jueves, 20 de noviembre de 2025

El sexo, la guerra y Woody Allen

    Obsceno, según el diccionario, es ofensivo al pudor; y pudor es honestidad, modestia, recato. La guerra ofende a todo pero no en especial al recato; sí, tal vez, a la modestia y definitivamente lo hace en grado sumo a la honestidad. El sexo, por su parte, ofende al recato y puede que a la modestia —no estoy seguro— pero no veo por qué iba a ofender a la honestidad. Sexualidad y honestidad son conceptos independientes que solo se comunican por vericuetos eclesiásticos.
    Dicho esto y después de dar las gracias a la RAE, nos podemos preguntar por qué esa obsesión de relacionar sexo y obscenidad y esa otra de lamentar los males de la guerra pero aceptar su existencia como inevitable e incluso necesaria. La sombra de la religión sigue siendo alargada. La doctrina dice que fuera del matrimonio, y según como también dentro, el sexo es obsceno, además de pecado.
    Woody Allen a la pregunta de si el sexo es sucio, respondía que sí, cuando se hace bien. Ese aspecto lúdico es importante. En la película “Love and Death”, “Amor y muerte”, una parodia-homenaje de “Guerra y paz”, Diane Keaton le decía a Woody que el sexo sin amor es una experiencia vacía; y él respondía que sí, pero que como experiencia vacía es una de las mejores.
    En cuanto a la guerra su personaje en "Annie Hall" había sido declarado apto únicamente para ser rehén. ¿Es la guerra obscena? Pues sí, además de otras muchas cosas. ¿Y el sexo, es obsceno? No, en principio. La diferencia entre el sexo y la guerra es que mientras en el sexo la práctica es mejor que la teoría, en la guerra lo recomendable es quedarse en el plano teórico y evitar a toda costa el práctico. Resumiendo: el sexo es necesario, la guerra no.

lunes, 17 de noviembre de 2025

Desde este lado del tiempo

    Pío Baroja tituló sus memorias “Desde la última vuelta del camino”. Le dio para ocho tomos. En mi caso, no pienso escribir más memorias que estas, indirectas, que estás leyendo; pero por si acaso tengo un título: “Desde este lado del tiempo”. Como se ve, me inspiro en el título barojiano cambiando la variable espacial por la temporal.
    La vida es un viaje donde se entra por una esquina del tiempo y, después de un intervalo de duración desconocida, se sale por otra. Con veinte años se está en ese lado y con los míos en este otro. Ya que estoy aquí, me animo a comentar algo. Son impresiones subjetivas que, vistas ahora, puede que sean, para mi sorpresa, también objetivas.
    La impresión, por ejemplo, de que es bueno tomar decisiones y tener un plan y unas metas; pero muchas veces, pongas o no algo de tu parte, las cosas pasan, sin más. O la impresión de que con veinte años, o con dieciocho, un ser humano normal, o anormal, da igual, ansía un amor. Es así, no sé por qué. No sé qué es el amor, ni siquiera sé si existe o es un invento cultural; lo que sí sé es que lo ansiamos. Un amor con su incendio y su convivencia, con su pasión y su compromiso.
    Bien, desde este lado del tiempo te lo digo; si no ha llegado, llegará. Vivirás una historia de amor, la que sueñas u otra perfectamente homologable. Tarde o temprano el amor llegará... y pasará. Pasará porque todo pasa, no por otra cosa. Y si hay varias historias, habrá una que será “la historia”.
    Y otra impresión, la última por hoy, que me atañe más bien a mí. La impresión de que según se va uno adentrando en este lado del tiempo se tiene esa idea recurrente de pensar qué hubieras hecho entonces sabiendo lo que sabes ahora. Y cada vez lo veo más claro, hubiera hecho lo mismo, o parecido, porque saber, saber, no sabemos nada, o a lo sumo, como se dice, sabemos a tocino cuando nos untan. Dicho en primera persona, sé a tocino cuando me untan; porque se dice así, .

viernes, 14 de noviembre de 2025

Instantáneas (2)

    Recuerdo que alguien tiró una piedra al aire para salpicar en un charco y me cayó a mí en la cabeza.

    Recuerdo que veíamos películas de Charlot en el cine y en una escena donde ardía una casa una voz en off decía que se me quema la casa, que se me casa la quema.

    Recuerdo en la iglesia a los hombres a la izquierda y las mujeres a la derecha.

    Recuerdo que cuando desmontaron los autos de choque encontré una moneda en el suelo.

    Recuerdo que teníamos un disco con un cuento de Navidad que nos daba miedo.

    Recuerdo la trampilla para bajar al sótano en casa de mis abuelos.

    Recuerdo que no me importaba que me llamaran cuatro-ojos ni que me cantasen Javi, javoneta, toca la trompeta.

    Recuerdo que en la primera comunión renunciamos a Satanás.

    Recuerdo a mi tío en Nochevieja disfrazado de mujer.

    Recuerdo el parche que me pusieron porque tenía un ojo vago.

    Recuerdo cuando hicieron la acera delante de nuestra casa.

    Recuerdo que al ir a la cama nos dejaban la luz del pasillo encendida.

    Recuerdo que en fiestas salíamos al balcón para ver los fuegos artificiales.

    Recuerdo que no quise ver a mi abuela muerta en su velatorio.

    Recuerdo la caseta de tiro al blanco donde había que partir un palillo disparando una chimbera.

    Recuerdo que nos montábamos en el burro en casa del tío Tomás.

    Recuerdo que los domingos después de comer rezábamos el rosario y luego veíamos una serie de vaqueros en la televisión.

    Recuerdo que vino a la escuela un chico nuevo que era de Villadiego.

    Recuerdo a mi padre, en navidades, sentado en el suelo de la cocina, rodeado de niños, contándonos una historia inventada.

martes, 11 de noviembre de 2025

Instantáneas (1)

    Recuerdo que aprendí a pedalear en una bici destartalada.

    Recuerdo la estrada que subía hacia la iglesia entre muros de piedra.

    Recuerdo estar debajo de la mesa de costura en casa de mi amigo Josi.

    Recuerdo que mi abuelo me enseñó a coger bien el lápiz.

    Recuerdo que con cinco años llamé macaco al maestro y me echó de clase.

    Recuerdo a mi hermana y mis primas con trenzas y falda escocesa.

    Recuerdo que en una pensión de Logroño, de vacaciones, nos ponían tortilla de patatas para cenar.

    Recuerdo que aprendíamos el catecismo de memoria.

    Recuerdo que jugábamos a primis en el frontón.

    Recuerdo que donde la tía Mari cambié un conejo a la jaula de otro y luego apareció muerto.

    Recuerdo que por la tarde en la escuela cantábamos el "Cara al sol".

    Recuerdo que mi abuela vino a cuidarnos cuando mi madre se puso de parto.

    Recuerdo que los sábados oíamos un programa infantil en la radio.

    Recuerdo una vez con mi primo Iñaki comiendo unas uvas ácidas que daban escalofríos.

    Recuerdo que el maestro nos mandaba a por leña para la estufa.

    Recuerdo que llegó una carta y luego mi madre habló medio llorando con mi tía.

    Recuerdo que una vez nos arrodillamos en la calle al oír la campanilla y ver pasar de lejos a un cura y un monaguillo.

    Recuerdo que mi banqueta de la cocina era la roja.

    Recuerdo que en la comunión de mi prima Mariajesús bebí vino y me pusieron en una cama a dormir.

    Recuerdo la imitación de Cantinflas en una función de la catequesis.

    Recuerdo que cuando pasaba un avión a reacción decíamos que era el de los Reyes Magos y la estela que dejaba era donde llevaba los juguetes.

sábado, 8 de noviembre de 2025

Introducción

    Adam Zagajewsky en un poema titulado “En un piso pequeño” (seguro que en polaco suena mejor) escribió, a modo de epígrafe, esta frase: «Le pregunto a mi padre: ¿qué haces todo el día? Recordar».
    Hablando de recuerdos y escritura recordamos a Joe Brainard, autor de “I remember” que se ha traducido como “Me acuerdo” (según mi criterio, de traductor no diplomado, hubiera estado mejor “Recuerdo”, luego insisto).
    Unos años después Georges Perec publicó su “Je me souviens”, donde reconocía que se inspiraba en el libro de Brainard. Aunque Google traduce esa expresión francesa como “recuerdo”, en la traducción literaria de Yolanda Morató aparece, otra vez, como “Me acuerdo”; tal vez por seguir el precedente del “I remember”.
    Curiosamente, décadas más tarde, Nora Ephron tituló “No me acuerdo de nada” un libro suyo de ensayos. La verdad es que me identifico más con este título que con el otro.
    Volviendo a los “Me acuerdo”s, la idea era la de confeccionar una lista en la que cada recuerdo se rememora en un texto breve, a poder ser condensado en una sola frase. Memoria fragmentada, ha dicho alguien. Ah, y cada frase comienza por ese “me acuerdo”.
    Pero para mí que recordar y acordarse son lo mismo y no lo son. Recordar tiene un matiz de voluntariedad, me pongo a ello y recuerdo; mientras que acordarse lo tiene de involuntariedad, de pronto, por asociación de ideas o porque sí, me acuerdo de algo. Por eso, si tengo que escribir mi lista de fragmentos biográficos optaría por “recuerdo” en lugar de “me acuerdo”.
    Si tengo que… no tengo ninguna obligación, por supuesto; pero esa forma de contar me viene bien porque mis recuerdos suelen ser así, flashes de la memoria, instantáneas sin contexto. Como estos...

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Futura publicación

    Más de una vez he imaginado, iluso de mí, que de este blog podría salir un libro bastante voluminoso o, pensándolo mejor, varios más breves y manejables. Hace unos meses mandé a una editorial, en formato digital, las entradas de un año (fueron las de 2022). Según mis cálculos darían para un bonito tomo de unas 150 páginas.
    Envié el documento a una editorial pequeña, pensando que así me harían más caso. No me contestaron en ningún sentido; supongo que es lo normal, es tan fácil mandar un correo electrónico... No por ello pierdo la esperanza de publicar algo en el futuro, claro que no.
    Probablemente, especulo, será a título póstumo; con la ventaja de que no tendré que hacer nada, serán otros los que “me descubran” y no podrán hacerme ir a ninguna feria del libro a esperar sentado, con cara de circunstancias, a que aparezca algún interesado mientras en la caseta de al lado el autor del momento firma ejemplares hasta hacerse sangre en la mano. La pena será que tampoco estaré allí para sostener el libro en mis manos, sopesarlo, aspirar su olor, abrirlo al azar y leer unas líneas.
    Doy por supuesto que no será un éxito; será solo —y nada menos que— una pequeña joya para amantes de la literatura. Como veis me conformo con poco. En cuando al género, creo que podría considerarse un dietario, porque en un dietario entra todo y, además, hay un libro de Vila-Matas que me gustó mucho y que se titula, precisamente, “Dietario voluble”.

domingo, 2 de noviembre de 2025

Zapatos nuevos

    La vida es una contrarreloj en la que no sabes donde han puesto la meta. Me he comprado unos zapatos. No he acertado del todo. Por una parte, son buenos para la lluvia, calientes, cómodos. Por otro lado, por la parte de atrás tienen una lengüeta dura que supongo que es para proteger el tendón que compartimos con Aquiles y que dificulta la operación de ponérselos.
    Tengo que aflojar bien los cordones para hacer sitio a la hora de meter el empeine, luego sujeto la lengüeta con los dedos, introduzco el pie en el zapato, con cuidado de no enganchar el calcetín en la lengüeta, tenso de nuevo los cordones y finalmente los ato (de esa forma que conocen mejor mis dedos que mi cerebro). A esto hay que sumar la operación, más fácil, de descalzarse.
    Desde el punto de vista de la organización del trabajo (del trabajo de vivir) estos zapatos no son demasiado eficientes. Mira que había otros, en la zapatería, con cierre de velcro. Estuve tentado de probármelos pero al final su estética no me convenció.
    La cuenta que hago, que hace mi espíritu de ingeniero de organización, es el tiempo que me va a llevar calzarme y descalzarme estos zapatos nuevos y buenos que utilizaré a diario. Tiempo que hay que añadir al que ya empleaba en todas esas tareas cotidianas, rutinarias y necesarias: cepillarse los dientes, ducharse, vestirse, desvestirse, ir al baño, comer, dormir y, si te pones quisquilloso, en trabajar, cuando el trabajo es una aburrida repetición.
    Todo ese tiempo hay que restarlo de la edad de cada uno para obtener el tiempo de vida neto. Comparándolo con lo que hagamos de fundamento en la vida nos dará nuestro grado de eficiencia vital. Un dato que, por suerte, nunca sabremos.

jueves, 30 de octubre de 2025

Vida y literatura

    En el principio fue la realidad, que está ahí pero es incomprensible. Con nuestros cinco sentidos somos capaces de sobrevivir pero estamos mal equipados para entender la existencia. Para nosotros la realidad es una elaboración inestable de la mente que aún no se ha logrado sintetizar en ningún laboratorio.
    Una de las funciones de la literatura, quizá la más importante, es extraer de esa turbia realidad una ficción más o menos presentable que nos sirva para orientarnos. A la vez, la literatura es una enfermedad crónica incruenta que se puede complicar si se le suman otras patologías. Pon literatura y alcoholismo, máximo peligro.
    Los que beben en exceso son alcohólicos; si se trata de un escritor, sufre de dipsomanía. Este aforismo está inspirado por otro, mejor, de Karmelo C. Iribarren: la gente se hace vieja, sin más, los poetas nos alejamos por una calle solitaria hacia el crepúsculo.
    La literatura es también un remedio para el insomnio. No me refiero a leer para coger el sueño. Hoy, por ejemplo (no hoy, hoy; hoy, el día que lo escribí); en ese hoy me he despertado a las cinco de la mañana y en la oscuridad, con las manos entrelazadas bajo la nuca, escucho el sonido de la lluvia en la calle. Como quien oye llover se dice y me parece injusto ese desprecio. Nada que haya hecho el ser humano ha superado a la lluvia, escribió Mary Oliver (insisto).
    No sé si te has dado cuenta de lo que está pasando: estoy contándome una historia. Oigo caer la lluvia y me gusta —los placeres sencillos— y lo estoy escribiendo en mi cabeza, fingiendo una seguridad que no tengo, y me pregunto cómo sería mi vida sin literatura. Qué bobada; cómo va a ser, igual.., parecida.., otra…
    Y entonces se me ocurre lo de la enigmática realidad y el papel de la literatura como aditamento que le ponemos a la vida para hacerla potable. Te puedes beber la vida como viene o te la puedes beber filtrada a través de las palabras, o dicho de otro modo: nada hay más hermoso que la vida, excepto la vida con literatura.

lunes, 27 de octubre de 2025

El blues del autobús

    Dice alguien que meterse en un coche es la forma perfecta de aislarse. Nunca lo había pensado así de claro. Sin embargo, era consciente de la otra cara de esa afirmación: viajar en el transporte público te pone en contacto con el mundo. Salir de casa es ya salir de tu burbuja; aunque otra corriente de pensamiento afirma que nadie sale nunca de su burbuja, que los intercambios físicos y psíquicos, incluso químicos, solo inciden en el ser de cada uno de un modo superficial.
    Viaje de ida y vuelta a la ciudad en autobús. A la ida va medio vacío y aún así, ahí estaba la vida, cociéndose a fuego lento. Delante de mí, una chica lee un libro. ¡Un libro! Uno de tapa dura, no he podido ver la portada. Otro yo más descarado le hubiera dicho: perdona, una pregunta, por curiosidad, ¿qué estás leyendo? No sería otro yo; sería otro a secas.
    Al otro lado del pasillo una madre y, en el lado de la ventana, su hija; una niña de unos tres años que no se está quieta ni un segundo. Se arrodilla en el asiento, se levanta, se gira; no calla. En realidad no dice nada, parlotea, solo se trata de liberar su energía nuclear. Ahora maúlla y por el timbre de voz parece un gato de verdad. Al rato, comienza a repetir, hello, hello, sin parar de moverse mientras su madre, impasible, ejerce de tranquila barrera.
    A la vuelta el autobús va lleno. Ha anochecido y apenas se oyen algunos murmullos. Delante tengo ahora un chaval, de unos quince o dieciséis años, con el móvil a la altura de los ojos, que no para de teclear y pasar pantallas a un ritmo frenético. Otro yo más descarado; es decir otro, no yo; le hubiera dicho: ¿podrías teclear más despacio?, es que no me da tiempo a enterarme de nada.

viernes, 24 de octubre de 2025

Papeles

    ¿Dónde está la libreta en la que apuntaba mis frases? Tengo un problema con los papeles. Los dejo a un lado para cuando me hagan falta y se van formando pilas de folios, recortes, carpetas, impresos, recibos, tiques, notas, cuadernos, alguna que otra libreta y libros; que son más difíciles de extraviar pero no te fíes.
    Con todos ellos se cumple la ley de los objetos inanimados, que en realidad sí que se mueven. Incluso, en este caso, hay un término específico al respecto: traspapelarse. Cualquier papel que decidas conservar se desplazará de su lugar original a otro algo más apartado y seguirá alejándose poco a poco hasta acabar camuflado al fondo de un cajón o en lo alto de una estantería, o escondido en el hueco entre un mueble y la pared.
    Hace tiempo que no utilizo aquella libreta; ahora recurro al móvil. Y dentro del móvil al correo electrónico. Cuando se me ocurre algún aforismo o similar lo guardo en un borrador. Ahora mismo tengo activos cuatro (borradores). Uno para estas frases; otro para ir apuntando títulos de películas, series, libros o autores; en un tercero guardo una clave para operaciones bancarias y el cuarto, y último, contiene un mensaje afectuoso y emotivo que me mandó alguien que ya no sé quién fue exactamente.
    Soy consciente de que estos borradores no son el recipiente idóneo. Ya me pasó una vez que cambié de móvil y al hacer la migración de la cuenta de correo los mensajes enviados y recibidos hicieron la travesía del desierto pero los borradores se perdieron por el camino. Pero asumo el riesgo, sic transit gloria mundi.
    La experiencia me dice que las acumulaciones de papeles corren una suerte parecida. O no hay forma de dar con ellos cuando los necesitas o cuando aparecen han perdido vigencia. La verdad es que nunca debí guardarlos en primer lugar. Lo propio de estos tiempos es ahorrar en papel y aceptar que toda nuestra información está en el aire, circulando entre servidores, y que así seguirá hasta el día del gran apagón; o hasta el fin del mundo en su defecto.

martes, 21 de octubre de 2025

Opiniones, las justas (y3)

    Si me hubieran preguntado, que ya sé que no, habría propuesto otro título distinto a “Mis cambios de opinión” para el libro “Changing My Mind” de Julian Barnes; uno que hubiera evitado la resbaladiza y, a menudo, tóxica palabra (opinión) y también el “mis” que no deja de ser un subrayado egocéntrico que no me cuadra con la personalidad del autor. Lo he pensado un poco y el título que elegiría es “Cambiando de idea”.
  Escrito esto, me he encontrado con que en 2009 Zadie Smith escribió un libro con el mismo título. Se tradujo al español como “Cambiar de idea” (uy, por poco); Aixa de la Cruz, por cierto, publicó, directamente en castellano, otro titulado también “Cambiar de idea” en 2019. Lo gordo es que ambos los había leído pero no me he acordado hasta tropezar con una referencia.
    Conclusiones: todo indica que “Mis cambios de opinión” no es el título más adecuado para la edición en español del libro de Julian Barnes; y, por otra parte, confirmo una vez más, y sin ninguna satisfacción, lo mediocre que es mi memoria.

sábado, 18 de octubre de 2025

Opiniones, las justas (2)

    Esa palabra —que me causa cierto malestar interior— es “opinión”. Si te fijas no está en el título original, que alude a cambios “en la mente” (Changing my mind es una construcción inglesa que no admite una traducción literal). “Opinión” es una palabra que existe tal cual en inglés, opinion; mi duda, mi sospecha, es que si Barnes no la utiliza, si no ha optado por un Changing my opinions, tal vez sea porque las dos oraciones no significan lo mismo.
    Las opiniones son un problema. Opinar es libre y suicida. Las opiniones las carga el diablo. Les tengo manía a las opiniones, no sé si se nota. Por lo general, las consideradas opiniones no pasan de ser simples impresiones, huellas en la arena que se borran con la marea. El concepto se ha banalizado y la palabra ha perdido el decoro.
    No tengo nada en contra de las opiniones, digamos, justas; las de alguien que medita y mide sus palabras antes de hablar, o escribir. Pero en este sálvese quien pueda mediático en el que vivimos son algo muy raro. Lo habitual, lo desmoralizador, es lo contrario, que cualquiera diga lo primero que le pasa por la cabeza y que tantas veces es una barbaridad. Respeto principios y convicciones, pero recelo muy mucho de las opiniones; prefiero hablar de pareceres, reflexiones, pensamientos o puntos de vista.

miércoles, 15 de octubre de 2025

Opiniones, las justas (1)

    Julián Barnes, decía, o pensaba, durante años para referirme al escritor inglés. Ahora intento pronunciarlo bien, Iulian Barns. Barnes es uno de esos pocos —y espero que selectos— autores que me han acompañado toda la vida, o casi. Me lleva diez años, en enero cumplirá 80, y es como un hermano mayor, aunque él no lo sepa.
    Este año ha publicado un libro con cinco ensayos sobre los temas de su vida: la memoria, las palabras, la política, los libros y el tiempo y la edad. Se me ha hecho raro lo de la política, pero resulta que también en eso me gusta lo que dice. En inglés el título del libro es “Changing My Mind”; 
que en principio, entiendo, se suele traducir como “Cambiando de opinión”, pero que se ha publicado como “Mis cambios de opinión”. Sospecho razones publicitarias en esta traducción, veo un afán de personalizar, de sugerir que se cuentan intimidades del escritor o algo así.
    Ninguno de esos dos posibles títulos me llena. El que menos el segundo, ya que “Mis cambios de opinión” enfatiza, como decía, unos cambios muy concretos, personales, mientras “Cambiando de  opinión” —que tampoco me convence del todo— es más neutro y abarca el fenómeno en general de que uno, cualquiera, pueda, y de hecho deba, variar su forma de ver el mundo a lo largo de los años.
    El problema con estos dos títulos está en una palabra que, supongo, ya has deducido cuál es.

domingo, 12 de octubre de 2025

Identifíquese

    Leo porque se me da bien. Con el tiempo le he cogido gusto, es lo bueno de la perseverancia (funciona en cualquier campo). Se empieza a leer para entretenerse, para soñar con otras vidas, para evadirse de esta; se acaba leyendo para seguir entreteniéndose pero también para aprender y para entender. O sea, para hacer lo contrario de evadirse.
    Los best sellers son libros que se han quedado en la primera fase de la lectura. A la larga, la bonita es la segunda, cuando lees para conocerte mejor y para conocer a los demás. En la adolescencia, la actitud habitual al leer un libro es la de identificarse con el personaje protagonista, o secundario si no hay otra cosa. Lees pensando que todo aquello te podía estar sucediendo a ti. O sabes que no te sucederá en mil años, pero disfrutas imaginándolo.
    En mi caso, ese mecanismo ha funcionado mucho más allá en el tiempo; de una manera instintiva, casi sin darme ni cuenta. Hasta que un día, que no recuerdo cuando fue, me encontré ante la idea de que, según algunas opiniones, leer identificándose con un personaje es un error. Vaya, me estaba gustando la literatura por las razones equivocadas.
    Nota: esto de “por las razones equivocadas” me suena a traducción literal del inglés: for the wrong reasons. Tiene que haber una forma más natural de decirlo en castellano.
    Esta especie de epifanía me dejó preocupado, pero lo he ido superando. Identificarse con el protagonista, o casi más con el autor, me sigue ayudando a disfrutar de un libro. Hay una cita que repite Leila Guerriero en un artículo sobre Madame Bovary, aka (anglicismo innecesario y broma al lector) la señora Bovary. Dice Guerriero que dice Vargas Llosa (en “La orgía perpetua”) que un libro se convierte en parte de la vida de una persona por una suma de razones que tienen que ver simultáneamente con el libro y la persona. ¿No implicaría esto algún grado de identificación entre ambos?

jueves, 9 de octubre de 2025

Esta mañana temprano

    Es difícil contar algo original sobre la naturaleza. Pero a veces me digo: si hay escritores que se pasan páginas y páginas describiendo los matices de la luz en su jardín, por qué no voy a hacer yo algún comentario de vez en cuando. Ayer, la tarde fue cálida, para octubre, y al anochecer el reflejo del sol en las nubes, que oportunamente se habían colocado hacia el oeste, nos regaló un atardecer rojo.
    Como no espabilo, saqué unas fotos con el móvil, pero lo cierto es que el resultado no fue satisfactorio. El cielo está muy bonito, oí que decía una vecina. Eso me hizo pensar que hay gente que no lo aprecia, que es bastante indiferente a estas cosas y la verdad es que no me atrevo a censurarlo.
    Hoy me he levantado a las seis y cuarto, y después de desayunar —lo primero es lo primero— he salido a ver qué temperatura hacía. Se veían bastantes estrellas. Aquí la tentación es escribir que el cielo estaba cuajado de ellas, o algo así; pero quiero ser riguroso. Aún era de noche y de la Luna ni rastro. Tampoco estaba viendo todo el cielo, digamos que una cuarta parte. Sé poco del tema pero sí que los dos o tres puntos más brillantes suelen ser en realidad planetas; Marte, Venus o Júpiter.
    Hasta aquí, bastante bien; me levanto pronto, bien por mí, y veo el cielo estrellado en el silencio de la noche. Pero tengo que añadir que lo he visto a través de los cristales de mis gafas. No tengo buena vista, la tengo regular tirando a mala. Y he sentido envidia, o más bien impotencia. Ahí estaban las estrellas y veía algunas pero qué no vería alguien con buena vista; yo solo atisbaba, mientras me ajustaba las gafas sobre la nariz, un puñado de astros luminosos.
    Hacía frío, veía estrellas, ¿qué hacer con ello? Nada, pensar que somos pequeñitos, que igual la vida de verdad está en el fuego de las estrellas y nosotros solo somos unos seres lentos y fríos que lo vemos de muy lejos sin entender nada.

lunes, 6 de octubre de 2025

Llámame Emma

    Leí, hace muchos años, “Madame Bovary” y puedo decir que me afectó igual que el sirimiri a un viandante con chubasquero, las pequeñas palabras justas de Flaubert se deslizaron como gotas inofensivas sobre mi piel de plástico de lector impermeable. Por eso, y por el creciente respeto que les tengo a los clásicos de la literatura, llevo un tiempo con la idea de leerlo de nuevo, que en la práctica sería como volverlo a leer por primera vez (oxímoron).
    Sobre los clásicos. Es habitual ponerse en guardia ante ellos; vaya rollo, qué me importa algo escrito hace siglos. Y a veces será así, pero luego resulta que vas leyendo alguno que otro y te das cuenta de que si un libro gusta a todos todo el tiempo, no puede ser por casualidad.
    Antes de lanzarse a ello, hay que tener en cuenta la traducción. Con estos clásicos es especialmente importante. Una traducción antigua puede ser mortal de necesidad. Por suerte ahora, con Internet, es fácil indagar y en el caso de Madame Bovary me he enterado de que la primera traducción es de finales del XIX y el que la perpetró le adjudicó el título de “¡Adúltera!”, signos de exclamación incluidos. Sin comentarios. Después ha habido bastantes más y una de las mejores, de 1975, es la de Consuelo Berges.
    Pero hay otra, de María Teresa Gallego Urrutia, tan alabada o más que aquella y más reciente en el tiempo (2012). Tiene, además, la audacia de introducir un cambio en el título mismo, que pasa a ser “La señora Bovary”. Es un cambio que tiene toda la lógica del mundo; si estamos traduciendo, traduzcamos. Esta Gallego Urrutia está metida ahora mismo, a cuatro manos con su hija, en la traducción de “En busca del tiempo perdido”. Por cierto que el libro también está traducido, y bien, al euskera.

viernes, 3 de octubre de 2025

Mensaje oculto

    Una de las cosas que hacen buena una frase es su capacidad de sorprender. Me ha pasado con esta: Alguien que odia a los niños no puede ser del todo una mala persona. La dice un personaje de la última novela de Elizabeth Taylor. No hablo de la actriz, sino de la escritora (que por lo visto decía que la coincidencia de nombres le venía bien). Por lo demás, el personaje no se explica demasiado, solo hace el comentario después de declarar que “Peter Pan” le parece una historia horrible.
    Seguramente solo es una broma, un ejemplo de humor británico; hay que amar siempre a los niños, sin duda. Pero, metido en el juego, me ha gustado la frase por la piedad, o la caridad (de repente no sé distinguir entre ambas), que muestra hacia un comportamiento que se condena socialmente.
    Diríamos que abre una puerta a la esperanza, que si alguien odia a los niños puede tener sus razones; no sé cuales, un trauma en la infancia, un hartazgo del mundo o haber tropezado con algún que otro niño verdaderamente odioso, que los habrá.
    Pero estas serían explicaciones accidentales y la frase sugiere que hay otra intrínseca, connatural; que hay algo en el hecho de odiar a los niños, a todos, que hace imposible la maldad absoluta. Por ejemplo, se me ocurre, esa persona puede poseer una sensibilidad especial y odia a los niños porque le arrastran a la medianía y le impiden ejercer un bien superior.
    Otra vez estoy especulando. Al final me quedo con que, aunque no entendamos las razones de ese odio (que no las habrá), también se nos está diciendo que a menudo las cosas no son como parecen y siempre puede haber algo que se nos escape.

martes, 30 de septiembre de 2025

Nueva visita al viejo cementerio

    Si coincide así, me gusta pasear por un cementerio. No es porque crea que uno de ellos vaya a ser mi futura morada. Una vez muerto ya no moraré en ninguna parte. Pero los cementerios tienen un valor simbólico y sirven para recordar a los seres queridos. Cada vez me encuentro más cómodo en ellos, ya me he convencido de que las posibilidades de que me salga al paso un muerto son inexistentes.
    Tienen su aquel las inscripciones que figuran a la entrada. Esas del estilo de donde hoy estoy yo, mañana estarás tú. He hecho un par de intentos de memorizar alguna y más o menos lo he conseguido con esta en particular: Templo de la verdad es el que miras, oye la voz de quien te advierte, que todo es ilusión menos la muerte.
    Es la inscripción sobre la puerta del cementerio del pueblo de mi abuela paterna. Ella no está enterrada ahí, pero sí su madre, mi bisabuela. “La abuelita Victoria” le llamábamos, porque llegué a conocerla. Tengo el recuerdo de visitar su tumba cuando tenía cuatro o cinco años. Igual fue el día del entierro. Un montículo alargado de tierra, eso es todo lo que recuerdo. Todo esto, me doy cuenta ahora, ya lo conté hace años.
    Anteayer, me metí de nuevo en ese cementerio. Apenas habré estado otro par de veces en toda mi vida, no soy un asiduo. Entré más bien por casualidad, pasaba por allí, y, ya que estaba, busqué la tumba de mi bisabuela, aquel montículo de tierra, vaga pista insuficiente. No la encontré. La parte más antigua, con las tumbas en tierra, es la más descuidada. Muchas de las cruces, oxidadas, no tienen nombre alguno o la placa ovalada ha quedado ilegible con el tiempo. La fecha más remota que encontré fue 1923. Es lo que tiene la muerte, es la primera parada en el viaje hacia el olvido.

sábado, 27 de septiembre de 2025

Programa doble

    El legendario musical de Richard O’Brien llega a la ciudad… Oigo el anuncio por la radio y casi no doy crédito. “The Rocky Horror Show” se estrenó en Londres en 1973 y la película, “The Rocky Horror Picture Show”, dos años más tarde; hace pues cincuenta redondos años, medio siglo al cambio temporal vigente.
    Recuerdo como si fuera hace cincuenta años cuando vi por primera vez, y me llamaron la atención, los carteles de publicidad pegados en las paredes. Antes, las obras de teatro, las películas, los circos, lo que se terciara se anunciaban por la brava pegando carteles en cualquier espacio; coloridos reclamos que se iban superponiendo unos encima de otros hasta alcanzar un grosor que sin duda ayudaba a reforzar la estabilidad de los edificios. Ya no se hace; hemos ganado en pulcritud y perdido en… no sé, costumbrismo, vida de barrio, espíritu napolitano.
    La obra, por lo visto, se sigue representando. Nunca la he visto en teatro y cuando vi la película me agradó, pero no me produjo especial impresión, me pareció una comedia loca de la época del Glam rock, sin más; eso sí, con la participación de la gran Susan Sarandon.
    Sin embargo hay un tema musical que se ha quedado conmigo todos estos años: la canción del principio, la que canta la acomodadora, the usherette (aunque la voz es la de Richard O’Brien): “Science Fiction/Double Feature”; un homenaje paródico a los programas dobles de ciencia ficción y terror de serie B de los años cincuenta. Me sigue encantando, sobre todo esos violines in crescendo que anuncian el estribillo y los uh uh uuh de contrapunto. La pongo ahí al lado como canción del mes. Gracias a Brume por su estupendo video.

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Robert, Meryl y Karen

    Ha muerto Robert Redford y me ha pillado de sorpresa. No sé por qué, me parecía que todavía haría alguna película más. Ahora comprendo que tenía 89 años y nada hay más apropiado a esa edad que morirse (no soy yo, es la vida). Era una estrella, pero fugaz; como todos.
    Con los actores y actrices como él nunca sé si son buenos o les basta con la fotogenia. A Robert Redford no hubo ni que cambiarle el nombre; el suyo propio ha sido suficiente, con esa letra erre que se repite cuatro veces y el juego de las vocales, o-e en el nombre, e-o en el apellido.
    Ahora que ha muerto todo el mundo, o la mitad femenina, se acuerda de la escena de “Memorias de Africa” en la que le lava el pelo a Meryl Streep. Yo no me acordaba, la he visto ahora y me ha llamado la atención lo guapa que está Meryl y la expresión de felicidad que pone, con los ojos cerrados, cuando Robert le vierte con esmero el agua de una jarra.
    En la película Meryl Streep interpreta a Karen Blixen, la autora, bajo el seudónimo de Isak Dinesen, de la novela autobiográfica original. La he leído. Karen Blixen escribe muy bien. Es bonito y hasta emocionante el conocido comienzo: Yo tenía una granja en África al pie de las colinas de Ngong… Lo curioso es que, aunque la historia de amor sucedió en la vida real, en el libro el personaje de Robert Redford solo es un buen amigo; el protagonismo es para la vida en la granja, la misma África y los nativos de la región, los kikuyu.

domingo, 21 de septiembre de 2025

El secreto del mundo

    ¿No te ha pasado que te quedas embarazada (tú misma o por persona interpuesta) y de pronto no ves más que embarazadas por la calle? Me ha sucedido con una idea, la idea de que al principio uno se cree diferente y luego se va dando cuenta de que es como los demás.
    Inciso: ¿de sabios es rectificar? No, rectificar es de honestos. Rectificar no supone, por lo general, encontrar la verdad; solo es un cambio de dirección, es equivocarse de otra manera.
    Me había hecho a esa idea de dejar de sentirse (tan) diferente y no he parado de encontrarme con comentarios alusivos. Como este del poeta Gil de Biedma: de joven te interesa lo que te diferencia. Luego cada vez te vas interesando más en lo que tienes de común con los demás. Y luego añade: y te preguntas: ¿por qué escribir? Si lo normal es leer. Esa es buena, ya dijo Borges que estaba más orgulloso de lo leído que de lo escrito.
    Por su parte, Vladimir Nabokov en su novela “La dádiva” escribe estas enigmáticas palabras: el todo es igual a la más pequeña parte del todo. Ése es el secreto del mundo. ¡El secreto del mundo!, no lo entiendo pero me sugiere esta interpretación: El todo —todos los seres humanos— es igual a la parte más pequeña —un solo ser humano—. Y a la inversa, un solo ser humano es igual a todos los seres humanos.
    Sigo rumiando la idea, uno se cree diferente pero con los años y la observación ves que no eres de otro planeta y que te pasan las mismas cosas que le pasan a todo el mundo. Las vidas se solapan y se suceden y somos —deberíamos ser— como los mosqueteros, uno para todos y todos para uno. En estas, en una película oigo este verso que escribió Walt Whitman en uno de esos momentos de euforia a los que era proclive: soy inmenso, contengo multitudes. Sí, va a ser eso, no podemos ser diferentes porque en cada uno de nosotros está toda la humanidad y ese es el secreto del mundo.

jueves, 18 de septiembre de 2025

La buena letra pequeña

    Qué película más bonita, es lo que he dicho al terminar de ver “La buena letra” (dirigida por Celia Rico, adaptación de la novela de Rafael Chirbes). Había leído la novela y solo me acordaba de que estaban en un pueblo de Valencia en la posguerra. Aparte de la historia, la película es un auténtico viaje en el tiempo. La explicación del título viene en seguida, la buena letra es la del hijo ausente que tiene que imitar la protagonista (muy bien Loreto Mauleón) para tranquilizar a la madre.
    Despacito y con buena letra, dice un refrán que va perdiendo vigencia a medida que abandonamos la escritura manual. Es una pena porque, entre otras cosas, una buena letra también llega a enamorar (del calígrafo) a la gente; o ayuda por lo menos.
    Luego tenemos la letra pequeña. Hay una anécdota de mi infancia en la que salgo favorecido, con humildad lo digo. Es algo que me contó una vez mi madre. Tenía yo siete años y hablando con el maestro, este le dijo que en el examen otros dos alumnos (mi primo y mi mejor amigo) habían respondido todo bien, igual que yo, pero que me había tenido que poner mejor nota porque yo había puesto además lo que venía en la letra pequeña (e
l libro de texto era la Enciclopedia Álvarez).
    Hace unos días alguien cercano mencionó también, y me ha gustado, la letra pequeña a cuenta de los diarios rifirrafes de la política. Dijo que es una imprudencia opinar de cualquier asunto sin haberse leído primero la letra pequeña. Así es, por supuesto; el problema es que la letra pequeña ya no me la leo ni yo.

lunes, 15 de septiembre de 2025

La invasión de las fotos borradas

    Me dice el móvil que hay una aplicación que me permitirá recuperar todas las fotos que he perdido en los últimos años. Me explica que está al tanto de que he cambiado varias veces de celular (sinónimo) y que en el camino se han quedado unas, bastantes, muchas fotos de seres y momentos queridos. Y claro, tiene razón; aunque sospecho que lo asegura a bulto, que en realidad es un farol basado en los muchos datos que maneja. La máquina siempre juega con ventaja contra ti, hay que reconocerlo, sabe mucho más de todo.
    Me acuerdo, vagamente, de esas posibles fotos y un pellizco de nostalgia me dice al oído: venga, no pierdes nada, la aplicación es gratis y hasta puede que sea verdad que vayan a aparecer esas fotos misteriosas que dabas por perdidas y que están, supongo, en algún sitio del ciberespacio o de la nube o en un centro de datos del desierto de Mojave.
    Así que descargo la aplicación; abrir al terminar, publicidad, saltar anuncio, recuperar imágenes; sí, adelante, que sea lo que dios quiera. Y son exactamente 2543 imágenes. Un tesoro, mi vida, su madre; quiero decir la madre que lo parió. No son las que había perdido sino las que había borrado y todas han vuelto, como zombis, de las entrañas de este mismo móvil; y de ningún otro sitio.
    Me paso una buena media hora revisándolas y no encuentro nada que echara de menos. Borro y borro (de nuevo) hasta que me canso. Teníamos ya los residuos radiactivos y los plásticos en el mar, ahora hay que añadir las fotos de móvil que contaminarán la Tierra durante cientos, miles de años.

viernes, 12 de septiembre de 2025

El mundo de ayer

    “El mundo de ayer” debió de ser el último manuscrito que Stefan Zweig envió a su editor antes de morir. Lo había mecanografiado su abnegada segunda esposa, Lotta Altmann. Digo lo de abnegada basándome en el hecho mismo de que copiara a máquina un texto de más de quinientas páginas y en las circunstancias de que fuera casi treinta años más joven que él y de que se suicidaran juntos; que es lo que hicieron el día siguiente de mandar ese paquete. Era el año 1942.
    De haber vivido otra década, cosa probable ya que tenía sesenta años cuando murió, Zweig podría haber dejado unas cuantas obras maestras más. Sufría de depresión (una enfermedad muy mala) y ella era asmática; lo que ni justifica el suicidio ni deja de hacerlo.
    “El mundo de ayer” son sus memorias y de ellas se deduce la causa de su decisión letal: su mundo había desaparecido. Se puede pensar que ese libro fue un desahogo y al acabarlo pensó que era un buen/mal momento para despedirse de la vida. Lo que no me parece bien es que no convenciera a su mujer, tan joven, de que ella debía seguir viviendo; como cuidadora de su legado, por ejemplo.
    Voy a decir ahora una frivolidad: en algunas fotos Zweig, con su bigote y su forma de peinarse, se da un aire a Hitler. Son personajes totalmente opuestos y si Zweig pudo suicidarse como un valiente, todo indica que Hitler lo hizo como un cobarde.
    Se me ocurre un posible error que cometió Hitler y que si pasó desapercibido sería porque sus otros errores lo eclipsaron por completo. Me refiero al hecho de no considerar al idioma como el alma del pueblo alemán. Si lo hubiera hecho no le habría quedado más remedio —bromeo— que conceder la Cruz de Hierro a un buen número de escritores judíos en lengua alemana, incluido Stefan Zweig.

martes, 9 de septiembre de 2025

Humilde vanidad

    En el “Libro del desasosiego” el narrador comenta, con ironía, que las grandes melancolías requieren ciertas circunstancias sociales, un ambiente de comodidad y sobrio lujo. Pone el ejemplo de Chateaubriand (pensando en Chateaubriand me había salido Fountainableau) y luego añade: no tardé en acordarme de que yo no era vizconde, ni siquiera bretón.
    No, no lo era; Bernardo Soares, el narrador, era ayudante de tenedor de libros en Lisboa (y Pessoa, el autor, traductor de correspondencia comercial) y parece evidente que tiene más mérito escribir en sus circunstancias que en las del vizconde Chateaubriand. Sin embargo, vizconde y todo, Chateaubriand tuvo una agitada vida económica, siempre endeudado y peleando con los editores para sacar rendimiento a sus obras literarias. He escrito esto porque tenía pendiente contar esa anécdota y porque en seguida voy a traer otra del propio Chateaubriand sobre la vanidad.
    Hay un desajuste de significado con la palabra “vanidoso”. Cuando se lo llamamos a alguien lo que le queremos llamar es “muy vanidoso”. Vanidosos, a secas, somos todos; nadie carece totalmente de vanidad. La vanidad es una parte del amor propio y de la autoestima. Todos somos más o menos vanidosos y lo que hacemos, en general, es fingir que no lo somos. Aunque a menudo nos delatamos. Como cuando decimos: Ya lo sabía, es lo que yo dije.
    Chateaubriand le cuenta una vez, en una carta, a Madame Récamier que no se merecía los elogios, a él, que se publicaban en los periódicos: así lo creo sinceramente veintitrés horas de las veinticuatro que tiene el día; la vigésimo cuarta está consagrada a la vanidad, pero no resiste mucho y pasa pronto. En la coletilla le quita toda la contundencia a la frase pero coincido con él. Como objetivo estaría bien; una vanidad sanadora, sin pavoneos, de una hora al día. Esa sería toda una humilde vanidad.

sábado, 6 de septiembre de 2025

Hipermnesia

    Hipermnesia, ¿qué palabra es esa? Igual es una que no se debe pronunciar, que solo existe por escrito, en las publicaciones de los expertos. Si no hubiera más remedio que decirla en alto optaría por hiper-mmm-nesia, manteniendo ahí el sonido de la eme, que si no, no habría forma de distinguirla. Lo miro en el diccionario de la RAE (del.rae.es, la palabra del día es hilarante), e hipermnesia no está, normal.
    Hipermnesia es la capacidad de acordarse de todo. Eso en un mundo feliz, en realidad no; solo es acordarse de más cosas de lo habitual, de muchas más pero no de todas. Pero para el gran público (o sea para gente como yo) y para publicarlo en el periódico, hipermnesia es acordarse de todo, todo. Como Funes el memorioso; siempre lo cito, saludos a Borges que no me estará leyendo.
    La parte positiva es lo bien que le viene a nuestra autoestima especular sobre las extraordinarias capacidades del cerebro humano; que las tiene, solo que a ti y a mí no nos han tocado. Pero por muy atrayente que sea la idea de tener una memoria prodigiosa, la verdad es que esta incapacidad de olvidar es más bien una patología. Por suerte, en el mundo solo hay cincuenta hipermnésicos; es una estimación, se entiende.

miércoles, 3 de septiembre de 2025

Teoría del calcetín

    La forma más natural de quitarse un calcetín es dándole la vuelta en el proceso. Debe de ser por eso que me paso la vida poniéndolos del derecho. Son apenas un par de segundos, pero muchos pocos hacen un mucho y la vida es tan corta. El caso es que esa condición del calcetín de tener dos formas de estar en el mundo me ha hecho pensar que a casi todo en la vida se le puede dar la vuelta.
    Me he encontrado con esta frase que escribió el poeta Ángel Guinda —y que tal vez tenga también algo que ver con el filósofo Ernst Bloch y su “Principio de la esperanza”—: No espero la resurrección de los muertos, espero la insurrección de los vivos. ¡Le ha dado la vuelta al calcetín!
    Esta jugada se puede intentar con casi todo, sea una idea, principio, creencia, refrán, etcétera. No siempre el revés es lo contrario; a veces mejora el original. Es lo que pasa con el calcetín de los derechos humanos. Si le damos la vuelta vemos, por el otro lado, los deberes; esos sí que son importantes.
    Me acuerdo ahora de otra vuelta clásica de calcetín, aquella de JFK: no preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país. Si no está cogido el nombre; propongo, para este fenómeno, el de “Teoría del calcetín”.

domingo, 31 de agosto de 2025

Droga alternativa

    Nunca he tomado drogas, o casi. No es que presuma de ello; aunque, ¿por qué no iba a hacerlo? Pero la verdad es que ha sido un poco por casualidad, me parece. Por parado. Casi diría que ha sido por no haber vivido intensamente. Por fuera, digo; por dentro he sido y soy todo lo intenso que haga falta, o lo normal de intenso; pero por fuera, pues no.
    En cuanto a amistades peligrosas y días de vino y rosas, poca cosa. Alcohol, algo he tomado, pero sin más consecuencias que el fenómeno de la cama que se mueve sola. Porros, un par de caladas, cero efecto. Drogas más duras, niente di niente; por suerte, supongo. Sospecho que si me hubiera encontrado en la situación (in)adecuada habría caído como casi todo el mundo.
    Esto me recuerda lo mucho que admiro al que en una celebración, sin probar una gota de alcohol es el que más se ríe. Drogarse, de una u otra manera, con o sin prescripción médica, es algo que se ha hecho siempre y que demuestra lo mucho que le falta al ser humano para madurar (si es que llega a hacerlo algún día). Las drogas son una huída, claro. Una huída de la vida en blanco y negro hacia el color de las sensaciones adulteradas.
    Se me ocurre una solución: desarrollar una droga que no tuviese efectos secundarios y que eliminara la necesidad que tenemos de ser queridos. No estoy hablando de eliminar los sentimientos; vosotros quered mucho, y si os quieren mejor que mejor; pero si no os quieren que al menos haya un remedio para que no duela tanto.

jueves, 28 de agosto de 2025

Elogio de la gallina (y 2)

    Entre J. y yo ha habido siempre una simpatía y admiración mutua. O eso creo, y agradecido estoy por la parte que me toca. En nuestra última conversación me ha contado que vive hace una buena temporada en un caserío; a su aire, lejos de la normalidad estupefaciente de la vida moderna. Allí tiene un pequeño huerto y algunos animales, entre ellos unas gallinas.
    J. es un tipo sensible, desde luego, pero esto no me lo esperaba: se le murió una gallina y se quedó tocado. Había un vínculo entre él y la gallina, no es fácil explicarlo, o igual no se puede explicar; son los sentimientos.
    Se le murió la gallina y se sintió en la obligación de enterrarla. No sé qué se hace con las gallinas muertas; tirarlas a un contenedor, quemarlas con los rastrojos o echarlas a los cerdos para que se las coman. J. quiso honrar a la gallina y a su vida honesta de buena ponedora y la enterró en el prado, detrás de la casa.
    No me contó más, pero puedo imaginármelo echando la última paletada de tierra, apisonando bien el terreno y dirigiendo al mismo tiempo una plegaria muda a la naturaleza, a la vida, al recuerdo de la gallina. Sí, por qué no; la gallina es un ser tan vivo como cualquiera de nosotros, e igual de muerto cuando le toca. Me acuerdo ahora de una vez que una gallina le dio un picotazo en el pómulo a un chaval. Seguramente se lo merecía.

lunes, 25 de agosto de 2025

Elogio de la gallina (1)

    La gallina es un animal prodigioso. Lo primero, por esa preeminencia que tiene en su especie el género femenino; a quien le importa el gallo. El gallo, sospecho, vive acomplejado, sobreactuando para disimular, viviendo siempre con el temor de no estar a la altura. O no, yo qué sé.
    La gallina, hace tiempo que lo pienso, no es normal. Lo desconozco todo sobre ella (y más sobre el gallo) pero hay hechos que saltan a la vista. Me refiero, claro, a los huevos. ¿Cuántos huevos llega a poner una gallina en su vida? Me viene a la cabeza Stajánov, seguro que para él la gallina fue una referencia. La gallina nos deja mal a todos en cuanto a productividad, a ver quien es capaz de poner un huevo (metafórico) al día.
    El huevo es una obra maestra de ingeniería, en eso estaremos de acuerdo. La gallina quiere reproducirse y pone un huevo. Luego se da una vuelta por el gallinero y cuando vuelve el huevo ha desaparecido. La gallina no se lo piensa dos veces y se pone de inmediato a fabricar otro. Picotea acá y allá y no sé cómo se las arregla para engendrar (no se me ocurre otra palabra) otra yema, envuelta en su clara y protegida primorosamente por una cáscara de diseño aerodinámico.
    Podría seguir hablando largo y tendido 
de la gallina, de sus hipnóticos movimientos de cabeza, de sus ojillos saltones, de sus lustrosas gorduras, de su corto vuelo de ex-campeona de acrobacia aérea; pero se me acaba el espacio y tengo que contar algo sobre J. y las gallinas...

viernes, 22 de agosto de 2025

Kilimanjaro

    Andando por un camino he oído unos ruidos entre la vegetación. Podría haber sido un jabalí o un perro más o menos asilvestrado, pero luego el sonido se ha alejado y me ha parecido que era algo más grande y más pacífico; quizá un caballo. Entonces he vuelto la mirada hacia el otro lado, y allí sobre el talud, a unos tres o cuatro metros, había un gato mirándome; un gato blanco y negro, más bien pequeño, inofensivo. He pensado que estaba de suerte, si estuviera en África en lugar de con un gato me hubiera encontrado con un leopardo, lo que hubiera sido más preocupante; aunque supongo que un leopardo no ataca sin un buen motivo.
    El leopardo me ha hecho acordarme del cuento de Hemingway “Las nieves del Kilimanjaro” (y de K. que estuvo allí hace un par de años). En esa historia Hemingway hace una introducción en la que cuenta que cerca de la cima de la montaña se hallaba la carcasa helada de un leopardo y se pregunta, en plan alegórico, qué haría ese animal en aquellas alturas. El leopardo no era un invento del escritor: años antes, un pastor luterano alemán había visto, y fotografiado, uno.
    De ese cuento se hizo en 1952 una película dirigida por Henry King. Hay otra de 2011 de Robert Guédiguian, titulada en francés “Les neiges du Kilimandjaro”, pero no tiene que ver con Hemingway y aún menos con el leopardo, sino más bien con una dramática canción francesa de 1966: “Kilimandjaro” de Pascal Danel, en la que se habla de un amor perdido y del manto blanco de la nieve que ayudará a “dormir” al desconsolado amante.

martes, 19 de agosto de 2025

No seré ese

    Dice el abogado y escritor Ferdinand Von Schirach (hay nombres y nombres) que la cosa se animó cuando Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso, porque hasta entonces —cuando eran “felices” haciendo nada— no se podía decir que fueran seres humanos. Solo lo fueron cuando afrontaron la vida en el mundo natural; cuando, en palabras de Von Schirach (o de su traductor), por fin terminó ese aburrimiento infinito, ese vacío mental y ese regocijo constante.
    Me ha sorprendido leerlo porque coincide simétricamente, diríamos, con algo que justo había pensado hacía poco y que me lleva a decir que el porvenir para los creyentes es el reflejo en el espejo del tiempo de esa interpretación del Génesis que hace Von Schirach.
    Según la Iglesia, los justos pasarán la eternidad embelesados en la contemplación de la divinidad. Pensando en ello, se me había ocurrido que si, pese a mi dudoso comportamiento, voy al cielo, ese ente dichoso para siempre, y exento de humanidad, que se hará pasar por mí no seré yo, que no puedo dejar de ser un simple ser humano, con todas mis conocidas y queridas imperfecciones.

sábado, 16 de agosto de 2025

Esto ha pasado

    Esto ha pasado. Conocía a C. desde el colegio. Había cuatro o cinco clases por curso y nos iban rotando. Unos años coincidía con C. y otros, no. Nunca fuimos amigos, ni enemigos. Al empezar la universidad, estaba yo mirando los horarios de las clases en el tablón de anuncios, cuando se acercó C. y me dijo que estábamos en el mismo grupo. El azar lo quiso así, había diez grupos de primero de ingeniería. Nos hicimos amigos, teníamos unas cuantas cosas en común.
    Con el tiempo nos fuimos distanciando, como es natural, pero de vez en cuando quedábamos. Eso sí, tengo que decirlo, siempre le llamaba yo. Hasta que por una circunstancia familiar dejé pasar un tiempo sin hacerlo. Él tampoco me llamó, no se lo reprocho.
    Pasaron algunos años, siempre pensando que podía llamarle, como si tal cosa, sin decidirme nunca a hacerlo. Solo una vez me lo encontré por casualidad un día de partido y hablamos un rato cordialmente. Pero no dijo nada de volver a vernos. Eso fue ya hace tiempo. La cosa ha seguido así, como algo pendiente por mi parte, hasta que de improviso me he topado con su esquela en el periódico.
    En una ocasión, hace tanto tiempo, me dijo que tenía la corazonada de que iba a morir joven. No ha sido así, aunque no ha dejado de ser antes de tiempo. He pensado en acudir al funeral y preguntar de qué ha muerto, pero al final no he ido. Al fin y al cabo sus padres ya no están, nadie me iba a echar de menos y la pregunta tiene bastante de ridícula. Lo que me interesa de verdad es qué pensaba de nuestra (pasada) amistad y eso ya no me lo puede decir. Aunque supongo que, de haber vuelto a vernos, tampoco hubiera llegado nunca a preguntárselo.

miércoles, 13 de agosto de 2025

Antecedente

    Esta preocupación tan humana por el paso del tiempo (véase entrada anterior) viene de antiguo. Puede que a Irving se le ocurriera por su cuenta lo del sueño de veinte años, pero la idea no es original: me entero ahora, por casualidad, de algo que cuenta Diógenes Laercio (en adelante DL) de Epiménides, un filósofo que vivió en Creta en el siglo VI antes de Cristo.
    Hay que tener en cuenta que DL escribió su “Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres” en el siglo III, unos novecientos años después de “suceder” los hechos. Que son estos: siendo un muchacho, un día, su padre mandó a Epímenes a buscar una oveja perdida. Dando vueltas por el monte se le hizo de noche y se refugió en una cueva, donde se quedó dormido. Cuando despertó… habían pasado 57 años.
    No sé por qué 57, podían haber sido 50, por redondear. Me acuerdo de un compañero de trabajo que, para cobrar las dietas. siempre pasaba en números no redondos los kilómetros, alegando que así eran más verosímiles; igual DL pensó lo mismo.
    Tras esos 57 años de sueño reparador, Epiménides volvió a su casa y se encontró con que no conocía a nadie; hasta que apareció un hermano suyo que ahora era un anciano. Cuenta DL que la noticia se extendió por toda Creta y Epiménides fue considerado “favorito de los dioses”. No me extraña lo más mínimo.

domingo, 10 de agosto de 2025

Veinte años

    Aparte de todo lo demás, la vida es un combate de lucha libre contra el tiempo. No dejamos de intentar atraparlo pero la verdad es que nos tiene bien cogidos. A la hora de planear nuestra estrategia, veinte años parece un plazo apropiado para cálculos y comparaciones.
    En el tango “Volver” Carlos Gardel aseguraba que veinte años no es nada, pero sospecho que lo hacía para animarse. Más realista era Gil de Biedma cuando decía aquella frase que tanto me gusta: Ahora, que de casi todo hace veinte años. Se adivina en ella cierta nostalgia melancólica; claro que a estas alturas lo que hace de casi todo, en mi caso, son cuarenta años.
    Volviendo a los veinte, hay un cuento al que le tengo especial cariño porque aparecía en un libro para niños que teníamos en casa. Lo publicó Washington Irving en 1819. Es la historia de Rip Van Winkle —qué buen nombre— que se emborracha y se queda dormido en algún rincón de las montañas Catskill y cuando, al despertar, regresa a casa resulta que han pasado veinte años…
    No mucho después, Nathanael Hawthorne escribió otro inquietante cuento en el que el protagonista, un tal Wakefield, sale un día del hogar familiar y no vuelve hasta, casualidad, veinte años más tarde; solo que en realidad no se ha ido lejos, ha pasado todo ese tiempo en un apartamento en frente de la casa donde sigue viviendo su mujer.
    En fin, veinte años.

jueves, 7 de agosto de 2025

Y habita entre nosotros

    En terminología médica se habla de “la rotura de la bolsa amniótica” pero la forma coloquial es “romper aguas”. Suena bien, tiene fuerza, y cuando, caminando por la acera, las aguas brotan limpias y transparentes es una buena noticia. Es la semana 36 del embarazo y como el bebé está de nalgas —o sea de culo— lo oportuno es ayudarle a salir del claustro materno por medio de una cesárea. En teoría es un poco prematuro, aunque también se puede pensar que es, sencillamente, un niño precoz.
    Me viene a la cabeza el versículo de la Biblia, Juan 1.14, que empieza: Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros. Siempre me preguntaba qué era exactamente eso del Verbo, que además va con mayúscula. En inglés han elegido la palabra Word, valga la redundancia translingüe. Por cierto que si en el principio fue el Verbo, es decir la Palabra, lo siguiente tuvo que ser la Literatura, que es la sublimación de la palabra.
    La Biblia, cuando dice que el Verbo se hizo carne, está hablando de Jesucristo; pero ahora me parece que en realidad se refiere a todos los seres humanos; que también nos hacemos carne —nacemos— y habitamos entre los otros. La ciencia lo explica, o lo intenta; pero, con todos mis respetos, lo lógico, a bote pronto, es pensar que la procreación —que es la forma de creación que tenemos a nuestro alcance— es un auténtico milagro cotidiano.

lunes, 4 de agosto de 2025

Retorno a Moyano

    Después de muchos años vuelvo a la cuesta de Moyano. Los puestos de libros siempre han ejercido un poder hipnótico sobre mí, incluso en estos tiempos en que es fácil conseguir casi cualquier libro con una simple búsqueda en internet. Eso en papel, están además los libros electrónicos, que no tendrán tanto glamur pero son muy prácticos.
    Así que aprovechando que estaba en Madrid me he acercado a esa calle Moyano que está junto al Jardín Botánico (a ver si voy otro día). Me ha parecido que la cuesta era más empinada que antes, pero está claro que el que ha cambiado he sido yo, no la cuesta.
    Serían las diez y media de la mañana, la temperatura era muy agradable y apenas media docena de puestos estaban ya abiertos. Mejor así, para no agobiarse. Los encargados se afanaban en colocar sus libros en los expositores que cada día montan y desmontan abnegados.
    No soy un experto, ni en eso ni en nada, pero me ha sorprendido la calidad (literaria), en general, de los libros a la venta. No tenía idea de comprar, la verdad, pero al final me ha atraído uno, pequeñito, nuevo; una traducción reciente del latín de Lucio Anneo Séneca titulada Sobre la brevedad de la vida, el ocio y la felicidad, que en origen son tres opúsculos independientes. No me digas que no tiene buena pinta..
    Le he enseñado el ejemplar al vendedor y este, en vez de mirar el precio me lo ha preguntado a mí. Me ha gustado el detalle, aunque igual lo que ha pasado es que ha visto que tenía ya el dinero preparado en la mano (doce euros). El libro me cabía en el bolsillo del pantalón, también lo he comprado por eso.

viernes, 1 de agosto de 2025

Incidente fronterizo

    A veces pasa que estás en el país de la prosa, paseando tranquilamente, y de pronto te para una pareja de guardias; les saludas con amabilidad, te responden en el mismo tono; te piden que les dejes ver el libro que estás leyendo, por favor; preguntas si has hecho algo malo y te dicen que no, que es una simple comprobación: después te informan de que, obviamente sin haberlo planeado, sin ninguna mala intención por tu parte, eso lo comprenden y puedes estar tranquilo porque todo se reconducirá sin ningún problema, te informan de que lo que ha pasado es que, en tu paseo errático, caminando por lo que tú seguías considerando prosa, no estabas del todo seguro si buena o mala, aunque ahora que te fijas sí que te estaba pareciendo una prosa un poco rara, en tu caminar sin rumbo, habías cruzado la frontera y te habías adentrado unos centenares de metros en el país de la poesía, y que eso desde luego no es delito, siendo la prosa y la poesía países amigos, de distinto temperamento e inclinaciones pero amigos que se llevan razonablemente bien, más si evitan el trato demasiado cercano, que por eso hay una frontera, aunque no haya más pasos fronterizos vigilados que los justos y que es tu deber facilitar el nombre del autor de ese libro que al parecer ha cruzado la muga como los contrabandistas del estraperlo en la posguerra y se ha metido en terrenos que no le son propios, que si todos hicieran lo mismo a ver cómo íbamos a saber si una obra es prosa o poesía y que las clasificaciones están hechas para algo y las editoriales se toman su trabajo muy en serio y publican colecciones de una cosa o de la otra, poesía o prosa, y también de ensayo, autoayuda, viajes y tantos otros géneros/países de la palabra escrita, y que todavía nadie ha visto (sic) que exista ninguna colección de prosa poética ni de poesía prosaica, y que es responsabilidad de todos velar para que cada cual lea y pasee tranquilo por el género que elija y así se eviten confusiones y molestos malentendidos y que por supuesto para los irredentos infractores no les queda otro remedio, a ellos mismos guardianes de la poesía y a sus colegas de otros géneros, no les queda otro remedio que declarar el libro una obra apátrida, y condenarlo de por vida al rincón de miscelánea en librerías y bibliotecas.

martes, 29 de julio de 2025

Fle, fli, flo

    Las máquinas de visión óptica. Hablo de memoria, igual ni se llaman así. Son esas máquinas que según pasan las piezas metálicas que sean, arandelas por ejemplo, son capaces de separar las que cumplen la norma de las que no la cumplen. Me he acordado de esas máquinas pensando en la digitalización de los textos en papel y en la existencia de versiones digitales calamitosas de obras literarias.
    Si estás familiarizado con los lectores electrónicos habrás visto ejemplos. A veces se dan casos curiosos. Como este que cuento, el de un libro electrónico en el que cada vez que salen juntas en una palabra las letras f y l, en la pantalla aparece un espacio en blanco entre ambas.
    La primera ha sido f lotando, y no le he dado mayor importancia; pero al rato ha aparecido f loreros y después af lojo. Mi suposición es que en el libro original, en papel, las efes y las eles debían de ser especialmente esbeltas y la “máquina de visión” dedujo, por su cuenta, que allí había un espacio en blanco; y como a ella, a la máquina, ni le iba ni le venía así lo reprodujo en su archivo epub, fb, pdf o lo que fuera.
    Según avanzaba he comprobado que el patrón se repite, las efes y la eles siempre separadas. Ha habido una excepción, pero era una f mayúscula: la heladería Flamingo. Lógicamente, cada aparición, f laca, f lexible, ref lejo, me distraía del hilo de la narración o me arrastraba a otro hilo paralelo en el que he buscado alguna lógica y de hecho me ha parecido que la había: f lexiona, inf lar, af lojar, pantuf las...

sábado, 26 de julio de 2025

Sin nombre

    He caído en la cuenta de la mentira de los nombres. He dicho “mentira” para llamar la atención, me temo. En realidad no es para tanto, mentira sería mucho decir. Pero algo hay. Lo intento otra vez: hoy me he dado cuenta de que cuando pienso sobre mí no me acuerdo para nada de mi nombre.
    Sobre mí pienso muy a menudo, pero como todo el mundo, imagino. No se trata de una cuestión de egoísmo, o no del todo. No es pensar en uno mismo, sino sobre uno mismo. Como no sé nada de nada, medito sobre ello, sobre el misterio de ser yo. Medito sin método, de un modo completamente amateur. Y no adelanto nada; o bueno sí, adelanto un poco, veo un poco más claro que no veo nada.
    Este de hoy es un pequeño progreso en mi comprensión del mundo: el nombre no importa. Me podría haber llamado José Luis, por ejemplo, y en familia me llamarían Joselu o Chelis o de cualquier otra manera. Pero me llamo Javier y me llaman Javi. Y no significa nada. Sea lo que sea el ser humano, ponerle un nombre no tiene mucho más sentido que el de facilitar que Hacienda pueda distinguirnos (cosa que a la Muerte no le hace falta).
    Pienso sobre mí mucho más de lo que pienso sobre ti, eso desde luego, y en ningún momento me pongo nombre, porque todos los nombres son aleatorios y porque no hace falta: soy yo solo en mí y no me puedo confundir con nadie más. Aquí estoy; en mí, solo, sin nombre.

miércoles, 23 de julio de 2025

Dos escenas

    Dos escenas de la vida diaria que me tocan el corazón, cada una por una esquina. Primera. Estoy con mi periódico y mi café con leche en una terraza de la plaza del ayuntamiento cuando llegan ellos, padre nonagenario e hijo. Ambos fueron, en su día, deportistas conocidos. Al padre le cruzaba, ya hace años, andando a paso ligero por los caminos. Según ha pasado el tiempo he sido testigo circunstancial de su declive. Ahora llega vacilante y el hijo le ayuda a sentarse a la mesa de la terraza. Luego le habla en tono tranquilo comentando el último fichaje. El padre apenas dice algún monosílabo y cuando se lleva la taza a los labios algo del líquido le resbala por el mentón. Entonces el hijo coge una servilleta de papel y le dice al padre: espera, que se te ha caído un poco, y le limpia la cara con todo cuidado. El hombre se deja hacer y mira al hijo con los ojos brillantes.
    Segunda escena. Cada mañana un vehículo adaptado recoge sobre las nueve a la hija discapacitada de unos vecinos del barrio. La chica está ya en la treintena pero apenas se ha desarrollado. No anda, no habla, expresa sus emociones con gestos y sonidos y lleva gafas de bastante aumento. Habitualmente es el padre el que la acompaña. Hoy he pasado a su lado justo cuando la iban a subir al vehículo en su silla de ruedas. Así, he podido ver como, para despedirse, la chica echaba la cabeza hacia atrás, la giraba y miraba a su padre con una expresiva sonrisa de felicidad.

domingo, 20 de julio de 2025

Todo y nada

    Hay quien dice que la vida no es una línea recta sino un círculo y que lo que hacemos es dar vueltas. La vida consistiría en trasladarse de un punto A a un punto B, donde resulta que B solo es otro nombre de A. Desde A hasta B la trayectoria no es una recta, ni tampoco una graciosa curva como las que se le piden a un lanzador de beisbol, sino una curva cerrada sobre sí misma que acaba volviendo al punto de partida.
    Tiene sentido, morirse no deja de ser una vuelta al origen y la vida, en general, bien se puede considerar un viaje a ninguna parte. Siendo esto así, una idea complementaria, o un corolario, es que nada y todo son la misma cosa. Es la vieja idea de Sócrates, que siendo de los más sabios de su tiempo se dio cuenta de que nada sabía.
    Una vez, Flaubert le comentó por carta a su musa Louise Colet que quería escribir un libro sobre nada. No imagino libro más etéreo. Decía, Gustavo, que los mejores libros eran los que tenían menos tema. Lo que debía de querer decir era que con el estilo era suficiente (el estilo era lo suyo).
    Me he enterado de esta idea de Flaubert por Muñoz Molina. Parece que, a su manera, la comparte (y a mí ya me tiene medio convencido). Apunta el querido Antonio que, en su opinión, escribir sobre nada es lo que consiguió Cervantes en la segunda parte del Quijote, en la que no pasa nada. O no pasa nada más que la vida.

jueves, 17 de julio de 2025

¿Quién eres? (y 2)

    Siempre soy de los primeros en subir al autobús. Es instintivo. El adjetivo, coloquial y casero, que se me ocurre es cagaprisas. Lo miro y está en el diccionario. Vienen dos sinónimos que me suenan a americanos (y que no había oído nunca): apurón y apurete. Bueno, pues siempre he sido un poco apurón (ándale). Cuando para el autobús algo me empuja a deslizarme entre la gente ganando posiciones. Procurando que no se note, claro; y dejando pasar a los discapacitados.
    Hace unos meses, recién subido al bus, voy por el pasillo, un poco de lado, atento a evitar algún saliente, con ánimo de sentarme junto a la puerta de salida (también me gusta salir de los primeros) cuando uno de los (pocos) que ha subido antes que yo, y está acomodándose, al verme se me queda mirando, dubitativo.
    Según me acerco intuyo que el hombre me va a decir algo. Es mayor que yo, un poco más alto, con barba y bigote blancos y una gorra de béisbol Su cara no me suena de nada. Cuando llego a su altura y él hace ya mención de saludarme comienzo a negar con la cabeza y le digo: no, no soy ese; no soy ese que cree que soy, me confunde con otro.
    Entonces él, poniéndose algo más serio, pronuncia mi nombre y mi apellido, con aplomo (sí, eres ese, piensa, sin duda) y ahora soy yo el que acusa el golpe. Soy idiota, pienso, una vez más me he pasado de listo, y le pregunto quién es. Y sí, le conozco, S U, aunque igual hacía diez años que no le veía y el tiempo no pasa en balde y también está el factor de encontrarse con alguien en un escenario distinto al habitual. Me disculpo y me siento mal y comprendo que él puede estar molesto, con razón. Pero ya no tiene remedio.

lunes, 14 de julio de 2025

De milagro

    Tengo una pregunta: ¿Cuántos seres humanos se han quedado sin nacer por cada uno de los creacionistas que sí han nacido? La respuesta que me ha dado la humilde inteligencia artificial a mi alcance —por eso la pongo con minúsculas, por humilde— ha sido que no hay ninguna relación entre ambos conceptos. Merecido lo tengo.
    Hay que rebobinar. La idea original, surgida de la experiencia cotidiana, ha sido esta concisa frase que me ha venido a la cabeza como una iluminación: estoy vivo de milagro. Me explico más. Ha sido a raíz de la publicación del último libro de Hanif Kureishi. Hace unos años Kureischi se desmayó —no sé a cuenta de qué, una bajada de tensión, un golpe de calor, lo que fuera— y se desplomó, con la mala suerte de que se rompió el cuello y quedó paralítico.
    A pesar de todo sigue escribiendo, o sigue escribiendo precisamente por eso. Así que me comparo con Kureischi, no en un sentido profesional sino como simple homo sapiens, y de ahí el fogonazo: estoy vivo de milagro. De un doble milagro, el de haber sobrevivido hasta ahora y el de haber nacido, en primer lugar.
    Así que, ¿cuántos seres humanos en potencia se quedaron en el no-estado de no nacer mientras nacía yo de milagro? (o nacías tú, para esto somos intercambiables). En ese punto se me ha cruzado una distorsión, la idea de que no sabemos qué es exactamente un ser humano, ¿lo era un neandertal? Los creacionistas no tienen ese problema, y por eso se han colado en la pregunta editada del principio. Pero olvidémonos de ellos. La pregunta que tengo para la Inteligencia Artificial (la lista, la que se escribe con mayúsculas) es esta: ¿Cuál es la probabilidad de existir?

viernes, 11 de julio de 2025

¿Quién eres? (1)

    Hace años, una vez me paré con la bici en una gasolinera a la salida del pueblo para inflar las ruedas con el compresor de aire que tenían (creo que lo han quitado). Las ruedas de la bici estaban un poco bajas y entonces no tenía en casa el inflador atómico que tengo ahora —atómico es un decir— y con la típica bomba cuesta bastante inflar bien una rueda. Nota, he dicho pueblo y técnicamente es villa, y villa de unos treinta mil habitante; digo y sigo.
    Estaba inflando las ruedas de la bici, que por entonces era una mountain bike, cuando paró a mi lado, seguramente con las misma intención de inflar sus ruedas, una moto tipo vespa, pero en moderno, con su obligatorio motorista, que se cubría la cabeza con su también obligatorio casco.
    En cuanto detuvo la moto detrás de mí me saludó efusivo por mi nombre. Con aquel casco puesto, y cerrado por completo, no podía verle la cara. Le contesté en el mismo tono, o mejor dicho rebajando un par de grados la efusividad y sin mencionar su nombre, ya que en realidad no sabía quién era. La voz tampoco disipó la duda.
    Por el sitio y por la moto me vino a la cabeza un candidato al puesto (al puesto de motorista que se detiene a inflar las ruedas en aquella gasolinera). Podía ser F. un compañero de trabajo (éramos muchos en la empresa) que siempre estaba sonriente y dispuesto a ayudar. Pero no hubiera podido jurar que era él. Así, intercambiamos unas cuantas amabilidades, terminé de inflar las ruedas y nos despedimos deseándonos lo mejor. Le podía haber preguntado, ¿y tú quién eres?, pero opté por la prudencia.

martes, 8 de julio de 2025

Futuro manifiesto

    Me pregunto a mí mismo —ya que nadie más lo hace— por qué me empeño en seguir escribiendo aquí. Las dos últimas respuestas que me he dado son que este blog es un intento inconsciente de parar el tiempo y una forma de manifestar el asombro ante el fenómeno de la existencia.
    Pero las razones más antiguas, las primigenias, son otras dos muy simples. Hay una cita, atribuida, al parecer falsamente, a Dorothy Parker, que alude a ambas: Odio escribir, adoro haber escrito. Me gusta escribir (primera razón primigenia), aunque pueda llegar a producir cierta angustia, y, por otra parte (segunda razón primigenia), me encanta leerme. Las cosas claras: soy mi mejor lector.
    Dicen en el suplemento dominical —esta es la excusa para escribir hoy— que ya hay programas, o aplicaciones o lo que sea, que pueden sustituir con ventaja al médico de cabecera. Hay que admitirlo sin rasgarse las vestiduras (que dirían en la Biblia). Quiero pensar que, llegado el caso, un séptimo sentido me hará darme cuenta de si un médico es virtual y que cuando ya no me dé cuenta será porque ese “médico” será mejor que cualquier médico de carne y hueso.
    Sea como sea, el futuro ya está aquí y he encontrado dos pruebas irrefutables en el mismo suplemento. Una: se ha descubierto el remedio contra la alopecia. Y dos, y esta me parece la prueba definitiva: los Simpson están en su temporada número 36.

sábado, 5 de julio de 2025

No había ninguna necesidad

    J R R y C S fueron grandes amigos. Abrigo la sospecha de que cuando a alguien (británico) se le conoce por sus iniciales es que alguna de ellas esconde un nombre poco usual o directamente excéntrico. En este caso, la segunda R de J R R corresponde a Reuel, nombre que sale en la Biblia, y la S de C S es por Staples, que decididamente no es un nombre sino un apellido (al parecer el de una de sus bisabuelas).
    La lectora avispada ya se habrá dado cuenta de que J R R y C S son Tolkien y Lewis, los autores de dos sagas clásicas de la literatura: El Señor de los Anillos y Las Crónicas de Narnia. Staples, por cierto, en castellano significa “grapas”; podría haber sido un apodo puesto en uno de esos internados donde los ingleses adquirían su sentido del humor.
    Todo este cansino preámbulo es para contar una observación de C S Lewis que me ha hecho sonreír. La dice de pasada en su libro Four Loves, en el que analiza los cuatro tipos de amor que hay, según él: Afecto, Amistad, Eros y Caridad (ahora estoy con esta, creo que se refiere a la caridad cristiana; amar al prójimo, qué difícil).
    A una de estas desliza la afirmación de que el universo no es necesario. La explicación, se apresura a aclarar, es que Dios no creó el universo porque lo necesitara (no sé por qué lo creó). En esto, además, no hay término medio, lo que no es necesario es innecesario.
    El caso es que el universo no es necesario y en consecuencia los seres humanos tampoco (¡pero aquí estamos!). Necesario, ahora que lo pienso, es lo mismo que imprescindible, aunque esto último suene más urgente. Ya sabíamos que nadie es imprescindible; lo curioso es que, según opinaba C S Lewis, tampoco lo es el mismo universo.

miércoles, 2 de julio de 2025

Obsesión

    Pasan los días pero sigue siendo ahora. El tiempo (el de Cronos) es un tema eterno. Lo medimos, a pequeña escala, con un invento humano, el reloj (segundos, minutos, horas) y a gran escala (días, años) con los giros de la Tierra sobre sí misma y en torno al Sol. Claro que esa gran escala nuestra es una escala piccolissima para el Universo. Nunca lo pierdo de vista, el Universo, lo desconocido, la materia oscura, lo poco que somos.
    Hay un deseo inconsciente en nosotros de parar el tiempo. Como, obviamente, no podemos detener la rotación de la tierra, hemos, o he, encontrado un método indirecto para lograrlo (lograr parar el tiempo). El truco, el espejismo, el autoengaño, consiste en que cada día sea indistinguible del anterior.
    Si mis días son todos parecidos el resultado práctico será, es, que el tiempo, en apariencia, se repite. Este sistema de eludir el paso del tiempo es en parte, o en todo, inconsciente y nos permite llevar a cabo pequeñas grandes hazañas. Por ejemplo la de ir verano tras verano al mismo sitio a pasar unos días de vacaciones. Para cuando te das cuenta ya ha pasado medio siglo de vacaciones suspendidas en el espacio y en el tiempo.
    Pienso en todo esto (porque no pienso en otras cosas) y creo darme cuenta de la verdad de fondo. La verdad que he confesado al principio: no hay ni pasado ni futuro, siempre es ahora. Hasta que no lo sea, pero yo ahí ya no entro. No entro ahí porque no salgo de aquí, de mi ahora.

domingo, 29 de junio de 2025

Comunicando

    Paso junto a un andamio y me sorprende el grito de uno de los trabajadores dirigiéndose a un compañero: ¡No te escucho! No creo que sea una ironía; no te oigo es, probablemente, lo que ha querido decir. Esto, y otras cosas, me hacen reflexionar (una vez más) sobre el fenómeno de la conversación, o sea de la comunicación.
    Hablar, callar, oír y escuchar. Damos por bueno el hecho de que cuando hablamos con el prójimo nos estamos comunicando. Sí y no. Más no que sí. Escribió Pessoa: “Con qué confianza creemos en nuestro sentido de las palabras de los otros”. Lo que dice el prójimo tiene al menos dos interpretaciones, la que él le quiere dar y la que yo le doy.
    Entenderse, esa quimera. Eso suponiendo que escuchamos atentamente. No es lo habitual. A menudo el que tiene algo que decir —o sin tener nada dice algo— no está pensando en el otro más que como receptor de su mensaje. No le importa su opinión, solo quiere que refleje la suya, que le sirva de espejo. No es injusto del todo porque al otro le suele pasar lo mismo. Nos gusta más hablar que escuchar.
    Tercer matiz (si es que llevo bien la cuenta), hablamos y hablamos y luego caemos en que hubiera sido mejor callar más. Cuantas veces, más tarde, camino de casa, se arrepiente uno de haber hablado tanto. Otra cosa que pasa a menudo, que resulta cómica para un espectador imparcial, es que los dos interlocutores terminen hablando a la vez, pisándose las frases el uno al otro.
    Incluso respetando los turnos, muchas veces una conversación es la suma de dos monólogos que se alternan. Propongo este aforismo sobre la comunicación, a partir del conocido dicho de las buenas intenciones: el infierno, el purgatorio y hasta el mismísimo cielo están empedrados de malentendidos.

jueves, 26 de junio de 2025

Catedral

    Hace calor y, por lo visto, más que va a hacer. Cuando levantaron las iglesias no creo que pensarán en ello, en el calor, pero el caso es que en verano dentro se está bien. Por eso mismo, además de por simple curiosidad, nos hemos metido en la catedral. No diré en cual, para no caer en localismos; así cada uno se puede imaginar la que quiera.
    En la puerta un joven capta las conversaciones y apunta datos complementarios: nombres de santos, siglos de antigüedad. Me doy cuenta de que tiene en la mano una taza de hojalata: está pidiendo (limosna). Como nadie se rasca el bolsillo añade un comentario algo agresivo sobre el paro.
    El interior está en penumbra, la luz del día entra por las vidrieras de colores allá en lo alto. Hay bastante gente y se oye el rumor de los pasos y la cantinela de una guía que da sus explicaciones a un grupo numeroso. Casi todas son mujeres de cierta edad. Cuando acaba con el retablo del altar mayor, la guía hace la broma correspondiente e invita al grupo a seguirla por la girola. La girola es el espacio que circunda el altar mayor. Circundar es..., etcétera.
    A media girola, en una hornacina, hay un cuadro que representa a la Virgen al pie de Cristo crucificado y es obra, al parecer, de un famoso maestro italiano. Para verlo bien hay que meter una moneda que activa la iluminación. Este detalle de la monedita no deja de sorprender un poco. Uno del grupo, voluntarioso, la introduce, pero no pasa nada.
    Hay otro par de intentos y la guía acaba yendo a la sacristía a informar del problema. Alguien enciende las luces desde allí. El cuadro es bonito, de líneas sencillas y tonos suaves. La guía insiste en su autenticidad, lo que obviamente no hace sino alimentar las dudas al respecto. Sobrepaso al grupo con dificultad y me quedo sentado un buen rato en uno de los bancos de la nave principal.

lunes, 23 de junio de 2025

Atajo hacia la nada

    La vida es un viaje hacia la nada y la escritura un atajo, María Negroni. Hace poco que sé de esta mujer. Cosa normal por otra parte, no se puede conocer a todo el mundo, ni siquiera reduciendo el campo al ámbito de la literatura. El número de autores que han sido, o son, es demasiado grande (y me refiero solo a los buenos).
    Esta frase del principio es sugerente, con sus dos partes. La primera, la vida es un viaje hacia la nada, es una afirmación digna de un ateo e inquietante para los agnósticos. De qué va la vida es algo que nos da qué pensar, sabiendo que, en cualquier caso, nunca lo averiguaremos. Pero eso, ir hacia la nada, tiene toda la lógica de la física y de la química; al menos teniendo en cuenta lo que sabemos a día de hoy.
    Nacemos de la casi nada (de la unión de dos células) y acabamos en la disolución de nuestro cuerpo al llegar la muerte. Esta afirmación tan contundente, lo del viaje hacia la nada, no la hace Negroni convencida del todo, la plantea como una posibilidad (en su libro “El corazón del daño”).
    Luego añade que la escritura es un atajo. ¿Un atajo hacia la nada? Más bien creo que lo que quiere decir es que la literatura es un atajo a la hora de llegar a la conclusión anterior; la literatura nos ayuda a razonar, o intuir, que la vida es un viaje hacia la nada; que gracias a la misma literatura, o por culpa suya más bien, se nos hace corto. O algo así.

viernes, 20 de junio de 2025

Teorizo

    Se suele decir que no se puede elegir la familia pero sí los amigos y es cierto, en parte. Uno no elige a su familia al nacer, claro; tampoco le preguntan, recién nacido, qué le apetece para desayunar o si prefiere los patucos blancos o los grises. Si todo va bien uno no elige nada hasta una cierta edad. Luego sí, puede elegir, dentro de un orden; hay que reconocerlo.
    Uno puede escoger a sus amigos más o menos. Los puede elegir entre la gente que le pilla cerca y que además, a su vez, le quieren elegir a él como amigo. Es como lo de la igualdad de oportunidades; sí, de acuerdo, en una democracia auténtica el estado ofrecerá becas para que los capaces puedan estudiar. Sin embargo, la realidad es que no todos partimos con las mismas oportunidades. Incluso habiendo becas, en la carrera de la vida unos salen de abajo del todo de la montaña y otros ya han subido en el funicular propiedad privada de su familia casi hasta arriba y lo que hacen es darse un paseíto hasta la cumbre.
    La comparación, me doy cuenta tarde, no sé si tiene mucho que ver. Puede que sí, aunque sea desde un punto de vista indirecto. Y luego está —para desviarme un poco más del tema, o tal vez para centrarlo, who knows— la elección más importante de la vida, en ese aspecto de las relaciones, que es la elección de la pareja, de la única o de cada una de ellas. La pareja es a la vez amistad y familia. Aún diría más, es la mayor de las amistades y la familia más importante; aunque no deje de ser familia política.

martes, 17 de junio de 2025

Todas las personas (y 2)

    No escribo novelas —por falta de talento— pero si las escribiera (si averiguara que escribiría si escribiese) no me quedaría otro remedio que redactarlas en primera persona. Porque es la única voz que conozco, la mía propia. Es la única forma de aparecer verosímil, aunque te estés inventando cosas. Me reconozco incapaz de meterme en la psique de nadie.
    Cuando alguien empieza a generalizar, a dar por sentado que está expresando el sentir general, se le suele decir: “habla por ti” (porque solo a ti te representas). La voz en primera persona del singular es la que mejor entendemos. Nos agrada —me parece— porque nos sitúa ante un igual, ante un espejo, y es la mejor oportunidad que podamos tener de asomarnos al interior de otro ser humano; aunque no somos tan ingenuos como para no sospechar que nunca nadie nos va a confesar toda la verdad de sí mismo (todas sus vergüenzas). O casi nunca, hay gente para todo.
    Luego está segunda persona del singular. A veces la utilizo, casi sin darme ni cuenta. Pero es que escribir en segunda persona no deja de ser una forma retórica de seguir hablando por uno mismo, reconociendo que al fin y al cabo tú y yo somos los dos humanos, que de alguna forma yo soy tú y tú eres yo; que somos bastante intercambiables, mal que nos pese.

sábado, 14 de junio de 2025

Todas las personas (1)

    La primera, la segunda y la tercera. Me refiero al punto de vista en una narración. En las novelas clásicas, no en todas pero sí a menudo, el narrador es un ser omnisciente que cuenta una historia en tercera persona dando los detalles que considera oportunos. Estos detalles pueden incluir descripciones del paisaje, la situación meteorológica, el aspecto y vestimenta de los personajes, lo que hacen, lo que dicen, lo que comen, lo que piensan, lo que sienten... Queda patente que si no se explaya más es porque no le da la gana, no porque no lo sepa.
    De esto se deduce que ese narrador no puede ser otro sino Dios. Pero sabemos de buena tinta —guiño— que en realidad el autor de la novela es un ser humano, a veces uno muy sabio pero en ningún caso tan sabio. Esa forma de narración, tan habitual, es pues una gran mentira, un burdo engaño que asumimos no sé bien por qué: por costumbre, por inocencia, porque nos encanta enterarnos de todo o, como explicó el poeta inglés Coleridge, por suspensión de la incredulidad.
    Una aclaración, la narración en tercera persona es también perfectamente natural cuando se limita a ser la voz de un testigo que refiere lo que ha presenciado o le han contado, aderezado con los comentarios personales —suyos— que se le hayan podido ir ocurriendo. Y solo eso. Nadie puede saber lo que piensa el otro, solo puede decir lo que le parece que pueda estar pensando, que es algo muy distinto, tan distinto que rara vez coincidirá con lo que de hecho esté pensando.

miércoles, 11 de junio de 2025

Fachada

    Aunque es el aula el escenario oficial para la educación de los alumnos, el patio del colegio es también un lugar de aprendizaje y allí pudo ser donde K adquirió las destrezas sociales que le ayudarían a sobrevivir durante toda su vida. O a vivir, sin más, si rebajamos el dramatismo. Así lo dedujo en su fuero interno a lo largo de los años.
    En el patio se reproduce, a pequeña escala y de forma más o menos incruenta, el drama de la vida que desde los albores de la humanidad se ha representado primero en la selva y ahora mismo en internet, exagerando un poco. K. aprendió pronto a protegerse simulando una actitud afable con todos, contemporizadora con los fuertes, a los que odiaba, comprensiva con los débiles, a los que despreciaba. Llegado el momento, eligió sus estudios desde el punto de vista práctico y pronto se convenció de que lo más conveniente para sus intereses coincidía con su auténtica vocación.
    Por puro interés personal formó una familia modélica. En casa era atento con su mujer, ayudaba en las tareas domésticas y se esforzaba en la educación de los hijos. Por otro lado, desarrolló una brillante carrera profesional recurriendo a las mismas tácticas que le habían servido en la jungla de la adolescencia. Seguía las directrices de los jefes sin un mal gesto y era paciente y comprensivo con sus subordinados.
    Perfeccionó tanto esa fachada que había decidido mostrar al mundo que ni un solo mal gesto, ninguna burla sardónica, ningún insulto mascullado traspasaba las barreras que separaban su mente del exterior. Nadie lo sabía, pero en él se cumplía lo que escribió una vez Elizabeth Bowen: Hace las cosas más hermosas por motivos depravados (she has depraved reasons for doing the nicest things).