Esto ha pasado. Conocía a C. desde el colegio. Había cuatro o cinco clases por curso y nos iban rotando. Unos años coincidía con C. y otros, no. Nunca fuimos amigos, ni enemigos. Al empezar la universidad, estaba yo mirando los horarios de las clases en el tablón de anuncios, cuando se acercó C. y me dijo que estábamos en el mismo grupo. El azar lo quiso así, había diez grupos de primero de ingeniería. Nos hicimos amigos, teníamos unas cuantas cosas en común.
Con el tiempo nos fuimos distanciando, como es natural, pero de vez en cuando quedábamos. Eso sí, tengo que decirlo, siempre le llamaba yo. Hasta que por una circunstancia familiar dejé pasar un tiempo sin hacerlo. Él tampoco me llamó, no se lo reprocho.
Pasaron algunos años, siempre pensando que podía llamarle, como si tal cosa, sin decidirme nunca a hacerlo. Solo una vez me lo encontré por casualidad un día de partido y hablamos un rato cordialmente. Pero no dijo nada de volver a vernos. Eso fue ya hace tiempo. La cosa ha seguido así, como algo pendiente por mi parte, hasta que de improviso me he topado con su esquela en el periódico.
En una ocasión, hace tanto tiempo, me dijo que tenía la corazonada de que iba a morir joven. No ha sido así, aunque no ha dejado de ser antes de tiempo. He pensado en acudir al funeral y preguntar de qué ha muerto, pero al final no he ido. Al fin y al cabo sus padres ya no están, nadie me iba a echar de menos y la pregunta tiene bastante de ridícula. Lo que me interesa de verdad es qué pensaba de nuestra (pasada) amistad y eso ya no me lo puede decir. Aunque supongo que, de haber vuelto a vernos, tampoco hubiera llegado nunca a preguntárselo.
sábado, 16 de agosto de 2025
miércoles, 13 de agosto de 2025
Antecedente
Esta preocupación tan humana por el paso del tiempo (véase entrada anterior) viene de antiguo. Puede que a Irving se le ocurriera por su cuenta lo del sueño de veinte años, pero la idea no es original: me entero ahora, por casualidad, de algo que cuenta Diógenes Laercio (en adelante DL) de Epiménides, un filósofo que vivió en Creta en el siglo VI antes de Cristo.
Hay que tener en cuenta que DL escribió su “Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres” en el siglo III, unos novecientos años después de “suceder” los hechos. Que son estos: siendo un muchacho, un día, su padre mandó a Epímenes a buscar una oveja perdida. Dando vueltas por el monte se le hizo de noche y se refugió en una cueva, donde se quedó dormido. Cuando despertó… habían pasado 57 años.
No sé por qué 57, podían haber sido 50, por redondear. Me acuerdo de un compañero de trabajo que, para cobrar las dietas. siempre pasaba en números no redondos los kilómetros, alegando que así eran más verosímiles; igual DL pensó lo mismo.
Tras esos 57 años de sueño reparador, Epiménides volvió a su casa y se encontró con que no conocía a nadie; hasta que apareció un hermano suyo que ahora era un anciano. Cuenta DL que la noticia se extendió por toda Creta y Epiménides fue considerado “favorito de los dioses”. No me extraña lo más mínimo.
Hay que tener en cuenta que DL escribió su “Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres” en el siglo III, unos novecientos años después de “suceder” los hechos. Que son estos: siendo un muchacho, un día, su padre mandó a Epímenes a buscar una oveja perdida. Dando vueltas por el monte se le hizo de noche y se refugió en una cueva, donde se quedó dormido. Cuando despertó… habían pasado 57 años.
No sé por qué 57, podían haber sido 50, por redondear. Me acuerdo de un compañero de trabajo que, para cobrar las dietas. siempre pasaba en números no redondos los kilómetros, alegando que así eran más verosímiles; igual DL pensó lo mismo.
Tras esos 57 años de sueño reparador, Epiménides volvió a su casa y se encontró con que no conocía a nadie; hasta que apareció un hermano suyo que ahora era un anciano. Cuenta DL que la noticia se extendió por toda Creta y Epiménides fue considerado “favorito de los dioses”. No me extraña lo más mínimo.
domingo, 10 de agosto de 2025
Veinte años
Aparte de todo lo demás, la vida es un combate de lucha libre contra el tiempo. No dejamos de intentar atraparlo pero la verdad es que nos tiene bien cogidos. A la hora de planear nuestra estrategia, veinte años parece un plazo apropiado para cálculos y comparaciones.
En el tango “Volver” Carlos Gardel aseguraba que veinte años no es nada, pero sospecho que lo hacía para animarse. Más realista era Gil de Biedma cuando decía aquella frase que tanto me gusta: Ahora, que de casi todo hace veinte años. Se adivina en ella cierta nostalgia melancólica; claro que a estas alturas lo que hace de casi todo, en mi caso, son cuarenta años.Volviendo a los veinte, hay un cuento al que le tengo especial cariño porque aparecía en un libro para niños que teníamos en casa. Lo publicó Washington Irving en 1819. Es la historia de Rip Van Winkle —qué buen nombre— que se emborracha y se queda dormido en algún rincón de las montañas Catskill y cuando, al despertar, regresa a casa resulta que han pasado veinte años…
No mucho después, Nathanael Hawthorne escribió otro inquietante cuento en el que el protagonista, un tal Wakefield, sale un día del hogar familiar y no vuelve hasta, casualidad, veinte años más tarde; solo que en realidad no se ha ido lejos, ha pasado todo ese tiempo en un apartamento en frente de la casa donde sigue viviendo su mujer.
En fin, veinte años.
jueves, 7 de agosto de 2025
Y habita entre nosotros
En terminología médica se habla de “la rotura de la bolsa amniótica” pero la forma coloquial es “romper aguas”. Suena bien, tiene fuerza, y cuando, caminando por la acera, las aguas brotan limpias y transparentes es una buena noticia. Es la semana 36 del embarazo y como el bebé está de nalgas —o sea de culo— lo oportuno es ayudarle a salir del claustro materno por medio de una cesárea. En teoría es un poco prematuro, aunque también se puede pensar que es, sencillamente, un niño precoz.
Me viene a la cabeza el versículo de la Biblia, Juan 1.14, que empieza: Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros. Siempre me preguntaba qué era exactamente eso del Verbo, que además va con mayúscula. En inglés han elegido la palabra Word, valga la redundancia translingüe. Por cierto que si en el principio fue el Verbo, es decir la Palabra, lo siguiente tuvo que ser la Literatura, que es la sublimación de la palabra.
La Biblia, cuando dice que el Verbo se hizo carne, está hablando de Jesucristo; pero ahora me parece que en realidad se refiere a todos los seres humanos; que también nos hacemos carne —nacemos— y habitamos entre los otros. La ciencia lo explica, o lo intenta; pero, con todos mis respetos, lo lógico, a bote pronto, es pensar que la procreación —que es la forma de creación que tenemos a nuestro alcance— es un auténtico milagro cotidiano.
Me viene a la cabeza el versículo de la Biblia, Juan 1.14, que empieza: Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros. Siempre me preguntaba qué era exactamente eso del Verbo, que además va con mayúscula. En inglés han elegido la palabra Word, valga la redundancia translingüe. Por cierto que si en el principio fue el Verbo, es decir la Palabra, lo siguiente tuvo que ser la Literatura, que es la sublimación de la palabra.
La Biblia, cuando dice que el Verbo se hizo carne, está hablando de Jesucristo; pero ahora me parece que en realidad se refiere a todos los seres humanos; que también nos hacemos carne —nacemos— y habitamos entre los otros. La ciencia lo explica, o lo intenta; pero, con todos mis respetos, lo lógico, a bote pronto, es pensar que la procreación —que es la forma de creación que tenemos a nuestro alcance— es un auténtico milagro cotidiano.
lunes, 4 de agosto de 2025
Retorno a Moyano
Después de muchos años vuelvo a la cuesta de Moyano. Los puestos de libros siempre han ejercido un poder hipnótico sobre mí, incluso en estos tiempos en que es fácil conseguir casi cualquier libro con una simple búsqueda en internet. Eso en papel, están además los libros electrónicos, que no tendrán tanto glamur pero son muy prácticos.
Así que aprovechando que estaba en Madrid me he acercado a esa calle Moyano que está junto al Jardín Botánico (a ver si voy otro día). Me ha parecido que la cuesta era más empinada que antes, pero está claro que el que ha cambiado he sido yo, no la cuesta.
Serían las diez y media de la mañana, la temperatura era muy agradable y apenas media docena de puestos estaban ya abiertos. Mejor así, para no agobiarse. Los encargados se afanaban en colocar sus libros en los expositores que cada día montan y desmontan abnegados.
No soy un experto, ni en eso ni en nada, pero me ha sorprendido la calidad (literaria), en general, de los libros a la venta. No tenía idea de comprar, la verdad, pero al final me ha atraído uno, pequeñito, nuevo; una traducción reciente del latín de Lucio Anneo Séneca titulada Sobre la brevedad de la vida, el ocio y la felicidad, que en origen son tres opúsculos independientes. No me digas que no tiene buena pinta..
Le he enseñado el ejemplar al vendedor y este, en vez de mirar el precio me lo ha preguntado a mí. Me ha gustado el detalle, aunque igual lo que ha pasado es que ha visto que tenía ya el dinero preparado en la mano (doce euros). El libro me cabía en el bolsillo del pantalón, también lo he comprado por eso.
Así que aprovechando que estaba en Madrid me he acercado a esa calle Moyano que está junto al Jardín Botánico (a ver si voy otro día). Me ha parecido que la cuesta era más empinada que antes, pero está claro que el que ha cambiado he sido yo, no la cuesta.
Serían las diez y media de la mañana, la temperatura era muy agradable y apenas media docena de puestos estaban ya abiertos. Mejor así, para no agobiarse. Los encargados se afanaban en colocar sus libros en los expositores que cada día montan y desmontan abnegados.
No soy un experto, ni en eso ni en nada, pero me ha sorprendido la calidad (literaria), en general, de los libros a la venta. No tenía idea de comprar, la verdad, pero al final me ha atraído uno, pequeñito, nuevo; una traducción reciente del latín de Lucio Anneo Séneca titulada Sobre la brevedad de la vida, el ocio y la felicidad, que en origen son tres opúsculos independientes. No me digas que no tiene buena pinta..
Le he enseñado el ejemplar al vendedor y este, en vez de mirar el precio me lo ha preguntado a mí. Me ha gustado el detalle, aunque igual lo que ha pasado es que ha visto que tenía ya el dinero preparado en la mano (doce euros). El libro me cabía en el bolsillo del pantalón, también lo he comprado por eso.
viernes, 1 de agosto de 2025
Incidente fronterizo
A veces pasa que estás en el país de la prosa, paseando tranquilamente, y de pronto te para una pareja de guardias; les saludas con amabilidad, te responden en el mismo tono; te piden que les dejes ver el libro que estás leyendo, por favor; preguntas si has hecho algo malo y te dicen que no, que es una simple comprobación: después te informan de que, obviamente sin haberlo planeado, sin ninguna mala intención por tu parte, eso lo comprenden y puedes estar tranquilo porque todo se reconducirá sin ningún problema, te informan de que lo que ha pasado es que, en tu paseo errático, caminando por lo que tú seguías considerando prosa, no estabas del todo seguro si buena o mala, aunque ahora que te fijas sí que te estaba pareciendo una prosa un poco rara, en tu caminar sin rumbo, habías cruzado la frontera y te habías adentrado unos centenares de metros en el país de la poesía, y que eso desde luego no es delito, siendo la prosa y la poesía países amigos, de distinto temperamento e inclinaciones pero amigos que se llevan razonablemente bien, más si evitan el trato demasiado cercano, que por eso hay una frontera, aunque no haya más pasos fronterizos vigilados que los justos y que es tu deber facilitar el nombre del autor de ese libro que al parecer ha cruzado la muga como los contrabandistas del estraperlo en la posguerra y se ha metido en terrenos que no le son propios, que si todos hicieran lo mismo a ver cómo íbamos a saber si una obra es prosa o poesía y que las clasificaciones están hechas para algo y las editoriales se toman su trabajo muy en serio y publican colecciones de una cosa o de la otra, poesía o prosa, y también de ensayo, autoayuda, viajes y tantos otros géneros/países de la palabra escrita, y que todavía nadie ha visto (sic) que exista ninguna colección de prosa poética ni de poesía prosaica, y que es responsabilidad de todos velar para que cada cual lea y pasee tranquilo por el género que elija y así se eviten confusiones y molestos malentendidos y que por supuesto para los irredentos infractores no les queda otro remedio, a ellos mismos guardianes de la poesía y a sus colegas de otros géneros, no les queda otro remedio que declarar el libro una obra apátrida, y condenarlo de por vida al rincón de miscelánea en librerías y bibliotecas.
martes, 29 de julio de 2025
Fle, fli, flo
Las máquinas de visión óptica. Hablo de memoria, igual ni se llaman así. Son esas máquinas que según pasan las piezas metálicas que sean, arandelas por ejemplo, son capaces de separar las que cumplen la norma de las que no la cumplen. Me he acordado de esas máquinas pensando en la digitalización de los textos en papel y en la existencia de versiones digitales calamitosas de obras literarias.
Si estás familiarizado con los lectores electrónicos habrás visto ejemplos. A veces se dan casos curiosos. Como este que cuento, el de un libro electrónico en el que cada vez que salen juntas en una palabra las letras f y l, en la pantalla aparece un espacio en blanco entre ambas.
La primera ha sido f lotando, y no le he dado mayor importancia; pero al rato ha aparecido f loreros y después af lojo. Mi suposición es que en el libro original, en papel, las efes y las eles debían de ser especialmente esbeltas y la “máquina de visión” dedujo, por su cuenta, que allí había un espacio en blanco; y como a ella, a la máquina, ni le iba ni le venía así lo reprodujo en su archivo epub, fb, pdf o lo que fuera.
Según avanzaba he comprobado que el patrón se repite, las efes y la eles siempre separadas. Ha habido una excepción, pero era una f mayúscula: la heladería Flamingo. Lógicamente, cada aparición, f laca, f lexible, ref lejo, me distraía del hilo de la narración o me arrastraba a otro hilo paralelo en el que he buscado alguna lógica y de hecho me ha parecido que la había: f lexiona, inf lar, af lojar, pantuf las...
Si estás familiarizado con los lectores electrónicos habrás visto ejemplos. A veces se dan casos curiosos. Como este que cuento, el de un libro electrónico en el que cada vez que salen juntas en una palabra las letras f y l, en la pantalla aparece un espacio en blanco entre ambas.
La primera ha sido f lotando, y no le he dado mayor importancia; pero al rato ha aparecido f loreros y después af lojo. Mi suposición es que en el libro original, en papel, las efes y las eles debían de ser especialmente esbeltas y la “máquina de visión” dedujo, por su cuenta, que allí había un espacio en blanco; y como a ella, a la máquina, ni le iba ni le venía así lo reprodujo en su archivo epub, fb, pdf o lo que fuera.
Según avanzaba he comprobado que el patrón se repite, las efes y la eles siempre separadas. Ha habido una excepción, pero era una f mayúscula: la heladería Flamingo. Lógicamente, cada aparición, f laca, f lexible, ref lejo, me distraía del hilo de la narración o me arrastraba a otro hilo paralelo en el que he buscado alguna lógica y de hecho me ha parecido que la había: f lexiona, inf lar, af lojar, pantuf las...
sábado, 26 de julio de 2025
Sin nombre
He caído en la cuenta de la mentira de los nombres. He dicho “mentira” para llamar la atención, me temo. En realidad no es para tanto, mentira sería mucho decir. Pero algo hay. Lo intento otra vez: hoy me he dado cuenta de que cuando pienso sobre mí no me acuerdo para nada de mi nombre.
Sobre mí pienso muy a menudo, pero como todo el mundo, imagino. No se trata de una cuestión de egoísmo, o no del todo. No es pensar en uno mismo, sino sobre uno mismo. Como no sé nada de nada, medito sobre ello, sobre el misterio de ser yo. Medito sin método, de un modo completamente amateur. Y no adelanto nada; o bueno sí, adelanto un poco, veo un poco más claro que no veo nada.
Este de hoy es un pequeño progreso en mi comprensión del mundo: el nombre no importa. Me podría haber llamado José Luis, por ejemplo, y en familia me llamarían Joselu o Chelis o de cualquier otra manera. Pero me llamo Javier y me llaman Javi. Y no significa nada. Sea lo que sea el ser humano, ponerle un nombre no tiene mucho más sentido que el de facilitar que Hacienda pueda distinguirnos (cosa que a la Muerte no le hace falta).
Pienso sobre mí mucho más de lo que pienso sobre ti, eso desde luego, y en ningún momento me pongo nombre, porque todos los nombres son aleatorios y porque no hace falta: soy yo solo en mí y no me puedo confundir con nadie más. Aquí estoy; en mí, solo, sin nombre.
Sobre mí pienso muy a menudo, pero como todo el mundo, imagino. No se trata de una cuestión de egoísmo, o no del todo. No es pensar en uno mismo, sino sobre uno mismo. Como no sé nada de nada, medito sobre ello, sobre el misterio de ser yo. Medito sin método, de un modo completamente amateur. Y no adelanto nada; o bueno sí, adelanto un poco, veo un poco más claro que no veo nada.
Este de hoy es un pequeño progreso en mi comprensión del mundo: el nombre no importa. Me podría haber llamado José Luis, por ejemplo, y en familia me llamarían Joselu o Chelis o de cualquier otra manera. Pero me llamo Javier y me llaman Javi. Y no significa nada. Sea lo que sea el ser humano, ponerle un nombre no tiene mucho más sentido que el de facilitar que Hacienda pueda distinguirnos (cosa que a la Muerte no le hace falta).
Pienso sobre mí mucho más de lo que pienso sobre ti, eso desde luego, y en ningún momento me pongo nombre, porque todos los nombres son aleatorios y porque no hace falta: soy yo solo en mí y no me puedo confundir con nadie más. Aquí estoy; en mí, solo, sin nombre.
miércoles, 23 de julio de 2025
Dos escenas
Dos escenas de la vida diaria que me tocan el corazón, cada una por una esquina. Primera. Estoy con mi periódico y mi café con leche en una terraza de la plaza del ayuntamiento cuando llegan ellos, padre nonagenario e hijo. Ambos fueron, en su día, deportistas conocidos. Al padre le cruzaba, ya hace años, andando a paso ligero por los caminos. Según ha pasado el tiempo he sido testigo circunstancial de su declive. Ahora llega vacilante y el hijo le ayuda a sentarse a la mesa de la terraza. Luego le habla en tono tranquilo comentando el último fichaje. El padre apenas dice algún monosílabo y cuando se lleva la taza a los labios algo del líquido le resbala por el mentón. Entonces el hijo coge una servilleta de papel y le dice al padre: espera, que se te ha caído un poco, y le limpia la cara con todo cuidado. El hombre se deja hacer y mira al hijo con los ojos brillantes.
Segunda escena. Cada mañana un vehículo adaptado recoge sobre las nueve a la hija discapacitada de unos vecinos del barrio. La chica está ya en la treintena pero apenas se ha desarrollado. No anda, no habla, expresa sus emociones con gestos y sonidos y lleva gafas de bastante aumento. Habitualmente es el padre el que la acompaña. Hoy he pasado a su lado justo cuando la iban a subir al vehículo en su silla de ruedas. Así, he podido ver como, para despedirse, la chica echaba la cabeza hacia atrás, la giraba y miraba a su padre con una expresiva sonrisa de felicidad.
Segunda escena. Cada mañana un vehículo adaptado recoge sobre las nueve a la hija discapacitada de unos vecinos del barrio. La chica está ya en la treintena pero apenas se ha desarrollado. No anda, no habla, expresa sus emociones con gestos y sonidos y lleva gafas de bastante aumento. Habitualmente es el padre el que la acompaña. Hoy he pasado a su lado justo cuando la iban a subir al vehículo en su silla de ruedas. Así, he podido ver como, para despedirse, la chica echaba la cabeza hacia atrás, la giraba y miraba a su padre con una expresiva sonrisa de felicidad.
domingo, 20 de julio de 2025
Todo y nada
Hay quien dice que la vida no es una línea recta sino un círculo y que lo que hacemos es dar vueltas. La vida consistiría en trasladarse de un punto A a un punto B, donde resulta que B solo es otro nombre de A. Desde A hasta B la trayectoria no es una recta, ni tampoco una graciosa curva como las que se le piden a un lanzador de beisbol, sino una curva cerrada sobre sí misma que acaba volviendo al punto de partida.
Tiene sentido, morirse no deja de ser una vuelta al origen y la vida, en general, bien se puede considerar un viaje a ninguna parte. Siendo esto así, una idea complementaria, o un corolario, es que nada y todo son la misma cosa. Es la vieja idea de Sócrates, que siendo de los más sabios de su tiempo se dio cuenta de que nada sabía.
Una vez, Flaubert le comentó por carta a su musa Louise Colet que quería escribir un libro sobre nada. No imagino libro más etéreo. Decía, Gustavo, que los mejores libros eran los que tenían menos tema. Lo que debía de querer decir era que con el estilo era suficiente (el estilo era lo suyo).
Me he enterado de esta idea de Flaubert por Muñoz Molina. Parece que, a su manera, la comparte (y a mí ya me tiene medio convencido). Apunta el querido Antonio que, en su opinión, escribir sobre nada es lo que consiguió Cervantes en la segunda parte del Quijote, en la que no pasa nada. O no pasa nada más que la vida.
Tiene sentido, morirse no deja de ser una vuelta al origen y la vida, en general, bien se puede considerar un viaje a ninguna parte. Siendo esto así, una idea complementaria, o un corolario, es que nada y todo son la misma cosa. Es la vieja idea de Sócrates, que siendo de los más sabios de su tiempo se dio cuenta de que nada sabía.
Una vez, Flaubert le comentó por carta a su musa Louise Colet que quería escribir un libro sobre nada. No imagino libro más etéreo. Decía, Gustavo, que los mejores libros eran los que tenían menos tema. Lo que debía de querer decir era que con el estilo era suficiente (el estilo era lo suyo).
Me he enterado de esta idea de Flaubert por Muñoz Molina. Parece que, a su manera, la comparte (y a mí ya me tiene medio convencido). Apunta el querido Antonio que, en su opinión, escribir sobre nada es lo que consiguió Cervantes en la segunda parte del Quijote, en la que no pasa nada. O no pasa nada más que la vida.
jueves, 17 de julio de 2025
¿Quién eres? (y 2)
Siempre soy de los primeros en subir al autobús. Es instintivo. El adjetivo, coloquial y casero, que se me ocurre es cagaprisas. Lo miro y está en el diccionario. Vienen dos sinónimos que me suenan a americanos (y que no había oído nunca): apurón y apurete. Bueno, pues siempre he sido un poco apurón (ándale). Cuando para el autobús algo me empuja a deslizarme entre la gente ganando posiciones. Procurando que no se note, claro; y dejando pasar a los discapacitados.
Hace unos meses, recién subido al bus, voy por el pasillo, un poco de lado, atento a evitar algún saliente, con ánimo de sentarme junto a la puerta de salida (también me gusta salir de los primeros) cuando uno de los (pocos) que ha subido antes que yo, y está acomodándose, al verme se me queda mirando, dubitativo.
Según me acerco intuyo que el hombre me va a decir algo. Es mayor que yo, un poco más alto, con barba y bigote blancos y una gorra de béisbol Su cara no me suena de nada. Cuando llego a su altura y él hace ya mención de saludarme comienzo a negar con la cabeza y le digo: no, no soy ese; no soy ese que cree que soy, me confunde con otro.
Entonces él, poniéndose algo más serio, pronuncia mi nombre y mi apellido, con aplomo (sí, eres ese, piensa, sin duda) y ahora soy yo el que acusa el golpe. Soy idiota, pienso, una vez más me he pasado de listo, y le pregunto quién es. Y sí, le conozco, S U, aunque igual hacía diez años que no le veía y el tiempo no pasa en balde y también está el factor de encontrarse con alguien en un escenario distinto al habitual. Me disculpo y me siento mal y comprendo que él puede estar molesto, con razón. Pero ya no tiene remedio.
Hace unos meses, recién subido al bus, voy por el pasillo, un poco de lado, atento a evitar algún saliente, con ánimo de sentarme junto a la puerta de salida (también me gusta salir de los primeros) cuando uno de los (pocos) que ha subido antes que yo, y está acomodándose, al verme se me queda mirando, dubitativo.
Según me acerco intuyo que el hombre me va a decir algo. Es mayor que yo, un poco más alto, con barba y bigote blancos y una gorra de béisbol Su cara no me suena de nada. Cuando llego a su altura y él hace ya mención de saludarme comienzo a negar con la cabeza y le digo: no, no soy ese; no soy ese que cree que soy, me confunde con otro.
Entonces él, poniéndose algo más serio, pronuncia mi nombre y mi apellido, con aplomo (sí, eres ese, piensa, sin duda) y ahora soy yo el que acusa el golpe. Soy idiota, pienso, una vez más me he pasado de listo, y le pregunto quién es. Y sí, le conozco, S U, aunque igual hacía diez años que no le veía y el tiempo no pasa en balde y también está el factor de encontrarse con alguien en un escenario distinto al habitual. Me disculpo y me siento mal y comprendo que él puede estar molesto, con razón. Pero ya no tiene remedio.
lunes, 14 de julio de 2025
De milagro
Tengo una pregunta: ¿Cuántos seres humanos se han quedado sin nacer por cada uno de los creacionistas que sí han nacido? La respuesta que me ha dado la humilde inteligencia artificial a mi alcance —por eso la pongo con minúsculas, por humilde— ha sido que no hay ninguna relación entre ambos conceptos. Merecido lo tengo.
Hay que rebobinar. La idea original, surgida de la experiencia cotidiana, ha sido esta concisa frase que me ha venido a la cabeza como una iluminación: estoy vivo de milagro. Me explico más. Ha sido a raíz de la publicación del último libro de Hanif Kureishi. Hace unos años Kureischi se desmayó —no sé a cuenta de qué, una bajada de tensión, un golpe de calor, lo que fuera— y se desplomó, con la mala suerte de que se rompió el cuello y quedó paralítico.
A pesar de todo sigue escribiendo, o sigue escribiendo precisamente por eso. Así que me comparo con Kureischi, no en un sentido profesional sino como simple homo sapiens, y de ahí el fogonazo: estoy vivo de milagro. De un doble milagro, el de haber sobrevivido hasta ahora y el de haber nacido, en primer lugar.
Así que, ¿cuántos seres humanos en potencia se quedaron en el no-estado de no nacer mientras nacía yo de milagro? (o nacías tú, para esto somos intercambiables). En ese punto se me ha cruzado una distorsión, la idea de que no sabemos qué es exactamente un ser humano, ¿lo era un neandertal? Los creacionistas no tienen ese problema, y por eso se han colado en la pregunta editada del principio. Pero olvidémonos de ellos. La pregunta que tengo para la Inteligencia Artificial (la lista, la que se escribe con mayúsculas) es esta: ¿Cuál es la probabilidad de existir?
Hay que rebobinar. La idea original, surgida de la experiencia cotidiana, ha sido esta concisa frase que me ha venido a la cabeza como una iluminación: estoy vivo de milagro. Me explico más. Ha sido a raíz de la publicación del último libro de Hanif Kureishi. Hace unos años Kureischi se desmayó —no sé a cuenta de qué, una bajada de tensión, un golpe de calor, lo que fuera— y se desplomó, con la mala suerte de que se rompió el cuello y quedó paralítico.
A pesar de todo sigue escribiendo, o sigue escribiendo precisamente por eso. Así que me comparo con Kureischi, no en un sentido profesional sino como simple homo sapiens, y de ahí el fogonazo: estoy vivo de milagro. De un doble milagro, el de haber sobrevivido hasta ahora y el de haber nacido, en primer lugar.
Así que, ¿cuántos seres humanos en potencia se quedaron en el no-estado de no nacer mientras nacía yo de milagro? (o nacías tú, para esto somos intercambiables). En ese punto se me ha cruzado una distorsión, la idea de que no sabemos qué es exactamente un ser humano, ¿lo era un neandertal? Los creacionistas no tienen ese problema, y por eso se han colado en la pregunta editada del principio. Pero olvidémonos de ellos. La pregunta que tengo para la Inteligencia Artificial (la lista, la que se escribe con mayúsculas) es esta: ¿Cuál es la probabilidad de existir?
viernes, 11 de julio de 2025
¿Quién eres? (1)
Hace años, una vez me paré con la bici en una gasolinera a la salida del pueblo para inflar las ruedas con el compresor de aire que tenían (creo que lo han quitado). Las ruedas de la bici estaban un poco bajas y entonces no tenía en casa el inflador atómico que tengo ahora —atómico es un decir— y con la típica bomba cuesta bastante inflar bien una rueda. Nota, he dicho pueblo y técnicamente es villa, y villa de unos treinta mil habitante; digo y sigo.
Estaba inflando las ruedas de la bici, que por entonces era una mountain bike, cuando paró a mi lado, seguramente con las misma intención de inflar sus ruedas, una moto tipo vespa, pero en moderno, con su obligatorio motorista, que se cubría la cabeza con su también obligatorio casco.
En cuanto detuvo la moto detrás de mí me saludó efusivo por mi nombre. Con aquel casco puesto, y cerrado por completo, no podía verle la cara. Le contesté en el mismo tono, o mejor dicho rebajando un par de grados la efusividad y sin mencionar su nombre, ya que en realidad no sabía quién era. La voz tampoco disipó la duda.
Por el sitio y por la moto me vino a la cabeza un candidato al puesto (al puesto de motorista que se detiene a inflar las ruedas en aquella gasolinera). Podía ser F. un compañero de trabajo (éramos muchos en la empresa) que siempre estaba sonriente y dispuesto a ayudar. Pero no hubiera podido jurar que era él. Así, intercambiamos unas cuantas amabilidades, terminé de inflar las ruedas y nos despedimos deseándonos lo mejor. Le podía haber preguntado, ¿y tú quién eres?, pero opté por la prudencia.
Estaba inflando las ruedas de la bici, que por entonces era una mountain bike, cuando paró a mi lado, seguramente con las misma intención de inflar sus ruedas, una moto tipo vespa, pero en moderno, con su obligatorio motorista, que se cubría la cabeza con su también obligatorio casco.
En cuanto detuvo la moto detrás de mí me saludó efusivo por mi nombre. Con aquel casco puesto, y cerrado por completo, no podía verle la cara. Le contesté en el mismo tono, o mejor dicho rebajando un par de grados la efusividad y sin mencionar su nombre, ya que en realidad no sabía quién era. La voz tampoco disipó la duda.
Por el sitio y por la moto me vino a la cabeza un candidato al puesto (al puesto de motorista que se detiene a inflar las ruedas en aquella gasolinera). Podía ser F. un compañero de trabajo (éramos muchos en la empresa) que siempre estaba sonriente y dispuesto a ayudar. Pero no hubiera podido jurar que era él. Así, intercambiamos unas cuantas amabilidades, terminé de inflar las ruedas y nos despedimos deseándonos lo mejor. Le podía haber preguntado, ¿y tú quién eres?, pero opté por la prudencia.
martes, 8 de julio de 2025
Futuro manifiesto
Me pregunto a mí mismo —ya que nadie más lo hace— por qué me empeño en seguir escribiendo aquí. Las dos últimas respuestas que me he dado son que este blog es un intento inconsciente de parar el tiempo y una forma de manifestar el asombro ante el fenómeno de la existencia.
Pero las razones más antiguas, las primigenias, son otras dos muy simples. Hay una cita, atribuida, al parecer falsamente, a Dorothy Parker, que alude a ambas: Odio escribir, adoro haber escrito. Me gusta escribir (primera razón primigenia), aunque pueda llegar a producir cierta angustia, y, por otra parte (segunda razón primigenia), me encanta leerme. Las cosas claras: soy mi mejor lector.
Dicen en el suplemento dominical —esta es la excusa para escribir hoy— que ya hay programas, o aplicaciones o lo que sea, que pueden sustituir con ventaja al médico de cabecera. Hay que admitirlo sin rasgarse las vestiduras (que dirían en la Biblia). Quiero pensar que, llegado el caso, un séptimo sentido me hará darme cuenta de si un médico es virtual y que cuando ya no me dé cuenta será porque ese “médico” será mejor que cualquier médico de carne y hueso.
Sea como sea, el futuro ya está aquí y he encontrado dos pruebas irrefutables en el mismo suplemento. Una: se ha descubierto el remedio contra la alopecia. Y dos, y esta me parece la prueba definitiva: los Simpson están en su temporada número 36.
Pero las razones más antiguas, las primigenias, son otras dos muy simples. Hay una cita, atribuida, al parecer falsamente, a Dorothy Parker, que alude a ambas: Odio escribir, adoro haber escrito. Me gusta escribir (primera razón primigenia), aunque pueda llegar a producir cierta angustia, y, por otra parte (segunda razón primigenia), me encanta leerme. Las cosas claras: soy mi mejor lector.
Dicen en el suplemento dominical —esta es la excusa para escribir hoy— que ya hay programas, o aplicaciones o lo que sea, que pueden sustituir con ventaja al médico de cabecera. Hay que admitirlo sin rasgarse las vestiduras (que dirían en la Biblia). Quiero pensar que, llegado el caso, un séptimo sentido me hará darme cuenta de si un médico es virtual y que cuando ya no me dé cuenta será porque ese “médico” será mejor que cualquier médico de carne y hueso.
Sea como sea, el futuro ya está aquí y he encontrado dos pruebas irrefutables en el mismo suplemento. Una: se ha descubierto el remedio contra la alopecia. Y dos, y esta me parece la prueba definitiva: los Simpson están en su temporada número 36.
sábado, 5 de julio de 2025
No había ninguna necesidad
J R R y C S fueron grandes amigos. Abrigo la sospecha de que cuando a alguien (británico) se le conoce por sus iniciales es que alguna de ellas esconde un nombre poco usual o directamente excéntrico. En este caso, la segunda R de J R R corresponde a Reuel, nombre que sale en la Biblia, y la S de C S es por Staples, que decididamente no es un nombre sino un apellido (al parecer el de una de sus bisabuelas).
La lectora avispada ya se habrá dado cuenta de que J R R y C S son Tolkien y Lewis, los autores de dos sagas clásicas de la literatura: El Señor de los Anillos y Las Crónicas de Narnia. Staples, por cierto, en castellano significa “grapas”; podría haber sido un apodo puesto en uno de esos internados donde los ingleses adquirían su sentido del humor.
Todo este cansino preámbulo es para contar una observación de C S Lewis que me ha hecho sonreír. La dice de pasada en su libro Four Loves, en el que analiza los cuatro tipos de amor que hay, según él: Afecto, Amistad, Eros y Caridad (ahora estoy con esta, creo que se refiere a la caridad cristiana; amar al prójimo, qué difícil).
A una de estas desliza la afirmación de que el universo no es necesario. La explicación, se apresura a aclarar, es que Dios no creó el universo porque lo necesitara (no sé por qué lo creó). En esto, además, no hay término medio, lo que no es necesario es innecesario.
El caso es que el universo no es necesario y en consecuencia los seres humanos tampoco (¡pero aquí estamos!). Necesario, ahora que lo pienso, es lo mismo que imprescindible, aunque esto último suene más urgente. Ya sabíamos que nadie es imprescindible; lo curioso es que, según opinaba C S Lewis, tampoco lo es el mismo universo.
La lectora avispada ya se habrá dado cuenta de que J R R y C S son Tolkien y Lewis, los autores de dos sagas clásicas de la literatura: El Señor de los Anillos y Las Crónicas de Narnia. Staples, por cierto, en castellano significa “grapas”; podría haber sido un apodo puesto en uno de esos internados donde los ingleses adquirían su sentido del humor.
Todo este cansino preámbulo es para contar una observación de C S Lewis que me ha hecho sonreír. La dice de pasada en su libro Four Loves, en el que analiza los cuatro tipos de amor que hay, según él: Afecto, Amistad, Eros y Caridad (ahora estoy con esta, creo que se refiere a la caridad cristiana; amar al prójimo, qué difícil).
A una de estas desliza la afirmación de que el universo no es necesario. La explicación, se apresura a aclarar, es que Dios no creó el universo porque lo necesitara (no sé por qué lo creó). En esto, además, no hay término medio, lo que no es necesario es innecesario.
El caso es que el universo no es necesario y en consecuencia los seres humanos tampoco (¡pero aquí estamos!). Necesario, ahora que lo pienso, es lo mismo que imprescindible, aunque esto último suene más urgente. Ya sabíamos que nadie es imprescindible; lo curioso es que, según opinaba C S Lewis, tampoco lo es el mismo universo.
miércoles, 2 de julio de 2025
Obsesión
Pasan los días pero sigue siendo ahora. El tiempo (el de Cronos) es un tema eterno. Lo medimos, a pequeña escala, con un invento humano, el reloj (segundos, minutos, horas) y a gran escala (días, años) con los giros de la Tierra sobre sí misma y en torno al Sol. Claro que esa gran escala nuestra es una escala piccolissima para el Universo. Nunca lo pierdo de vista, el Universo, lo desconocido, la materia oscura, lo poco que somos.
Hay un deseo inconsciente en nosotros de parar el tiempo. Como, obviamente, no podemos detener la rotación de la tierra, hemos, o he, encontrado un método indirecto para lograrlo (lograr parar el tiempo). El truco, el espejismo, el autoengaño, consiste en que cada día sea indistinguible del anterior.
Si mis días son todos parecidos el resultado práctico será, es, que el tiempo, en apariencia, se repite. Este sistema de eludir el paso del tiempo es en parte, o en todo, inconsciente y nos permite llevar a cabo pequeñas grandes hazañas. Por ejemplo la de ir verano tras verano al mismo sitio a pasar unos días de vacaciones. Para cuando te das cuenta ya ha pasado medio siglo de vacaciones suspendidas en el espacio y en el tiempo.
Pienso en todo esto (porque no pienso en otras cosas) y creo darme cuenta de la verdad de fondo. La verdad que he confesado al principio: no hay ni pasado ni futuro, siempre es ahora. Hasta que no lo sea, pero yo ahí ya no entro. No entro ahí porque no salgo de aquí, de mi ahora.
Hay un deseo inconsciente en nosotros de parar el tiempo. Como, obviamente, no podemos detener la rotación de la tierra, hemos, o he, encontrado un método indirecto para lograrlo (lograr parar el tiempo). El truco, el espejismo, el autoengaño, consiste en que cada día sea indistinguible del anterior.
Si mis días son todos parecidos el resultado práctico será, es, que el tiempo, en apariencia, se repite. Este sistema de eludir el paso del tiempo es en parte, o en todo, inconsciente y nos permite llevar a cabo pequeñas grandes hazañas. Por ejemplo la de ir verano tras verano al mismo sitio a pasar unos días de vacaciones. Para cuando te das cuenta ya ha pasado medio siglo de vacaciones suspendidas en el espacio y en el tiempo.
Pienso en todo esto (porque no pienso en otras cosas) y creo darme cuenta de la verdad de fondo. La verdad que he confesado al principio: no hay ni pasado ni futuro, siempre es ahora. Hasta que no lo sea, pero yo ahí ya no entro. No entro ahí porque no salgo de aquí, de mi ahora.
domingo, 29 de junio de 2025
Comunicando
Paso junto a un andamio y me sorprende el grito de uno de los trabajadores dirigiéndose a un compañero: ¡No te escucho! No creo que sea una ironía; no te oigo es, probablemente, lo que ha querido decir. Esto, y otras cosas, me hacen reflexionar (una vez más) sobre el fenómeno de la conversación, o sea de la comunicación.
Hablar, callar, oír y escuchar. Damos por bueno el hecho de que cuando hablamos con el prójimo nos estamos comunicando. Sí y no. Más no que sí. Escribió Pessoa: “Con qué confianza creemos en nuestro sentido de las palabras de los otros”. Lo que dice el prójimo tiene al menos dos interpretaciones, la que él le quiere dar y la que yo le doy.
Entenderse, esa quimera. Eso suponiendo que escuchamos atentamente. No es lo habitual. A menudo el que tiene algo que decir —o sin tener nada dice algo— no está pensando en el otro más que como receptor de su mensaje. No le importa su opinión, solo quiere que refleje la suya, que le sirva de espejo. No es injusto del todo porque al otro le suele pasar lo mismo. Nos gusta más hablar que escuchar.
Tercer matiz (si es que llevo bien la cuenta), hablamos y hablamos y luego caemos en que hubiera sido mejor callar más. Cuantas veces, más tarde, camino de casa, se arrepiente uno de haber hablado tanto. Otra cosa que pasa a menudo, que resulta cómica para un espectador imparcial, es que los dos interlocutores terminen hablando a la vez, pisándose las frases el uno al otro.
Incluso respetando los turnos, muchas veces una conversación es la suma de dos monólogos que se alternan. Propongo este aforismo sobre la comunicación, a partir del conocido dicho de las buenas intenciones: el infierno, el purgatorio y hasta el mismísimo cielo están empedrados de malentendidos.
Hablar, callar, oír y escuchar. Damos por bueno el hecho de que cuando hablamos con el prójimo nos estamos comunicando. Sí y no. Más no que sí. Escribió Pessoa: “Con qué confianza creemos en nuestro sentido de las palabras de los otros”. Lo que dice el prójimo tiene al menos dos interpretaciones, la que él le quiere dar y la que yo le doy.
Entenderse, esa quimera. Eso suponiendo que escuchamos atentamente. No es lo habitual. A menudo el que tiene algo que decir —o sin tener nada dice algo— no está pensando en el otro más que como receptor de su mensaje. No le importa su opinión, solo quiere que refleje la suya, que le sirva de espejo. No es injusto del todo porque al otro le suele pasar lo mismo. Nos gusta más hablar que escuchar.
Tercer matiz (si es que llevo bien la cuenta), hablamos y hablamos y luego caemos en que hubiera sido mejor callar más. Cuantas veces, más tarde, camino de casa, se arrepiente uno de haber hablado tanto. Otra cosa que pasa a menudo, que resulta cómica para un espectador imparcial, es que los dos interlocutores terminen hablando a la vez, pisándose las frases el uno al otro.
Incluso respetando los turnos, muchas veces una conversación es la suma de dos monólogos que se alternan. Propongo este aforismo sobre la comunicación, a partir del conocido dicho de las buenas intenciones: el infierno, el purgatorio y hasta el mismísimo cielo están empedrados de malentendidos.
jueves, 26 de junio de 2025
Catedral
Hace calor y, por lo visto, más que va a hacer. Cuando levantaron las iglesias no creo que pensarán en ello, en el calor, pero el caso es que en verano dentro se está bien. Por eso mismo, además de por simple curiosidad, nos hemos metido en la catedral. No diré en cual, para no caer en localismos; así cada uno se puede imaginar la que quiera.
En la puerta un joven capta las conversaciones y apunta datos complementarios: nombres de santos, siglos de antigüedad. Me doy cuenta de que tiene en la mano una taza de hojalata: está pidiendo (limosna). Como nadie se rasca el bolsillo añade un comentario algo agresivo sobre el paro.
El interior está en penumbra, la luz del día entra por las vidrieras de colores allá en lo alto. Hay bastante gente y se oye el rumor de los pasos y la cantinela de una guía que da sus explicaciones a un grupo numeroso. Casi todas son mujeres de cierta edad. Cuando acaba con el retablo del altar mayor, la guía hace la broma correspondiente e invita al grupo a seguirla por la girola. La girola es el espacio que circunda el altar mayor. Circundar es..., etcétera.
A media girola, en una hornacina, hay un cuadro que representa a la Virgen al pie de Cristo crucificado y es obra, al parecer, de un famoso maestro italiano. Para verlo bien hay que meter una moneda que activa la iluminación. Este detalle de la monedita no deja de sorprender un poco. Uno del grupo, voluntarioso, la introduce, pero no pasa nada.
Hay otro par de intentos y la guía acaba yendo a la sacristía a informar del problema. Alguien enciende las luces desde allí. El cuadro es bonito, de líneas sencillas y tonos suaves. La guía insiste en su autenticidad, lo que obviamente no hace sino alimentar las dudas al respecto. Sobrepaso al grupo con dificultad y me quedo sentado un buen rato en uno de los bancos de la nave principal.
En la puerta un joven capta las conversaciones y apunta datos complementarios: nombres de santos, siglos de antigüedad. Me doy cuenta de que tiene en la mano una taza de hojalata: está pidiendo (limosna). Como nadie se rasca el bolsillo añade un comentario algo agresivo sobre el paro.
El interior está en penumbra, la luz del día entra por las vidrieras de colores allá en lo alto. Hay bastante gente y se oye el rumor de los pasos y la cantinela de una guía que da sus explicaciones a un grupo numeroso. Casi todas son mujeres de cierta edad. Cuando acaba con el retablo del altar mayor, la guía hace la broma correspondiente e invita al grupo a seguirla por la girola. La girola es el espacio que circunda el altar mayor. Circundar es..., etcétera.
A media girola, en una hornacina, hay un cuadro que representa a la Virgen al pie de Cristo crucificado y es obra, al parecer, de un famoso maestro italiano. Para verlo bien hay que meter una moneda que activa la iluminación. Este detalle de la monedita no deja de sorprender un poco. Uno del grupo, voluntarioso, la introduce, pero no pasa nada.
Hay otro par de intentos y la guía acaba yendo a la sacristía a informar del problema. Alguien enciende las luces desde allí. El cuadro es bonito, de líneas sencillas y tonos suaves. La guía insiste en su autenticidad, lo que obviamente no hace sino alimentar las dudas al respecto. Sobrepaso al grupo con dificultad y me quedo sentado un buen rato en uno de los bancos de la nave principal.
lunes, 23 de junio de 2025
Atajo hacia la nada
La vida es un viaje hacia la nada y la escritura un atajo, María Negroni. Hace poco que sé de esta mujer. Cosa normal por otra parte, no se puede conocer a todo el mundo, ni siquiera reduciendo el campo al ámbito de la literatura. El número de autores que han sido, o son, es demasiado grande (y me refiero solo a los buenos).
Esta frase del principio es sugerente, con sus dos partes. La primera, la vida es un viaje hacia la nada, es una afirmación digna de un ateo e inquietante para los agnósticos. De qué va la vida es algo que nos da qué pensar, sabiendo que, en cualquier caso, nunca lo averiguaremos. Pero eso, ir hacia la nada, tiene toda la lógica de la física y de la química; al menos teniendo en cuenta lo que sabemos a día de hoy.
Nacemos de la casi nada (de la unión de dos células) y acabamos en la disolución de nuestro cuerpo al llegar la muerte. Esta afirmación tan contundente, lo del viaje hacia la nada, no la hace Negroni convencida del todo, la plantea como una posibilidad (en su libro “El corazón del daño”).
Luego añade que la escritura es un atajo. ¿Un atajo hacia la nada? Más bien creo que lo que quiere decir es que la literatura es un atajo a la hora de llegar a la conclusión anterior; la literatura nos ayuda a razonar, o intuir, que la vida es un viaje hacia la nada; que gracias a la misma literatura, o por culpa suya más bien, se nos hace corto. O algo así.
Esta frase del principio es sugerente, con sus dos partes. La primera, la vida es un viaje hacia la nada, es una afirmación digna de un ateo e inquietante para los agnósticos. De qué va la vida es algo que nos da qué pensar, sabiendo que, en cualquier caso, nunca lo averiguaremos. Pero eso, ir hacia la nada, tiene toda la lógica de la física y de la química; al menos teniendo en cuenta lo que sabemos a día de hoy.
Nacemos de la casi nada (de la unión de dos células) y acabamos en la disolución de nuestro cuerpo al llegar la muerte. Esta afirmación tan contundente, lo del viaje hacia la nada, no la hace Negroni convencida del todo, la plantea como una posibilidad (en su libro “El corazón del daño”).
Luego añade que la escritura es un atajo. ¿Un atajo hacia la nada? Más bien creo que lo que quiere decir es que la literatura es un atajo a la hora de llegar a la conclusión anterior; la literatura nos ayuda a razonar, o intuir, que la vida es un viaje hacia la nada; que gracias a la misma literatura, o por culpa suya más bien, se nos hace corto. O algo así.
viernes, 20 de junio de 2025
Teorizo
Se suele decir que no se puede elegir la familia pero sí los amigos y es cierto, en parte. Uno no elige a su familia al nacer, claro; tampoco le preguntan, recién nacido, qué le apetece para desayunar o si prefiere los patucos blancos o los grises. Si todo va bien uno no elige nada hasta una cierta edad. Luego sí, puede elegir, dentro de un orden; hay que reconocerlo.
Uno puede escoger a sus amigos más o menos. Los puede elegir entre la gente que le pilla cerca y que además, a su vez, le quieren elegir a él como amigo. Es como lo de la igualdad de oportunidades; sí, de acuerdo, en una democracia auténtica el estado ofrecerá becas para que los capaces puedan estudiar. Sin embargo, la realidad es que no todos partimos con las mismas oportunidades. Incluso habiendo becas, en la carrera de la vida unos salen de abajo del todo de la montaña y otros ya han subido en el funicular propiedad privada de su familia casi hasta arriba y lo que hacen es darse un paseíto hasta la cumbre.
La comparación, me doy cuenta tarde, no sé si tiene mucho que ver. Puede que sí, aunque sea desde un punto de vista indirecto. Y luego está —para desviarme un poco más del tema, o tal vez para centrarlo, who knows— la elección más importante de la vida, en ese aspecto de las relaciones, que es la elección de la pareja, de la única o de cada una de ellas. La pareja es a la vez amistad y familia. Aún diría más, es la mayor de las amistades y la familia más importante; aunque no deje de ser familia política.
Uno puede escoger a sus amigos más o menos. Los puede elegir entre la gente que le pilla cerca y que además, a su vez, le quieren elegir a él como amigo. Es como lo de la igualdad de oportunidades; sí, de acuerdo, en una democracia auténtica el estado ofrecerá becas para que los capaces puedan estudiar. Sin embargo, la realidad es que no todos partimos con las mismas oportunidades. Incluso habiendo becas, en la carrera de la vida unos salen de abajo del todo de la montaña y otros ya han subido en el funicular propiedad privada de su familia casi hasta arriba y lo que hacen es darse un paseíto hasta la cumbre.
La comparación, me doy cuenta tarde, no sé si tiene mucho que ver. Puede que sí, aunque sea desde un punto de vista indirecto. Y luego está —para desviarme un poco más del tema, o tal vez para centrarlo, who knows— la elección más importante de la vida, en ese aspecto de las relaciones, que es la elección de la pareja, de la única o de cada una de ellas. La pareja es a la vez amistad y familia. Aún diría más, es la mayor de las amistades y la familia más importante; aunque no deje de ser familia política.
martes, 17 de junio de 2025
Todas las personas (y 2)
No escribo novelas —por falta de talento— pero si las escribiera (si averiguara que escribiría si escribiese) no me quedaría otro remedio que redactarlas en primera persona. Porque es la única voz que conozco, la mía propia. Es la única forma de aparecer verosímil, aunque te estés inventando cosas. Me reconozco incapaz de meterme en la psique de nadie.
Cuando alguien empieza a generalizar, a dar por sentado que está expresando el sentir general, se le suele decir: “habla por ti” (porque solo a ti te representas). La voz en primera persona del singular es la que mejor entendemos. Nos agrada —me parece— porque nos sitúa ante un igual, ante un espejo, y es la mejor oportunidad que podamos tener de asomarnos al interior de otro ser humano; aunque no somos tan ingenuos como para no sospechar que nunca nadie nos va a confesar toda la verdad de sí mismo (todas sus vergüenzas). O casi nunca, hay gente para todo.
Luego está segunda persona del singular. A veces la utilizo, casi sin darme ni cuenta. Pero es que escribir en segunda persona no deja de ser una forma retórica de seguir hablando por uno mismo, reconociendo que al fin y al cabo tú y yo somos los dos humanos, que de alguna forma yo soy tú y tú eres yo; que somos bastante intercambiables, mal que nos pese.
Cuando alguien empieza a generalizar, a dar por sentado que está expresando el sentir general, se le suele decir: “habla por ti” (porque solo a ti te representas). La voz en primera persona del singular es la que mejor entendemos. Nos agrada —me parece— porque nos sitúa ante un igual, ante un espejo, y es la mejor oportunidad que podamos tener de asomarnos al interior de otro ser humano; aunque no somos tan ingenuos como para no sospechar que nunca nadie nos va a confesar toda la verdad de sí mismo (todas sus vergüenzas). O casi nunca, hay gente para todo.
Luego está segunda persona del singular. A veces la utilizo, casi sin darme ni cuenta. Pero es que escribir en segunda persona no deja de ser una forma retórica de seguir hablando por uno mismo, reconociendo que al fin y al cabo tú y yo somos los dos humanos, que de alguna forma yo soy tú y tú eres yo; que somos bastante intercambiables, mal que nos pese.
sábado, 14 de junio de 2025
Todas las personas (1)
La primera, la segunda y la tercera. Me refiero al punto de vista en una narración. En las novelas clásicas, no en todas pero sí a menudo, el narrador es un ser omnisciente que cuenta una historia en tercera persona dando los detalles que considera oportunos. Estos detalles pueden incluir descripciones del paisaje, la situación meteorológica, el aspecto y vestimenta de los personajes, lo que hacen, lo que dicen, lo que comen, lo que piensan, lo que sienten... Queda patente que si no se explaya más es porque no le da la gana, no porque no lo sepa.
De esto se deduce que ese narrador no puede ser otro sino Dios. Pero sabemos de buena tinta —guiño— que en realidad el autor de la novela es un ser humano, a veces uno muy sabio pero en ningún caso tan sabio. Esa forma de narración, tan habitual, es pues una gran mentira, un burdo engaño que asumimos no sé bien por qué: por costumbre, por inocencia, porque nos encanta enterarnos de todo o, como explicó el poeta inglés Coleridge, por suspensión de la incredulidad.
Una aclaración, la narración en tercera persona es también perfectamente natural cuando se limita a ser la voz de un testigo que refiere lo que ha presenciado o le han contado, aderezado con los comentarios personales —suyos— que se le hayan podido ir ocurriendo. Y solo eso. Nadie puede saber lo que piensa el otro, solo puede decir lo que le parece que pueda estar pensando, que es algo muy distinto, tan distinto que rara vez coincidirá con lo que de hecho esté pensando.
De esto se deduce que ese narrador no puede ser otro sino Dios. Pero sabemos de buena tinta —guiño— que en realidad el autor de la novela es un ser humano, a veces uno muy sabio pero en ningún caso tan sabio. Esa forma de narración, tan habitual, es pues una gran mentira, un burdo engaño que asumimos no sé bien por qué: por costumbre, por inocencia, porque nos encanta enterarnos de todo o, como explicó el poeta inglés Coleridge, por suspensión de la incredulidad.
Una aclaración, la narración en tercera persona es también perfectamente natural cuando se limita a ser la voz de un testigo que refiere lo que ha presenciado o le han contado, aderezado con los comentarios personales —suyos— que se le hayan podido ir ocurriendo. Y solo eso. Nadie puede saber lo que piensa el otro, solo puede decir lo que le parece que pueda estar pensando, que es algo muy distinto, tan distinto que rara vez coincidirá con lo que de hecho esté pensando.
miércoles, 11 de junio de 2025
Fachada
Aunque es el aula el escenario oficial para la educación de los alumnos, el patio del colegio es también un lugar de aprendizaje y allí pudo ser donde K adquirió las destrezas sociales que le ayudarían a sobrevivir durante toda su vida. O a vivir, sin más, si rebajamos el dramatismo. Así lo dedujo en su fuero interno a lo largo de los años.
En el patio se reproduce, a pequeña escala y de forma más o menos incruenta, el drama de la vida que desde los albores de la humanidad se ha representado primero en la selva y ahora mismo en internet, exagerando un poco. K. aprendió pronto a protegerse simulando una actitud afable con todos, contemporizadora con los fuertes, a los que odiaba, comprensiva con los débiles, a los que despreciaba. Llegado el momento, eligió sus estudios desde el punto de vista práctico y pronto se convenció de que lo más conveniente para sus intereses coincidía con su auténtica vocación.
Por puro interés personal formó una familia modélica. En casa era atento con su mujer, ayudaba en las tareas domésticas y se esforzaba en la educación de los hijos. Por otro lado, desarrolló una brillante carrera profesional recurriendo a las mismas tácticas que le habían servido en la jungla de la adolescencia. Seguía las directrices de los jefes sin un mal gesto y era paciente y comprensivo con sus subordinados.
Perfeccionó tanto esa fachada que había decidido mostrar al mundo que ni un solo mal gesto, ninguna burla sardónica, ningún insulto mascullado traspasaba las barreras que separaban su mente del exterior. Nadie lo sabía, pero en él se cumplía lo que escribió una vez Elizabeth Bowen: Hace las cosas más hermosas por motivos depravados (she has depraved reasons for doing the nicest things).
En el patio se reproduce, a pequeña escala y de forma más o menos incruenta, el drama de la vida que desde los albores de la humanidad se ha representado primero en la selva y ahora mismo en internet, exagerando un poco. K. aprendió pronto a protegerse simulando una actitud afable con todos, contemporizadora con los fuertes, a los que odiaba, comprensiva con los débiles, a los que despreciaba. Llegado el momento, eligió sus estudios desde el punto de vista práctico y pronto se convenció de que lo más conveniente para sus intereses coincidía con su auténtica vocación.
Por puro interés personal formó una familia modélica. En casa era atento con su mujer, ayudaba en las tareas domésticas y se esforzaba en la educación de los hijos. Por otro lado, desarrolló una brillante carrera profesional recurriendo a las mismas tácticas que le habían servido en la jungla de la adolescencia. Seguía las directrices de los jefes sin un mal gesto y era paciente y comprensivo con sus subordinados.
Perfeccionó tanto esa fachada que había decidido mostrar al mundo que ni un solo mal gesto, ninguna burla sardónica, ningún insulto mascullado traspasaba las barreras que separaban su mente del exterior. Nadie lo sabía, pero en él se cumplía lo que escribió una vez Elizabeth Bowen: Hace las cosas más hermosas por motivos depravados (she has depraved reasons for doing the nicest things).
domingo, 8 de junio de 2025
Merecer
Oímos y repetimos palabras toda la vida y de pronto nos fijamos en ellas y no acabamos de entenderlas del todo. Me ha pasado con merecer. No me había dado cuenta, hasta ahora, de las connotaciones éticas que lleva esta palabra en la mochila.
En las novelas antiguas, de los tiempos del romanticismo trasnochado, una cosa que solía decir el galán, el abnegado muchacho enamorado —y equivocado, pero entonces no se sabía—, que solía decirse a sí mismo en un monólogo interior, era algo así: prometo que le daré, a la mujer de mis sueños, la vida que realmente se merece.
Soy un mar de dudas: ¿se lo merece de verdad?, ¿quién lo decide?, ¿qué es eso que se merece? Para saberlo a ciencia cierta habría que esperar al Juicio Final, me temo. Otra cosa es que el o la supuesta merecedora quede conforme con eso que se ha merecido, sea lo que sea. Visto desde cierto punto de vista todos nos merecemos lo mejor, incluso los que no se lo merecen, podríamos decir.
El concepto, tan resbaladizo, ha pasado a formar parte de las frases hechas, ¿qué he hecho yo para merecer esto?, merece (o no merece) la pena, darle a alguien su merecido, o esa curiosa expresión —que por suerte creo que está en desuso— de estar en edad de merecer, que parece sugerir que ser joven —y chica— da derecho a no sé exactamente qué. De haber una edad de merecer algo, esa edad sería la vejez, digo yo.
En las novelas antiguas, de los tiempos del romanticismo trasnochado, una cosa que solía decir el galán, el abnegado muchacho enamorado —y equivocado, pero entonces no se sabía—, que solía decirse a sí mismo en un monólogo interior, era algo así: prometo que le daré, a la mujer de mis sueños, la vida que realmente se merece.
Soy un mar de dudas: ¿se lo merece de verdad?, ¿quién lo decide?, ¿qué es eso que se merece? Para saberlo a ciencia cierta habría que esperar al Juicio Final, me temo. Otra cosa es que el o la supuesta merecedora quede conforme con eso que se ha merecido, sea lo que sea. Visto desde cierto punto de vista todos nos merecemos lo mejor, incluso los que no se lo merecen, podríamos decir.
El concepto, tan resbaladizo, ha pasado a formar parte de las frases hechas, ¿qué he hecho yo para merecer esto?, merece (o no merece) la pena, darle a alguien su merecido, o esa curiosa expresión —que por suerte creo que está en desuso— de estar en edad de merecer, que parece sugerir que ser joven —y chica— da derecho a no sé exactamente qué. De haber una edad de merecer algo, esa edad sería la vejez, digo yo.
jueves, 5 de junio de 2025
Sostiene Pessoa
Dice Pessoa que si nos llevamos bien es porque no nos conocemos. Partimos de la base de que es imposible conocerse a uno mismo, y aún más imposible conocer a los demás. Esto último creo que lo dijo Montaigne. Claro que, qué no dijo Montaigne; Montaigne lo dijo todo, todo lo que hay que decir porque nadie lo dice aunque en el fondo todos lo sepamos.
En todo caso estoy interpretando a Pessoa (y a Montaigne) de memoria, igual no escribió eso, igual escribió lo contrario y lo que pasa es que lo he entendido mal. Dice Pessoa (sostiene Pereira) que si nos conociéramos de verdad, si alguien conociera de verdad a otro alguien, no podría congeniar con él y que lo que pasa, por suerte, diría yo, es que no nos conocemos.
Pessoa es pesimista. También puede darse el caso de que sea un agudo observador y mejor conocedor de la naturaleza humana. Según Pessoa (según dice o sostiene) si conociéramos cómo es en el fondo nuestro querido maestro, nuestro mejor amigo, ¡nuestra madre!, nos llevaríamos un buen chasco. Él no, él no se lo lleva porque él, si no lo sabía, lo ha deducido de alguna manera. Lo dedujo, quiero decir. O tal vez solo estaba haciendo literatura. Eso se le daba bien, y lo otro igual también.
En todo caso estoy interpretando a Pessoa (y a Montaigne) de memoria, igual no escribió eso, igual escribió lo contrario y lo que pasa es que lo he entendido mal. Dice Pessoa (sostiene Pereira) que si nos conociéramos de verdad, si alguien conociera de verdad a otro alguien, no podría congeniar con él y que lo que pasa, por suerte, diría yo, es que no nos conocemos.
Pessoa es pesimista. También puede darse el caso de que sea un agudo observador y mejor conocedor de la naturaleza humana. Según Pessoa (según dice o sostiene) si conociéramos cómo es en el fondo nuestro querido maestro, nuestro mejor amigo, ¡nuestra madre!, nos llevaríamos un buen chasco. Él no, él no se lo lleva porque él, si no lo sabía, lo ha deducido de alguna manera. Lo dedujo, quiero decir. O tal vez solo estaba haciendo literatura. Eso se le daba bien, y lo otro igual también.
lunes, 2 de junio de 2025
La importancia de la primera frase
Late one night in may, 1884…, así comienza la traducción al inglés de la novela de Atsutsi Nakajima Light, Wind and Dreams (Hikari to kaze to yume, en japonés). J. la ha traducido al español y me ha pasado un borrador. El título, “Luz, viento y sueños”, está claro; los problemas empiezan con esa primera frase, late one night...
J. ha optado por este comienzo: Tarde una noche de mayo de 1884... De primeras me ha parecido confuso en cuanto al significado (por los dos sentidos de la palabra "tarde") y también irregular en cuanto a la sintaxis. Así que me he puesto a buscar alternativas.
Hay muchas: Una noche tarde de mayo..., tarde en una noche de mayo..., avanzada la noche de un día de mayo…, una madrugada de mayo… Al final mi sugerencia a J. ha sido simplificar y decir sin más: Una noche de mayo, olvidándonos del molesto tarde.
J. me ha contestado que por una cuestión de estilo mantendría su versión: Tarde una noche de mayo de 1884... Lo pienso otra vez y tengo que darle la razón. Es un comienzo que desconcierta un tanto pero, además de ser fiel al original, tiene ritmo, tiene swing.
J. ha optado por este comienzo: Tarde una noche de mayo de 1884... De primeras me ha parecido confuso en cuanto al significado (por los dos sentidos de la palabra "tarde") y también irregular en cuanto a la sintaxis. Así que me he puesto a buscar alternativas.
Hay muchas: Una noche tarde de mayo..., tarde en una noche de mayo..., avanzada la noche de un día de mayo…, una madrugada de mayo… Al final mi sugerencia a J. ha sido simplificar y decir sin más: Una noche de mayo, olvidándonos del molesto tarde.
J. me ha contestado que por una cuestión de estilo mantendría su versión: Tarde una noche de mayo de 1884... Lo pienso otra vez y tengo que darle la razón. Es un comienzo que desconcierta un tanto pero, además de ser fiel al original, tiene ritmo, tiene swing.
viernes, 30 de mayo de 2025
Nombre alternativo
Los idiomas están en continua evolución; para bien o para mal, según épocas y opiniones. También se influyen mutuamente, y cada vez más. A veces no, a veces un idioma se aferra a su tradición y aguanta el embiste de la globalidad inmisericorde. Creo que ha podido pasar con los aranceles; con la palabra “arancel”, rara donde las haya. En inglés dicen tariff. Por otro lado, tarifa en inglés se dice fee. Arancel resiste, de momento. No descartaría que un día un periodista dijera, o escribiera, que al precio de tal producto (importado) el gobierno le ha añadido una tarifa del tanto por ciento. Ah, que ya ha pasado...
Escribo esto a modo de introducción y me voy dando cuenta de que en el fondo no viene a cuento. Es igual, mejor sacarlo y que no se me quede dentro y pueda llegar a infectarse. AI son las iniciales en inglés de Artificial Intelligence. La expresión se acuñó, al parecer, en 1956 y ha pasado al castellano como Inteligencia Artificial. Para mí que está mal dicho. La inteligencia artificial es una verdad a medias, porque es artificial pero no es inteligencia. Igual es un oxímoron. Me suena mejor Inteligencia Simulada, expresión que deja claro que hay trampa, engaño, simulación.
Pero es que la palabra inteligencia tampoco me parece adecuada. La inteligencia natural es sináptica y humana y por tanto imperfecta, factible de equivocarse, ¿para qué querríamos copiarla? Si la inteligencia natural es imperfecta, la simulada lo será más. Habría que sustituir la palabra inteligencia por algo más consistente. Se me ocurre sabiduría. SS, Sabiduría Simulada (Simulated Wisdom, SW en inglés); falsa en todo caso. Como término coloquial sugiero el que usaba Txomin del Regato: “sabidurensia”.
Escribo esto a modo de introducción y me voy dando cuenta de que en el fondo no viene a cuento. Es igual, mejor sacarlo y que no se me quede dentro y pueda llegar a infectarse. AI son las iniciales en inglés de Artificial Intelligence. La expresión se acuñó, al parecer, en 1956 y ha pasado al castellano como Inteligencia Artificial. Para mí que está mal dicho. La inteligencia artificial es una verdad a medias, porque es artificial pero no es inteligencia. Igual es un oxímoron. Me suena mejor Inteligencia Simulada, expresión que deja claro que hay trampa, engaño, simulación.
Pero es que la palabra inteligencia tampoco me parece adecuada. La inteligencia natural es sináptica y humana y por tanto imperfecta, factible de equivocarse, ¿para qué querríamos copiarla? Si la inteligencia natural es imperfecta, la simulada lo será más. Habría que sustituir la palabra inteligencia por algo más consistente. Se me ocurre sabiduría. SS, Sabiduría Simulada (Simulated Wisdom, SW en inglés); falsa en todo caso. Como término coloquial sugiero el que usaba Txomin del Regato: “sabidurensia”.
martes, 27 de mayo de 2025
La vida para dummies
El que nunca ha tenido un dolor de muelas no es consciente de lo que se pierde (aforismo irónico). Dicho del derecho: si no te ha dolido nunca una muela no sabes lo que ganas cuando no te duele. Si no conoces lo malo no sabes apreciar lo bueno, incluso lo neutro.
A esto se refiere, me parece, esta frase, que se oye en una película (por lo demás olvidable): Si la vida no te lo pone difícil es que no está haciendo bien su trabajo. Es cierto, puestos a elegir la mayoría optaría/optaríamos por una existencia sin sobresaltos, easy going, sin dolores de muelas, diríamos; luego resulta que cuando acaba una vida así, un comentario habitual es que esa persona en realidad “no ha vivido”. En el paquete de la vida va todo junto, tan vida es lo bueno como lo malo y, a veces, lo que de primeras parecía malo, a la larga resulta que era bueno.
El actor Miguel Rellán también se declara partidario de arriesgar. Dice algo así (parafraseando): luego están los yo-ya-no; yo ya no opino, yo ya no quiero líos, yo-ya-no esto, yo-ya-no lo otro… ¿tú ya no nada?, ¡pues muérete ya! No, no te mueras todavía, yo te entiendo, aunque no es mi caso porque a mis yo-ya-no casi siempre hay que quitarles el ya del medio.
Y termino con una cita agridulce de otro que arriesgó, el gran Pepe Mujica: Me dediqué a cambiar el mundo y no cambié un carajo, pero estuve entretenido. Sí, así es; pero no del todo. El mundo, con tipos como él, sí que cambia; aunque sea solo una pizca.
A esto se refiere, me parece, esta frase, que se oye en una película (por lo demás olvidable): Si la vida no te lo pone difícil es que no está haciendo bien su trabajo. Es cierto, puestos a elegir la mayoría optaría/optaríamos por una existencia sin sobresaltos, easy going, sin dolores de muelas, diríamos; luego resulta que cuando acaba una vida así, un comentario habitual es que esa persona en realidad “no ha vivido”. En el paquete de la vida va todo junto, tan vida es lo bueno como lo malo y, a veces, lo que de primeras parecía malo, a la larga resulta que era bueno.
El actor Miguel Rellán también se declara partidario de arriesgar. Dice algo así (parafraseando): luego están los yo-ya-no; yo ya no opino, yo ya no quiero líos, yo-ya-no esto, yo-ya-no lo otro… ¿tú ya no nada?, ¡pues muérete ya! No, no te mueras todavía, yo te entiendo, aunque no es mi caso porque a mis yo-ya-no casi siempre hay que quitarles el ya del medio.
Y termino con una cita agridulce de otro que arriesgó, el gran Pepe Mujica: Me dediqué a cambiar el mundo y no cambié un carajo, pero estuve entretenido. Sí, así es; pero no del todo. El mundo, con tipos como él, sí que cambia; aunque sea solo una pizca.
sábado, 24 de mayo de 2025
Momento estelar
Guion no lleva tilde, truhan tampoco; pasa la voz. La razón es que son monosílabos (o se les acusa de ello). Si fuera el rótulo de un comercio sería este: “Guion, sin tilde desde 2010”.
Cada vida sigue un guion que nadie conoce de antemano pero que, pasados los años —y eventualmente extinguida esa vida en particular—, aparece tan lógico y redondo como el de cualquier película. La vida más aburrida si la miras de cerca, y más si la miras desde dentro, resulta fascinante; está esperando que alguien la cuente.
Uno de los momentos estelares de cada historia, de cada guion (y de la humanidad, Stefan Zweig) es cuando la protagonista se queda embarazada. Se queda, en reflexivo, como si fuera espontáneo e involuntario. A ver si mejoramos el idioma. Nos hemos quedado embarazados tampoco vale. ¿Cómo decirlo? Está embarazada, cierto, esa es la fórmula correcta.
Una explicación más prolija sería absurda: mi pareja y yo hemos tenido relaciones sexuales, consentidas y deseadas, y como consecuencia, no habiendo puesto ningún medio para evitarlo, estoy embarazada. Otra forma: de la fusión de un espermatozoide suyo y un óvulo mío una nueva vida ha surgido en mi útero.
Bueno, pues esta chica está embarazada, de unos seis meses —enhorabuena—, y una mañana temprano se levanta, va al baño y a la vuelta comenta de pasada: me ha despertado el hipo del bebé. Así lo ha dicho. Es el bebé, ¡hip!, que está haciendo sus ejercicios prerespiratorios. ¿No es maravilloso?
Cada vida sigue un guion que nadie conoce de antemano pero que, pasados los años —y eventualmente extinguida esa vida en particular—, aparece tan lógico y redondo como el de cualquier película. La vida más aburrida si la miras de cerca, y más si la miras desde dentro, resulta fascinante; está esperando que alguien la cuente.
Uno de los momentos estelares de cada historia, de cada guion (y de la humanidad, Stefan Zweig) es cuando la protagonista se queda embarazada. Se queda, en reflexivo, como si fuera espontáneo e involuntario. A ver si mejoramos el idioma. Nos hemos quedado embarazados tampoco vale. ¿Cómo decirlo? Está embarazada, cierto, esa es la fórmula correcta.
Una explicación más prolija sería absurda: mi pareja y yo hemos tenido relaciones sexuales, consentidas y deseadas, y como consecuencia, no habiendo puesto ningún medio para evitarlo, estoy embarazada. Otra forma: de la fusión de un espermatozoide suyo y un óvulo mío una nueva vida ha surgido en mi útero.
Bueno, pues esta chica está embarazada, de unos seis meses —enhorabuena—, y una mañana temprano se levanta, va al baño y a la vuelta comenta de pasada: me ha despertado el hipo del bebé. Así lo ha dicho. Es el bebé, ¡hip!, que está haciendo sus ejercicios prerespiratorios. ¿No es maravilloso?
miércoles, 21 de mayo de 2025
Una vez
Una vez una chica —que ahora ya será abuela— nos explicó cómo saber el número y el sexo de nuestros futuros hijos. Fue durante un cursillo de euskera al que me apunté un verano. Éramos tres o cuatro escuchando. El método, en realidad, es muy conocido. Para llevarlo a cabo bastaba la cadena con la medalla que entonces llevaba al cuello. Me la habían regalado mis padrinos, una medalla de oro con la Virgen de Begoña por un lado y mis iniciales y fecha de nacimiento por el otro. La perdí hace años, en una piscina.
Por si no lo conoces: se sujeta la cadena con la medalla colgando y según oscile en círculo o como un péndulo será niña o niño. Si no se mueve, nada. Antes de hacer la prueba aquella chica —se me ha olvidado el nombre— había adivinado mi signo del zodíaco, lo que me predispuso a su favor. Me salió que tendría dos niños y dos niñas, no esperaba tantos. Luego han sido la mitad: dos niñas. Hay que reconocer que el “método” es una bobada como un piano.
La chica era maja, seria, inspiraba confianza, me gustaba. Nos hizo el truco de la cadenita y después, cuando estábamos tan a gusto charlando, de improviso se excusó y se fue a charlar con otro grupo. Pensé que no éramos lo suficientemente interesantes para ella, se había empezado a aburrir. Fue bastante frustrante, como si nos hubiera hecho la cobra (aunque tampoco sabía entonces qué era hacer la cobra).
Por si no lo conoces: se sujeta la cadena con la medalla colgando y según oscile en círculo o como un péndulo será niña o niño. Si no se mueve, nada. Antes de hacer la prueba aquella chica —se me ha olvidado el nombre— había adivinado mi signo del zodíaco, lo que me predispuso a su favor. Me salió que tendría dos niños y dos niñas, no esperaba tantos. Luego han sido la mitad: dos niñas. Hay que reconocer que el “método” es una bobada como un piano.
La chica era maja, seria, inspiraba confianza, me gustaba. Nos hizo el truco de la cadenita y después, cuando estábamos tan a gusto charlando, de improviso se excusó y se fue a charlar con otro grupo. Pensé que no éramos lo suficientemente interesantes para ella, se había empezado a aburrir. Fue bastante frustrante, como si nos hubiera hecho la cobra (aunque tampoco sabía entonces qué era hacer la cobra).
domingo, 18 de mayo de 2025
Tres genios
Una obra maestra, en literatura, requiere de la colaboración de dos y, con frecuencia, hasta de tres genios. El primero es el que la escribe, naturalmente. El tercero — luego hablamos del segundo— no siempre es necesario, solo cuando se lee la obra en un idioma distinto al original. Se trata del traductor, cuyo nivel de genialidad ha de ser similar o superior al del autor, nunca inferior. Un traductor inferior desgracia la obra sin remedio. Uno superior corre el peligro de mejorarla, lo que no deja de ser un problema. El traductor se enfrenta a la titánica tarea de cambiar de idioma sin perder ni ganar nada en el camino; algo que es imposible, pero bueno, bastante será que se junten esos dos genios.
Una vez escrita la obra —y traducida en su caso—, por muy buena que sea, si no interviene otro genio, el segundo, sigue sin ser una obra maestra. Pista: es como el árbol partido por un rayo en el bosque: si nadie lo ha visto, ¿de verdad ha caído ese árbol partido por un rayo en el bosque? No, de alguna forma. Lo mismo sucede con la obra que nadie ha leído. Seguro que hay por ahí un buen número de grandes libros escritos por genios aislados en sus bosques a los que nadie ha tenido la oportunidad de echar un vistazo.
Así que, dijo el dios de la literatura, léase la obra, y la obra fue leída. ¿Es ya suficiente? Tampoco, a no ser que comparezca nuestro querido segundo genio, el lector que esté a la altura, el lector que dialogue de tú a tú con el autor (y con el traductor, si lo hubiera), alguien a quien queremos tanto porque podríamos ser nosotros mismos. Pero hay más: cada combinación distinta de autor, traductor y lector (geniales) hace que la obra, además de maestra, sea también única, porque ni traducciones ni lecturas son nunca iguales.
Una vez escrita la obra —y traducida en su caso—, por muy buena que sea, si no interviene otro genio, el segundo, sigue sin ser una obra maestra. Pista: es como el árbol partido por un rayo en el bosque: si nadie lo ha visto, ¿de verdad ha caído ese árbol partido por un rayo en el bosque? No, de alguna forma. Lo mismo sucede con la obra que nadie ha leído. Seguro que hay por ahí un buen número de grandes libros escritos por genios aislados en sus bosques a los que nadie ha tenido la oportunidad de echar un vistazo.
Así que, dijo el dios de la literatura, léase la obra, y la obra fue leída. ¿Es ya suficiente? Tampoco, a no ser que comparezca nuestro querido segundo genio, el lector que esté a la altura, el lector que dialogue de tú a tú con el autor (y con el traductor, si lo hubiera), alguien a quien queremos tanto porque podríamos ser nosotros mismos. Pero hay más: cada combinación distinta de autor, traductor y lector (geniales) hace que la obra, además de maestra, sea también única, porque ni traducciones ni lecturas son nunca iguales.
jueves, 15 de mayo de 2025
Pretenders
Fingir, fingimiento, no es una idea que tenga buena prensa; recuerda a trampa o engaño o mentira pero puede significar otras cosas. Se puede fingir para no ofender, por ejemplo, o fingir por modestia o fingir para sobrevivir, poniéndonos un poco trágicos. O puede resultar que la vida consista en fingir, que el fingimiento sea la principal característica del comportamiento humano.
Hemos nacido para correr, Born to run, incluso para hacer un poco el salvaje, Born to be wild, pero también hemos nacido para fingir, Born to pretend, que alguien escriba la canción. Fingir nos viene impuesto y está mal visto no hacerlo. No todo el rato, eso es imposible; pero sí en general, en el sentido de que, inevitablemente, nos movemos arrastrados por la corriente de la vida; puede que no siempre por el sendero trillado pero sin alejarnos demasiado, quizás porque no hay otra forma de vivir.
Nacemos en el seno de una sociedad organizada que lleva milenios de rodaje y es como si un espécimen de vida extraterrestre se despertase una mañana entre nosotros. Ese hombre-estrella se encontraría de pronto en un sitio donde ya todo está regulado, el sentido del ridículo, las normas de tráfico, los usos amorosos, todo; nada escapa a lo establecido, así que no le quedaría otro remedio que seguir las reglas o, mejor dicho, fingir que las sigue, que es lo que nos pasa a los nativos sin sospechar siquiera que estamos fingiendo; sin reparar en que no estamos siendo fieles a nosotros mismos, sobre todo porque no tenemos ni idea de cómo se haría eso.
Solo raras veces alguien se da cuenta, por suerte o por desgracia, del fingimiento perpetuo en el que vive, pero como no tiene otra alternativa, o la que vislumbra consiste en otra forma de fingir, lo asume y se concentra en hacerlo lo mejor posible, en ganar el campeonato local, provincial, regional, autonómico, estatal, europeo o mundial del fingimiento; porque no te puedes ni imaginar hasta donde puede llegar el ser humano si se propone algo de verdad, si para conseguirlo pone en ello todo su corazón.
Hemos nacido para correr, Born to run, incluso para hacer un poco el salvaje, Born to be wild, pero también hemos nacido para fingir, Born to pretend, que alguien escriba la canción. Fingir nos viene impuesto y está mal visto no hacerlo. No todo el rato, eso es imposible; pero sí en general, en el sentido de que, inevitablemente, nos movemos arrastrados por la corriente de la vida; puede que no siempre por el sendero trillado pero sin alejarnos demasiado, quizás porque no hay otra forma de vivir.
Nacemos en el seno de una sociedad organizada que lleva milenios de rodaje y es como si un espécimen de vida extraterrestre se despertase una mañana entre nosotros. Ese hombre-estrella se encontraría de pronto en un sitio donde ya todo está regulado, el sentido del ridículo, las normas de tráfico, los usos amorosos, todo; nada escapa a lo establecido, así que no le quedaría otro remedio que seguir las reglas o, mejor dicho, fingir que las sigue, que es lo que nos pasa a los nativos sin sospechar siquiera que estamos fingiendo; sin reparar en que no estamos siendo fieles a nosotros mismos, sobre todo porque no tenemos ni idea de cómo se haría eso.
Solo raras veces alguien se da cuenta, por suerte o por desgracia, del fingimiento perpetuo en el que vive, pero como no tiene otra alternativa, o la que vislumbra consiste en otra forma de fingir, lo asume y se concentra en hacerlo lo mejor posible, en ganar el campeonato local, provincial, regional, autonómico, estatal, europeo o mundial del fingimiento; porque no te puedes ni imaginar hasta donde puede llegar el ser humano si se propone algo de verdad, si para conseguirlo pone en ello todo su corazón.
lunes, 12 de mayo de 2025
Versiones
Por atrición he leído el “Libro del desasosiego” de Fernando Pessoa. Atrición es desgaste; y también, para mí, una táctica de lectura. Diez páginas al día y en dos meses la fortaleza de Pessoa ha caído, nada de qué enorgullecerse. En vida Pessoa solo publicó un librito de poemas patrióticos en portugués y otros tres (libritos) de sonetos en inglés (aguántalo). Era bilingüe. Pero escribir, escribió como un poseso.
Durante veinte años redactó fragmentos más o menos elaborados de lo que proyectaba que sería su libro del desasosiego. Se lo adjudicó a un heterónimo; o a dos, porque además de a Bernardo Soares cita también a un tal Vicente Guedes. En las notas del libro se recoge esta afirmación: Bernardo Soares soy yo menos el raciocinio y la afectividad. Pues tú me dirás qué es lo que queda. El resultado, no sé si genial, es tildado de filosófico y tiende a desolador.
En realidad “El libro del desasosiego” ni tan siquiera existe, Pessoa dejó un montón de papeles en completo desorden, y las ediciones que se han hecho, cincuenta años después de su muerte, son meros intentos de organizar ese caos. Sea como fuere, he leído uno de esas reconstrucciónes, la del traductor Perfecto Cuadrado, y me he quedado con dos palabras que se repiten: soñolencia y saudade. Sus razones habrá tenido para elegirlas.
Soñolencia es un sinónimo de somnolencia, pero no lo parece, porque estar somnoliento es tener ganas de dormir y estar soñoliento suena más a tener ganas de soñar. De saudade, nada que decir que ya no sepas. Pues bien, he consultado otra traducción, la de Ángel Crespo, y en ella, aparte de confirmar las múltiples diferencias, he comprobado que esas dos palabras, saudade y soñolencia, no aparecen ni una sola vez.
Durante veinte años redactó fragmentos más o menos elaborados de lo que proyectaba que sería su libro del desasosiego. Se lo adjudicó a un heterónimo; o a dos, porque además de a Bernardo Soares cita también a un tal Vicente Guedes. En las notas del libro se recoge esta afirmación: Bernardo Soares soy yo menos el raciocinio y la afectividad. Pues tú me dirás qué es lo que queda. El resultado, no sé si genial, es tildado de filosófico y tiende a desolador.
En realidad “El libro del desasosiego” ni tan siquiera existe, Pessoa dejó un montón de papeles en completo desorden, y las ediciones que se han hecho, cincuenta años después de su muerte, son meros intentos de organizar ese caos. Sea como fuere, he leído uno de esas reconstrucciónes, la del traductor Perfecto Cuadrado, y me he quedado con dos palabras que se repiten: soñolencia y saudade. Sus razones habrá tenido para elegirlas.
Soñolencia es un sinónimo de somnolencia, pero no lo parece, porque estar somnoliento es tener ganas de dormir y estar soñoliento suena más a tener ganas de soñar. De saudade, nada que decir que ya no sepas. Pues bien, he consultado otra traducción, la de Ángel Crespo, y en ella, aparte de confirmar las múltiples diferencias, he comprobado que esas dos palabras, saudade y soñolencia, no aparecen ni una sola vez.
viernes, 9 de mayo de 2025
Pentasílabos esdrújulos
Leo que una escritora (testigo protegido) declara amor a las esdrújulas. Lo da a entender. A J., un amigo, por el contrario, le oí en una ocasión renegar de ellas. Las esdrújulas están bien, sin abusar. Lo mismo pasa con los pentasílabos, incluidos los esdrújulos. El hecho de que la palabra pentasílabo sea a su vez un pentasílabo es una coincidencia que reconforta. Los pentasílabos son los dinosaurios del diccionario.
Una vez soñé con la palabra lepidóptero y quién sabe por qué me sentí satisfecho, me pareció un sueño de cierto mérito. Hoy he soñado con otro pentasílabo: escarapela. No tiene la fuerza de las esdrújulas pero da gusto la suavidad de sus cinco sílabas susurrándote al oído, es ca ra pe la.
Esto me ha recordado otra palabra de hace unos días. Estaba pensando que los nombres de los equipos de fútbol italianos pueden darse tanto en masculino como en femenino, así el Milan, el Inter, el Nápoles o, por el otro lado, la Roma, la Juve, la Fiorentina. Sin embargo en España no es tan frecuente el femenino, en equipos de fútbol, y haciendo memoria me he acordado de la Balompédica Linense, el equipo de La Línea de la Concepción, en Cádiz.
Balompédica es otro pentasílabo esdrújulo. Si los pentasílabos son los dinosaurios del diccionario, los esdrújulos son los Tyrannosaurus rex de los pentasílabos. Balompédica es una palabra única, con personalidad; no es probable que la encuentres en ningún otro contexto. Al pronunciar la sílaba tónica parece que has chutado un balón, balompédica; gol por la escuadra.
Una vez soñé con la palabra lepidóptero y quién sabe por qué me sentí satisfecho, me pareció un sueño de cierto mérito. Hoy he soñado con otro pentasílabo: escarapela. No tiene la fuerza de las esdrújulas pero da gusto la suavidad de sus cinco sílabas susurrándote al oído, es ca ra pe la.
Esto me ha recordado otra palabra de hace unos días. Estaba pensando que los nombres de los equipos de fútbol italianos pueden darse tanto en masculino como en femenino, así el Milan, el Inter, el Nápoles o, por el otro lado, la Roma, la Juve, la Fiorentina. Sin embargo en España no es tan frecuente el femenino, en equipos de fútbol, y haciendo memoria me he acordado de la Balompédica Linense, el equipo de La Línea de la Concepción, en Cádiz.
Balompédica es otro pentasílabo esdrújulo. Si los pentasílabos son los dinosaurios del diccionario, los esdrújulos son los Tyrannosaurus rex de los pentasílabos. Balompédica es una palabra única, con personalidad; no es probable que la encuentres en ningún otro contexto. Al pronunciar la sílaba tónica parece que has chutado un balón, balompédica; gol por la escuadra.
martes, 6 de mayo de 2025
Animalidad
Somos animales (y al decirlo no me repito, insisto). Es una verdad básica, indudable, incontrovertible, fragilísticoexpialidosa. Somos una forma de vida, la vida animal, que se da en el planeta Tierra y no sabemos si en algún otro lugar. Podría darse, claro, y podrían darse otras formas de vida que no podemos ni imaginar.
Siempre me ha llamado la atención que todos los “monstruos” de las películas tengan boca, ojos, nariz, orejas, brazos, piernas... O casi todos. No sabemos imaginar otra cosa, no sabemos imaginar nada, nos limitamos a reproducir lo que conocemos y como mucho lo exageramos; no nos da para más.
Somos animales y cuando dicen que somos el único animal que ama o que ríe o que bebe sin sed o que lo que sea, suelo preguntarme si será cierto del todo. Por ejemplo, dicen que somos el único animal consciente de su finitud, el único que sabe que va a morir; ¿seguro?, ¿no puede un perro sentir, pensar, intuir que su perra vida acabará algún día? No veo por qué no. Quien dice un perro dice cualquier otro animal, una ballena blanca, por ejemplo.
Es que el ser humano es el único ser viviente que tiene alma, dice uno. Bueno, si el alma no pesa nada no entiendo qué es el alma; si pesa unos gramos, los que sean, entonces repito lo de antes, ¿por qué no iba a tener alma un gato? (digo gato por cambiar). Reivindico la vida eterna para todos los animales. O jugamos todos o se rompe la baraja. Y si el paraíso y el infierno están en este mundo, más a mi favor. Para mí que padecemos un complejo de superioridad de los de hacérselo mirar. No es que estemos mal, nada más lejos, pero reconozcámoslo: No dejamos de ser unos patéticos mamíferos.
Siempre me ha llamado la atención que todos los “monstruos” de las películas tengan boca, ojos, nariz, orejas, brazos, piernas... O casi todos. No sabemos imaginar otra cosa, no sabemos imaginar nada, nos limitamos a reproducir lo que conocemos y como mucho lo exageramos; no nos da para más.
Somos animales y cuando dicen que somos el único animal que ama o que ríe o que bebe sin sed o que lo que sea, suelo preguntarme si será cierto del todo. Por ejemplo, dicen que somos el único animal consciente de su finitud, el único que sabe que va a morir; ¿seguro?, ¿no puede un perro sentir, pensar, intuir que su perra vida acabará algún día? No veo por qué no. Quien dice un perro dice cualquier otro animal, una ballena blanca, por ejemplo.
Es que el ser humano es el único ser viviente que tiene alma, dice uno. Bueno, si el alma no pesa nada no entiendo qué es el alma; si pesa unos gramos, los que sean, entonces repito lo de antes, ¿por qué no iba a tener alma un gato? (digo gato por cambiar). Reivindico la vida eterna para todos los animales. O jugamos todos o se rompe la baraja. Y si el paraíso y el infierno están en este mundo, más a mi favor. Para mí que padecemos un complejo de superioridad de los de hacérselo mirar. No es que estemos mal, nada más lejos, pero reconozcámoslo: No dejamos de ser unos patéticos mamíferos.
sábado, 3 de mayo de 2025
Pecadores
Con profondo dolore devo annunciare la morte del nostro Santo Padre Francesco. A veces el italiano se entiende de maravilla. Publicaban el otro día una lista de los 264 papas que ha habido hasta la fecha. Me he enterado así del caso del papa Liberio (en la lista aparecía como Liborio, error). Después de más de tres siglos de papado y de treinta y cinco papas, todos proclamados santos, algo tuvo que hacer mal Liberio para ser el primero que aún no ha sido “elevado a los altares” (los trece que le siguieron también son santos).
Casualidad, fue este Liberio el que fundó el templo que ahora es la basílica donde han enterrado a Francisco. Cuándo le preguntaron si aceptaba su nombramiento como papa, Jorge Mario Bergoglio dijo que sí y añadió: aunque soy un gran pecador. Igual lo dijo en latín, etsi magnus sum peccator, o en italiano, anche se sono un grande peccatore. Lo dijera en el idioma que lo dijera no dudo de que era sincero; quién sabe de los abismos interiores de cada uno o, mejor dicho, de cada otro.
Francisco solo pudo ser un gran pecador porque no los hay pequeños. Todos lo somos en tanto que imperfectos. La humanidad se divide en dos grupos de personas, por un lado los grandes pecadores y por otro, los aún más grandes, a los que podríamos llamar los super-pecadores. Así que, serás un gran pecador, Jorge Mario o Francisco o Francesco o Franciscus, no lo dudo, pero te garantizo que no eres de los más grandes. No sé por donde andará Liberio en el ranking, pero aquí estoy yo, sin ir más lejos, que en otras muchas cosas no, pero en esa te gano seguro.
Casualidad, fue este Liberio el que fundó el templo que ahora es la basílica donde han enterrado a Francisco. Cuándo le preguntaron si aceptaba su nombramiento como papa, Jorge Mario Bergoglio dijo que sí y añadió: aunque soy un gran pecador. Igual lo dijo en latín, etsi magnus sum peccator, o en italiano, anche se sono un grande peccatore. Lo dijera en el idioma que lo dijera no dudo de que era sincero; quién sabe de los abismos interiores de cada uno o, mejor dicho, de cada otro.
Francisco solo pudo ser un gran pecador porque no los hay pequeños. Todos lo somos en tanto que imperfectos. La humanidad se divide en dos grupos de personas, por un lado los grandes pecadores y por otro, los aún más grandes, a los que podríamos llamar los super-pecadores. Así que, serás un gran pecador, Jorge Mario o Francisco o Francesco o Franciscus, no lo dudo, pero te garantizo que no eres de los más grandes. No sé por donde andará Liberio en el ranking, pero aquí estoy yo, sin ir más lejos, que en otras muchas cosas no, pero en esa te gano seguro.
miércoles, 30 de abril de 2025
Estupefacción
Es dudoso que el dinero dé la felicidad, lo que es innegable es que quita el hambre. Mientras haya alimentos, se entiende. Siento cierto desapego hacia el dinero, aunque sospecho que se debe a que nunca me ha faltado. En casa, en mi infancia, tampoco sobraba. Fue más tarde cuando me di cuenta de que me había criado en la austeridad, como la mayoría de la gente entonces. A la larga me ha venido bien y, por suerte, sigo siendo más austero que otra cosa.
Hay algo obsceno en la ostentación de la riqueza. Por ejemplo, ese cliché de las vacaciones en hoteles de lujo de lejanos y exóticos países. No acabo de verle la gracia. Además, como le he leído a Pessoa, un ocaso (puesta de sol) es un ocaso en cualquier parte; para ver uno no hace falta ir a Constantinopla.
Digo esto por la espeluznante inversión de valores que encarna ese presidente americano cuyo nombre no quiero escribir, como gesto de protesta (inane) y también un poco por miedo a que el algoritmo me señale. Me asombra, para mal, una frase que repite a menudo, una frase que demuestra que se puede llegar a viejo sin haberse enterado de nada. Es esta: vamos a ganar mucho dinero.
Que para un presidente, supuesto líder mundial, sea esa la prioridad le debería de descalificar ipso facto para el cargo. Sin embargo ahí sigue, repitiéndola para consternación de todo ser humano que tenga dos dedos de frente. Vamos a ganar mucho dinero, vamos a hacer grandes negocios. A quién le importan la solidaridad, la educación, la salud, la convivencia, la justicia, la ecología; a quién le importa nada salvo ganar dinero, mucho dinero. A mí ya me está dando miedo.
Hay algo obsceno en la ostentación de la riqueza. Por ejemplo, ese cliché de las vacaciones en hoteles de lujo de lejanos y exóticos países. No acabo de verle la gracia. Además, como le he leído a Pessoa, un ocaso (puesta de sol) es un ocaso en cualquier parte; para ver uno no hace falta ir a Constantinopla.
Digo esto por la espeluznante inversión de valores que encarna ese presidente americano cuyo nombre no quiero escribir, como gesto de protesta (inane) y también un poco por miedo a que el algoritmo me señale. Me asombra, para mal, una frase que repite a menudo, una frase que demuestra que se puede llegar a viejo sin haberse enterado de nada. Es esta: vamos a ganar mucho dinero.
Que para un presidente, supuesto líder mundial, sea esa la prioridad le debería de descalificar ipso facto para el cargo. Sin embargo ahí sigue, repitiéndola para consternación de todo ser humano que tenga dos dedos de frente. Vamos a ganar mucho dinero, vamos a hacer grandes negocios. A quién le importan la solidaridad, la educación, la salud, la convivencia, la justicia, la ecología; a quién le importa nada salvo ganar dinero, mucho dinero. A mí ya me está dando miedo.
domingo, 27 de abril de 2025
Confidencial
Informe sobre la muerte de Ciclón.
Este es un relato abreviado de las circunstancias en las que ha tenido lugar dicha muerte. Entre las fuentes (apartado 1 del anexo), la más significativa ha sido Tirantes, infiltrado de los servicios de inteligencia autóctonos en el equipo médico. Su testimonio ha sido posible por las buenas relaciones entre los dos países.
El interés primordial para ambos gobiernos era garantizar el encuentro entre Ciclón y VP, previsto para una fecha posterior pero que, debido a la evolución negativa del enfermo, se adelantó al domingo día 20. Al margen de su estado de salud hubo que presionar y rogar al obstinado Ciclón, que era reacio a ver a VP.
El sábado 19 a última hora el estado de Ciclón empeoró y el equipo médico tuvo que emplearse a fondo en la UCI instalada en secreto en su residencia. Los detalles médicos en el apdo 2.
La entrevista, o simulacro de entrevista, con VP se pudo realizar. Las tomas y dosis de analgésicos y estimulantes administrados previamente a Ciclón en el apdo 3.
Cumplido ese objetivo, el interés de ambos países era que el proceso natural no se alargara y evitar a toda costa su evolución hacia un coma indefinido. Contactados al efecto los responsables médicos, estos se negaron a colaborar. Sus nombres en el apdo 4.
Finalmente Ciclón murió la noche del domingo 20 al lunes 21. Tirantes estaba entre los sanitarios de guardia. Detalle de cronología, testigos, tomas y dosis en el apdo 5.
Este es un relato abreviado de las circunstancias en las que ha tenido lugar dicha muerte. Entre las fuentes (apartado 1 del anexo), la más significativa ha sido Tirantes, infiltrado de los servicios de inteligencia autóctonos en el equipo médico. Su testimonio ha sido posible por las buenas relaciones entre los dos países.
El interés primordial para ambos gobiernos era garantizar el encuentro entre Ciclón y VP, previsto para una fecha posterior pero que, debido a la evolución negativa del enfermo, se adelantó al domingo día 20. Al margen de su estado de salud hubo que presionar y rogar al obstinado Ciclón, que era reacio a ver a VP.
El sábado 19 a última hora el estado de Ciclón empeoró y el equipo médico tuvo que emplearse a fondo en la UCI instalada en secreto en su residencia. Los detalles médicos en el apdo 2.
La entrevista, o simulacro de entrevista, con VP se pudo realizar. Las tomas y dosis de analgésicos y estimulantes administrados previamente a Ciclón en el apdo 3.
Cumplido ese objetivo, el interés de ambos países era que el proceso natural no se alargara y evitar a toda costa su evolución hacia un coma indefinido. Contactados al efecto los responsables médicos, estos se negaron a colaborar. Sus nombres en el apdo 4.
Finalmente Ciclón murió la noche del domingo 20 al lunes 21. Tirantes estaba entre los sanitarios de guardia. Detalle de cronología, testigos, tomas y dosis en el apdo 5.
jueves, 24 de abril de 2025
Sospecha
Me ha gustado, y divertido, esto que escribe George Moore —escritor irlandés de hace mucho— sobre los periodos por los que pasa una historia de amor (o más bien, en su época, un matrimonio por amor). Son tres; el primero, un año de misterio y pasión; luego, varios años de pasión sin misterio; y por último, el periodo de resignación.
Todas las historias de amor hablan de mí; como las canciones, como los libros y las películas; porque en todas partes buscamos espejos donde mirarnos metafóricamente. Todas las historias de amor son diferentes; sí, inevitablemente. Pero también son todas iguales, las historias. Es un tema al que vuelvo siempre, un tema sin resolver. Me pregunto, echando la vista atrás, si pensó alguien en enamorarse antes de Romeo y Julieta, antes de Tristán e Isolda.
¿Se enamoraron Adán y Eva? No hizo falta, si no hay más contigo Adán. ¿Los mamíferos se enamoran?, o solo algunos, o ninguno en realidad. Los mamíferos monógamos son más sospechosos de enamoramiento. Sospechosos no es la palabra, porque enamorarse no es nada malo, en principio. En todo caso, no somos monógamos.
Todas las historias de amor deberían tener algo en común, un mínimo común denominador, una marca de agua que dijera esto es amor marca registrada, pero el caso es que el tema no está nada claro. Una buena frase al respecto, de origen incierto, es esta: Every love story is a ghost story (toda historia de amor es una historia de fantasmas). Le veo sentido; algo hay de fantástico, de ilusorio, en el amor.
Todas las historias de amor hablan de mí; como las canciones, como los libros y las películas; porque en todas partes buscamos espejos donde mirarnos metafóricamente. Todas las historias de amor son diferentes; sí, inevitablemente. Pero también son todas iguales, las historias. Es un tema al que vuelvo siempre, un tema sin resolver. Me pregunto, echando la vista atrás, si pensó alguien en enamorarse antes de Romeo y Julieta, antes de Tristán e Isolda.
¿Se enamoraron Adán y Eva? No hizo falta, si no hay más contigo Adán. ¿Los mamíferos se enamoran?, o solo algunos, o ninguno en realidad. Los mamíferos monógamos son más sospechosos de enamoramiento. Sospechosos no es la palabra, porque enamorarse no es nada malo, en principio. En todo caso, no somos monógamos.
Todas las historias de amor deberían tener algo en común, un mínimo común denominador, una marca de agua que dijera esto es amor marca registrada, pero el caso es que el tema no está nada claro. Una buena frase al respecto, de origen incierto, es esta: Every love story is a ghost story (toda historia de amor es una historia de fantasmas). Le veo sentido; algo hay de fantástico, de ilusorio, en el amor.
lunes, 21 de abril de 2025
Un día distinto
Hoy no es un día cualquiera, es lo que le oí decir a un hombre que saludaba a otro de edad parecida. La frase me pareció peculiar; hoy no es un día cualquiera, dijo, y luego hizo una pausa para crear cierta expectación. La forma en que lo dijo me hizo pensar que se refería a algo —algún suceso, alguna circunstancia— que les concernía a ambos. Que la causa fuera su propio cumpleaños, por ejemplo, hubiese sido una muestra de vanidad. No, lo que estaba diciendo era que el día era diferente para todos, o al menos para ellos dos. ¿Qué podía ser?, ¿por qué consideraba ese día especial? Se me pasó por la cabeza que quizás aludía a algo relacionado con una larga vida laboral en común.
Hoy no es un día cualquiera; no se me escapó tampoco el parecido de la frase con la canción de Joan Manuel Serrat, “Hoy puede ser un gran día”; aunque también era obvia la diferencia: Serrat lo decía dando a entender que dependía de cada uno que así fuese; para nuestro hombre el día, de por sí, no era uno más. Tras la pausa mínima, teatral —durante la cual mi mente especuló casi como un ordenador cuántico—, el hombre aclaró la causa de que el día fuese distinto: Hoy no es un día cualquiera — pausa— hoy juega el Athletic.
Hoy no es un día cualquiera; no se me escapó tampoco el parecido de la frase con la canción de Joan Manuel Serrat, “Hoy puede ser un gran día”; aunque también era obvia la diferencia: Serrat lo decía dando a entender que dependía de cada uno que así fuese; para nuestro hombre el día, de por sí, no era uno más. Tras la pausa mínima, teatral —durante la cual mi mente especuló casi como un ordenador cuántico—, el hombre aclaró la causa de que el día fuese distinto: Hoy no es un día cualquiera — pausa— hoy juega el Athletic.
viernes, 18 de abril de 2025
Monumentos
Digo yo que ese escudo franquista que está en lo alto de un edificio, grandilocuente y no exento de cierta belleza, no debería molestar a nadie. El franquismo, por suerte, ya pasó. Pronto se cumplirá medio siglo de la muerte de aquel dictador que por otra parte era bajito, rechoncho y de voz aflautada (para nuestra vergüenza, no la suya). Aquellos (casi) cuarenta años no van a desaparecer de la historia por muchos escudos que se quiten. El pasado lo que tiene es que no se puede cambiar, y contarlo distinto tampoco lo transforma.
Si el escudo está para caerse que lo desmonten, por supuesto, pero por lo demás que se quede ahí de recordatorio y por su valor artístico, si lo tuviera; algún mérito tendría el cantero que lo esculpió. Además, para empezar, ¿hay alguien que se fije al pasar por la plaza?, ¿mira alguien hacia arriba?, no parece.
Si hubiera que retirar las huellas de todos los gobernantes atroces que en el mundo han sido no quedaría en pie casi ninguna estatua. Por otra parte, ¿cuántos grandes hombres (también mujeres, pero muchas menos) que han brillado en las ciencias o en las artes han resultado ser, hechas las averiguaciones pertinentes, maltratadores de familia y subalternos? Maltratadores o cosas peores. Los mirlos blancos no existen (salvo que padezcan de albinismo).
Nuestra época tampoco está libre de culpa. Además del tirano clásico, que sigue existiendo aunque sea de forma más o menos camuflada, la moral cambia y lo que hoy es permisible mañana no lo será. Si nos empecinamos, en pocas décadas deberán quitar de la vista buena parte de los monumentos que se construyan ahora mismo, por no decir todos.
Si el escudo está para caerse que lo desmonten, por supuesto, pero por lo demás que se quede ahí de recordatorio y por su valor artístico, si lo tuviera; algún mérito tendría el cantero que lo esculpió. Además, para empezar, ¿hay alguien que se fije al pasar por la plaza?, ¿mira alguien hacia arriba?, no parece.
Si hubiera que retirar las huellas de todos los gobernantes atroces que en el mundo han sido no quedaría en pie casi ninguna estatua. Por otra parte, ¿cuántos grandes hombres (también mujeres, pero muchas menos) que han brillado en las ciencias o en las artes han resultado ser, hechas las averiguaciones pertinentes, maltratadores de familia y subalternos? Maltratadores o cosas peores. Los mirlos blancos no existen (salvo que padezcan de albinismo).
Nuestra época tampoco está libre de culpa. Además del tirano clásico, que sigue existiendo aunque sea de forma más o menos camuflada, la moral cambia y lo que hoy es permisible mañana no lo será. Si nos empecinamos, en pocas décadas deberán quitar de la vista buena parte de los monumentos que se construyan ahora mismo, por no decir todos.
martes, 15 de abril de 2025
Soledad metafísica
Aunque estemos rodeados de gente, vivimos una soledad metafísica. No puedo estar más de acuerdo. Lo he leído a cuenta de una obra de teatro (no voy nunca, lo siento). Lo dice una autora o actriz, mis disculpas por no nombrarla, aunque la frase tampoco será suya del todo, supongo (disclaimer: nada que escriba en este blog es mío del todo).
Es que lo de metafísica me ha llegado, no es broma, me parece que retrata esa soledad que a poco que lo pienses es la que sobrellevamos todos. O no sobrellevamos en realidad, porque somos así; esa es nuestra naturaleza, estar solos el noventa y nueve por cierto del tiempo, o el cincuenta, igual me estoy equivocando de enfoque.
Incluso cuando hablamos con alguien estamos solos, ese alguien solo en su ser y yo solo en el mío, intercambiando mensajes cifrados por medio del lenguaje, de la mirada, la postura, quien sabe si de la telepatía. Mensajes que comprendemos más o menos o comprendemos al revés o no comprendemos en absoluto. Y es una soledad tan pura que transciende la física (y la química). Nos pasamos la vida en soledad, presos al fondo de la celda de la conciencia de cada uno.
En soledad dormimos, aunque otro ser humano respire a nuestro lado, en soledad hacemos nuestras abluciones (espera que lo miro… ok, es correcto, más o menos, en sentido figurado), en soledad vamos y venimos en nuestros quehaceres diarios, en soledad leemos, en soledad cruzamos puentes, en soledad viajamos en autobús, en soledad masticamos el bocadillo de la vida; en soledad pensamos, en soledad somos. Dicho en cuatro palabras: vivimos una soledad metafísica, intrínseca al ser; así me ha parecido y lo mismo es un disparate.
Es que lo de metafísica me ha llegado, no es broma, me parece que retrata esa soledad que a poco que lo pienses es la que sobrellevamos todos. O no sobrellevamos en realidad, porque somos así; esa es nuestra naturaleza, estar solos el noventa y nueve por cierto del tiempo, o el cincuenta, igual me estoy equivocando de enfoque.
Incluso cuando hablamos con alguien estamos solos, ese alguien solo en su ser y yo solo en el mío, intercambiando mensajes cifrados por medio del lenguaje, de la mirada, la postura, quien sabe si de la telepatía. Mensajes que comprendemos más o menos o comprendemos al revés o no comprendemos en absoluto. Y es una soledad tan pura que transciende la física (y la química). Nos pasamos la vida en soledad, presos al fondo de la celda de la conciencia de cada uno.
En soledad dormimos, aunque otro ser humano respire a nuestro lado, en soledad hacemos nuestras abluciones (espera que lo miro… ok, es correcto, más o menos, en sentido figurado), en soledad vamos y venimos en nuestros quehaceres diarios, en soledad leemos, en soledad cruzamos puentes, en soledad viajamos en autobús, en soledad masticamos el bocadillo de la vida; en soledad pensamos, en soledad somos. Dicho en cuatro palabras: vivimos una soledad metafísica, intrínseca al ser; así me ha parecido y lo mismo es un disparate.
sábado, 12 de abril de 2025
Hazlo
Preferiría no hacerlo decía Bartleby. De este latiguillo negacionista algunos han sacado toda una mística del no. Se diría que al negarse, si bien de una manera tan educada, a trabajar en su oficio de escribiente, Bartleby estaba haciendo una declaración de principios, denunciando el sistema capitalista o algo así. Pero, tal como lo cuenta Melville, lo que le pasaba a Bartleby es que había entrado en un estado depresivo de apatía creciente que le llevaría a dejarse morir de inanición; más le hubiera valido haberlo hecho.
Como principio general es mejor hacer que no hacer. Incluso es preferible hacer algo mal a no hacer nada. No digo que sea mejor hacer el mal. Lo bonito es hacer el bien, y después, no tan bonito pero bonito todavía, es hacer las cosas bien. Pero es imposible hacerlo todo bien, por eso es mejor cojear que estarse quieto y es mejor pintar mal que no pintar nada.
La enseñanza de “Bartleby, el escribiente” es que la inactividad mata. Hay que atreverse, la valentía es mejor que la destreza como cualidad. La destreza es algo que no depende en esencia de tu voluntad, si tienes las manos grandes no es probable que seas un buen relojero. La valentía es una cualidad moral que alimenta tu autoestima.
Es mejor escribir que no escribir, aunque no lo hagas como los ángeles (suponiendo que los ángeles escriban). La escritura perfecta no existe; hasta a Cervantes le debió de salir algún renglón torcido (metáfora). Si te parece que escribes bien, no te fíes, repasa, revísalo al día siguiente; haz caso a tu oído. Me estoy yendo del tema. Escribe si te la da gana, si no, será una lástima, sin más; pero que quede claro, es mejor escribir mal que no escribir.
Como principio general es mejor hacer que no hacer. Incluso es preferible hacer algo mal a no hacer nada. No digo que sea mejor hacer el mal. Lo bonito es hacer el bien, y después, no tan bonito pero bonito todavía, es hacer las cosas bien. Pero es imposible hacerlo todo bien, por eso es mejor cojear que estarse quieto y es mejor pintar mal que no pintar nada.
La enseñanza de “Bartleby, el escribiente” es que la inactividad mata. Hay que atreverse, la valentía es mejor que la destreza como cualidad. La destreza es algo que no depende en esencia de tu voluntad, si tienes las manos grandes no es probable que seas un buen relojero. La valentía es una cualidad moral que alimenta tu autoestima.
Es mejor escribir que no escribir, aunque no lo hagas como los ángeles (suponiendo que los ángeles escriban). La escritura perfecta no existe; hasta a Cervantes le debió de salir algún renglón torcido (metáfora). Si te parece que escribes bien, no te fíes, repasa, revísalo al día siguiente; haz caso a tu oído. Me estoy yendo del tema. Escribe si te la da gana, si no, será una lástima, sin más; pero que quede claro, es mejor escribir mal que no escribir.
miércoles, 9 de abril de 2025
La gran explicación
Perogrullo debió de ser pariente mío, uno de mis ancestros. Lo digo porque muchas de las ideas que se me ocurren parece que llevan su sello. Que quede claro que no se me ocurren tantas, alguna de vez en cuando, sin más; y nunca, o casi nunca, a partir de mis propias reflexiones. Es escuchando a los demás o leyendo cuando caigo en algo que me parece novedoso, aunque nunca lo es (de este nunca estoy seguro). Así con esto que cuento hoy, la idea de Dios.
Los filósofos, esos raros, se empeñan en formular preguntas, seguramente porque es más fácil que responderlas. Este puede ser su razonamiento: las respuestas ni las sabemos ni las conoceremos nunca así que concentrémonos en hacer las mejores preguntas, lo único que está a nuestro alcance, al alcance de la criatura humana.
En cuanto a Dios la pregunta clásica sería ¿existe Dios? Pregunta tonta donde las haya. Ni lo sabemos ni lo podemos saber; hay que cambiar la pregunta. Segundo intento: ¿qué es Dios? Ahí ya me parece que podemos filosofar más a gusto, la idea de Dios, o en plan profano, la idea de un dios.
Pero hay muchas más (de ahí los kilómetros de tesis doctorales en la materia): ¿por qué Dios?, ¿cómo es?, ¿para qué?, ¿desde cuándo?, etcétera. Dando un par de vueltas al tema (un par, no más) me ha venido esta frase digna de mi probable pariente Perogrullo: La existencia de Dios es la tranquilizadora respuesta a todas nuestras preguntas, la explicación de todos los misterios: en el principio era Dios, Dios creó el mundo, cualquier cosa que no entiendas, tranquilo, ahí está Dios que cuando sea menester te lo explicará y lo entenderás a la primera.
Los filósofos, esos raros, se empeñan en formular preguntas, seguramente porque es más fácil que responderlas. Este puede ser su razonamiento: las respuestas ni las sabemos ni las conoceremos nunca así que concentrémonos en hacer las mejores preguntas, lo único que está a nuestro alcance, al alcance de la criatura humana.
En cuanto a Dios la pregunta clásica sería ¿existe Dios? Pregunta tonta donde las haya. Ni lo sabemos ni lo podemos saber; hay que cambiar la pregunta. Segundo intento: ¿qué es Dios? Ahí ya me parece que podemos filosofar más a gusto, la idea de Dios, o en plan profano, la idea de un dios.
Pero hay muchas más (de ahí los kilómetros de tesis doctorales en la materia): ¿por qué Dios?, ¿cómo es?, ¿para qué?, ¿desde cuándo?, etcétera. Dando un par de vueltas al tema (un par, no más) me ha venido esta frase digna de mi probable pariente Perogrullo: La existencia de Dios es la tranquilizadora respuesta a todas nuestras preguntas, la explicación de todos los misterios: en el principio era Dios, Dios creó el mundo, cualquier cosa que no entiendas, tranquilo, ahí está Dios que cuando sea menester te lo explicará y lo entenderás a la primera.
domingo, 6 de abril de 2025
Dos indicadores
La tercera guerra mundial será por el agua. Es una idea que manejan hace tiempo en la ONU. Lo que parece claro es que, sea por el agua o porque sí, esa tercera guerra mundial será nuclear y de ahí viene el pronóstico de que la cuarta se disputará con palos y piedras. La parte buena es que presupone que tras la tercera habrá supervivientes (o sobrevivientes, como se dice en América) pero dudo que esa cuarta guerra sea mundial, palos y piedras no dan para tanto.
Confiando en que no estemos aquí para conocer esas guerras y viendo la deriva que va tomando el mundo, que es más o menos como la de la barca arrastrada por la corriente hacia las cataratas del Niágara, he llegado a la conclusión de que hay dos cosas que nos separan del apocalipsis. Esas dos cosas son el agua corriente e internet. Mientras corra el agua por el grifo de la cocina y la red de redes nos sostenga no hay nada que temer. Estar bien hidratados y tener una wifi cerca, todo lo demás es accesorio y circunstancial.
Una semana, más o menos, es el máximo que podemos vivir sin beber agua. No hay datos fidedignos sobre el tiempo de supervivencia (o sobrevivencia) sin internet. Lo están estudiando en las principales universidades del mundo. Los chinos saben algo pero no quieren decirlo. Que esas dos cosas estén a nuestro alcance son la señal de que estamos a salvo; aparte de lo inevitable de la vida, sobre lo que no incidiremos para que no se de por aludida, la vida.
Confiando en que no estemos aquí para conocer esas guerras y viendo la deriva que va tomando el mundo, que es más o menos como la de la barca arrastrada por la corriente hacia las cataratas del Niágara, he llegado a la conclusión de que hay dos cosas que nos separan del apocalipsis. Esas dos cosas son el agua corriente e internet. Mientras corra el agua por el grifo de la cocina y la red de redes nos sostenga no hay nada que temer. Estar bien hidratados y tener una wifi cerca, todo lo demás es accesorio y circunstancial.
Una semana, más o menos, es el máximo que podemos vivir sin beber agua. No hay datos fidedignos sobre el tiempo de supervivencia (o sobrevivencia) sin internet. Lo están estudiando en las principales universidades del mundo. Los chinos saben algo pero no quieren decirlo. Que esas dos cosas estén a nuestro alcance son la señal de que estamos a salvo; aparte de lo inevitable de la vida, sobre lo que no incidiremos para que no se de por aludida, la vida.
jueves, 3 de abril de 2025
L'Amitié - Françoise Hardy (1965)
Dime un tema del que hablar y te diré una canción. Si el tema es la amistad, por ejemplo, la canción puede ser Old Friends de Simon y Garfunkel. El autor ve a dos viejos amigos sentados en un banco y se imagina a sí mismo en su lugar echando la vista atrás.
Es una de las canciones más tristes que he oído en mi vida; así que, para no quedarnos mustios, voy a decir otra: L’Amitié, La amistad, de Françoise Hardy. Esta es más dulce que triste y las dos me tocan ahí, en el corazón de poeta que tengo al fondo de almario (he dicho almario, no armario). L’Amitié es una canción que va bien con el aire de musa existencialista de Françoise.
En el mismo disco estaba también su primer éxito, que compuso a los dieciocho años, Tous les garçons et les filles, en la que decía que todos los chicos y chicas de su edad eran felices, menos ella. Es lo que nos pasaba entonces a casi todos los adolescentes, no sé ahora.
Françoise Hardy murió el año pasado, y hace alguno más también murió France Gall, mi otra francesa favorita de la época. France, rubia y risueña, era un poco la antítesis de Françoise. Hace mucho que la aguja del tocadiscos está inservible, pero sigo escuchando y viendo a las dos en YouTube. Con ambas se da la paradoja de que entonces eran mayores que yo y ahora son muchísimo más jóvenes.
Es una de las canciones más tristes que he oído en mi vida; así que, para no quedarnos mustios, voy a decir otra: L’Amitié, La amistad, de Françoise Hardy. Esta es más dulce que triste y las dos me tocan ahí, en el corazón de poeta que tengo al fondo de almario (he dicho almario, no armario). L’Amitié es una canción que va bien con el aire de musa existencialista de Françoise.
En el mismo disco estaba también su primer éxito, que compuso a los dieciocho años, Tous les garçons et les filles, en la que decía que todos los chicos y chicas de su edad eran felices, menos ella. Es lo que nos pasaba entonces a casi todos los adolescentes, no sé ahora.
Françoise Hardy murió el año pasado, y hace alguno más también murió France Gall, mi otra francesa favorita de la época. France, rubia y risueña, era un poco la antítesis de Françoise. Hace mucho que la aguja del tocadiscos está inservible, pero sigo escuchando y viendo a las dos en YouTube. Con ambas se da la paradoja de que entonces eran mayores que yo y ahora son muchísimo más jóvenes.
lunes, 31 de marzo de 2025
Eclipse
Estuve media mañana pendiente del eclipse. Del eclipse parcial, la Luna le iba a dar un bocado al Sol, no mucho pero suficiente para que el viejo truhan se resintiera, la venganza del pequeño. O pequeña, la Luna. Pequeña en español, pequeño en otros idiomas, en el inglés por lo menos, Mr Moon le dicen; y Mr Sun, iguales ante la ley. La Luna y el Sol, nuestros astros preferidos, no sé por qué tienen género, es como decir el Juan y la Mari, sobra el artículo.
Estuve pendiente y cuando llegó la hora se había nublado y no noté nada especial. Me acuerdo de otro eclipse de hace años; veinte o más, no sé decir cuantos. Aquella vez no estaba pendiente. Salía del coche en el aparcamiento del trabajo, una explanada al aire libre, y, entonces sí, aprecié que el día se había oscurecido. También estaba nublado pero aún así.
Que no se vea el Sol en un eclipse tiene su parte buena, no te puedes quedar mirando directamente como un bobo. Qué lección de humildad esa de no poder mirar al Sol. Si el Sol tuviera conciencia se sentiría muy importante viendo como en la Tierra nadie se atreve a desafiarle con la mirada.
Aquella vez, en el aparcamiento, la medio penumbra en pleno día me sobrecogió un poco, Pararon el viento y los pájaros, o igual eso lo añado ahora. Lo que sí recuerdo es el silencio, y que en aquel momento estaba solo en la explanada; coches aparcados, como siempre, y solo yo de pie, algo impresionado, oteando el cielo oscuro en pleno día. Esta vez, en cambio, nada; o casi nada, apenas un sí es no es.
Estuve pendiente y cuando llegó la hora se había nublado y no noté nada especial. Me acuerdo de otro eclipse de hace años; veinte o más, no sé decir cuantos. Aquella vez no estaba pendiente. Salía del coche en el aparcamiento del trabajo, una explanada al aire libre, y, entonces sí, aprecié que el día se había oscurecido. También estaba nublado pero aún así.
Que no se vea el Sol en un eclipse tiene su parte buena, no te puedes quedar mirando directamente como un bobo. Qué lección de humildad esa de no poder mirar al Sol. Si el Sol tuviera conciencia se sentiría muy importante viendo como en la Tierra nadie se atreve a desafiarle con la mirada.
Aquella vez, en el aparcamiento, la medio penumbra en pleno día me sobrecogió un poco, Pararon el viento y los pájaros, o igual eso lo añado ahora. Lo que sí recuerdo es el silencio, y que en aquel momento estaba solo en la explanada; coches aparcados, como siempre, y solo yo de pie, algo impresionado, oteando el cielo oscuro en pleno día. Esta vez, en cambio, nada; o casi nada, apenas un sí es no es.
viernes, 28 de marzo de 2025
Emily
Cerca de 1800 poemas escribió Emily Dickinson y solo me sé una línea suya de memoria, esta: Unto my Books — so good to turn (Qué bien volver a mis libros). Un poco de Emily es mucho. Me vendría bien la máquina del tiempo de H G Wells para ir a visitarla. Pero, aún suponiendo que la consigo, estará desajustada y lo mismo me puede llevar a su bautizo que a su funeral. Mejor lo primero, así podría tenerla en mis brazos y susurrarle alguna dulce nadería.
Más factible sería verla en un sueño, pero no me vale uno inventado y en los de verdad, hasta ahora, no la he visto. Era una chica seria, Emily, y así aparece en la única foto que se da por auténtica: dieciséis años y el semblante sereno; un vestido sencillo, el pelo recogido.
Descartado, de momento, el sueño, la segunda opción para ponernos en contacto es escribirle una carta. Emily escribió —y recibió— muchas cartas. Se conservan unas mil y eso que, al morir, quemaron todas las que pudieron. Así que le mandaré una dirigida a su casa en Amherst, Massachusetts.
Añadiré en la dirección un año, 1862, por si existe un ministerio del tiempo que la tramite. Y si no existe, no importa porque ahora mismo allí, en la casa museo, debe de trabajar una experta en su vida y obra que también se llamará Emily. Una mujer activa y enérgica, a la vez que sensible y delicada. Será esta Emily del siglo XXI la que lea y responda a mi carta.
Me dirigiré a ella con un Querida Emily y le diré que ya ha comenzado la primavera, que me ha gustado saber que vestía siempre de blanco, que también me gusta como escribe con mayúscula las palabras importantes y como usa los guiones para señalar las pausas. Le preguntaré cuál es, entre los suyos, su poema favorito y también si es cierto, ahora que ya no importa, que su cuñada Susan fue el amor de su vida.
Más factible sería verla en un sueño, pero no me vale uno inventado y en los de verdad, hasta ahora, no la he visto. Era una chica seria, Emily, y así aparece en la única foto que se da por auténtica: dieciséis años y el semblante sereno; un vestido sencillo, el pelo recogido.
Descartado, de momento, el sueño, la segunda opción para ponernos en contacto es escribirle una carta. Emily escribió —y recibió— muchas cartas. Se conservan unas mil y eso que, al morir, quemaron todas las que pudieron. Así que le mandaré una dirigida a su casa en Amherst, Massachusetts.
Añadiré en la dirección un año, 1862, por si existe un ministerio del tiempo que la tramite. Y si no existe, no importa porque ahora mismo allí, en la casa museo, debe de trabajar una experta en su vida y obra que también se llamará Emily. Una mujer activa y enérgica, a la vez que sensible y delicada. Será esta Emily del siglo XXI la que lea y responda a mi carta.
Me dirigiré a ella con un Querida Emily y le diré que ya ha comenzado la primavera, que me ha gustado saber que vestía siempre de blanco, que también me gusta como escribe con mayúscula las palabras importantes y como usa los guiones para señalar las pausas. Le preguntaré cuál es, entre los suyos, su poema favorito y también si es cierto, ahora que ya no importa, que su cuñada Susan fue el amor de su vida.
martes, 25 de marzo de 2025
Fila india
Cuenta Marta Sanz —escritora— que Pilar Adón —otra escritora— no podía decir que su padre había muerto. Me ha pasado algo muy triste, decía, pero era incapaz de aclarar qué. Lo entiendo, hasta me ha pasado algo similar. Hay un refrán que se puede aplicar a esta situación: El más ciego es el que no quiere ver (lo he cambiado un poco porque bastante tiene el ciego para encima ponerle el adjetivo peor). La idea es que mientras algo no se expresa en palabras no ha sucedido del todo. Mientras no diga que mi padre ha muerto alimento la posibilidad de que siga vivo.
La frase a decir, simple y directa, sería mi padre ha muerto. También se podría decir al revés, ha muerto mi padre. El énfasis irá en lo primero que digamos, sea la persona de mi padre o el hecho de que ha muerto. Poniéndonos en el lugar del oyente, el comienzo mi padre no da muchas pistas; tu padre qué, pensamos, y luego viene el mazazo, ha muerto. Dicho al revés, ha muerto ya te pone en guardia; ha muerto quién, puede ser cualquiera, un famoso, un conocido o alguien cercano.
El problema es que el lenguaje es sucesivo, las palabras las decimos de una en una y no podemos dar toda la información de golpe. Las palabras van en fila india, como las hormigas (y de ahí, curiosamente, de una fila kilométrica de hormigas, nacen los libros). Por momentos me parece que ese gran invento de la lengua tiene sus inconvenientes, o al menos tiene uno, este de que las palabras vayan de una en una en vez de ir varias a la vez, por paquetes, diríamos.
En una lengua del futuro las cuatro palabras de mi padre ha muerto aparecerán a la vez en nuestra pantalla cognitiva interior. Esto no lo puedo representar aquí, porque nuestra escritura, como la lengua hablada, también es sucesiva. Para hacernos una idea, nuestro cerebro captaría las cuatro palabras mi, muerto, padre ,ha, en todas sus combinaciones posibles y de modo automático filtraría esa información total para obtener el mensaje enriquecido, con todos sus matices. Se me ocurre.
La frase a decir, simple y directa, sería mi padre ha muerto. También se podría decir al revés, ha muerto mi padre. El énfasis irá en lo primero que digamos, sea la persona de mi padre o el hecho de que ha muerto. Poniéndonos en el lugar del oyente, el comienzo mi padre no da muchas pistas; tu padre qué, pensamos, y luego viene el mazazo, ha muerto. Dicho al revés, ha muerto ya te pone en guardia; ha muerto quién, puede ser cualquiera, un famoso, un conocido o alguien cercano.
El problema es que el lenguaje es sucesivo, las palabras las decimos de una en una y no podemos dar toda la información de golpe. Las palabras van en fila india, como las hormigas (y de ahí, curiosamente, de una fila kilométrica de hormigas, nacen los libros). Por momentos me parece que ese gran invento de la lengua tiene sus inconvenientes, o al menos tiene uno, este de que las palabras vayan de una en una en vez de ir varias a la vez, por paquetes, diríamos.
En una lengua del futuro las cuatro palabras de mi padre ha muerto aparecerán a la vez en nuestra pantalla cognitiva interior. Esto no lo puedo representar aquí, porque nuestra escritura, como la lengua hablada, también es sucesiva. Para hacernos una idea, nuestro cerebro captaría las cuatro palabras mi, muerto, padre ,ha, en todas sus combinaciones posibles y de modo automático filtraría esa información total para obtener el mensaje enriquecido, con todos sus matices. Se me ocurre.
sábado, 22 de marzo de 2025
Dandelion
Una cita de Emily Dickinson: No sé de nada en el mundo que tenga tanto poder como las palabras. A veces escribo una y me quedo mirándola hasta que empieza a brillar. Otras veces —esto ya es mío— la palabra brilla a primera vista. Una, inglesa, con la que me ha pasado es dandelion; que es una flor y que, ahora me entero, en realidad se pronuncia algo así como dandilaion. Pero para mí, en la página escrita, ha sido dandelion y de momento la voy a seguir llamando así. No me digas que no suena bien; recuerda el tañido de una campana, dilín-dalán-dan-delión. Pero es una flor, en inglés. Me enamoré de la palabra sin haber visto la flor.
Aparece en el título de una novela de Ray Bradbury, “Dandelion Wine”, que se tradujo como “El vino del estío”. La traducción literal es “vino de diente de león”, porque esa flor, dandelion, no es otra que el diente de león, la florecilla de color amarillo que brota en cualquier parte sin llamar demasiado la atención. El diente de león lo he conocido toda la vida sin saber su nombre. La bola etérea de pelusa que forman las semillas es el abuelito que nos soplábamos a la cara. También decíamos, y no le veía sentido, que el que cogía la flor luego se meaba en la cama.
Leí una vez que Shakespeare menciona en su obra más de cincuenta nombres de flores distintas mientras el francés Racine solo escribe “flor”. La hipersensible Emily Dickinson amaba la naturaleza y las flores abundan en sus poemas: rosas, margaritas, tréboles, narcisos y también, averiguo con cierto asombro, dientes de león. Incluso tiene un poema titulado “El pálido tallo del diente de león” en el que cuenta que la flor de esta humilde planta anuncia el final del invierno. Doy por seguro que cuando lo escribió se quedó mirándolo hasta que la palabra dandelion empezó a brillar.
Aparece en el título de una novela de Ray Bradbury, “Dandelion Wine”, que se tradujo como “El vino del estío”. La traducción literal es “vino de diente de león”, porque esa flor, dandelion, no es otra que el diente de león, la florecilla de color amarillo que brota en cualquier parte sin llamar demasiado la atención. El diente de león lo he conocido toda la vida sin saber su nombre. La bola etérea de pelusa que forman las semillas es el abuelito que nos soplábamos a la cara. También decíamos, y no le veía sentido, que el que cogía la flor luego se meaba en la cama.
Leí una vez que Shakespeare menciona en su obra más de cincuenta nombres de flores distintas mientras el francés Racine solo escribe “flor”. La hipersensible Emily Dickinson amaba la naturaleza y las flores abundan en sus poemas: rosas, margaritas, tréboles, narcisos y también, averiguo con cierto asombro, dientes de león. Incluso tiene un poema titulado “El pálido tallo del diente de león” en el que cuenta que la flor de esta humilde planta anuncia el final del invierno. Doy por seguro que cuando lo escribió se quedó mirándolo hasta que la palabra dandelion empezó a brillar.
miércoles, 19 de marzo de 2025
Creación y evolución
La verdad de la creación y el relato de la evolución. Esto es lo que se llama una inversión de términos de libro. Esta frase se pronunció en el Senado hace unas semanas (la he debido de estar rumiando). Puesta la frase del derecho —la verdad de la evolución y el relato de la creación— comulgo con ella por completo. Bueno, casi, al 99.99 por ciento. No por nada, solo porque, como homenaje a Montaigne, hay que dejar siempre un resquicio a la duda.
No solo comulgo —digo comulgo por mi educación tradicional— sino que además me parece una forma muy atinada de decirlo, esa distinción entre verdad y relato. También es cierto que la palabra verdad me resulta un poco verde, asilvestrada, rasposa. Pero lo de relato, eso está muy bien. Ernst Junger, siendo un creyente convencido, lo expresó de esta otra manera: El mito y la ciencia. En el primero se interpreta el mundo, en la segunda se lo explica (el “lo” me suena raro).
Comento esto porque el Niño de Elche (que como ya sabréis no es tan niño) me ha sorprendido en una entrevista diciendo que son los científicos los que últimamente insisten en la existencia de Dios. Hay un libro reciente que además de decirlo asegura presentar pruebas concluyentes. Se podría hablar de una conspiración en ese sentido.
Los fantasmas de las conspiraciones suelen venir precisamente de ese caldo de cultivo donde se mezclan ciencia y religión. La verdad de la creación… lo más seguro es que ni el Papa se sienta a gusto con la verdad literal de la creación según la Biblia. A mí me parece que el objetivo de la ciencia no es demostrar la existencia de Dios, eso quedaría para los teólogos. Sea como sea, mi desinformada impresión es que tal existencia, real o imaginaria, es indemostrable.
No solo comulgo —digo comulgo por mi educación tradicional— sino que además me parece una forma muy atinada de decirlo, esa distinción entre verdad y relato. También es cierto que la palabra verdad me resulta un poco verde, asilvestrada, rasposa. Pero lo de relato, eso está muy bien. Ernst Junger, siendo un creyente convencido, lo expresó de esta otra manera: El mito y la ciencia. En el primero se interpreta el mundo, en la segunda se lo explica (el “lo” me suena raro).
Comento esto porque el Niño de Elche (que como ya sabréis no es tan niño) me ha sorprendido en una entrevista diciendo que son los científicos los que últimamente insisten en la existencia de Dios. Hay un libro reciente que además de decirlo asegura presentar pruebas concluyentes. Se podría hablar de una conspiración en ese sentido.
Los fantasmas de las conspiraciones suelen venir precisamente de ese caldo de cultivo donde se mezclan ciencia y religión. La verdad de la creación… lo más seguro es que ni el Papa se sienta a gusto con la verdad literal de la creación según la Biblia. A mí me parece que el objetivo de la ciencia no es demostrar la existencia de Dios, eso quedaría para los teólogos. Sea como sea, mi desinformada impresión es que tal existencia, real o imaginaria, es indemostrable.
domingo, 16 de marzo de 2025
La sombra del virus
Hace cinco años de nuestra pandemia, aunque yo no me contagié o, si lo hice, no me enteré. Esto último, contagiarme y no enterarme, es lo que me gustaría que hubiese pasado, para qué negarlo. Contagioso, el virus, lo era, y mucho; llegó hasta el último rincón del planeta. Hay constancia de que afectó a nueve de cada cien terrícolas y, de estos, uno de cada cien murió. Redondeando, ocasionó la muerte de uno de cada mil habitantes de la Tierra. Puede que a los que quedamos no nos parezcan tantos, pero fueron muchos, demasiados. Y las cifras reales deben de ser mucho mayores.
El confinamiento nos tuvo que afectar psicológicamente (todo nos afecta), pero a unos más que a otros. Tengo la impresión de que un nuevo confinamiento sería más duro para todos. Escribo esto pensando en la distancia social, el espacio físico que guardamos cuando nos relacionamos. Es instintivo, si alguien se me acerca demasiado me retiraré un poco o si está más lejos de lo habitual, me acercaré. Entre todos, vistos por un científico, debemos de semejar una especie de ballet, tipo física de fluidos, donde nos movemos como moléculas en búsqueda de un equilibrio interactivo.
Tengo una pregunta. En la pandemia, cuando salimos de nuevo a la calle, esa distancia física aumentó, por instinto y por recomendación de las autoridades, y se hizo llamativa, al cruzarse con alguien uno se alejaba lo máximo que permitía la acera (lo que antes hubiera parecido antisocial). La pregunta que me hago es cómo ha evolucionado esa distancia desde entonces. Algún sociólogo lo estará estudiado. Algo me dice que se habrá ido reduciendo pero no hasta sus valores originales. El virus nos cambió.
El confinamiento nos tuvo que afectar psicológicamente (todo nos afecta), pero a unos más que a otros. Tengo la impresión de que un nuevo confinamiento sería más duro para todos. Escribo esto pensando en la distancia social, el espacio físico que guardamos cuando nos relacionamos. Es instintivo, si alguien se me acerca demasiado me retiraré un poco o si está más lejos de lo habitual, me acercaré. Entre todos, vistos por un científico, debemos de semejar una especie de ballet, tipo física de fluidos, donde nos movemos como moléculas en búsqueda de un equilibrio interactivo.
Tengo una pregunta. En la pandemia, cuando salimos de nuevo a la calle, esa distancia física aumentó, por instinto y por recomendación de las autoridades, y se hizo llamativa, al cruzarse con alguien uno se alejaba lo máximo que permitía la acera (lo que antes hubiera parecido antisocial). La pregunta que me hago es cómo ha evolucionado esa distancia desde entonces. Algún sociólogo lo estará estudiado. Algo me dice que se habrá ido reduciendo pero no hasta sus valores originales. El virus nos cambió.
jueves, 13 de marzo de 2025
Anginas
Llorar es tan humano que, según el tópico, es lo primero que hacemos al nacer. Llorar puede ser tanto una respuesta como un síntoma; una reacción al mundo, a una agresión real o imaginaria, o un desahogo por algo que está ahí dentro, latente. No es lo mismo llorar de día que llorar de noche. Un niño que se pasa el día llorando puede que sea un consentido, un aprendiz de manipulador. En cambio nadie, pudiendo dormir, llora toda la noche si no tiene un buen motivo.
Se me ocurre esto pensando en la primera vez que pasé por un quirófano. Tenía dos o tres años y no lo que recuerdo, solo lo que me contaron después. Era un niño propenso a las anginas, las infecciones de garganta, y la solución de la época era extirpar las amígdalas. Ahora resulta que no es conveniente porque protegen el organismo.
Mi madre me contó que después de la operación estuve llorando toda la noche y no paraba de sangrar. La llorera provocó la hemorragia, o a la inversa. Se preocuparon bastante. No me dijo que temieran por mi vida, pero he considerado esa posibilidad. Podía haber muerto y el mundo, por el efecto mariposa, hubiera cambiado por completo; aunque, en mi opinión, un mundo sin mí no hubiera tenido ninguna gracia.
De aquel momento de crisis he sacado dos conclusiones. Una, reconfortante, la idea de mi madre pasando la noche en vela a mi lado. La otra, inquietante, la sospecha de que ese episodio traumático en la primera infancia haya sido determinante en mi vida, para bien o para mal.
Se me ocurre esto pensando en la primera vez que pasé por un quirófano. Tenía dos o tres años y no lo que recuerdo, solo lo que me contaron después. Era un niño propenso a las anginas, las infecciones de garganta, y la solución de la época era extirpar las amígdalas. Ahora resulta que no es conveniente porque protegen el organismo.
Mi madre me contó que después de la operación estuve llorando toda la noche y no paraba de sangrar. La llorera provocó la hemorragia, o a la inversa. Se preocuparon bastante. No me dijo que temieran por mi vida, pero he considerado esa posibilidad. Podía haber muerto y el mundo, por el efecto mariposa, hubiera cambiado por completo; aunque, en mi opinión, un mundo sin mí no hubiera tenido ninguna gracia.
De aquel momento de crisis he sacado dos conclusiones. Una, reconfortante, la idea de mi madre pasando la noche en vela a mi lado. La otra, inquietante, la sospecha de que ese episodio traumático en la primera infancia haya sido determinante en mi vida, para bien o para mal.
lunes, 10 de marzo de 2025
Agua en el tejado
Una vez, antes de internet, me llegó una carta desde los Estados Unidos. Fue una sorpresa; alguien allí sabía de mi existencia. El sobre era algo abultado. Lo abrí y era una oferta de trabajo, o casi. Se trataba de una empresa que fabricaba recubrimientos asfálticos y buscaban comerciales que vendieran su producto aquí.
El bulto en el sobre se debía a una muestra, un rectángulo de unos cinco milímetros de espesor de lo que me pareció una goma dura agradable al tacto. Iría a comisión, claro y ofrecían asesoramiento y creo que incluso la posibilidad de algún cursillo allí, en Arizona o donde fuera.
Si bien halagado de que, de alguna forma, me hubieran elegido como candidato al puesto, habían cometido un error: soy la antítesis del agente comercial, carezco por completo del entusiasmo y el don de gentes necesarios para presentarse en cualquier sitio y convencer a nadie de que compre algo.
En la carta mencionaban la excelencia de su producto para impermeabilizar cubiertas de edificios. Eso me hizo pensar en el taller del que era socio mi padre y sobre cuyo techo había una lámina de agua. Esto del agua en el tejado puede parecer un despropósito. Para las humedades no es bueno pero debe de tener otras ventajas; como aislante térmico, por ejemplo, o como reserva de agua.
Subí una vez para verlo con mi hermano, que trabajaba allí. La profundidad era escasa —lógico si pensamos en el peso a soportar por el edificio— y el agua estaba bastante turbia. Sin embargo, había peces. ¿De dónde habían salido? Unos pececillos que se movían perezosos rondando las plantas que habían crecido precariamente en aquel extraño hábitat.
El bulto en el sobre se debía a una muestra, un rectángulo de unos cinco milímetros de espesor de lo que me pareció una goma dura agradable al tacto. Iría a comisión, claro y ofrecían asesoramiento y creo que incluso la posibilidad de algún cursillo allí, en Arizona o donde fuera.
Si bien halagado de que, de alguna forma, me hubieran elegido como candidato al puesto, habían cometido un error: soy la antítesis del agente comercial, carezco por completo del entusiasmo y el don de gentes necesarios para presentarse en cualquier sitio y convencer a nadie de que compre algo.
En la carta mencionaban la excelencia de su producto para impermeabilizar cubiertas de edificios. Eso me hizo pensar en el taller del que era socio mi padre y sobre cuyo techo había una lámina de agua. Esto del agua en el tejado puede parecer un despropósito. Para las humedades no es bueno pero debe de tener otras ventajas; como aislante térmico, por ejemplo, o como reserva de agua.
Subí una vez para verlo con mi hermano, que trabajaba allí. La profundidad era escasa —lógico si pensamos en el peso a soportar por el edificio— y el agua estaba bastante turbia. Sin embargo, había peces. ¿De dónde habían salido? Unos pececillos que se movían perezosos rondando las plantas que habían crecido precariamente en aquel extraño hábitat.
viernes, 7 de marzo de 2025
Las jóvenes airadas
Hace unos setenta años de los “angry young men”, los “jóvenes airados”, un grupo de escritores ingleses enfadados con la tradición británica. Todos hombres, ¿dónde estaban las chicas? Por suerte los tiempos siguen cambiando, aunque sea poco a poco.
Hay un libro de Rebecca Solnit con un título que me gusta. Un título irónico y clarificador: Los hombres me explican cosas. Creo que soy feminista y si no puedo o no me dejan serlo o no está claro qué es ser feminista, diré que estoy a favor de las mujeres. Porque todos somos humanos —eso también— pero sobre todo, sospecho, porque he tenido dos hijas.
Conozco ese tipo de ente masculino intoxicado de testosterona que se comporta como un primate que teme no llegar a reproducirse. Los veo como un peligro por, entre otras cosas, como apuntaba Odile, su dudosa capacidad para amar. Digo “ente masculino” porque “hombre” es otra cosa. Si Dios lo hizo a su imagen y semejanza —que no lo sé—, no pudo hacerlo así, metrosexual e idiota. En cuanto a las mujeres, sí que pudo hacerlas así, resueltas y feroces; pero también, es importante, afables y compasivas. Por todo esto mis simpatías están con el club de las escritoras airadas que se reúne aquí (en el taller de escritura) los miércoles.
Ahora, un par de observaciones. Si hay una epidemia de varones impresentables también es en parte por la existencia de su tipo femenino equivalente. A unos y a otras los podemos ver en redes sociales y en concursos televisivos. Una característica común es que nunca los verás leyendo un libro. Por otro lado, no debemos olvidar que del mismo modo que no hay comportamientos perfectos, tampoco existen los comportamientos perfectamente imperfectos. Hasta el peor criminal tiene sus rasgos entrañables y si leer es bueno, no leer no tiene nada de malo.
Hay un libro de Rebecca Solnit con un título que me gusta. Un título irónico y clarificador: Los hombres me explican cosas. Creo que soy feminista y si no puedo o no me dejan serlo o no está claro qué es ser feminista, diré que estoy a favor de las mujeres. Porque todos somos humanos —eso también— pero sobre todo, sospecho, porque he tenido dos hijas.
Conozco ese tipo de ente masculino intoxicado de testosterona que se comporta como un primate que teme no llegar a reproducirse. Los veo como un peligro por, entre otras cosas, como apuntaba Odile, su dudosa capacidad para amar. Digo “ente masculino” porque “hombre” es otra cosa. Si Dios lo hizo a su imagen y semejanza —que no lo sé—, no pudo hacerlo así, metrosexual e idiota. En cuanto a las mujeres, sí que pudo hacerlas así, resueltas y feroces; pero también, es importante, afables y compasivas. Por todo esto mis simpatías están con el club de las escritoras airadas que se reúne aquí (en el taller de escritura) los miércoles.
Ahora, un par de observaciones. Si hay una epidemia de varones impresentables también es en parte por la existencia de su tipo femenino equivalente. A unos y a otras los podemos ver en redes sociales y en concursos televisivos. Una característica común es que nunca los verás leyendo un libro. Por otro lado, no debemos olvidar que del mismo modo que no hay comportamientos perfectos, tampoco existen los comportamientos perfectamente imperfectos. Hasta el peor criminal tiene sus rasgos entrañables y si leer es bueno, no leer no tiene nada de malo.
martes, 4 de marzo de 2025
Regalos
Un descubrimiento: Tiene más mérito saber recibir un regalo que darlo. Se lo he leído a A S Byatt, dama inglesa nacida Antonia Susan (comprendo su opción por las iniciales). En uno de sus cuentos dice: (Ella) también cree firmemente que hay más auténtica bondad y cortesía en aceptar regalos de forma agradecida y entusiasta que en hacerlos.
Tiene sentido. Sabía que hacer regalos es más satisfactorio que recibirlos. Haces un regalo y piensas, ah, qué bien que puedo demostrar mi aprecio por esa persona (o en el subconsciente: soy mejor que tú, este regalo que te hago lo demuestra). Sí, hacer felices a los demás, eso está bien. Ernst Junger al respecto: si prescindo de mis bienes en favor de otro, los pierdo solo en apariencia: la pérdida exterior se convierte en ganancia interior. El que da se queda a gusto, más que el que toma.
El receptor, por su parte, también fluctúa en sus sensaciones. Agradece el regalo, piensa: me aprecia de verdad, se ha tomado la molestia y se ha gastado un dinero. Pero a menudo también pasa que el regalo no le parece gran cosa, o no le gusta en absoluto, lo acepta con una media sonrisa y comenta un desganado no tenías que haberte molestado. O están los peores casos en los que alguien en vez de alegrarse y agradecer se resiente, maldito perdonavidas, ahora creerá que le debo una, que es mejor que yo. Por eso el mérito mayor es el del que sabe recibir un regalo y agradecerlo de corazón.
Tiene sentido. Sabía que hacer regalos es más satisfactorio que recibirlos. Haces un regalo y piensas, ah, qué bien que puedo demostrar mi aprecio por esa persona (o en el subconsciente: soy mejor que tú, este regalo que te hago lo demuestra). Sí, hacer felices a los demás, eso está bien. Ernst Junger al respecto: si prescindo de mis bienes en favor de otro, los pierdo solo en apariencia: la pérdida exterior se convierte en ganancia interior. El que da se queda a gusto, más que el que toma.
El receptor, por su parte, también fluctúa en sus sensaciones. Agradece el regalo, piensa: me aprecia de verdad, se ha tomado la molestia y se ha gastado un dinero. Pero a menudo también pasa que el regalo no le parece gran cosa, o no le gusta en absoluto, lo acepta con una media sonrisa y comenta un desganado no tenías que haberte molestado. O están los peores casos en los que alguien en vez de alegrarse y agradecer se resiente, maldito perdonavidas, ahora creerá que le debo una, que es mejor que yo. Por eso el mérito mayor es el del que sabe recibir un regalo y agradecerlo de corazón.
sábado, 1 de marzo de 2025
La papelera
La papelera, un estudio crítico. En referencia a la papelera hay tres aspectos a considerar: el objeto, el concepto y la función. Como objeto su misma ubicuidad —está por todas partes— la hace de difícil descripción. Como estereotipo es un cono truncado invertido hueco de material sintético. Como miembro de una especie es la prima sofisticada del cubo de la basura. A partir de ahí las posibilidades de diseño son cuasinfinitas. La más elegante puede que sea la papelera de rejilla.
El concepto papelera nace como un efecto colateral indeseado de la invención del papel en China hace dos mil años. La papelera viene a paliar una imperfección que no radica en el papel en sí, sino en el uso que hacemos de él. Por otra parte el concepto ha transcendido al objeto, he ahí la papelera en la pantalla del ordenador.
La función original de la papelera es la de contribuir a la eterna lucha de la humanidad contra la entropía. La entropía, en termodinámica, es el grado de desorden de un sistema. Extrapolando a la vida cotidiana, hacer uso de la papelera ayuda a reducir ese desorden; aunque a la larga, como es natural, el desorden prevalezca. Con el uso, la papelera ha devenido en multifuncional y tiene como valor añadido, entre otras posibles, una importante dimensión lúdica. Sucede cuando se utiliza para encestar bolas de papel arrugado.
He dejado para el final su función en Literatura. Se describe en una frase que según Robert Graves decía el rector de su universidad. Según otros quien la dijo fue Isaac Bashevis Singer (es probable que lo dijera en yiddish). La han repetido muchísimos más, una lista que termina de momento aquí, en mí. Aviso que hay, debido al género, un matiz distorsionador en la traducción que no estaba en la frase en inglés. Esta es la cita: La papelera es el mejor amigo del escritor. Aunque debo decir que otros asignan ese protagonismo al rotulador de tachar.
El concepto papelera nace como un efecto colateral indeseado de la invención del papel en China hace dos mil años. La papelera viene a paliar una imperfección que no radica en el papel en sí, sino en el uso que hacemos de él. Por otra parte el concepto ha transcendido al objeto, he ahí la papelera en la pantalla del ordenador.
La función original de la papelera es la de contribuir a la eterna lucha de la humanidad contra la entropía. La entropía, en termodinámica, es el grado de desorden de un sistema. Extrapolando a la vida cotidiana, hacer uso de la papelera ayuda a reducir ese desorden; aunque a la larga, como es natural, el desorden prevalezca. Con el uso, la papelera ha devenido en multifuncional y tiene como valor añadido, entre otras posibles, una importante dimensión lúdica. Sucede cuando se utiliza para encestar bolas de papel arrugado.
He dejado para el final su función en Literatura. Se describe en una frase que según Robert Graves decía el rector de su universidad. Según otros quien la dijo fue Isaac Bashevis Singer (es probable que lo dijera en yiddish). La han repetido muchísimos más, una lista que termina de momento aquí, en mí. Aviso que hay, debido al género, un matiz distorsionador en la traducción que no estaba en la frase en inglés. Esta es la cita: La papelera es el mejor amigo del escritor. Aunque debo decir que otros asignan ese protagonismo al rotulador de tachar.
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