porque no le da la gana, no porque no lo sepa.
    De esto se deduce que ese narrador no puede ser otro sino Dios. Pero sabemos de buena tinta —guiño— que en realidad el autor de la novela es un ser humano, a veces uno muy sabio pero en ningún caso tan sabio. Esa forma de narración, tan habitual, es pues una gran mentira, un burdo engaño que asumimos no sé bien por qué: por costumbre, por inocencia, porque nos encanta enterarnos de todo o, como explicó el poeta inglés Coleridge, por suspensión de la incredulidad.
    Una aclaración, la narración en tercera persona es también perfectamente natural cuando se limita a ser la voz de un testigo que refiere lo que ha presenciado o le han contado, aderezado con los comentarios personales —suyos— que se le hayan podido ir ocurriendo. Y solo eso. Nadie puede saber lo que piensa el otro, solo puede decir lo que le parece que pueda estar pensando, que es algo muy distinto, tan distinto que rara vez coincidirá con lo que de hecho esté pensando.

miércoles, 11 de junio de 2025

Fachada

    Aunque es el aula el escenario oficial para la educación de los alumnos, el patio del colegio es también un lugar de aprendizaje y allí pudo ser donde K adquirió las destrezas sociales que le ayudarían a sobrevivir durante toda su vida. O a vivir, sin más, si rebajamos el dramatismo. Así lo dedujo en su fuero interno a lo largo de los años.
    En el patio se reproduce, a pequeña escala y de forma más o menos incruenta, el drama de la vida que desde los albores de la humanidad se ha representado primero en la selva y ahora mismo en internet, exagerando un poco. K. aprendió pronto a protegerse simulando una actitud afable con todos, contemporizadora con los fuertes, a los que odiaba, comprensiva con los débiles, a los que despreciaba. Llegado el momento, eligió sus estudios desde el punto de vista práctico y pronto se convenció de que lo más conveniente para sus intereses coincidía con su auténtica vocación.
    Por puro interés personal formó una familia modélica. En casa era atento con su mujer, ayudaba en las tareas domésticas y se esforzaba en la educación de los hijos. Por otro lado, desarrolló una brillante carrera profesional recurriendo a las mismas tácticas que le habían servido en la jungla de la adolescencia. Seguía las directrices de los jefes sin un mal gesto y era paciente y comprensivo con sus subordinados.
    Perfeccionó tanto esa fachada que había decidido mostrar al mundo que ni un solo mal gesto, ninguna burla sardónica, ningún insulto mascullado traspasaba las barreras que separaban su mente del exterior. Nadie lo sabía, pero en él se cumplía lo que escribió una vez Elizabeth Bowen: Hace las cosas más hermosas por motivos depravados (she has depraved reasons for doing the nicest things).

domingo, 8 de junio de 2025

Merecer

    Oímos y repetimos palabras toda la vida y de pronto nos fijamos en ellas y no acabamos de entenderlas del todo. Me ha pasado con merecer. No me había dado cuenta, hasta ahora, de las connotaciones éticas que lleva esta palabra en la mochila.
    En las novelas antiguas, de los tiempos del romanticismo trasnochado, una cosa que solía decir el galán, el abnegado muchacho enamorado —y equivocado, pero entonces no se sabía—, que solía decirse a sí mismo en un monólogo interior, era algo así: prometo que le daré, a la mujer de mis sueños, la vida que realmente se merece.
    Soy un mar de dudas: ¿se lo merece de verdad?, ¿quién lo decide?, ¿qué es eso que se merece? Para saberlo a ciencia cierta habría que esperar al Juicio Final, me temo. Otra cosa es que el o la supuesta merecedora quede conforme con eso que se ha merecido, sea lo que sea. Visto desde cierto punto de vista todos nos merecemos lo mejor, incluso los que no se lo merecen, podríamos decir.
    El concepto, tan resbaladizo, ha pasado a formar parte de las frases hechas, ¿qué he hecho yo para merecer esto?, merece (o no merece) la pena, darle a alguien su merecido, o esa curiosa expresión —que por suerte creo que está en desuso— de estar en edad de merecer, que parece sugerir que ser joven —y chica— da derecho a no sé exactamente qué. De haber una edad de merecer algo, esa edad sería la vejez, digo yo.

jueves, 5 de junio de 2025

Sostiene Pessoa

    Dice Pessoa que si nos llevamos bien es porque no nos conocemos. Partimos de la base de que es imposible conocerse a uno mismo, y aún más imposible conocer a los demás. Esto último creo que lo dijo Montaigne. Claro que, qué no dijo Montaigne; Montaigne lo dijo todo, todo lo que hay que decir porque nadie lo dice aunque en el fondo todos lo sepamos.
    En todo caso estoy interpretando a Pessoa (y a Montaigne) de memoria, igual no escribió eso, igual escribió lo contrario y lo que pasa es que lo he entendido mal. Dice Pessoa (sostiene Pereira) que si nos conociéramos de verdad, si alguien conociera de verdad a otro alguien, no podría congeniar con él y que lo que pasa, por suerte, diría yo, es que no nos conocemos.
    Pessoa es pesimista. También puede darse el caso de que sea un agudo observador y mejor conocedor de la naturaleza humana. Según Pessoa (según dice o sostiene) si conociéramos cómo es en el fondo nuestro querido maestro, nuestro mejor amigo, ¡nuestra madre!, nos llevaríamos un buen chasco. Él no, él no se lo lleva porque él, si no lo sabía, lo ha deducido de alguna manera. Lo dedujo, quiero decir. O tal vez solo estaba haciendo literatura. Eso se le daba bien, y lo otro igual también.

lunes, 2 de junio de 2025

La importancia de la primera frase

    Late one night in may, 1884…, así comienza la traducción al inglés de la novela de Atsutsi Nakajima Light, Wind and Dreams (Hikari to kaze to yume, en japonés). J. la ha traducido al español y me ha pasado un borrador. El título, “Luz, viento y sueños”, está claro; los problemas empiezan con esa primera frase, late one night...
    J. ha optado por este comienzo: Tarde una noche de mayo de 1884... De primeras me ha parecido confuso en cuanto al significado (por los dos sentidos de la palabra "tarde") y también irregular en cuanto a la sintaxis. Así que me he puesto a buscar alternativas.
    Hay muchas: Una noche tarde de mayo..., tarde en una noche de mayo..., avanzada la noche de un día de mayo…, una madrugada de mayo… Al final mi sugerencia a J. ha sido simplificar y decir sin más: Una noche de mayo, olvidándonos del molesto tarde.
    J. me ha contestado que por una cuestión de estilo mantendría su versión: Tarde una noche de mayo de 1884... Lo pienso otra vez y tengo que darle la razón. Es un comienzo que desconcierta un tanto pero, además de ser fiel al original, tiene ritmo, tiene swing.

viernes, 30 de mayo de 2025

Nombre alternativo

    Los idiomas están en continua evolución; para bien o para mal, según épocas y opiniones. También se influyen mutuamente, y cada vez más. A veces no, a veces un idioma se aferra a su tradición y aguanta el embiste de la globalidad inmisericorde. Creo que ha podido pasar con los aranceles; con la palabra “arancel”, rara donde las haya. En inglés dicen tariff. Por otro lado, tarifa en inglés se dice fee. Arancel resiste, de momento. No descartaría que un día un periodista dijera, o escribiera, que al precio de tal producto (importado) el gobierno le ha añadido una tarifa del tanto por ciento. Ah, que ya ha pasado...
    Escribo esto a modo de introducción y me voy dando cuenta de que en el fondo no viene a cuento. Es igual, mejor sacarlo y que no se me quede dentro y pueda llegar a infectarse. AI son las iniciales en inglés de Artificial Intelligence. La expresión se acuñó, al parecer, en 1956 y ha pasado al castellano como Inteligencia Artificial. Para mí que está mal dicho. La inteligencia artificial es una verdad a medias, porque es artificial pero no es inteligencia. Igual es un oxímoron. Me suena mejor Inteligencia Simulada, expresión que deja claro que hay trampa, engaño, simulación.
    Pero es que la palabra inteligencia tampoco me parece adecuada. La inteligencia natural es sináptica y humana y por tanto imperfecta, factible de equivocarse, ¿para qué querríamos copiarla? Si la inteligencia natural es imperfecta, la simulada lo será más. Habría que sustituir la palabra inteligencia por algo más consistente. Se me ocurre sabiduría. SS, Sabiduría Simulada (Simulated Wisdom, SW en inglés); falsa en todo caso. Como término coloquial sugiero el que usaba Txomin del Regato: “sabidurensia”.

martes, 27 de mayo de 2025

La vida para dummies

    El que nunca ha tenido un dolor de muelas no es consciente de lo que se pierde (aforismo irónico). Dicho del derecho: si no te ha dolido nunca una muela no sabes lo que ganas cuando no te duele. Si no conoces lo malo no sabes apreciar lo bueno, incluso lo neutro.
    A esto se refiere, me parece, esta frase, que se oye en una película (por lo demás olvidable): Si la vida no te lo pone difícil es que no está haciendo bien su trabajo. Es cierto, puestos a elegir la mayoría optaría/optaríamos por una existencia sin sobresaltos, easy going, sin dolores de muelas, diríamos; luego resulta que cuando acaba una vida así, un comentario habitual es que esa persona en realidad “no ha vivido”. En el paquete de la vida va todo junto, tan vida es lo bueno como lo malo y, a veces, lo que de primeras parecía malo, a la larga resulta que era bueno.
    El actor Miguel Rellán también se declara partidario de arriesgar. Dice algo así (parafraseando): luego están los yo-ya-no; yo ya no opino, yo ya no quiero líos, yo-ya-no esto, yo-ya-no lo otro… ¿tú ya no nada?, ¡pues muérete ya! No, no te mueras todavía, yo te entiendo, aunque no es mi caso porque a mis yo-ya-no casi siempre hay que quitarles el ya del medio.
    Y termino con una cita agridulce de otro que arriesgó, el gran Pepe Mujica: Me dediqué a cambiar el mundo y no cambié un carajo, pero estuve entretenido. Sí, así es; pero no del todo. El mundo, con tipos como él, sí que cambia; aunque sea solo una pizca.

sábado, 24 de mayo de 2025

Momento estelar

    Guion no lleva tilde, truhan tampoco; pasa la voz. La razón es que son monosílabos (o se les acusa de ello). Si fuera el rótulo de un comercio sería este: “Guion, sin tilde desde 2010”.
    Cada vida sigue un guion que nadie conoce de antemano pero que, pasados los años —y eventualmente extinguida esa vida en particular—, aparece tan lógico y redondo como el de cualquier película. La vida más aburrida si la miras de cerca, y más si la miras desde dentro, resulta fascinante; está esperando que alguien la cuente.
    Uno de los momentos estelares de cada historia, de cada guion (y de la humanidad, Stefan Zweig) es cuando la protagonista se queda embarazada. Se queda, en reflexivo, como si fuera espontáneo e involuntario. A ver si mejoramos el idioma. Nos hemos quedado embarazados tampoco vale. ¿Cómo decirlo? Está embarazada, cierto, esa es la fórmula correcta.
    Una explicación más prolija sería absurda: mi pareja y yo hemos tenido relaciones sexuales, consentidas y deseadas, y como consecuencia, no habiendo puesto ningún medio para evitarlo, estoy embarazada. Otra forma: de la fusión de un espermatozoide suyo y un óvulo mío una nueva vida ha surgido en mi útero.
    Bueno, pues esta chica está embarazada, de unos seis meses —enhorabuena—, y una mañana temprano se levanta, va al baño y a la vuelta comenta de pasada: me ha despertado el hipo del bebé. Así lo ha dicho. Es el bebé, ¡hip!, que está haciendo sus ejercicios prerespiratorios. ¿No es maravilloso?

miércoles, 21 de mayo de 2025

Una vez

    Una vez una chica —que ahora ya será abuela— nos explicó cómo saber el número y el sexo de nuestros futuros hijos. Fue durante un cursillo de euskera al que me apunté un verano. Éramos tres o cuatro escuchando. El método, en realidad, es muy conocido. Para llevarlo a cabo bastaba la cadena con la medalla que entonces llevaba al cuello. Me la habían regalado mis padrinos, una medalla de oro con la Virgen de Begoña por un lado y mis iniciales y fecha de nacimiento por el otro. La perdí hace años, en una piscina.
    Por si no lo conoces: se sujeta la cadena con la medalla colgando y según oscile en círculo o como un péndulo será niña o niño. Si no se mueve, nada. Antes de hacer la prueba aquella chica —se me ha olvidado el nombre— había adivinado mi signo del zodíaco, lo que me predispuso a su favor. Me salió que tendría dos niños y dos niñas, no esperaba tantos. Luego han sido la mitad: dos niñas. Hay que reconocer que el “método” es una bobada como un piano.
    La chica era maja, seria, inspiraba confianza, me gustaba. Nos hizo el truco de la cadenita y después, cuando estábamos tan a gusto charlando, de improviso se excusó y se fue a charlar con otro grupo. Pensé que no éramos lo suficientemente interesantes para ella, se había empezado a aburrir. Fue bastante frustrante, como si nos hubiera hecho la cobra (aunque tampoco sabía entonces qué era hacer la cobra).

domingo, 18 de mayo de 2025

Tres genios

    Una obra maestra, en literatura, requiere de la colaboración de dos y, con frecuencia, hasta de tres genios. El primero es el que la escribe, naturalmente. El tercero — luego hablamos del segundo— no siempre es necesario, solo cuando se lee la obra en un idioma distinto al original. Se trata del traductor, cuyo nivel de genialidad ha de ser similar o superior al del autor, nunca inferior. Un traductor inferior desgracia la obra sin remedio. Uno superior corre el peligro de mejorarla, lo que no deja de ser un problema. El traductor se enfrenta a la titánica tarea de cambiar de idioma sin perder ni ganar nada en el camino; algo que es imposible, pero bueno, bastante será que se junten esos dos genios.
    Una vez escrita la obra —y traducida en su caso—, por muy buena que sea, si no interviene otro genio, el segundo, sigue sin ser una obra maestra. Pista: es como el árbol partido por un rayo en el bosque: si nadie lo ha visto, ¿de verdad ha caído ese árbol partido por un rayo en el bosque? No, de alguna forma. Lo mismo sucede con la obra que nadie ha leído. Seguro que hay por ahí un buen número de grandes libros escritos por genios aislados en sus bosques a los que nadie ha tenido la oportunidad de echar un vistazo.
    Así que, dijo el dios de la literatura, léase la obra, y la obra fue leída. ¿Es ya suficiente? Tampoco, a no ser que comparezca nuestro querido segundo genio, el lector que esté a la altura, el lector que dialogue de tú a tú con el autor (y con el traductor, si lo hubiera), alguien a quien queremos tanto porque podríamos ser nosotros mismos. Pero hay más: cada combinación distinta de autor, traductor y lector (geniales) hace que la obra, además de maestra, sea también única, porque ni traducciones ni lecturas son nunca iguales.

jueves, 15 de mayo de 2025

Pretenders

    Fingir, fingimiento, no es una idea que tenga buena prensa; recuerda a trampa o engaño o mentira pero puede significar otras cosas. Se puede fingir para no ofender, por ejemplo, o fingir por modestia o fingir para sobrevivir, poniéndonos un poco trágicos. O puede resultar que la vida consista en fingir, que el fingimiento sea la principal característica del comportamiento humano.
    Hemos nacido para correr, Born to run, incluso para hacer un poco el salvaje, Born to be wild, pero también hemos nacido para fingir, Born to pretend, que alguien escriba la canción. Fingir nos viene impuesto y está mal visto no hacerlo. No todo el rato, eso es imposible; pero sí en general, en el sentido de que, inevitablemente, nos movemos arrastrados por la corriente de la vida; puede que no siempre por el sendero trillado pero sin alejarnos demasiado, quizás porque no hay otra forma de vivir.
    Nacemos en el seno de una sociedad organizada que lleva milenios de rodaje y es como si un espécimen de vida extraterrestre se despertase una mañana entre nosotros. Ese hombre-estrella se encontraría de pronto en un sitio donde ya todo está regulado, el sentido del ridículo, las normas de tráfico, los usos amorosos, todo; nada escapa a lo establecido, así que no le quedaría otro remedio que seguir las reglas o, mejor dicho, fingir que las sigue, que es lo que nos pasa a los nativos sin sospechar siquiera que estamos fingiendo; sin reparar en que no estamos siendo fieles a nosotros mismos, sobre todo porque no tenemos ni idea de cómo se haría eso.
    Solo raras veces alguien se da cuenta, por suerte o por desgracia, del fingimiento perpetuo en el que vive, pero como no tiene otra alternativa, o la que vislumbra consiste en otra forma de fingir, lo asume y se concentra en hacerlo lo mejor posible, en ganar el campeonato local, provincial, regional, autonómico, estatal, europeo o mundial del fingimiento; porque no te puedes ni imaginar hasta donde puede llegar el ser humano si se propone algo de verdad, si para conseguirlo pone en ello todo su corazón.

lunes, 12 de mayo de 2025

Versiones

    Por atrición he leído el “Libro del desasosiego” de Fernando Pessoa. Atrición es desgaste; y también, para mí, una táctica de lectura. Diez páginas al día y en dos meses la fortaleza de Pessoa ha caído, nada de qué enorgullecerse. En vida Pessoa solo publicó un librito de poemas patrióticos en portugués y otros tres (libritos) de sonetos en inglés (aguántalo). Era bilingüe. Pero escribir, escribió como un poseso.
    Durante veinte años redactó fragmentos más o menos elaborados de lo que proyectaba que sería su libro del desasosiego. Se lo adjudicó a un heterónimo; o a dos, porque además de a Bernardo Soares cita también a un tal Vicente Guedes. En las notas del libro se recoge esta afirmación: Bernardo Soares soy yo menos el raciocinio y la afectividad. Pues tú me dirás qué es lo que queda. El resultado, no sé si genial, es tildado de filosófico y tiende a desolador.
    En realidad “El libro del desasosiego” ni tan siquiera existe, Pessoa dejó un montón de papeles en completo desorden, y las ediciones que se han hecho, cincuenta años después de su muerte, son meros intentos de organizar ese caos. Sea como fuere, he leído uno de esas reconstrucciónes, la del traductor Perfecto Cuadrado, y me he quedado con dos palabras que se repiten: soñolencia y saudade. Sus razones habrá tenido para elegirlas.
    Soñolencia es un sinónimo de somnolencia, pero no lo parece, porque estar somnoliento es tener ganas de dormir y estar soñoliento suena más a tener ganas de soñar. De saudade, nada que decir que ya no sepas. Pues bien, he consultado otra traducción, la de Ángel Crespo, y en ella, aparte de confirmar las múltiples diferencias, he comprobado que esas dos palabras, saudade y soñolencia, no aparecen ni una sola vez.

viernes, 9 de mayo de 2025

Pentasílabos esdrújulos

    Leo que una escritora (testigo protegido) declara amor a las esdrújulas. Lo da a entender. A J., un amigo, por el contrario, le oí en una ocasión renegar de ellas. Las esdrújulas están bien, sin abusar. Lo mismo pasa con los pentasílabos, incluidos los esdrújulos. El hecho de que la palabra pentasílabo sea a su vez un pentasílabo es una coincidencia que reconforta. Los pentasílabos son los dinosaurios del diccionario.
    Una vez soñé con la palabra lepidóptero y quién sabe por qué me sentí satisfecho, me pareció un sueño de cierto mérito. Hoy he soñado con otro pentasílabo: escarapela. No tiene la fuerza de las esdrújulas pero da gusto la suavidad de sus cinco sílabas susurrándote al oído, es ca ra pe la.
    Esto me ha recordado otra palabra de hace unos días. Estaba pensando que los nombres de los equipos de fútbol italianos pueden darse tanto en masculino como en femenino, así el Milan, el Inter, el Nápoles o, por el otro lado, la Roma, la Juve, la Fiorentina. Sin embargo en España no es tan frecuente el femenino, en equipos de fútbol, y haciendo memoria me he acordado de la Balompédica Linense, el equipo de La Línea de la Concepción, en Cádiz.
    Balompédica es otro pentasílabo esdrújulo. Si los pentasílabos son los dinosaurios del diccionario, los esdrújulos son los Tyrannosaurus rex de los pentasílabos. Balompédica es una palabra única, con personalidad; no es probable que la encuentres en ningún otro contexto. Al pronunciar la sílaba tónica parece que has chutado un balón, balomdica; gol por la escuadra.

martes, 6 de mayo de 2025

Animalidad

    Somos animales (y al decirlo no me repito, insisto). Es una verdad básica, indudable, incontrovertible, fragilísticoexpialidosa. Somos una forma de vida, la vida animal, que se da en el planeta Tierra y no sabemos si en algún otro lugar. Podría darse, claro, y podrían darse otras formas de vida que no podemos ni imaginar.
    Siempre me ha llamado la atención que todos los “monstruos” de las películas tengan boca, ojos, nariz, orejas, brazos, piernas... O casi todos. No sabemos imaginar otra cosa, no sabemos imaginar nada, nos limitamos a reproducir lo que conocemos y como mucho lo exageramos; no nos da para más.
    Somos animales y cuando dicen que somos el único animal que ama o que ríe o que bebe sin sed o que lo que sea, suelo preguntarme si será cierto del todo. Por ejemplo, dicen que somos el único animal consciente de su finitud, el único que sabe que va a morir; ¿seguro?, ¿no puede un perro sentir, pensar, intuir que su perra vida acabará algún día? No veo por qué no. Quien dice un perro dice cualquier otro animal, una ballena blanca, por ejemplo.
    Es que el ser humano es el único ser viviente que tiene alma, dice uno. Bueno, si el alma no pesa nada no entiendo qué es el alma; si pesa unos gramos, los que sean, entonces repito lo de antes, ¿por qué no iba a tener alma un gato? (digo gato por cambiar). Reivindico la vida eterna para todos los animales. O jugamos todos o se rompe la baraja. Y si el paraíso y el infierno están en este mundo, más a mi favor. Para mí que padecemos un complejo de superioridad de los de hacérselo mirar. No es que estemos mal, nada más lejos, pero reconozcámoslo: No dejamos de ser unos patéticos mamíferos.

sábado, 3 de mayo de 2025

Pecadores

    Con profondo dolore devo annunciare la morte del nostro Santo Padre Francesco. A veces el italiano se entiende de maravilla. Publicaban el otro día una lista de los 264 papas que ha habido hasta la fecha. Me he enterado así del caso del papa Liberio (en la lista aparecía como Liborio, error). Después de más de tres siglos de papado y de treinta y cinco papas, todos proclamados santos, algo tuvo que hacer mal Liberio para ser el primero que aún no ha sido “elevado a los altares” (los trece que le siguieron también son santos).
    Casualidad, fue este Liberio el que fundó el templo que ahora es la basílica donde han enterrado a Francisco. Cuándo le preguntaron si aceptaba su nombramiento como papa, Jorge Mario Bergoglio dijo que sí y añadió: aunque soy un gran pecador. Igual lo dijo en latín, etsi magnus sum peccator, o en italiano, anche se sono un grande peccatore. Lo dijera en el idioma que lo dijera no dudo de que era sincero; quién sabe de los abismos interiores de cada uno o, mejor dicho, de cada otro.
    Francisco solo pudo ser un gran pecador porque no los hay pequeños. Todos lo somos en tanto que imperfectos. La humanidad se divide en dos grupos de personas, por un lado los grandes pecadores y por otro, los aún más grandes, a los que podríamos llamar los super-pecadores. Así que, serás un gran pecador, Jorge Mario o Francisco o Francesco o Franciscus, no lo dudo, pero te garantizo que no eres de los más grandes. No sé por donde andará Liberio en el ranking, pero aquí estoy yo, sin ir más lejos, que en otras muchas cosas no, pero en esa te gano seguro.

miércoles, 30 de abril de 2025

Estupefacción

    Es dudoso que el dinero dé la felicidad, lo que es innegable es que quita el hambre. Mientras haya alimentos, se entiende. Siento cierto desapego hacia el dinero, aunque sospecho que se debe a que nunca me ha faltado. En casa, en mi infancia, tampoco sobraba. Fue más tarde cuando me di cuenta de que me había criado en la austeridad, como la mayoría de la gente entonces. A la larga me ha venido bien y, por suerte, sigo siendo más austero que otra cosa.
    Hay algo obsceno en la ostentación de la riqueza. Por ejemplo, ese cliché de las vacaciones en hoteles de lujo de lejanos y exóticos países. No acabo de verle la gracia. Además, como le he leído a Pessoa, un ocaso (puesta de sol) es un ocaso en cualquier parte; para ver uno no hace falta ir a Constantinopla.
    Digo esto por la espeluznante inversión de valores que encarna ese presidente americano cuyo nombre no quiero escribir, como gesto de protesta (inane) y también un poco por miedo a que el algoritmo me señale. Me asombra, para mal, una frase que repite a menudo, una frase que demuestra que se puede llegar a viejo sin haberse enterado de nada. Es esta: vamos a ganar mucho dinero.
    Que para un presidente, supuesto líder mundial, sea esa la prioridad le debería de descalificar ipso facto para el cargo. Sin embargo ahí sigue, repitiéndola para consternación de todo ser humano que tenga dos dedos de frente. Vamos a ganar mucho dinero, vamos a hacer grandes negocios. A quién le importan la solidaridad, la educación, la salud, la convivencia, la justicia, la ecología; a quién le importa nada salvo ganar dinero, mucho dinero. A mí ya me está dando miedo.

domingo, 27 de abril de 2025

Confidencial

    Informe sobre la muerte de Ciclón.
    Este es un relato abreviado de las circunstancias en las que ha tenido lugar dicha muerte. Entre las fuentes (apartado 1 del anexo), la más significativa ha sido Tirantes, infiltrado de los servicios de inteligencia autóctonos en el equipo médico. Su testimonio ha sido posible por las buenas relaciones entre los dos países.
    El interés primordial para ambos gobiernos era garantizar el encuentro entre Ciclón y VP, previsto para una fecha posterior pero que, debido a la evolución negativa del enfermo, se adelantó al domingo día 20. Al margen de su estado de salud hubo que presionar y rogar al obstinado Ciclón, que era reacio a ver a VP.
    El sábado 19 a última hora el estado de Ciclón empeoró y el equipo médico tuvo que emplearse a fondo en la UCI instalada en secreto en su residencia. Los detalles médicos en el apdo 2.
    La entrevista, o simulacro de entrevista, con VP se pudo realizar. Las tomas y dosis de analgésicos y estimulantes administrados previamente a Ciclón en el apdo 3.
    Cumplido ese objetivo, el interés de ambos países era que el proceso natural no se alargara y evitar a toda costa su evolución hacia un coma indefinido. Contactados al efecto los responsables médicos, estos se negaron a colaborar. Sus nombres en el apdo 4.
    Finalmente Ciclón murió la noche del domingo 20 al lunes 21. Tirantes estaba entre los sanitarios de guardia. Detalle de cronología, testigos, tomas y dosis en el apdo 5.

jueves, 24 de abril de 2025

Sospecha

    Me ha gustado, y divertido, esto que escribe George Moore —escritor irlandés de hace mucho— sobre los periodos por los que pasa una historia de amor (o más bien, en su época, un matrimonio por amor). Son tres; el primero, un año de misterio y pasión; luego, varios años de pasión sin misterio; y por último, el periodo de resignación.
    Todas las historias de amor hablan de mí; como las canciones, como los libros y las películas; porque en todas partes buscamos espejos donde mirarnos metafóricamente. Todas las historias de amor son diferentes; sí, inevitablemente. Pero también son todas iguales, las historias. Es un tema al que vuelvo siempre, un tema sin resolver. Me pregunto, echando la vista atrás, si pensó alguien en enamorarse antes de Romeo y Julieta, antes de Tristán e Isolda.
    ¿Se enamoraron Adán y Eva? No hizo falta, si no hay más contigo Adán. ¿Los mamíferos se enamoran?, o solo algunos, o ninguno en realidad. Los mamíferos monógamos son más sospechosos de enamoramiento. Sospechosos no es la palabra, porque enamorarse no es nada malo, en principio. En todo caso, no somos monógamos.
    Todas las historias de amor deberían tener algo en común, un mínimo común denominador, una marca de agua que dijera esto es amor marca registrada, pero el caso es que el tema no está nada claro. Una buena frase al respecto, de origen incierto, es esta: Every love story is a ghost story (toda historia de amor es una historia de fantasmas). Le veo sentido; algo hay de fantástico, de ilusorio, en el amor.

lunes, 21 de abril de 2025

Un día distinto

    Hoy no es un día cualquiera, es lo que le oí decir a un hombre que saludaba a otro de edad parecida. La frase me pareció peculiar; hoy no es un día cualquiera, dijo, y luego hizo una pausa para crear cierta expectación. La forma en que lo dijo me hizo pensar que se refería a algo —algún suceso, alguna circunstancia— que les concernía a ambos. Que la causa fuera su propio cumpleaños, por ejemplo, hubiese sido una muestra de vanidad. No, lo que estaba diciendo era que el día era diferente para todos, o al menos para ellos dos. ¿Qué podía ser?, ¿por qué consideraba ese día especial? Se me pasó por la cabeza que quizás aludía a algo relacionado con una larga vida laboral en común.
    Hoy no es un día cualquiera; no se me escapó tampoco el parecido de la frase con la canción de Joan Manuel Serrat, “Hoy puede ser un gran día”; aunque también era obvia la diferencia: Serrat lo decía dando a entender que dependía de cada uno que así fuese; para nuestro hombre el día, de por sí, no era uno más. Tras la pausa mínima, teatral —durante la cual mi mente especuló casi como un ordenador cuántico—, el hombre aclaró la causa de que el día fuese distinto: Hoy no es un día cualquiera — pausa— hoy juega el Athletic.

viernes, 18 de abril de 2025

Monumentos

    Digo yo que ese escudo franquista que está en lo alto de un edificio, grandilocuente y no exento de cierta belleza, no debería molestar a nadie. El franquismo, por suerte, ya pasó. Pronto se cumplirá medio siglo de la muerte de aquel dictador que por otra parte era bajito, rechoncho y de voz aflautada (para nuestra vergüenza, no la suya). Aquellos (casi) cuarenta años no van a desaparecer de la historia por muchos escudos que se quiten. El pasado lo que tiene es que no se puede cambiar, y contarlo distinto tampoco lo transforma.
    Si el escudo está para caerse que lo desmonten, por supuesto, pero por lo demás que se quede ahí de recordatorio y por su valor artístico, si lo tuviera; algún mérito tendría el cantero que lo esculpió. Además, para empezar, ¿hay alguien que se fije al pasar por la plaza?, ¿mira alguien hacia arriba?, no parece.
    Si hubiera que retirar las huellas de todos los gobernantes atroces que en el mundo han sido no quedaría en pie casi ninguna estatua. Por otra parte, ¿cuántos grandes hombres (también mujeres, pero muchas menos) que han brillado en las ciencias o en las artes han resultado ser, hechas las averiguaciones pertinentes, maltratadores de familia y subalternos? Maltratadores o cosas peores. Los mirlos blancos no existen (salvo que padezcan de albinismo).
    Nuestra época tampoco está libre de culpa. Además del tirano clásico, que sigue existiendo aunque sea de forma más o menos camuflada, la moral cambia y lo que hoy es permisible mañana no lo será. Si nos empecinamos, en pocas décadas deberán quitar de la vista buena parte de los monumentos que se construyan ahora mismo, por no decir todos.

martes, 15 de abril de 2025

Soledad metafísica

    Aunque estemos rodeados de gente, vivimos una soledad metafísica. No puedo estar más de acuerdo. Lo he leído a cuenta de una obra de teatro (no voy nunca, lo siento). Lo dice una autora o actriz, mis disculpas por no nombrarla, aunque la frase tampoco será suya del todo, supongo (disclaimer: nada que escriba en este blog es mío del todo).
    Es que lo de metafísica me ha llegado, no es broma, me parece que retrata esa soledad que a poco que lo pienses es la que sobrellevamos todos. O no sobrellevamos en realidad, porque somos así; esa es nuestra naturaleza, estar solos el noventa y nueve por cierto del tiempo, o el cincuenta, igual me estoy equivocando de enfoque.
    Incluso cuando hablamos con alguien estamos solos, ese alguien solo en su ser y yo solo en el mío, intercambiando mensajes cifrados por medio del lenguaje, de la mirada, la postura, quien sabe si de la telepatía. Mensajes que comprendemos más o menos o comprendemos al revés o no comprendemos en absoluto. Y es una soledad tan pura que transciende la física (y la química). Nos pasamos la vida en soledad, presos al fondo de la celda de la conciencia de cada uno.
    En soledad dormimos, aunque otro ser humano respire a nuestro lado, en soledad hacemos nuestras abluciones (espera que lo miro… ok, es correcto, más o menos, en sentido figurado), en soledad vamos y venimos en nuestros quehaceres diarios, en soledad leemos, en soledad cruzamos puentes, en soledad viajamos en autobús, en soledad masticamos el bocadillo de la vida; en soledad pensamos, en soledad somos. Dicho en cuatro palabras: vivimos una soledad metafísica, intrínseca al ser; así me ha parecido y lo mismo es un disparate.

sábado, 12 de abril de 2025

Hazlo

    Preferiría no hacerlo decía Bartleby. De este latiguillo negacionista algunos han sacado toda una mística del no. Se diría que al negarse, si bien de una manera tan educada, a trabajar en su oficio de escribiente, Bartleby estaba haciendo una declaración de principios, denunciando el sistema capitalista o algo así. Pero, tal como lo cuenta Melville, lo que le pasaba a Bartleby es que había entrado en un estado depresivo de apatía creciente que le llevaría a dejarse morir de inanición; más le hubiera valido haberlo hecho.
    Como principio general es mejor hacer que no hacer. Incluso es preferible hacer algo mal a no hacer nada. No digo que sea mejor hacer el mal. Lo bonito es hacer el bien, y después, no tan bonito pero bonito todavía, es hacer las cosas bien. Pero es imposible hacerlo todo bien, por eso es mejor cojear que estarse quieto y es mejor pintar mal que no pintar nada.
    La enseñanza de “Bartleby, el escribiente” es que la inactividad mata. Hay que atreverse, la valentía es mejor que la destreza como cualidad. La destreza es algo que no depende en esencia de tu voluntad, si tienes las manos grandes no es probable que seas un buen relojero. La valentía es una cualidad moral que alimenta tu autoestima.
    Es mejor escribir que no escribir, aunque no lo hagas como los ángeles (suponiendo que los ángeles escriban). La escritura perfecta no existe; hasta a Cervantes le debió de salir algún renglón torcido (metáfora). Si te parece que escribes bien, no te fíes, repasa, revísalo al día siguiente; haz caso a tu oído. Me estoy yendo del tema. Escribe si te la da gana, si no, será una lástima, sin más; pero que quede claro, es mejor escribir mal que no escribir.

miércoles, 9 de abril de 2025

La gran explicación

    Perogrullo debió de ser pariente mío, uno de mis ancestros. Lo digo porque muchas de las ideas que se me ocurren parece que llevan su sello. Que quede claro que no se me ocurren tantas, alguna de vez en cuando, sin más; y nunca, o casi nunca, a partir de mis propias reflexiones. Es escuchando a los demás o leyendo cuando caigo en algo que me parece novedoso, aunque nunca lo es (de este nunca estoy seguro). Así con esto que cuento hoy, la idea de Dios.
    Los filósofos, esos raros, se empeñan en formular preguntas, seguramente porque es más fácil que responderlas. Este puede ser su razonamiento: las respuestas ni las sabemos ni las conoceremos nunca así que concentrémonos en hacer las mejores preguntas, lo único que está a nuestro alcance, al alcance de la criatura humana.
    En cuanto a Dios la pregunta clásica sería ¿existe Dios? Pregunta tonta donde las haya. Ni lo sabemos ni lo podemos saber; hay que cambiar la pregunta. Segundo intento: ¿qué es Dios? Ahí ya me parece que podemos filosofar más a gusto, la idea de Dios, o en plan profano, la idea de un dios.
    Pero hay muchas más (de ahí los kilómetros de tesis doctorales en la materia): ¿por qué Dios?, ¿cómo es?, ¿para qué?, ¿desde cuándo?, etcétera. Dando un par de vueltas al tema (un par, no más) me ha venido esta frase digna de mi probable pariente Perogrullo: La existencia de Dios es la tranquilizadora respuesta a todas nuestras preguntas, la explicación de todos los misterios: en el principio era Dios, Dios creó el mundo, cualquier cosa que no entiendas, tranquilo, ahí está Dios que cuando sea menester te lo explicará y lo entenderás a la primera.

domingo, 6 de abril de 2025

Dos indicadores

    La tercera guerra mundial será por el agua. Es una idea que manejan hace tiempo en la ONU. Lo que parece claro es que, sea por el agua o porque sí, esa tercera guerra mundial será nuclear y de ahí viene el pronóstico de que la cuarta se disputará con palos y piedras. La parte buena es que presupone que tras la tercera habrá supervivientes (o sobrevivientes, como se dice en América) pero dudo que esa cuarta guerra sea mundial, palos y piedras no dan para tanto.
    Confiando en que no estemos aquí para conocer esas guerras y viendo la deriva que va tomando el mundo, que es más o menos como la de la barca arrastrada por la corriente hacia las cataratas del Niágara, he llegado a la conclusión de que hay dos cosas que nos separan del apocalipsis. Esas dos cosas son el agua corriente e internet. Mientras corra el agua por el grifo de la cocina y la red de redes nos sostenga no hay nada que temer. Estar bien hidratados y tener una wifi cerca, todo lo demás es accesorio y circunstancial.
    Una semana, más o menos, es el máximo que podemos vivir sin beber agua. No hay datos fidedignos sobre el tiempo de supervivencia (o sobrevivencia) sin internet. Lo están estudiando en las principales universidades del mundo. Los chinos saben algo pero no quieren decirlo. Que esas dos cosas estén a nuestro alcance son la señal de que estamos a salvo; aparte de lo inevitable de la vida, sobre lo que no incidiremos para que no se de por aludida, la vida.

jueves, 3 de abril de 2025

L'Amitié - Françoise Hardy (1965)

    Dime un tema del que hablar y te diré una canción. Si el tema es la amistad, por ejemplo, la canción puede ser Old Friends de Simon y Garfunkel. El autor ve a dos viejos amigos sentados en un banco y se imagina a sí mismo en su lugar echando la vista atrás.
    Es una de las canciones más tristes que he oído en mi vida; así que, para no quedarnos mustios, voy a decir otra: L’Amitié, La amistad, de Françoise Hardy. Esta es más dulce que triste y las dos me tocan ahí, en el corazón de poeta que tengo al fondo de almario (he dicho almario, no armario). L’Amitié es una canción que va bien con el aire de musa existencialista de Françoise.
    En el mismo disco estaba también su primer éxito, que compuso a los dieciocho años, Tous les garçons et les filles, en la que decía que todos los chicos y chicas de su edad eran felices, menos ella. Es lo que nos pasaba entonces a casi todos los adolescentes, no sé ahora.
    Françoise Hardy murió el año pasado, y hace alguno más también murió France Gall, mi otra francesa favorita de la época. France, rubia y risueña, era un poco la antítesis de Françoise. Hace mucho que la aguja del tocadiscos está inservible, pero sigo escuchando y viendo a las dos en YouTube. Con ambas se da la paradoja de que entonces eran mayores que yo y ahora son muchísimo más jóvenes.

lunes, 31 de marzo de 2025

Eclipse

    Estuve media mañana pendiente del eclipse. Del eclipse parcial, la Luna le iba a dar un bocado al Sol, no mucho pero suficiente para que el viejo truhan se resintiera, la venganza del pequeño. O pequeña, la Luna. Pequeña en español, pequeño en otros idiomas, en el inglés por lo menos, Mr Moon le dicen; y Mr Sun, iguales ante la ley. La Luna y el Sol, nuestros astros preferidos, no sé por qué tienen género, es como decir el Juan y la Mari, sobra el artículo.
    Estuve pendiente y cuando llegó la hora se había nublado y no noté nada especial. Me acuerdo de otro eclipse de hace años; veinte o más, no sé decir cuantos. Aquella vez no estaba pendiente. Salía del coche en el aparcamiento del trabajo, una explanada al aire libre, y, entonces sí, aprecié que el día se había oscurecido. También estaba nublado pero aún así.
    Que no se vea el Sol en un eclipse tiene su parte buena, no te puedes quedar mirando directamente como un bobo. Qué lección de humildad esa de no poder mirar al Sol. Si el Sol tuviera conciencia se sentiría muy importante viendo como en la Tierra nadie se atreve a desafiarle con la mirada.
    Aquella vez, en el aparcamiento, la medio penumbra en pleno día me sobrecogió un poco, Pararon el viento y los pájaros, o igual eso lo añado ahora. Lo que sí recuerdo es el silencio, y que en aquel momento estaba solo en la explanada; coches aparcados, como siempre, y solo yo de pie, algo impresionado, oteando el cielo oscuro en pleno día. Esta vez, en cambio, nada; o casi nada, apenas un sí es no es.

viernes, 28 de marzo de 2025

Emily

    Cerca de 1800 poemas escribió Emily Dickinson y solo me sé una línea suya de memoria, esta: Unto my Books — so good to turn (Qué bien volver a mis libros). Un poco de Emily es mucho. Me vendría bien la máquina del tiempo de H G Wells para ir a visitarla. Pero, aún suponiendo que la consigo, estará desajustada y lo mismo me puede llevar a su bautizo que a su funeral. Mejor lo primero, así podría tenerla en mis brazos y susurrarle alguna dulce nadería.
    Más factible sería verla en un sueño, pero no me vale uno inventado y en los de verdad, hasta ahora, no la he visto. Era una chica seria, Emily, y así aparece en la única foto que se da por auténtica: dieciséis años y el semblante sereno; un vestido sencillo, el pelo recogido.
    Descartado, de momento, el sueño, la segunda opción para ponernos en contacto es escribirle una carta. Emily escribió —y recibió— muchas cartas. Se conservan unas mil y eso que, al morir, quemaron todas las que pudieron. Así que le mandaré una dirigida a su casa en Amherst, Massachusetts.
    Añadiré en la dirección un año, 1862, por si existe un ministerio del tiempo que la tramite. Y si no existe, no importa porque ahora mismo allí, en la casa museo, debe de trabajar una experta en su vida y obra que también se llamará Emily. Una mujer activa y enérgica, a la vez que sensible y delicada. Será esta Emily del siglo XXI la que lea y responda a mi carta.
    Me dirigiré a ella con un Querida Emily y le diré que ya ha comenzado la primavera, que me ha gustado saber que vestía siempre de blanco, que también me gusta como escribe con mayúscula las palabras importantes y como usa los guiones para señalar las pausas. Le preguntaré cuál es, entre los suyos, su poema favorito y también si es cierto, ahora que ya no importa, que su cuñada Susan fue el amor de su vida.

martes, 25 de marzo de 2025

Fila india

    Cuenta Marta Sanz —escritora— que Pilar Adón —otra escritora— no podía decir que su padre había muerto. Me ha pasado algo muy triste, decía, pero era incapaz de aclarar qué. Lo entiendo, hasta me ha pasado algo similar. Hay un refrán que se puede aplicar a esta situación: El más ciego es el que no quiere ver (lo he cambiado un poco porque bastante tiene el ciego para encima ponerle el adjetivo peor). La idea es que mientras algo no se expresa en palabras no ha sucedido del todo. Mientras no diga que mi padre ha muerto alimento la posibilidad de que siga vivo.
    La frase a decir, simple y directa, sería mi padre ha muerto. También se podría decir al revés, ha muerto mi padre. El énfasis irá en lo primero que digamos, sea la persona de mi padre o el hecho de que ha muerto. Poniéndonos en el lugar del oyente, el comienzo mi padre no da muchas pistas; tu padre qué, pensamos, y luego viene el mazazo, ha muerto. Dicho al revés, ha muerto ya te pone en guardia; ha muerto quién, puede ser cualquiera, un famoso, un conocido o alguien cercano.
    El problema es que el lenguaje es sucesivo, las palabras las decimos de una en una y no podemos dar toda la información de golpe. Las palabras van en fila india, como las hormigas (y de ahí, curiosamente, de una fila kilométrica de hormigas, nacen los libros). Por momentos me parece que ese gran invento de la lengua tiene sus inconvenientes, o al menos tiene uno, este de que las palabras vayan de una en una en vez de ir varias a la vez, por paquetes, diríamos.
    En una lengua del futuro las cuatro palabras de mi padre ha muerto aparecerán a la vez en nuestra pantalla cognitiva interior. Esto no lo puedo representar aquí, porque nuestra escritura, como la lengua hablada, también es sucesiva. Para hacernos una idea, nuestro cerebro captaría las cuatro palabras mi, muerto, padre ,ha, en todas sus combinaciones posibles y de modo automático filtraría esa información total para obtener el mensaje enriquecido, con todos sus matices. Se me ocurre.

sábado, 22 de marzo de 2025

Dandelion

    Una cita de Emily Dickinson: No sé de nada en el mundo que tenga tanto poder como las palabras. A veces escribo una y me quedo mirándola hasta que empieza a brillar. Otras veces —esto ya es mío— la palabra brilla a primera vista. Una, inglesa, con la que me ha pasado es dandelion; que es una flor y que, ahora me entero, en realidad se pronuncia algo así como dandilaion. Pero para mí, en la página escrita, ha sido dandelion y de momento la voy a seguir llamando así. No me digas que no suena bien; recuerda el tañido de una campana, dilín-dalán-dan-delión. Pero es una flor, en inglés. Me enamoré de la palabra sin haber visto la flor.
    Aparece en el título de una novela de Ray Bradbury, “Dandelion Wine”, que se tradujo como “El vino del estío”. La traducción literal es “vino de diente de león”, porque esa flor, dandelion, no es otra que el diente de león, la florecilla de color amarillo que brota en cualquier parte sin llamar demasiado la atención. El diente de león lo he conocido toda la vida sin saber su nombre. La bola etérea de pelusa que forman las semillas es el abuelito que nos soplábamos a la cara. También decíamos, y no le veía sentido, que el que cogía la flor luego se meaba en la cama.
    Leí una vez que Shakespeare menciona en su obra más de cincuenta nombres de flores distintas mientras el francés Racine solo escribe “flor”. La hipersensible Emily Dickinson amaba la naturaleza y las flores abundan en sus poemas: rosas, margaritas, tréboles, narcisos y también, averiguo con cierto asombro, dientes de león. Incluso tiene un poema titulado “El pálido tallo del diente de león” en el que cuenta que la flor de esta humilde planta anuncia el final del invierno. Doy por seguro que cuando lo escribió se quedó mirándolo hasta que la palabra dandelion empezó a brillar.

miércoles, 19 de marzo de 2025

Creación y evolución

    La verdad de la creación y el relato de la evolución. Esto es lo que se llama una inversión de términos de libro. Esta frase se pronunció en el Senado hace unas semanas (la he debido de estar rumiando). Puesta la frase del derecho —la verdad de la evolución y el relato de la creación— comulgo con ella por completo. Bueno, casi, al 99.99 por ciento. No por nada, solo porque, como homenaje a Montaigne, hay que dejar siempre un resquicio a la duda.
    No solo comulgo —digo comulgo por mi educación tradicional— sino que además me parece una forma muy atinada de decirlo, esa distinción entre verdad y relato. También es cierto que la palabra verdad me resulta un poco verde, asilvestrada, rasposa. Pero lo de relato, eso está muy bien. Ernst Junger, siendo un creyente convencido, lo expresó de esta otra manera: El mito y la ciencia. En el primero se interpreta el mundo, en la segunda se lo explica (el “lo” me suena raro).
    Comento esto porque el Niño de Elche (que como ya sabréis no es tan niño) me ha sorprendido en una entrevista diciendo que son los científicos los que últimamente insisten en la existencia de Dios. Hay un libro reciente que además de decirlo asegura presentar pruebas concluyentes. Se podría hablar de una conspiración en ese sentido.
    Los fantasmas de las conspiraciones suelen venir precisamente de ese caldo de cultivo donde se mezclan ciencia y religión. La verdad de la creación… lo más seguro es que ni el Papa se sienta a gusto con la verdad literal de la creación según la Biblia. A mí me parece que el objetivo de la ciencia no es demostrar la existencia de Dios, eso quedaría para los teólogos. Sea como sea, mi desinformada impresión es que tal existencia, real o imaginaria, es indemostrable.

domingo, 16 de marzo de 2025

La sombra del virus

    Hace cinco años de nuestra pandemia, aunque yo no me contagié o, si lo hice, no me enteré. Esto último, contagiarme y no enterarme, es lo que me gustaría que hubiese pasado, para qué negarlo. Contagioso, el virus, lo era, y mucho; llegó hasta el último rincón del planeta. Hay constancia de que afectó a nueve de cada cien terrícolas y, de estos, uno de cada cien murió. Redondeando, ocasionó la muerte de uno de cada mil habitantes de la Tierra. Puede que a los que quedamos no nos parezcan tantos, pero fueron muchos, demasiados. Y las cifras reales deben de ser mucho mayores.
    El confinamiento nos tuvo que afectar psicológicamente (todo nos afecta), pero a unos más que a otros. Tengo la impresión de que un nuevo confinamiento sería más duro para todos. Escribo esto pensando en la distancia social, el espacio físico que guardamos cuando nos relacionamos. Es instintivo, si alguien se me acerca demasiado me retiraré un poco o si está más lejos de lo habitual, me acercaré. Entre todos, vistos por un científico, debemos de semejar una especie de ballet, tipo física de fluidos, donde nos movemos como moléculas en búsqueda de un equilibrio interactivo.
    Tengo una pregunta. En la pandemia, cuando salimos de nuevo a la calle, esa distancia física aumentó, por instinto y por recomendación de las autoridades, y se hizo llamativa, al cruzarse con alguien uno se alejaba lo máximo que permitía la acera (lo que antes hubiera parecido antisocial). La pregunta que me hago es cómo ha evolucionado esa distancia desde entonces. Algún sociólogo lo estará estudiado. Algo me dice que se habrá ido reduciendo pero no hasta sus valores originales. El virus nos cambió.

jueves, 13 de marzo de 2025

Anginas

    Llorar es tan humano que, según el tópico, es lo primero que hacemos al nacer. Llorar puede ser tanto una respuesta como un síntoma; una reacción al mundo, a una agresión real o imaginaria, o un desahogo por algo que está ahí dentro, latente. No es lo mismo llorar de día que llorar de noche. Un niño que se pasa el día llorando puede que sea un consentido, un aprendiz de manipulador. En cambio nadie, pudiendo dormir, llora toda la noche si no tiene un buen motivo.
    Se me ocurre esto pensando en la primera vez que pasé por un quirófano. Tenía dos o tres años y no lo que recuerdo, solo lo que me contaron después. Era un niño propenso a las anginas, las infecciones de garganta, y la solución de la época era extirpar las amígdalas. Ahora resulta que no es conveniente porque protegen el organismo.
    Mi madre me contó que después de la operación estuve llorando toda la noche y no paraba de sangrar. La llorera provocó la hemorragia, o a la inversa. Se preocuparon bastante. No me dijo que temieran por mi vida, pero he considerado esa posibilidad. Podía haber muerto y el mundo, por el efecto mariposa, hubiera cambiado por completo; aunque, en mi opinión, un mundo sin mí no hubiera tenido ninguna gracia.
    De aquel momento de crisis he sacado dos conclusiones. Una, reconfortante, la idea de mi madre pasando la noche en vela a mi lado. La otra, inquietante, la sospecha de que ese episodio traumático en la primera infancia haya sido determinante en mi vida, para bien o para mal.

lunes, 10 de marzo de 2025

Agua en el tejado

    Una vez, antes de internet, me llegó una carta desde los Estados Unidos. Fue una sorpresa; alguien allí sabía de mi existencia. El sobre era algo abultado. Lo abrí y era una oferta de trabajo, o casi. Se trataba de una empresa que fabricaba recubrimientos asfálticos y buscaban comerciales que vendieran su producto aquí.
    El bulto en el sobre se debía a una muestra, un rectángulo de unos cinco milímetros de espesor de lo que me pareció una goma dura agradable al tacto. Iría a comisión, claro y ofrecían asesoramiento y creo que incluso la posibilidad de algún cursillo allí, en Arizona o donde fuera.
    Si bien halagado de que, de alguna forma, me hubieran elegido como candidato al puesto, habían cometido un error: soy la antítesis del agente comercial, carezco por completo del entusiasmo y el don de gentes necesarios para presentarse en cualquier sitio y convencer a nadie de que compre algo.
    En la carta mencionaban la excelencia de su producto para impermeabilizar cubiertas de edificios. Eso me hizo pensar en el taller del que era socio mi padre y sobre cuyo techo había una lámina de agua. Esto del agua en el tejado puede parecer un despropósito. Para las humedades no es bueno pero debe de tener otras ventajas; como aislante térmico, por ejemplo, o como reserva de agua.
    Subí una vez para verlo con mi hermano, que trabajaba allí. La profundidad era escasa —lógico si pensamos en el peso a soportar por el edificio— y el agua estaba bastante turbia. Sin embargo, había peces. ¿De dónde habían salido? Unos pececillos que se movían perezosos rondando las plantas que habían crecido precariamente en aquel extraño hábitat.

viernes, 7 de marzo de 2025

Las jóvenes airadas

    Hace unos setenta años de los “angry young men”, los “jóvenes airados”, un grupo de escritores ingleses enfadados con la tradición británica. Todos hombres, ¿dónde estaban las chicas? Por suerte los tiempos siguen cambiando, aunque sea poco a poco.
    Hay un libro de Rebecca Solnit con un título que me gusta. Un título irónico y clarificador: Los hombres me explican cosas. Creo que soy feminista y si no puedo o no me dejan serlo o no está claro qué es ser feminista, diré que estoy a favor de las mujeres. Porque todos somos humanos —eso también— pero sobre todo, sospecho, porque he tenido dos hijas.
    Conozco ese tipo de ente masculino intoxicado de testosterona que se comporta como un primate que teme no llegar a reproducirse. Los veo como un peligro por, entre otras cosas, como apuntaba Odile, su dudosa capacidad para amar. Digo “ente masculino” porque “hombre” es otra cosa. Si Dios lo hizo a su imagen y semejanza —que no lo sé—, no pudo hacerlo así, metrosexual e idiota. En cuanto a las mujeres, sí que pudo hacerlas así, resueltas y feroces; pero también, es importante, afables y compasivas. Por todo esto mis simpatías están con el club de las escritoras airadas que se reúne aquí (en el taller de escritura) los miércoles.
    Ahora, un par de observaciones. Si hay una epidemia de varones impresentables también es en parte por la existencia de su tipo femenino equivalente. A unos y a otras los podemos ver en redes sociales y en concursos televisivos. Una característica común es que nunca los verás leyendo un libro. Por otro lado, no debemos olvidar que del mismo modo que no hay comportamientos perfectos, tampoco existen los comportamientos perfectamente imperfectos. Hasta el peor criminal tiene sus rasgos entrañables y si leer es bueno, no leer no tiene nada de malo.

martes, 4 de marzo de 2025

Regalos

    Un descubrimiento: Tiene más mérito saber recibir un regalo que darlo. Se lo he leído a A S Byatt, dama inglesa nacida Antonia Susan (comprendo su opción por las iniciales). En uno de sus cuentos dice: (Ella) también cree firmemente que hay más auténtica bondad y cortesía en aceptar regalos de forma agradecida y entusiasta que en hacerlos.
    Tiene sentido. Sabía que hacer regalos es más satisfactorio que recibirlos. Haces un regalo y piensas, ah, qué bien que puedo demostrar mi aprecio por esa persona (o en el subconsciente: soy mejor que tú, este regalo que te hago lo demuestra). Sí, hacer felices a los demás, eso está bien. Ernst Junger al respecto: si prescindo de mis bienes en favor de otro, los pierdo solo en apariencia: la pérdida exterior se convierte en ganancia interior. El que da se queda a gusto, más que el que toma.
    El receptor, por su parte, también fluctúa en sus sensaciones. Agradece el regalo, piensa: me aprecia de verdad, se ha tomado la molestia y se ha gastado un dinero. Pero a menudo también pasa que el regalo no le parece gran cosa, o no le gusta en absoluto, lo acepta con una media sonrisa y comenta un desganado no tenías que haberte molestado. O están los peores casos en los que alguien en vez de alegrarse y agradecer se resiente, maldito perdonavidas, ahora creerá que le debo una, que es mejor que yo. Por eso el mérito mayor es el del que sabe recibir un regalo y agradecerlo de corazón.

sábado, 1 de marzo de 2025

La papelera

    La papelera, un estudio crítico. En referencia a la papelera hay tres aspectos a considerar: el objeto, el concepto y la función. Como objeto su misma ubicuidad —está por todas partes— la hace de difícil descripción. Como estereotipo es un cono truncado invertido hueco de material sintético. Como miembro de una especie es la prima sofisticada del cubo de la basura. A partir de ahí las posibilidades de diseño son cuasinfinitas. La más elegante puede que sea la papelera de rejilla.
    El concepto papelera nace como un efecto colateral indeseado de la invención del papel en China hace dos mil años. La papelera viene a paliar una imperfección que no radica en el papel en sí, sino en el uso que hacemos de él. Por otra parte el concepto ha transcendido al objeto, he ahí la papelera en la pantalla del ordenador.
    La función original de la papelera es la de contribuir a la eterna lucha de la humanidad contra la entropía. La entropía, en termodinámica, es el grado de desorden de un sistema. Extrapolando a la vida cotidiana, hacer uso de la papelera ayuda a reducir ese desorden; aunque a la larga, como es natural, el desorden prevalezca. Con el uso, la papelera ha devenido en multifuncional y tiene como valor añadido, entre otras posibles, una importante dimensión lúdica. Sucede cuando se utiliza para encestar bolas de papel arrugado.
    He dejado para el final su función en Literatura. Se describe en una frase que según Robert Graves decía el rector de su universidad. Según otros quien la dijo fue Isaac Bashevis Singer (es probable que lo dijera en yiddish). La han repetido muchísimos más, una lista que termina de momento aquí, en mí. Aviso que hay, debido al género, un matiz distorsionador en la traducción que no estaba en la frase en inglés. Esta es la cita: La papelera es el mejor amigo del escritor. Aunque debo decir que otros asignan ese protagonismo al rotulador de tachar.

miércoles, 26 de febrero de 2025

Fluye la vida

    Todo en la vida es variable, voluble, volátil; cíclico también, como las obras en una carretera, que para cuando acaban en una punta tienen que empezar de nuevo por la otra. “Llegas” al mundo (a la vida) y te vas adaptando y nunca acabas de adaptarte. Hablo de ti queriendo hablar de mí; y acierto, porque no es que seamos iguales pero tampoco somos tan diferentes.
    Las circunstancias cambian todo el rato y tú también cambias con ellas o contra ellas. Si llega un momento en el que, por lo que sea, por la educación, la experiencia, piensas, bueno, ya está, lo comprendo, más o menos, esto es la vida. Si llegas a ese punto que dices, he encontrado un equilibrio; si no perfecto —que es imposible— sí plausible, aceptable; aquí me puedo aposentar, como quien dice. Pues no, te equivocarás; el cambio no cesa, ni en el mundo exterior ni en tu mundo interior, no hay paz y equilibrio que dure, hay que seguir bregando.
    Por la edad, para empezar, porque los años de vida lo condicionan todo; es así, sin más, lo mires como lo mires nunca serás más joven que ahora mismo. Serás menos joven o más viejo, como quieras verlo. Y hay que adaptarse, día a día, mientras vivas. ¿Cuál es el objetivo entonces? Ninguno; no desanimarse, saber que todo ahí, fuera, seguirá cambiando y todo aquí, dentro, también y tú, en tu canoa, con tu remito (remo pequeño), seguirás sorteando remolinos en el río de la vida mientras buenamente puedas. Amén.

domingo, 23 de febrero de 2025

Junger

    Le tenía un poco de miedo a Ernst Jünger como muy serio escritor alemán que fue. Escritor además de filósofo y experto en ciencias naturales. He leído Radiaciones, sus diarios durante la Segunda Guerra Mundial. Aquel miedo se ha confirmado, en parte: no entiendo casi nada cuando se pone a filosofar; y se ha convertido en respeto y admiración por su sensibilidad ante la naturaleza y la condición humana.
    En los diarios, además de un relato de primera mano del curso de la guerra, desfila un nutrido grupo de personajes, da cuenta de sus profusas lecturas y desgrana una mezcla de observaciones cotidianas, apuntes filosóficos y anotaciones científicas.
    También he encontrado algunas reflexiones que expresan —antes de que yo naciera— ideas que he intuido y que, como se ve, no era yo el primero al que se le ocurrían. Traigo aquí dos ejemplos.
    En Suresnes el 14 de octubre de 1942 escribe: Somos combinaciones fugaces de lo Absoluto… y poco más adelante: en cuanto a individuos somos imperfectos y ni nos es adecuada ni nos resulta soportable la eternidad. En lenguaje cotidiano: vivir para siempre, qué absurdo.
    Ya en la posguerra, durante la ocupación de Alemania, en su casa de Kirchhorst el 7 de abril de 1948: La eternidad no es una magnitud, sino una cualidad. No son, por tanto, los milenios ni los millones de años lo que más se acerca a la eternidad, sino el instante. Hacia él se lanzan las criaturas, para arder en él, como bandadas de efímeras en la luz de la vela. Sí, eso es, el instante eterno.

jueves, 20 de febrero de 2025

Esto también pasará

    Leo en el periódico un artículo de Alberto L.. Este Alberto es una vieja gloria de la política. No lo conozco personalmente pero uno de sus hermanos estuvo conmigo en el colegio.
    Tengo un recuerdo de ese hermano. Fue durante una función de fin de curso. Era una obra musical, tipo Sonrisas y Lágrimas. Los L., todo un clan, estaban implicados en la representación. En el descanso, en medio de aquel ambiente alegre y luminoso, donde veo que, a unos metros, mi compañero de curso estaba llorando. Era un llanto pacífico, sin hipidos. Tomé nota mental. No era frecuente que un chico de trece o catorce años, emocionado no sé por qué, llorase en público, que se mostrara sensible. Aquello estaba bien.
    Desafortunadamente, años después esa misma persona, sensible y todo, se metió en ETA. Leído en una camiseta: Una equivocación que se repite es una decisión. Luego, por lo que sé, tras una buena temporada en la cárcel encarriló su vida. Hace unos años, por cierto, un hijo suyo jugó en el Athletic.
    Volviendo a Alberto, es abogado de profesión y uno de los fundadores de un conocido bufete. Es un hombre tirado para delante y como muestra la forma en que conoció a su segunda mujer. Lo leí en una entrevista. Volaba hacia Madrid, para asistir a una reunión, y le tocó sentarse al lado de ella, que viajaba también por trabajo. La táctica que utilizó fue invadir repetidamente con el pie el espacio que correspondía a su vecina de asiento. Aquellos tropiezos y las disculpas oportunas iniciaron una conversación que, shazam, acabó en boda. Por completar el cuadro, una vez le vi en bici, enfundado en su maillot, algo pasado de peso.
    El artículo del periódico se titula También esto pasará y comienza diciendo que ese es el título de un libro de “la extraordinaria escritora Milena Busquets”. Luego aplica la frase al elefante americano que ha entrado en la cacharrería del mundo.
Hay dos cosas en el artículo que me han llamado la atención. La primera, esa valoración de extraordinaria escritora. Lo prudente hubiera sido no calificarla o como mucho hacerlo de buena, o excelente si quieres; un extraordinario hay que reservarlo para las ocasiones y en este caso ni viene a cuento.
    La segunda cosa es que, en la alusión, no vaya más allá del libro de Milena Busquets. Libro y escritora están bien, de acuerdo, pero la frase, también esto pasará, en esencia, no es suya. Es casi un lugar común, se podría decir que es patrimonio de la humanidad. Si queremos ponerle un origen sería en Persia. Es la historia del Sultán que pide a Salomón un lema para su sello que valga tanto para la adversidad como para la prosperidad. Y Salomón le propone ese, que, en efecto, vale para todo y es un buen recordatorio en los malos y en los buenos momentos: esto también pasará.

lunes, 17 de febrero de 2025

Retorno al pasado

    De vez en cuando vuelven a emitir, en la radio o en la televisión, entrevistas a personas que llevan igual veinte años muertas y que destacaron en su día por deportista, escritora, político, actriz, lo que sea. Escucharles me produce una sensación extraña. Son gente que está ya medio olvidada y sin embargo —observo con cierto asombro— compartí con ellos años de vida en la Tierra.
    Eran seres de carne y hueso que conocía, desde la distancia, y en general apreciaba o admiraba. Me eran simpáticos o, si no lo eran del todo, morirse los hizo más amables. Pero ya no cuentan, están a salvo de casi todo, a nadie le interesa meterse con ellos, ni para bien ni para mal.
    Incluso me pasa algo parecido con otros que aún están vivos. Pongamos un actor famoso, ha aparecido en tantas películas, series, obras de teatro, programas de televisión; nos era tan familiar como el tendero de la esquina. De pronto, o poco a poco, desaparece de escena. Se ha retirado o está algo pachucho, no hace más películas, como borrado del mapa. Pasan los años, quince, veinte, y un día lo veo otra vez; le hacen una entrevista porque hace x años de no sé qué o porque reponen una película suya. Alguien a quien ya había olvidado, ni sabía que siguiera en este mundo.
    Lo reconozco, sin duda, antes de que digan su nombre o aparezca escrito debajo; es él, con más arrugas, con mucho menos pelo. Con suerte mantendrá el brillo de los ojos que nos dice que, ahí escondido, sigue siendo el mismo; Verlo animoso pero desmadejado me recuerda que viví aquella época en la que ambos éramos más jóvenes y siento de pronto sobre mis hombros el peso de los años que han pasado.

viernes, 14 de febrero de 2025

El Show de Whoever

    Si hay algo en lo que estamos todos de acuerdo es en que un día moriremos. De acuerdo, estamos; pero saberlo, saber que vamos a morir, no soy tan sabio. Lo supongo, lo asumo, pero saber, lo único que sé es que estamos vivos. Así lo pienso, aquí estoy, vivo, y una voz interior me dice, ¿y si no lo estás?, ¿y si estás soñando? Entonces —me respondo— sería un muerto que sueña que está vivo. En la práctica no veo la diferencia.
    Esto de que todo es un sueño me recuerda una idea que solía acariciar. No sé cómo llamarla, no quiero llamarla fantasía, se trata de una posibilidad muy remota pero que no descarto del todo, porque cualquiera sabe. Digamos que es una teoría. Muchos años después de que se me ocurriera, un tal Andrew Niccol escribió un guion que se basaba en mi idea, aunque él no lo sabía. Me refiero a la película El Show de Truman. Como homenaje mutuo he titulado este texto El Show de Whoever.
    Mi teoría es esta: tú vives tu vida pero todos los que te rodean son actores o robots no humanos. Lo he escrito en segunda persona por falsa modestia. La diferencia con la película es que en aquella el escenario era un plató y todo estaba perfectamente explicado y en mi versión el mundo aparente no existe, el escenario abarca todo el planeta y no hay ninguna explicación lógica. Nueva York, por ejemplo, Nueva York solo existiría para ti, para escenificar las noticias neoyorkinas de los informativos que veas, o para las películas que se han rodado allí. Si un día, por un casual, decides ir en persona a Nueva York, los escenarios por los que te muevas irán cobrando vida a medida que los visites: la estatua de la Libertad, la Quinta Avenida, el puente de Brooklin; incluso el Bronx, si se te ocurre ir a pesar de las recomendaciones. Resumiendo: según esta teoría la vida florece ante ti, en apariencia, y se desinfla a tus espaldas.
    Esta es la idea que acariciaba cuando era infeliz e indocumentado y desde entonces cada vez me ha ido pareciendo menos factible y más tirando a disparatada paranoia egomaníaca. Aún así, de vez en cuando me sigo dando la vuelta de improviso para ver si sorprendo a algún actor en fuera de juego o a miembros del equipo desmontando un escenario, pero tengo que reconocer que hasta ahora no he visto nada raro.

martes, 11 de febrero de 2025

El secreto del tiempo

    Sobre repetirse —o sobre no repetirse en realidad—, esto que dejó escrito Ramón Gaya: Yo no me repito, insisto. Así que insisto sobre el tiempo. Sobre el time, no sobre el weather. El secreto del tiempo puede que sea como el de la carta robada de Edgar Allan Poe o el de las gafas que no encuentras por ningún lado. La carta de Poe estaba encima de la mesa, tan a la vista que nadie la veía; las gafas que no encontrabas las tenías subidas sobre la cabeza.
    El secreto del tiempo va a ser que no hay tal secreto, que el tiempo pasa y eso es todo, que no hay escapatoria. Empero, por el lado de la esperanza, me gusta pensar que el tiempo es algo misterioso —que lo es—, algo que “sucede” en nuestras narices como quien presencia un truco de prestidigitación a plena luz del día sin enterarse de nada.
    El pasado, el presente y el futuro son naranjas (vulgo pelotas) que giran en el aire, no sé si de un modo espontáneo o según un meticuloso plan. El mundo es un caleidoscopio de imágenes que te despistan y te embaucan y donde todo cambia —como en “El Gatopardo”— para que todo siga igual.
    Así, el tiempo pasa y a la vez está suspendido en el aire. La vida se reduce a este ahora que es efímero y eterno, a este instante en que vivimos que siempre es el mismo y siempre es otro y que, puestos en lo mejor, no se va a acabar nunca porque, entre otras cosas, nunca ha comenzado.

sábado, 8 de febrero de 2025

Helados

    Me parece que tengo idealizados los helados. Los asocio con cualquier situación agradable. Y eso que no soy de cosas frías, alimentos quiero decir. Por ejemplo —voy a hacer una revelación, esto es una exclusiva—, la ensaladilla me gusta caliente; la patata, el huevo, la mayonesa, la aceituna. Viva la ensaladilla caliente (¿por qué le dicen rusa?).
    Los helados, no los hay calientes, si se calientan cambian de nombre, pasan a ser otra cosa, natilla, crema, mousse; si le quitas el glamour se queda en simple helado derretido (y pringoso). Mi favorito es el de chocolate. También me gustan de limón, de turrón, de naranja, de dulce de leche. Este lo digo sin probarlo, como una premonición; el dulce de leche, ese postre por el que Borges perdía la cabeza. También quisiera probar uno de higo. En los últimos lugares de la lista, el de vainilla y el de fresa. La fresa me empalaga, la vainilla menos pero también.
    Un peligro del helado es el shock hipotérmico que puede llegar a producir. Un shock a pequeña escala, de un valor inferior a 2, que en condiciones normales no incide en la salud del ingerente (el ingerente es el comedor de helados) pero a veces afecta a la garganta o el estómago y puede acarrear fiebre, vómitos y otras cosas desagradables. Sea como sea, mejor no abusar de los helados; reservarlos para las grandes ocasiones, idealizarlos. En la imaginación los helados nunca decepcionan.

miércoles, 5 de febrero de 2025

Llueve sobre mojado

    La propaganda es poder y los incautos nos lo creemos todo. Eso ha pasado con los Estados Unidos. Nos lo vendieron como el paraíso en la Tierra y su historia, como la de cualquier otro país —y sin negar sus momentos buenos—, está llena de calamidades.
    Lo de ahora mismo da miedo pero en realidad no es nada nuevo. Hay, en esa historia americana, un sentimiento que hace de hilo conductor. Es el contrapeso a todas las buenas intenciones de la democracia USA, que las ha habido —y que se conservan en un segundo plano—. Ese sentimiento, tan humano, es el odio.
    Un síntoma de este desastre secular es la acusación, que se oye por todas partes, de que alguien, tal partido político, tal país, está del lado del Mal (es que lo dicen con mayúscula). Y claro, cómo no odiar a ese alguien, a esa gente, a ese país (comentario irónico).
    En 1983 Rosa Montero escribió un artículo retrospectivo sobre el asesinato de John F. Kennedy (hacía veinte años) y cuenta que en Dallas una mayoría repudiaba a Kennedy. Escribe Montero: Dallas resultaba amedrentadora, feroz, ultramontana. La ciudad del odio, la llamaban en la prensa nordista. El día del atentado el Dallas News, un periódico muy derechista, sacaba un anuncio a toda página en el que se acusaba a Kennedy de haberse vendido a los comunistas y de perseguir a los buenos americanos. Sesenta años después seguimos escuchando las mismas acusaciones (bien rebozadas en odio).
    Mucho antes, el American Party (1844-1860) quiso, como ahora, limitar la inmigración. Curiosamente, se llamaban a sí mismos “nativos” americanos; ellos, los blancos protestantes (en oposición a los inmigrantes católicos), no los Sioux y demás tribus que fueron concienzudamente diezmadas y marginadas. Dicho en tres palabras: llueve sobre mojado.

domingo, 2 de febrero de 2025

El reloj de bolsillo

    Es curioso que las tradiciónes, que consisten en repetir lo mismo, nacen cuando alguien hace algo distinto. A veces J. consultaba su reloj de bolsillo. Llamaba la atención, quién lleva hoy un reloj así. Era de mi abuelo decía a modo de sucinta explicación, dando a entender que no iba a dar más detalles.
    Con el tiempo supe alguna cosa más de aquel reloj. El dueño original no había sido el abuelo, sino el padre de aquel, el bisabuelo, que también se llamaba J. El nombre y apellido figuran en el lado interno de la tapa; junto a un año, 1890. La tradición familiar era que el J. de turno, porque todos se llamaban J., regalaba el reloj a su hijo el día de su boda.
    Todas las tradiciones comienzan siendo una innovación, y pueden acabar convirtiéndose en una carga. ¿Es necesario llamarse igual que el padre? No deja de ser la causa de molestas confusiones. Y a su vez, ¿es obligatorio casarse? Por cierto, el abuelo tenía una hermana que, siendo la mayor, cuando se casó no heredó el reloj. Aquella tía-abuela no tuvo una vida feliz. Pronto se separó y el comentario recurrente era que la pobre tía E. bebía demasiado y había acabado en un asilo, trastornada.
    Así que J., este J. de ahora, sigue portando su reloj de bolsillo, no sabe muy bien por qué: por costumbre, por devoción familiar, por ser original. Sea como sea, no hay un quinto J. y hace tiempo que al nuestro le está pareciendo que hay algo erróneo en esa solemnidad del reloj heredado. Además, ha hecho un cálculo del tiempo que dedica a darle cuerda o llevarlo al relojero y le ha salido que puede llegar a pasar un mes de su vida ocupándose del dichoso reloj.

jueves, 30 de enero de 2025

Se busca un inocente

    Como vivo en otro mundo —que sigue siendo este— en el que la fecha cada vez importa menos comento esto ahora: las inocentadas no pasan por su mejor momento. En esta pequeña parte del planeta, por lo menos. Hace unos años el día de los Inocentes oías —o leías— las noticias esperando la broma de turno, han encontrado un dinosaurio vivo en Siberia, cosas así, blancas e ingenuas.
    Esto ha ido a menos; cada vez hacen menos gracia, cada vez estamos más resabiados. Es que ya lo sabemos todo. Demasiado sabemos, tanto que el noventa por ciento de lo que sabemos no es cierto. Es inexacto, son medias verdades; o sea, las peores mentiras. O es falso, sin más. Es el gran peligro de esta revolución de las comunicaciones, el peligro de utilizar una herramienta sin haber aprendido antes a usarla.
    Hay que aplicar la vieja norma: de lo que no ves, no te creas nada; y de lo que ves, créete solo la mitad. Mi resumen es este: el disparate que antes vociferaba uno en el bar para cuatro congéneres ahora es factible de rebotar de servidor en servidor por todo el planeta. Esto (creo que) ya lo dije (ver “Repetirse” en este mismo blog). El veintiocho de diciembre pasó y no supe de ninguna inocentada. Me preocupó. Una de dos, no las había —y el desengaño y la melancolía se estaban apoderando del mundo— o, lo que es peor, las hubo y no me di ni cuenta.

lunes, 27 de enero de 2025

Extraño en el paraíso

    Las canciones, como nos gustan; esta por ejemplo: Extraño en el paraíso. Es una canción antigua, de un musical, Kismet, que se estrenó en 1953. Luego fue película, no muy buena. La letra, coge mi mano, soy un extraño en el paraíso… es de esa obra, pero la música es anterior, es de Alexander Borodín, compositor ruso del XIX. La melodía es soñadora y melancólica y el título alude a un sentimiento conocido, la extrañeza de vivir, y añade el dato, esperanzador, de encontrarse en el paraíso. Sí, así me siento a veces, un extraño en el paraíso.
    Dijo Martin Amis; la vida es una obra cómica hasta la inevitable tragedia del quinto acto. De acuerdo, en parte; la única tragedia de la vida es la muerte pero, por desgracia, suele aparecer, aquí y allá, desde el principio de la representación. Todo lo demás no tiene importancia, estoy simplificando, o sea exagerando.
    La vida no es una función. No sabemos lo que es, digamos que es una performance sin ensayo previo. Tomamos parte en ella como testigos y como actores. Soy un testigo atónito, que no acaba de creerse lo que está viendo, que siente esa extrañeza de vivir. Apuesto a que se ha escrito mucho sobre ella. Se lo pregunto a Google y salen 756.000 resultados. La extrañeza de vivir, lo extraño que es vivir, la profunda extrañeza de vivir, y en séptima posición Lo raro es vivir, la novela de Carmen Martín Gaite (en el centenario de su nacimiento). La tengo que leer.
    Paralela a esa sensación de testigo mudo y privilegiado está la otra, la de ser el actor que interpreta un personaje que resulta que eres tú. También esto es extraño, no sé quién es ese personaje, no sé quien soy, un impostor, probablemente. Empezando por el nombre que no he elegido, que a ratos me es ajeno, que no dice nada de mí, que solo es una convención. Pero el show debe continuar o más bien el show continúa ineludiblemente y me digo, pon algo de tu parte, mejor aparecer amable que mezquino; y también, fíjate en todo, puede que seas un extraño pero, al fin y al cabo, estás en el paraíso; así que fíjate, que no se te escape la belleza, aunque duela.

viernes, 24 de enero de 2025

Derecho de admisión

    Hay un letrero que ponen a veces en bares, salas de juego o sitios parecidos. Es un clásico que se aferra a una fórmula, por raro que suene, ya establecida, como fosilizada: Reservado el derecho de admisión. Si no tuviéramos asumido el significado puede que ni lo entendiéramos.
    Si un bar es un establecimiento público, ¿tiene el dueño el derecho de vetar el acceso a alguien? A uno que arme jaleo, que le deba dinero, que esté en una lista de ludópatas, que le caiga mal, que no alcance un standard de belleza (en una discoteca), que sea de una etnia o de una religión determinada… Esto empieza a oler francamente mal. No veo claro ese derecho a no admitir.
    Es que hace poco presencié un caso práctico. En el bar Momo, un local de toda la vida; en su tiempo era conocido por sus alitas de pollo. Ahora lo lleva un boliviano muy trabajador, Julio. Entró uno y antes de que abriera la boca Julio le dijo, a la vez que negaba con la cabeza, no, no; no te voy a servir, lo siento; vete, por favor. El otro puso cara de asombro e intentó decir algo, pero..., yo… Julio no le dejó continuar, no, no, mejor no hablar; ahí al lado tienes otro sitio, puedes ir allí, le dijo, tenso, mientras seguía trajinando con tazas y vasos.
    El hombre, compungido, indeciso, daba un paso hacia la puerta y se volvía a mirar a Julio. Pasaron así unos largos segundos hasta que finalmente claudicó y se fue. Julio dijo entonces en voz alta sin dirigirse a nadie en particular: No, ya sé lo que pasa, no sabe callarse, el otro día..., y no. Deduje que esa otra vez se había puesto pesado, molestado a otros clientes, algo así. Una persona que, según todos los indicios, era, y me sentí culpable por pensarlo, un pobre diablo.

martes, 21 de enero de 2025

Nuestra eternidad

    La humanidad, en su huida hacia adelante, ha establecido que lo mejor es estar vivo y lo segundo mejor es estar muerto. Pasar del primer estatus, vivo, al segundo, muerto, es confirmar una continuidad según la cual morirse es una progresión en el camino hacia la eternidad. Pero este razonamiento es una falsa ilusión que nos hacemos: la verdad es que nadie está muerto, no en este mundo (desconozco si hay otro). 
    Decir que alguien ha muerto es correcto; y —en lo sucesivo— decir que ese alguien murió, también. Mi padre murió hace seis años; sí, así fue. Mi padre está muerto; no, incorrecto. La razón es muy simple (como yo, que también soy muy simple): morir es dejar de existir, morir es dejar de estar. Estás vivo o no estás, esa es la alternativa; estar muerto no es una opción.
    La vida se extiende en el tiempo durante el periodo que sea. Según la perspectiva que adoptemos se puede pensar que vivimos durante un lapso considerable o muy breve. La muerte, por su parte, es un suceso puntual, el paso de estar vivo a no estarlo. La muerte es un instante, no un estado; es la transición entre el ser y el no ser, y una vez que no eres ya no estás vivo y tampoco estás muerto, porque lo que no es, lo que no existe, es absurdo pensar que está. No está, eso es todo.
    Lo que queda son unos restos que por deferencia a la especie, en general, y a la familia más cercana, en particular, decimos que son restos humanos. Y esos restos se van difuminando hasta que se confunden en la sustancia de la que está hecho el universo. Ese es el futuro que nos espera, la vuelta al seno de la materia madre, el retorno al mismo lugar del que salimos. Esa es la eternidad a la que pertenecemos.

sábado, 18 de enero de 2025

Escritura obsesiva

    Escritura obsesiva. Es un nombre que propongo para una forma de escribir. Es una forma bastante frecuente; de lo que se trata es de coger una idea, una palabra, una frase, un lo que sea y no soltarlo; como el perro que se ha hecho con un hueso y lo muerde, lo roe, lo sorbe y luego lo entierra para seguir otro día.
    Le veo una lógica a este modo de narrar. Lo opuesto sería decir las cosas una sola vez, ahorrar palabras, ser escueto; se han escrito obras maestras así, de acuerdo, pero tienen un inconveniente: lo que se dice una sola vez casi siempre pasa desapercibido o, lo que es peor, no se entiende o se entiende al revés. El que lo escribe lo entiende de maravilla pero el lector a menudo no.
    La escritura obsesiva elimina este problema. La idea en cuestión se repite, se contempla desde otros ángulos, se trabajan sinónimos y metáforas, se deletrea, se le da la vuelta, se redacta una versión de lectura fácil y otra adaptada al público infantil; el escritor obsesivo no tiene límites. A propósito, una sugerencia: este tipo de escritura es un potente antídoto contra el síndrome de la página en blanco. Si no se hace bien, sin embargo, puede derivar en lo que llamaríamos escritura diarreica, un auténtico asco.
    Un escritor practicante de la escritura obsesiva fue Thomas Bernhard, el austríaco. En sus novelas vuelve una y otra vez sobre lo mismo: una frase, un suceso, un lugar, una costumbre. Hay un ejemplo en su novela Extinción que se me ha quedado porque me hizo gracia. Es la forma en que se refiere el narrador a su cuñado. Dice la primera vez que aparece: mi hermana Caecilia se casó con un fabricante de tapones para botellas de vino. Desde ese momento cada vez que lo nombra lo hace como el fabricante de tapones para botellas de vino. Las he contado —aprovechando las opciones que da el procesador de textos— y son 93 veces. 93 veces a lo largo del libro que escribe con todas las letras: el fabricante de tapones para botellas de vino. Escritura obsesiva, propongo; o, como segunda opción, escritura circular.

miércoles, 15 de enero de 2025

Mi mejor nota

    Pequeñas historias que pasaron. Rodrigo era unos dos años mayor que yo. Fuímos al mismo colegio, pero al estar en cursos distintos no lo conocí hasta que coincidimos en el Colegio Mayor cuando se reincorporó a sus estudios de Ingeniería, que eran también los míos. La razón de este desfase fue que durante su primer año en la Universidad había enfermado de algún virus que lo dejó discapacitado.
    Se movía ayudado de una muleta y luego tuvo un dos caballos adaptado. Era más bien reservado, hizo una gran amistad con un chico aragonés bajito y nervioso que estudiaba Periodismo y que menciono aquí por la circunstancia, que me parece sorprendente y que también da pistas sobre aquella amistad con Rodrigo—, de que pocos años después se metió cura/se ordenó sacerdote y más adelante dio un paso más y se hizo monje de clausura. Y ahí sigue, creo.
    Mi relación con Rodrigo no llegó a ser cercana, estudiábamos lo mismo y éramos del mismo sitio, no había más; aunque me daba perfecta cuenta del mérito que tenía al seguir, a pesar de todo, con sus estudios de Ingeniería. El caso es que aquel curso o el siguiente, ya no me acuerdo bien, Rodrigo me pidió que me presentara por él al examen de inglés que teníamos en tercero de carrera. Presentarse por otro debía de tener alguna sanción, no sé cual; la expulsión definitiva sería demasiado, además se trataba del examen de inglés, en aquella época poco más que un trámite burocrático. Aún así, luego me he preguntado cómo pude ser tan inconsciente y acceder a su petición, su discapacidad influiría. Por otra parte, no dejaba de ser una aventura.
    Llegado el día me presenté con su carnet, que nadie me pidió, e hice el examen sin novedad. Cuando salieron los resultados en el tablón de anuncios la nota que aparecía junto a su nombre era un diez. Tiene su gracia que el año siguiente, en mi propio examen de inglés, sacara peor nota, creo que un nueve, y que en todo mi expediente académico no alcanzara nunca, ni de lejos, el diez que obtuve amparado en una falsa identidad.

domingo, 12 de enero de 2025

Niña leyendo un libro

    La esperanza no se extinguirá en la Tierra mientras haya un niño leyendo un libro. Esto ha sido una adaptación para subiros la moral. El dicho original también está bien, aunque resulta más restringido. Pertenece a la tradición judía y dice así: El mundo se mantiene solo por el aliento de los niños que estudian la Torá.
    La Torá, como el Corán o la Biblia, también es literatura. Leer, y escribir, no se va a dejar de hacer, tranquilos por esa parte. La literatura nació con las primeras palabras. Cada idioma es una forma de entender el mundo y la literatura es su narración. Frase: La literatura es la narración del mundo.
    Todo evoluciona, las lenguas y la literatura también. La novela ha sido dada por muerta muchas veces, y ahí sigue, hecha un camaleón. ¿Los jóvenes leen menos? No sé, ¿cuándo han leído mucho los jóvenes? Nunca, ni lo harán. Pero siempre habrá lectores.
    En cada nueva generación habrá un número de alumnos, pequeño por supuesto, que se enganchará a la literatura. Por poner un ejemplo real, siempre habrá alguien, entre los hispanohablantes, que caerá bajo el influjo de Antonio Machado: al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido…
    Si te ha pasado, no esperes nada a cambio, esto es importante. El premio, el privilegio, es el hecho mismo de leer (y escribir). Así ha sido siempre. Tampoco tiene un mérito especial, no hay por qué creerse los guardianes de las esencias; hay cosas más importantes en la vida. Reconozcamos, con sencillez —parafraseando a los Rolling Stones—, que solo es literatura, pero nos gusta.

jueves, 9 de enero de 2025

La luz mediterránea

    La luz mediterránea. No es una leyenda, existe. Acostumbrado a la luz cantábrica, que por su irrelevancia no es conocida en especial con ese nombre, luz cantábrica, a quién se le ocurre. Acostumbrado, digo, a los tonos grises del Cantábrico, el bravo Cantábrico, eso se le supone, aunque no sé si como mar es algo a ensalzar o a lamentar, la galerna de aquel u otro año. Acostumbrado o no tanto, porque vivo a treinta y cinco kilómetros de la costa tire por donde tire, norte, oeste. Acostumbrado más al gris, digo y redigo, la luz mediterránea es siempre un descubrimiento.
    Me pregunto qué será vivir envuelto en esa luz trescientos sesenta y cinco días al año, eso tiene que marcar. Cádiz, por cierto, si somos rigurosos, está en el Atlántico, aunque sea a la vuelta del Mare Eorum (su mar, de ellos), pero bueno. La luz del Mediterráneo, tan lejos y tan cerca, influye en la forma de ser de la gente por el lado de la alegría de la vida.
    Una vez estábamos en un pueblo mediterráneo, no en la costa pero cerca, a unos diez kilómetros. En aquel pueblo, era Benisa, debían de ser fiestas y celebraban (de celebrar, de alegrarse) una concentración de bandas de música. Andábamos sin prisa entre la gente, inmersos en aquel aire y aquella luz. Se escuchaba la música de una banda que pasaba bullanguera y se alejaba saliendo de la plaza. Mientras sus sonidos se iban apagando, por el otro lado llegaban los acordes de otra banda que estaba a punto de aparecer.
    Ese ir y venir de la música en la brisa de la tarde y en la luz inconfundible nos cautivó y nos pareció un engaño de los sentidos. Y qué íbamos a hacer más que comprarnos un helado y sentarnos en un banco para disfrutar de su sabor, del olor de los jardines, de la caricia del aire, de los sones de las bandas y de la luz, de la luz mediterránea.