martes, 31 de diciembre de 2024

Repetirse

    Estoy leyendo un libro y me encuentro con que el autor cuenta dos veces la misma anécdota. La anécdota es bien simple, en el restaurante de un barco un chico que no sabe inglés elige a bulto un plato en el menú y resultan ser unas alubias cocidas sin ninguna gracia. El autor debió de quedar marcado por el suceso y años después lo cuenta en dos de las crónicas que escribe en la prensa y que más tarde se publican en forma de libro. He camuflado un poco la historia por respeto al escritor, o escritora (guiño).
    En estos casos de repetir la misma anécdota, o la misma cita, o la misma idea, he llegado a la conclusión de que no hay que tenerlo en cuenta. Aunque lo hago; a mi pesar, se lo tengo en cuenta, se lo reprocho mentalmente. La culpa no es toda suya, sino compartida con la editorial, que no ha hecho su trabajo de pulir el libro, de avisarle de las posibles repeticiones, de poner las comas que faltan, de esas cosas.
    Mirándome el ombligo, a mí no me han publicado ningún escrito de este blog y ningún editor o editora ha filtrado nada de lo que aquí aparece. Tampoco es que le importe a nadie si me repito o no, solo a mí. Pero si sucede y me percato, me lo reprocho y luego me reafirmo en mi creencia de que no debo tenerlo en cuenta.
    Lo he escrito otras veces (bien por mí): estoy aquí para repetirme. A veces lo hago a sabiendas y con una pizca de remordimiento. Otras, muchas, me repito sin ser consciente. No es grave, es lo normal, es necesario. Escribir, o leer, algo una sola vez no es suficiente. Hay que repetirse. O ser un genio; una de dos.

sábado, 28 de diciembre de 2024

Me echan del bar

    Me han echado del bar, no me había pasado nunca. Casi estoy orgulloso, durante un par de segundos me he sentido un rebelde sin causa. Echado..., estoy exagerando; no he hecho nada reprobable, como mucho se me podría acusar de estirar demasiado un café con leche.
    Habrá un momento, en el tiempo que el cliente pasa en un bar —alguien tendrá que hacer un estudio—, en el que deje de ser rentable. Dependerá de varios factores, de la afluencia de gente sobre todo. Es algo que pienso de vez en cuando, con leve sentimiento de culpa; voy, pido un café y me apalanco hora y media leyendo el periódico. Igual el dueño se mosquea. Dato a mi favor: el periódico lo traigo yo, no acaparo el del bar.
    Pues eso, que hoy me han echado. Con elegancia, eso sí, con aviso previo. El detonante ha sido el festival de música rock que había en un pabellón cercano. O igual no tenía nada que ver. Estaba a mitad de mi lectura cuando se ha acercado la camarera y ha pegado un pósit con la palabra reservado en la esquina de la mesa. Tranquilo, me ha dicho, es para las once.
    Faltaba media hora, me podía amoldar; bastaría con no distraerme de la lectura, abstraerme de las voces circundantes. Luego he pensado en una alternativa: mudarme a otra mesa en cuanto hubiera una libre, pero pronto me he dado cuenta de que todas tenían puesto el papelito de reservado. Los viejos roqueros empezaban a menudear, un punki veterano con cresta pedía un pincho de tortilla y a mí me habían dicho, de muy buenas maneras, que me tenía que ir.
    Y me he acabado yendo; antes de las once, todo en orden. Pero, de alguna manera, me habían echado. A esto le tenía que sacar partido, lo contaría por ahí. ¿Cómo lo diría? Algo así: ¿Sabes?, me han echado del bar, no me había pasado nunca.

miércoles, 25 de diciembre de 2024

Navidad

    ¿Qué tengo que decir de las Navidades? Nada —otro día digo algo sobre repetirse—. Me pasa con todo, con casi todo; no tengo nada que decir: el silencio nunca se equivoca. Esto lo he aprendido hace poco. No aprendido, ya lo sabía, pero me gusta más así, enunciado en estas cinco palabras: El silencio nunca se equivoca; como si el silencio fuera alguien, un sabio que guarda un prudente idem hasta que un día habla y rompe el hechizo: no era un sabio; era un necio, como todos. Vale, todos menos tú y yo.
    No tengo nada que decir de las Navidades, excepto quizá que la mayúscula le viene un poco grande. Pero es que la minúscula, la n, le quedaría pequeña; imposible un retrato realista de la Navidad; ni con N ni con n, siempre entre dos aguas (punteo de guitarra).
    Claro que se puede hablar de algo, de cualquier cosa, sin tener nada que decir; de hecho es lo habitual. Que es una contradicción, lo sé; que después de todo estoy hablando de la Navidad, también lo sé. Las contradicciones, tengo una frase sobre ellas: Contradecirse es equivocarse de maneras distintas. Enamorado estoy de este aforismo, de la ironía y sutileza que le veo (para eso es mío).
    Navidad, poco o nada que decir: que es un antónimo de novedad. Sin novedad en la Navidad; navidad pagana y navidad cristiana, fechas entrañables y tristeza justificada, fuerza de la costumbre y añoranza de la rutina. Saca tú mismo la cuenta: Navidad, solsticio de invierno y te llevas un año.

domingo, 22 de diciembre de 2024

Un sindios (y 2)

    Resulta que en la carta original que Flaubert escribió —y que por otra parte es un portento de altura intelectual— en torno a 1861 a su amiga la actriz Edma Roger des Genettes, el personaje histórico aludido no era Adriano, sino Lucrecio, poeta y filósofo romano que vivió en tiempos de Cicerón. Este Lucrecio escribió un largo poema titulado “De rerum natura” (de la naturaleza de las cosas) en el que se adelantó a su tiempo y que, atravesando los siglos, se ha convertido en una auténtica obra de culto. He intentado hincarle el diente un par de veces, sin ningún éxito.
    Lucrecio defendía, entre otras cosas, que la vida natural discurría sin ninguna intervención divina; lo que se corresponde con lo que aseveraba Flaubert (aquel periodo sin dioses). Este lo decía en petit comité, solo para los ojos de su amiga; pero, por suerte, aquella carta, con otras muchas suyas, salió a la luz. Esto también es parte de la naturaleza de las cosas.
    Pero, ¿de verdad ha habido algún periodo de la historia sin un dios que se hiciera cargo de todo? Lo dudo, no me extrañaría que lo más parecido fuese esta época nuestra, y solo en lo referente a algunos sectores sociales. Para mí que Flaubert escribió aquella frase (de que el hombre se quedó solo) porque no se pudo contener —de puro brillante— y a sabiendas de que exageraba..

jueves, 19 de diciembre de 2024

Un sindios (1)

    A Marco Aurelio le debió de pasar como a esos campeones de tenis que tuvieron un padre entrenador —cambiando tenis por filosofía—. En su caso el papel de padre lo hizo Adriano, que le puso un buen preceptor. Nos fascinan los emperadores romanos, se les suponen vidas apasionantes; y entretenidas lo fueron, sin duda. Ahora bien, pasados tantos años, de muchos de ellos poco sabemos.
    Para escribir su “Memorias de Adriano”, Marguerite Yourcenar se valió de la “Historia Augusta”, una colección de biografías de emperadores y adláteres escrita doscientos años después de la época de Adriano. Según los expertos no es muy de fiar; igual tampoco importa, porque, a pesar de que se publicita como tal, no era el propósito de Yourcenar escribir una novela histórica.
    Lo da a entender en las notas que dejó. Cuenta que le había cautivado esta frase que encontró leyendo la correspondencia de Flaubert: Con los dioses desaparecidos y Cristo aún por venir, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que el hombre estuvo solo, y especifica, a continuación, que su interés era retratar y definir a ese hombre solo.
    Para ello eligió la figura del emperador Adriano, que vivió, en efecto, al final de ese periodo de la historia, entre Cicerón, siglo I a.C., y Marco Aurelio, siglo II d.C. Pero (casi) nada es lo que parece, en cuanto empiezas a escarbar encuentras datos que lo complican todo. Haciendo estas pequeñas e inofensivas investigaciones caseras me lo paso bomba.

lunes, 16 de diciembre de 2024

Reconocimiento

    Cuando nací los que habéis entrado este año en la universidad teníais menos cincuenta años. Para eso sirven las matemáticas, esta es la magia de los números negativos. Yo mismo tenía menos veintiocho cuando nació mi madre. Pero me temo que estoy faltando a uno de los mandamientos de la ciencia, al segundo, que dice: no tomarás los nombres de las ciencias en vano. En este caso las ciencias exactas, que desconozco absolutamente; me refiero al indomable Will Hunting y su pizarra atiborrada de fórmulas. Cuando se estrenó la película teníais menos nueve años, no me extrañaría que no os acordaseis.
    Estaría bien ser un genio de las matemáticas. O incluso, simplemente, entender los números complejos. Asumí, estoico, su existencia cuando los estudié; y memoricé lo suficiente para aprobar. Un número complejo consta de dos partes, una real y la otra imaginaria; para que luego digan de la literatura. No entiendo lo de la parte imaginaria, lo siento; tengo fe científica, creo en los números complejos pero reconozco que lo mío no llega a espíritu matemático, habrá que llamarlo de otra forma, manía numérica, síndrome cuantitativo, no sé.
    En 2004 una fundación ofreció un millón de dólares para cada persona que resolviera cualquiera de siete ya legendarios problemas matemáticos. Uno de ellos, la conjetura de Poincaré (tampoco sé francés) se resolvió en 2006. Lo hizo Gregori Perelman, ruso de familia judía, que por cierto renunció al premio. Los otros seis siguen pendientes.
    Uno sueña con resolverlos o con meter un gol en la final de copa con el Athletic, ambas fantasías inofensivas que demuestran que se puede llegar a viejo igual de inocente que cuando se vino al mundo. Un consuelo sería que hubiera un Juicio Final donde un Dios Todopoderoso dijera: por aquí, al Cielo, todos los inocentes, los que han mantenido ese espíritu de la infancia, los que han soñado que metían un gol en la final o que resolvían una ecuación enrevesada. Por este otro lado, al Infierno, vosotros, los resabiados, los cínicos, los que nunca habéis soñado cosas imposibles, los que no habéis creído en los números complejos.

viernes, 13 de diciembre de 2024

Dos perlas

    En este blog estoy, entrada a entrada, pintando mi retrato al estilo impresionista. Pinto mi retrato aún sin hablar directamente de mí, todos lo hacemos por el simple hecho de comunicarnos con los demás. Ahí van las dos pinceladas de hoy.
    Belmonte y Zarracina podrían ser cualquier cosa, pero son los periodistas que me han descubierto estas dos perlas.
    Perla número uno. Cuenta Belmonte que Marilyn Monroe se presentó, para conocer a Luis Buñuel, en el rodaje de “El ángel exterminador” y Silvia Pinal, que acaba de morir, lo contó así: Apareció desnuda con un vestidito encima. No era para tanto, pero la frase resume muy bien el impacto que causaba Marilyn Monroe (y cuyos ecos siguen resonando).
    Perla número dos. Zarracina sobre Indro Montanelli, periodista a su vez y autor, entre otras muchísimas obras, de una Historia de Roma y otra Historia de los griegos muy recomendables para los no iniciados (como yo). A cuenta de la caída del pelo en los hombre y la costumbre de intentar disimular esa pérdida peinándose de maneras más o menos “creativas”, decía Montanelli que cada mañana vivía «un momento de auténtica grandeza» cuando vencía frente al espejo la tentación de peinar sus escasos cabellos para formar un emparrado que ocultara su calvicie. Una tentación ante la que había sucumbido, decía, el mismísimo Julio César.
    No puedo estar más de acuerdo con Montanelli. Y agradecido por poner esa grandeza a mi alcance. Leo sus palabras y me parece que reflejan exactamente una idea que intuía, que flotaba en mi cabeza pero no acababa de concretarse: la idea de que hay que aceptarse tal como es uno.

martes, 10 de diciembre de 2024

Conversaciones

    Ni me había dado cuenta y llevo toda la vida hablando con Dios. Como cualquiera, supongo; cualquiera que haya sido criado en el temor de Dios. Matizo: en el temor si eres malo, en el amor si eres bueno. Quiero decir, si te han educado en la creencia de que hay un Dios que nos ha dado la vida. Es largo de explicar, hay una carrera universitaria que lo intenta y no lo consigue del todo; qué voy a decir yo que fui por ciencias.
    El caso es que he hablado mucho con Dios, y ni siquiera sé si existe. Ahora mismo le acabo de avisar que voy a decir su nombre en vano unas cuantas veces. Para hablar con Dios no hace falta abrir la boca, basta con pensar, es como leer en silencio pero al revés. De niños creíamos en él a pies juntillas, luego ya no sabíamos pero se nos quedó la costumbre. Así, hace ya mucho que no rezo y en vez de pedir, lo que hago es contarle mis deseos; eso me ha quedado, así nos marca la educación que recibimos; o que nos cayó encima.
    He hablado tanto con Dios que podría escribir un libro. El título ya lo tengo: “Conversaciones con Dios”. Se lo cedo gustoso al Papa Francisco si escribe él el suyo primero. Con Dios tengo confianza total obligatoria, porque no le puedes ocultar nada. Dios, además de leer tus pensamientos, sabe lo que vas a pensar después y se acuerda de todo lo que has pensado antes (y que tú ya has olvidado). Puedes dudar de su existencia, o insultarle; no se ofende, Dios está por encima de todo eso; muy por encima, infinitamente por encima. Dios lo sabe todo y se debe de aburrir a su divina manera.
    Este diálogo nuestro está lleno de sobrentendidos: si hago algo mal, yo sé que lo he hecho y él también lo sabe, sobran los comentarios. Tú piensas y Dios se entera de todo. Dios es mi conciencia: pensar es hablar con Dios. Se lo he comentado y no dice nada. También le he dicho que me gusta el nombre de su personificación, Jesucristo. Tiene fuerza. En una película decía un atracador: de aquí no sale ni Jesucristo. A mí me hace gracia; él, Dios, no se manifiesta; ni de viva voz, ni con señales en el cielo, ni por medio del horóscopo; y lo comprendo. Lo comprendo porque no hace falta que me conteste, tengo toda la tradición judeocristiana detrás susurrándome las respuestas.

sábado, 7 de diciembre de 2024

Un sentido abrazo

    He vuelto a soñar con ella, con mi hija que ya no está, que falta desde hace ya casi ocho años. Los que no están siguen presentes para los que les quisimos, es algo que no tiene ningún misterio. Es una manera de sentirlos cerca, también de ayudarse en el duelo. El duelo no acaba nunca, lo digo con el dramatismo justo, con toda la naturalidad de la vida y de la muerte.
    En el sueño, que cuento aquí para guardarlo, tenía unos doce años, un poco niña aún, con el pelo largo recogido en una coleta; pero su mirada, su forma de hablar, eran las de la chica, la mujer joven que fue. Estábamos en una terraza de madera frente a un paisaje natural, campos, árboles. Me hablaba de alguien, decía su nombre, dos sílabas, pero no lo he acabado de entender. Añadía que estaba a gusto allí, no solo por la terraza y las vistas sino en un sentido más amplio.
    Entonces nos hemos abrazado. He sentido la calidez de abrazar y ser abrazado por mi hija. He pensado, dentro del mismo sueño, que oír que se sentía bien me había llevado a abrazarla; aunque no sabía en realidad de quien había sido el primer impulso, si mío o suyo. O puede que haya sido simultáneo. Eso me gusta, que los dos hayamos sentido a la vez el deseo de darnos un abrazo.

miércoles, 4 de diciembre de 2024

Un tipo de persona

    De vez en cuando me acuerdo de Jesús. Lo conocí en el hospital, era el compañero de cuarto de mi suegro. Rondaba los cuarenta años y, según nos contó, estaba a la espera de un donante para ser trasladado a Valdecilla y que le hicieran un trasplante de corazón. Impresiona hasta decirlo. Era algo genético, su padre había muerto joven. Una condición heredada, decía, de oírselo a los doctores, me imagino.
    Al hombre no se le apreciaba nada especial, se levantaba de la cama, iba y venía sin problemas. Una vez —yo no estaba— fue a la ventana, la abrió y se puso a fumar. Mi suegro le llamó la atención y a partir de entonces salía al pasillo buscando algún rincón para echar un pitillo, como decía él. Este detalle —importante— de fumar, decía bastante sobre su forma de ser.
    Estaba separado y le oímos hablar por teléfono con su ex, no se cortaba a la hora de exponer sus desacuerdos. Tenía una hija adolescente que vino a visitarle. El trato despegado mostraba que no había una gran conexión afectiva. La aparente superficialidad de la conversación, la desgana por ambas partes, sugería una relación distante. Parecía que la chica había venido a ver a su padre para limpiar su conciencia ante la posibilidad de no volver a verlo nunca más.
    La impresión que daba Jesús era la del que siempre anda a su aire, parándose poco a considerar las cosas, actuando por impulsos y equivocándose casi siempre, sin que por ello la experiencia le sirviese para el futuro. Quizá esta forma de ser fuera el fruto de su “condición”, que asumía con naturalidad, con el convencimiento de que no le merecía la pena cuidarse. Bastante tenía para encima no poder fumar un cigarrillo o tomarse unas copas. Esto último es solo una especulación mía.
    Cuando a mi suegro le dieron el alta, Jesús seguía allí, esperando. Desconozco si llegaron a hacerle el trasplante, y, en su caso, si el nuevo corazón le convirtió en un hombre distinto. Esto pasó hace veinte años, su recuerdo me ha quedado como ejemplo de una forma de estar en el mundo.

domingo, 1 de diciembre de 2024

La torre de Santa Ana

    La iglesia de Santa Ana no tiene nada de especial. En la información turística la despachan en dos líneas y el único gancho que ofrecen es la oportunidad de subir a la torre y divisar desde allí el casco antiguo y, al otro lado, la torre de Santa María, esta sí airosa basílica. Santa Ana es una mole inhóspita de formas cuadradas cuyo arquitecto tuvo entre ceja y ceja el propósito de que su obra perdurase; fea pero fiable, firmemente arraigada.
    A su pesar, la plaza empedrada que preside es bonita. A un lado está el río, con la represa que provoca el murmullo sempiterno del agua, y el puente con el arco que fue puerta de la villa. En frente dos hermosas casas palacio dignas de Florencia. En una de las fachadas dos relojes de sol. Junto al arco hay una cafetería con su terraza en la que paro a veces.
    De vez en cuando repican las campanas. No las de campanario sino unas más pequeñas colocadas en una precaria estructura de hierro sobre el hombro derecho de la iglesia. Contemplando el edificio me he reafirmado en mi impresión de pesadez pétrea en los muros y en los contrafuertes macizos, lo opuesto a la ligereza de una catedral gótica.
    Me ha llamado la atención otro detalle en lo alto de la torre. Allí, en la cúspide, hay una cruz de hierro forjado. Lo llamativo es que detrás y elevándose varios metros sobre ella apunta al cielo un pararrayos. Está algo torcido, como si se cerniera sobre la cruz. Qué paradoja, un pararrayos que protege la cruz. Un invento humano que resguarda el signo de la divinidad.

jueves, 28 de noviembre de 2024

Es un mundo de hombres

    Pues el otro día vi la posiblemente última adaptación al cine de Far from the Madding Crowd, dirigida por Thomas Vinterberg (otro Thomas) en 2015, y me quedé con una frase, sorprendente para la época, de la protagonista (Carey Mulligan en la película): Es difícil para una mujer definir sus sentimientos en un lenguaje que está hecho sobre todo por hombres para expresar los suyos.
    No es invención del guionista, estaba en la novela, que se publicó en 1874. Lo que me gusta de la frase es esa idea de que un idioma es el reflejo de la ideología dominante y el hecho de que es ahora, siglo y medio más tarde, cuando ha estallado el problema del género, las y los, en español. Problema que no se da, en esa cuestión, en inglés (ni en euskera) donde a friend (edo lagun bat) es tanto un amigo como una amiga, lo que da origen a otro problema: uno no sabe si se alude a un hombre o a una mujer (o a alguien de género fluido, etc).
    Esto me ha recordado a Sigrid Nunez y su última novela The Vulnerables. Imposible saber con solo el título si se refiere a los o las vulnerables, o a ambos. Mi impresión, una vez leído el libro, es que se inclina más hacia las mujeres, empezando por ella misma. Sin embargo para la traducción al castellano el título elegido ha sido Los vulnerables.
    Y no solo el lenguaje, claro, el mundo está hecho, sobre todo, para los hombres y Nunez, en esa novela, pone un ejemplo cotidiano: los grifos. Viene el fontanero, arregla un grifo y lo cierra con tanta fuerza que luego Sigrid, o su protagonista, no puede abrirlo y tiene que llamar al encargado del edificio. Lo que me recuerda —podríamos seguir hasta el infinito— una canción de James Brown It’s a Man’s Man’s Man’s World (Es un mundo de hombres). La letra es de Betty Jean Newsome, una mujer. En fin...

lunes, 25 de noviembre de 2024

Del ruido del mundo

    Un hilo suelto en mi vida (no me faltan, estoy deshilachado): hace muchos años compré la novela de Thomas Hardy Far from the Madding Crowd. Quería probarme con el inglés, pero nunca llegué ni a empezarla. Ahora mismo no sé dónde estará aquel libro, aunque creo que lo sigo teniendo.
    La traducción del título tiene su aquel: Lejos del mundanal ruido. Pones en el buscador mundanal ruido y te remite a esa novela inglesa. Fray Luis de León se removerá en su tumba, porque el que tradujo al español sacó la expresión de aquel poema suyo (que se daba en el colegio):

¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;

    Lo que yo no sabía era lo de la diéresis sobre la i de ruido. Al parecer se puede usar en poesía para forzar la lectura con hiato de vocales que ordinariamente forman diptongo (hiato, ni idea). Así, se pronuncia ru-ido, para rimar con ido y sido. Siempre me ha parecido un verso incongruente, por esa pronunciación anómala de ruido, por escribir “huye el mundanal” y no “huye del mundanal” (por métrica, supongo) y por la misma palabra mundanal que no había oído nunca. Más sencillo hubiera sido decir la del que huye del mundo enloquecido (y me estoy inspirando en el madding de Hardy, paradoja temporal).
    El caso es que el traductor recurrió a ese verso de Fray Luis de León porque Thomas Hardy había tomado a su vez el título de otro verso, de un poeta inglés llamado Thomas Gray, que decía: Far from the madding crowd's ignoble strife (Lejos del innoble batallar de la multitud frenética, más o menos). Es curioso que según algunos críticos Hardy estaba siendo irónico al elegir ese título, porque la novela es un torbellino de pasiones.

viernes, 22 de noviembre de 2024

Nadie lo sabe

    Acabo de beber un vaso de agua y me he dado cuenta de la maravilla que es tener una fuente en casa, me ha parecido un lujo asiático (asiático de Dubai City). A mi suegro, hace cien años, le mandaba su madre a por agua a la fuente. Y luego nos quejamos. Tenía pensado empezar de otra manera, empezar con la frase nadie sabe qué es el amor, pero se me ha cruzado lo del vaso. Así es la vida.
    El amor. Nadie sabe lo que es, o yo no lo sé y por eso me lo pregunto de vez en cuando. Antes de beberme el vaso de agua me rondaba una pregunta importante que quiero hacerte: ¿Sabes ya quién es esa persona a la que serás fiel y de la que cuidarás en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de tu vida? Si no lo sabes, te lo voy a decir: esa persona eres tú. Tú eres el amor de tu vida; y está bien, así debe ser, porque el otro amor yo no sé lo que es.
    Entiendo perfectamente la atracción física. O no la entiendo pero la conozco, vive conmigo. Dicen que hay seres asexuados, que no sienten esa atracción animal hacia algunos congéneres. Habrá, de todo tiene que haber, pero no es mi caso. La atracción física, un hecho contrastado. También entiendo la conexión digamos espiritual, que empieza cuando alguien te cae bien, te gusta su manera de ser, te alegras de que esté presente. Entonces, una cuestión decisiva antes de seguir. Atracción física, conexión espiritual, las dos a la vez —qué emoción—, espera, la cuestión: ¿son recíprocas? Si no lo son, olvídate de todo, sigue con tu vida, tómate un vaso de agua y acuérdate de que, en cualquier caso, nadie sabe qué es el amor.
    A veces, sin embargo, y esto es otra maravilla equiparable, si no mayor, a la de tener una fuente en casa, a veces la atracción física y la conexión espiritual se dan a la vez y en ambos sentidos y eso tiene que ser el amor, digo yo, a mí no me da para más. Este sencillo amor, que me deja más tranquilo, tiene una característica fundamental: es efímero, volátil, pasajero, caduco. No sé si lo he dejado claro. El otro, el amor incandescente y eterno, el amor por el que la gente se suicida, es un trastorno de la percepción. Ese amor nadie sabe lo que es, es algo nebuloso, inverosímil, es un quimérico polo norte al que no ha llegado ningún explorador.

martes, 19 de noviembre de 2024

Ojo con el odio

    Hace unos días leí una cita que, poco más o menos, decía: todos tenemos un algo escondido que si fuera público haría que todo el mundo nos odiase. La leí y no la apunté. Error, he olvidado quién lo dijo. Tengo un sospechoso: Rimbaud. Puede que fuera Rimbaud; aunque se hace raro, Rimbaud, tan joven. Más lógico sería que lo hubiese dicho Baudelaire. Digo Baudelaire porque también era francés y poeta y porque últimamente le estoy cogiendo respeto. Lo que no obsta para que no entienda su poesía (pero menos entiendo la de Rimbaud).
    La cita. Todos tenemos algo escondido que si fuera público haría que todo el mundo nos odiase. La frase desanima y anima a la vez. Desanima porque nos señala como culpables. Anima porque el mal es de muchos y yo soy tonto. No es que tenga claro cuál es mi algo escondido, pero perfecto, no soy. Ni nadie, hasta de la Madre Teresa he oído hablar mal.
    Antes se decía que los trapos sucios se lavan en casa. Ahora el péndulo se ha ido a la otra punta y se cumple a rajatabla lo que pronostica la cita: las cosas escondidas se descubren y los responsables son debidamente odiados. Eso es exactamente lo que pasa en esta época de señalamientos y linchamientos mediáticos.
    Lo de antes estaba mal, aquellas coladas caseras; lo de ahora no está bien del todo, por dos razones. La primera porque no siempre las cosas sucedieron como se cuentan o son directamente falsedades. La segunda porque el odio pesa demasiado y desequilibra la balanza. Claro que quién sabe dónde está el punto de equilibrio de esa balanza. No pongo ejemplos porque me odiaríais.

sábado, 16 de noviembre de 2024

Mejor así

    Volvemos en cuarenta segundos. Hay cambio de narrador. No sé quién era el otro. Sería sudamericano o mexicano, por esa palabra, mesada. En todo caso, ha hecho lo más difícil; arrancar con la historia; plantear un escenario, la Sorbona, y unos personajes, Akito Kamura, la bestia, y la ingenua Ilke, la bella holandesa atraída por el talento misterioso del Quasimodo nipón. Llegados a este punto, Akito se está viniendo arriba. Dentro sintonía, estamos en el aire.
    Akito le muestra a Elke el álbum de estampas eróticas. Esta se fija, curiosa; sorprendida por la no tan sutil maniobra; no se lo esperaba. Pero a Elke el amor físico le parece algo de lo más natural. Sospecha que en Holanda se folla más que en Japón, o, por lo menos, que las holandesas como ella follan bastante más que los japoneses como Akito. El torpe intento de hacerse el experto Casanova oriental le provoca una ternura carente por completo de impulsos libidinosos.
    Akito teoriza sobre el arte erótico japonés, y señala los rostros impasibles, los moños de los que despuntan agujas y cintas, los cuerpos envueltos en kimonos —serán kimonos— que se entreabren mostrando la unión carnal en toda su crudeza.
    Elke no sabe qué hacer, admira la mente de Akito, disfruta con sus saberes poliédricos, pero no se ve enzarzada en lo que sería una desigual e inarmónica coreografía sexual. Tampoco quiere herir su orgullo masculino. Peligro, no ve ninguno; le basta imaginar el encuentro sobre un tatami entre la atlética holandesa y el escuchimizado japonés, no habría color.
    Se acuerda entonces de su madre, en Amsterdam, de sus alusiones a unas supuestas armas de mujer. Siempre le había parecido un comentario machista; ahora intuye que se refería a situaciones como esta, a las habilidades necesarias para disuadir de forma inocua al samurai Akito, estimado compañero de estudios, erudito en artes varias, inseguro aprendiz de seductor.

    Nota: Este es un remake incruento del relato de Julio Ramón Ribeyro Al pie de la letra

miércoles, 13 de noviembre de 2024

Golpes en la puerta

    Tenía catorce años, era una noche cálida de verano y Martín volvía con dos amigos de las fiestas del pueblo vecino. Iban por el arcén, hablando de chicas y bromeando, cuando, en una curva, un coche se lo llevó por delante. Atropello con resultado de muerte, así lo reflejó el informe policial.
    Todo resultó muy confuso. El conductor dijo que el chico se había metido en la calzada y que no lo pudo esquivar. Los amigos, en estado de shock, no pudieron decir nada concluyente. Habían ingerido alcohol, tanto ellos como el conductor. Los padres no quisieron saber nada y pidieron que no hubiera autopsia. Nadie les iba a devolver ya a su hijo. Todo lo que quedó fue una vida truncada y un agujero negro en la familia que de año en año se fue haciendo más y más profundo.
    Martín tenía una hermana, María, que creció a la sombra de aquella desgracia. Con el tiempo se casó y formó su propia familia. En verano siguieron frecuentando el mismo pueblo y compraron una casa en un concejo a unos tres kilómetros del centro urbano. No era la carretera del accidente. Ahora, los abuelos ya no están y la hija mayor, que se llama Martina por el tío fallecido, va a cumplir los trece.
    No siempre la pueden acercar al pueblo para que esté con sus amigos. Muchos días va y viene en bicicleta. Ha pedido una moto para su cumpleaños. Pronto serán las fiestas y ya ha dicho que tiene que ir a la verbena. Cada mañana, su madre, María, revive el amanecer de aquel día, hace ya treinta años; el despertar brusco, los golpes repetidos en la puerta, la primera luz entrando por la ventana.

domingo, 10 de noviembre de 2024

La vida con sordina

    La vida con sordina, así es como parece que me llega a veces. Estoy hablando de sentimientos. Si hablar de normalidad es siempre aventurado, en el campo de las emociones lo es aún más. En lo que se refiere a la salud del cuerpo; aunque estemos, en principio, sanos siempre habrá pequeños ajes. No hay cuerpo sano del todo como no hay cutis perfecto. De modo análogo, nadie está bien del todo mentalmente. Los médicos curan algunos de nuestros males físicos, otros solo ayudan a sobrellevarlos. Por lógica, con los de la mente pasará lo mismo.
    En mi caso, no lo sé porque nunca he ido al psicólogo o al psiquiatra. La razón, sospecho, es que uno de mis problemas mentales es precisamente mi incapacidad de acudir a uno de esos especialistas. Por fortuna el otro problema que tengo atenúa el efecto negativo del primero. Ese otro problema es el de la sordina que decía al principio.
    También lo llamo ser tonto emocional. Siento como todo el mundo, claro, no soy un desalmado y de hecho en ciertas situaciones se me humedecen los ojos con facilidad, pero en otras todo es más light, más descafeinado. No sé si vale de ejemplo, pero me he acordado de cuando mi suegro se estaba muriendo en el hospital. Me conté las pulsaciones y eran unas sesenta, normalidad absoluta.
    Otro síntoma: sean cuales sean las circunstancias no pierdo el apetito. Aquí no pongo ejemplos porque no me gustan, me incomodan. Las emociones me llegan atenuadas y a veces no capto los sentimientos ajenos. Cosas que a mí me parecen sin importancia afectan mucho a otras personas y no me doy cuenta. O me doy cuenta tarde, y entonces lo siento de veras.

jueves, 7 de noviembre de 2024

El tiempo no existe

    El tiempo no existe, lo que existe es el movimiento, el cambio. El tiempo es una abstracción humana, probablemente anterior al mismo lenguaje, propiciada en origen por la sucesión de los días y las noches, por la alternancia de la luz y la oscuridad que se deriva, por supuesto, de un movimiento, la rotación de la Tierra. El tiempo es una abstracción muy bien traída, eso por descontado; una invención muy útil para organizarse y también para las cavilaciones de físicos y filósofos.
    Haciendo una frase podríamos decir que el tiempo es el mundo en movimiento. O, matizando, evitando el verbo ser: llamamos tiempo al mundo en movimiento. La prueba de que esto es así es que si no hubiera movimiento, si nada cambiara, si todo se parara por completo, el concepto tiempo carecería de sentido. No habría forma de distinguir un segundo del siguiente; aunque, en cualquier caso, no quedaría nadie para comprobarlo.
    Lo que nos desgasta no es el tiempo, sino el cambio, el movimiento; todos y cada uno de ellos, incluidos los peristálticos y los microscópicos; y lo que sea que hagan los electrones dentro del átomo. La vida es cambio y los seres humanos, desde siempre, hemos querido ralentizarlo, intentando que ese cambio no nos afecte. Tal vez por pura intuición, hemos buscado la inmovilidad como método de conservación; por ejemplo en el yoga o en la meditación budista. Pero la inmovilidad absoluta no es posible, por muy concentrados que estemos seguiremos respirando y este fatídico corazón nuestro no cesará de latir. Hasta que cese, claro.

lunes, 4 de noviembre de 2024

Novum verbum

    Todos somos egocéntricos, sospecho; no serlo implicaría padecer algún tipo de trastorno de personalidad. Lo prudente es serlo sin que se note demasiado. Una vez, una conocida, no diré amiga, nos mandó a todos sus contactos un correo electrónico con una foto de su padre que cumplía ochenta años y un texto laudatorio en el que expresaba su emocionada devoción filial. No sé los demás, pero mi reacción, diría que instintiva, fue pensar: esta debe de creer que los demás no tenemos padre. A mí por lo menos nunca se me ocurriría mandar a nadie algo así. A nadie que no fueran mis hermanos.
    Por ese motivo cuando repaso algo escrito procuro quitar todos los yo de los que se pueda prescindir. Una forma de eludir el yoísmo auto-descalificador es diluirse un tanto y utilizar la primera persona del plural. Tiene mucho sentido hacerlo porque un ser humano solo no puede nada, y decir nosotros es apelar a la solidaridad y a la comprensión de los demás, decirle al otro que no te crees mejor que nadie, buscar su complicidad.
    Utilizar el nosotros es una medida humidificadora, en el sentido de que alivia la sequedad del yo. Es broma, a medias; he omitido una ele. Quería decir humildificadora. La palabra no existe (no existía). Es una (humilde) propuesta que hacemos (guiño) para expresar esa idea de algo que ayuda a ser humilde, y que, de paso, por qué no, también refresca un poquito; algo humildificador.

    Nota: Novum verbum es "palabra nueva" en latín. Hace tiempo titulé otra entrada Novum sermo creyendo que significaba lo mismo. Ahora aprendo que no exactamente, al parecer sermo significa "discurso".

viernes, 1 de noviembre de 2024

Más Pessoa

    La literatura es la prueba de que la vida no es suficiente (o de que la vida no alcanza, en otra versión). La cita se atribuye a Fernando Pessoa. Pessoa, persona en portugués, el nombre perfecto para un escritor que fue tantos autores a la vez. No he encontrado donde lo dijo pero las dos testigos que lo aseguran, Rosa Montero y María Negroni, merecen toda mi credibilidad.
    La frase me gusta aunque cualquier desconfiado se sonreiría al oírla, claro, qué iba a decir Pessoa si se dedicaba a ello, a la literatura. Hay quien dice que vida y literatura son incompatibles, cada una excluiría a la otra. El mismo Pessoa afirmó algo en ese sentido: La vida perjudica a la expresión de la vida. Si viviese un gran amor, no podría contarlo; de lo que se deduce que, además de que Pessoa no había vivido aún ningún gran amor, la vida no solo no era suficiente, para él, sino que renunciaba a parte de ella en aras de la literatura.
    Otra cuestión es la premisa de la que se parte, esa insuficiencia de la vida. Siendo como es una impresión general —la de que la vida se nos queda corta— si lo piensas un poco no está tan claro. Una vida sin literatura parece perfectamente posible, de hecho es lo más habitual (como lo es una vida sin fútbol, por cierto).
    También es verdad que si no existiese la literatura habría que inventarla (el alma humana está urdida a base de contradicciones). Además, la vida es la que es, tal cual ha surgido en la naturaleza, decir que no es suficiente sería como querer enmendarle la plana al autor del diseño (si fuera posible identificarlo).

martes, 29 de octubre de 2024

El llanto (y 2)

    Me despierto en medio del sueño pero todavía metido en el papel; estoy triste, desanimado. Tengo que hacer un ejercicio de voluntad para convencerme de que no hay razón para sentirse mal. El escenario, pienso ahora, debía de ser el piso que alquilaron mis padres durante varios veranos. Ni mi hija mayor ni mi cuñado número dos estuvieron nunca allí. Mi madre hace unos años que murió. El chico desconocido se parecía a alguien con el que trabajé, un tipo listo y amable en el que sin embargo algo no encajaba.
    Me vuelvo a preguntar qué hay detrás de todo esto que me ha pasado en sueños, que he vivido de alguna forma. Hay un precedente, sí, lejano, de mi adolescencia. Ese recuerdo ha estado todo el rato flotando en el ambiente, en el subconsciente del sueño.
    Era verano, estábamos en aquel mismo piso y por algún examen, creo, estuve fuera un par de días. A la vuelta me enteré de que, en mi ausencia, habían hecho una chocolatada junto al río. Puede parecer idiota, es idiota, pero me dolió. Me hubiera gustado mucho estar allí, comprobar el espesor del chocolate, untar en él pan con mantequilla,, beber a sorbos el chocolate caliente, limpiarme la comisura de los labios. Pero no estuve. Nadie le dio ninguna importancia y nada dije, pero me dolió. Tantos años después lloro desconsolado en un sueño

sábado, 26 de octubre de 2024

El llanto (1)

    Los sueños también son cosas que nos pasan. Estamos en familia pero no sé bien donde. Están poniendo el mantel en una mesa minúscula. Vamos a estar muy apretados. Mi cuñado dice algo en su habitual tono pausado (mi cuñado número dos, diríamos). Ahora la mesa es grande y comento que es mejor así, aunque sobre mucho espacio. Pero vuelve a aparecer la mesa pequeña. Hay un chico que no conozco ayudando. Me siento un comparsa y les dejo a su aire.
    Pasa un rato, he estado entretenido y me doy cuenta de que ya son las tres. La casa está en silencio. Me extraña, nadie me ha avisado para comer. Voy a ver y están en la terraza. Intento salir, pero la puerta se abre hacia afuera y tropieza con una silla. Oigo sus voces y risas. En la silla que obstruye la puerta está sentada mi hija mayor a los catorce años. Le pregunto, por la rendija, si ya han comido y me lo confirma risueña. Nadie ha debido de echarme en falta.
    Voy a la cocina y me salen las lágrimas. Mi madre está secando y guardando los platos y me dice que no es para tanto. Me siento a la mesa de la cocina y me dejo llevar por el llanto. Lloro y razono a la vez. No acabo de entender por qué lloro tanto; no lloro nunca, o casi nunca. A la vez, me está sentando bien el desahogo, como si fuera algo que llevaba tiempo necesitando: Llorar también es un placer. Me siento triste y en paz a la vez. Me estoy compadeciendo de mí mismo.
    Así estoy, llorando a moco tendido, con los codos en la mesa y las manos abiertas sobre la cara. Pienso sobre lo que acaba de decirme mi madre, que no es para tanto, y la admiro por su serenidad y porque no se queja, aunque los alegres comensales le hayan dejado todo el trabajo. Por la puerta de la cocina asoma el chico desconocido. Al verme en pleno drama pone cara de circunstancias y se retira con disimulo. Me pregunto si todo esto quiere decir algo, si dice algo de mí, de mi vida, de mi pasado, de mi familia.

miércoles, 23 de octubre de 2024

Singular versus plural

    Individualidad. Para empezar, si se alude a lo particular, ¿por qué lleva dentro la palabra “dualidad”? Bueno, ahora ya lo sé, la individualidad es la cualidad de lo que no se puede dividir. Visto así, lo que no me acaba de convencer es que para afirmar algo haya que recurrir a una negación.
    Prefiero uno de sus sinónimos, singularidad (concerniente a la cualidad de uno). Singular suena mejor que individuo. De todas formas, por muy singulares que seamos, por mucho que defendamos nuestra individualidad, lo somos solo en un grado muy relativo. Es una cuestión de estadística.
    En un cálculo rápido: Somos ocho mil millones de seres humanos y por cada uno de nosotros —esto lo leí hace tiempo— antes han vivido otros seis o siete congéneres: en total somos y hemos sido unos sesenta mil millones de individuos. Cada uno distinto de los demás, singular; sí, claro, pero ¿cuánto de diferente? Cuando a uno de nosotros se le ocurre una idea, ¿qué posibilidades hay de que esta sea completamente original? ¿Hay tantas ideas distintas para repartir?
    Vivimos en sociedad, en continuo intercambio con los demás. La verdad pura y dura es que todo lo que pensamos es un eco de lo que piensa la especie. De todas las palabras en las que nos apoyamos ni una sola es de nuestra autoría. Mis neuronas se limitan a batir como una túrmix lo que entra en mi cerebro por mediación de mis cinco inseguros sentidos y a producir un puré más o menos grumoso. Si sale rico, ¿es mérito mío o es una cuestión de azar?

domingo, 20 de octubre de 2024

Pasar o ganar el tiempo

    Hay gente que dedica su tiempo libre a observar las estrellas. Un interés legítimo, sin duda, y muy romántico —se me antoja— si se hace en verano, al aire libre y con el cómplice adecuado. A otros les van los trenes, la montaña, el ajedrez o el ganchillo. Vamos, que hay de todo.
    Por ejemplo, hace no mucho encontré en internet un podcast que desde el 2014 ha dedicado, de momento, 190 episodios de en torno a una hora de duración a los Monkees, el grupo de los sesenta que empezó siendo ficticio en un programa de televisión y luego desarrolló una estimable carrera como grupo musical de los de verdad (o casi). La razón de haberme topado con este podcast ha sido que el nombre del podcast es Zilch, el mismo que el del oscuro grupo cuya canción Cool, Cool Corduroy Culottes recordé en este blog. Por cierto que desde entonces alguien ha colgado en Youtube (https://www.youtube.com/watch?v=fIAmdxW8lPU) una grabación del grupo (Zilch) interpretando esa canción.
    Tener un hobby, una afición, es lo normal; pensándolo un poco, en realidad es inevitable. A no ser que sobrevivir te lleve todo el día todos los días, algo que por suerte y para mi vergüenza, no es mi caso. Es mi vergüenza porque siendo un privilegiado hago poco por los que no lo son. Ya está, lo he dicho.

jueves, 17 de octubre de 2024

Desasosiego revisitado

    La palabra es desasosiego, y esta es la definición para un futuro e improbable libro de aforismos: Desasosiego, febrícula de la ansiedad. Una punzada de desasosiego sentí al escuchar que detrás de mi texto del 11 de octubre se adivinaba un espíritu matemático. Agradezco el comentario. Lo tengo, ese espíritu, y cierta inclinación hacia los números. Me parece que la punzada involuntaria se debió a la creencia, tan extendida, de que las matemáticas están reñidas con la literatura, algo que sin embargo no tiene ninguna base científica (guiño).
    Podría haber dicho desazón o inquietud pero la sombra de Pessoa, como la del ciprés, es alargada. Leí, hace años, su “Libro del desasosiego” y no me enteré de mucho. Hace unos días, aprovechando la misteriosa reaparición en casa de aquel ejemplar, que había perdido de vista, empecé a leerlo de nuevo. Lo primero que me ha llamado la atención —hablando de espíritus matemáticos— ha sido el nombre del traductor: Perfecto E. Cuadrado. Así aparece, con una E en el medio, para despistar. Perfecto Cuadrado, no se puede mejorar, o empeorar.
    Recordaba bien el subtítulo, que me encanta: Autobiografía sin acontecimientos. Muy al comienzo del libro, se lee esta subrayable observación: La inconsciencia es el fundamento de la vida. El corazón, si pudiera pensar, se pararía. Unas páginas más adelante —y ya estoy llegando adonde quería ir— he encontrado unas líneas idóneas para un aprendiz de escritor. Hay que tener en cuenta que Pessoa apenas publicó en vida, que escribía porque sí.
    En esas líneas se sitúa, pluma en mano, en su piso de la Rua Dos Douradores, en el centro de Lisboa, y confiesa: Siento en mi persona una fuerza religiosa, una especie de oración, un símil de clamor. Me apunto a este sentimiento, esa es la actitud; pero esto es solo el preámbulo. A continuación evoca así, entre signos de admiración, los superpoderes de la escritura: ¡Yo aquí, en este cuarto piso, interpelando a la vida!, ¡diciendo lo que las almas sienten!, ¡haciendo prosa como los genios y los célebres! ¡Yo, aquí, así…!

lunes, 14 de octubre de 2024

Entre mamíferos

    ¿Cuál es el único mamífero que vuela? Tú si que estás hecho un mamífero, el encuestador, el que pregunta, el que se divierte abordando a la gente por sorpresa buscando una respuesta disparatada. A veces la consigue.
    Le ha hecho la pregunta a bocajarro a una chica joven, una chica de pelo rizado tirando a rubio, cara ovalada, ojos claros y aire inocente. La réplica ha llegado rauda, apenas medio segundo de vacilación: la ballena, el único mamífero que vuela es la ballena. Sí, es cierto, o no sé si el único pero desde luego todos hemos visto una ballena volando en el desfile de las fiestas por la Gran Vía, si no en persona en la tele o en la prensa. Grande, la ballena, en los dos sentidos.
    Luego está el murciélago, ese repelente ratón volador, mejor lo descartamos, además ya tiene su propia pregunta del trivial: ¿Qué animal lleva las cinco vocales en su nombre? El murciélago, carajo.
    Por qué habrá dicho la chica que la ballena. Igual ha sido por la rima asonante, vuela la ballena, o por cualquier otra causa: por puro azoramiento ante la cámara, por reacción defensiva, por incapacidad congénita para decir “no sé”, por atolondramiento, porque ha habido un cruce de conexiones neuronales y ha confundido dos cosas que los mamíferos no solemos hacer, volar y habitar los mares como Moby Dick o, quien sabe, igual lo ha dicho porque es más lista que el preguntón.

viernes, 11 de octubre de 2024

Aún diría más

    Milena Busquets dice que todos dejamos una obra completa. Por una no-casualidad, estos días estaba pensando algo que, de algún modo, tiene que ver con eso. Digo no-casualidad porque soy más partidario de la estadística y de las probabilidades; pero, bueno, quien sabe. Pensaba sobre triunfar o fracasar en la vida. Hasta ahora estaba bastante convencido de que mi vida ha sido, o está siendo para ser rigurosos, un fracaso. Un fracaso regular, un fracaso homologable, un fracaso en toda regla. Lo digo sin traumas, sin sentirme por ello especialmente desdichado. Fracasar sería, más o menos, lo normal. Porque así es la vida, un viaje hacia la nada, como he leído hace poco.
    Pero últimamente me estaba entrando la duda. Fracasar, no puede ser, tanto fracaso, igual es que había un error de concepto por mi parte. Así, le he empezado a dar la vuelta al tema del fracaso y lo estoy convirtiendo en un éxito. Sabiendo —recordatorio— que ambos, éxito y fracaso, son dos impostores, como aclaró Rudyard Kipling. Pero sí, un éxito, bien pensado vivir es un éxito.
    Para empezar, cada uno de nosotros somos la punta de lanza de la evolución, los Lamborghini de los homínidos. La vida es un milagro y los seres vivos somos afortunados ganadores de la lotería galáctica. Luego puedes salir más o menos chapucero, pero estar vivo y hacer todo, o parte, de lo que enumera Busquets no deja de ser un éxito. Si ella apuesta a que dejamos una obra completa, por mi parte lo veo y subo a que además todas las vidas son un éxito.

martes, 8 de octubre de 2024

Alto en el camino

    Al parecer hay unos 600 millones de blogs en internet. Iba a poner en el mundo pero me ha parecido un marco impreciso. Esto que lees es un blog, claro, pero uno que se sale de la norma: uno raro, me temo. Salirse de la norma no es ni bueno ni malo. Este blog es raro, sobre todo, por lo mucho que está durando.
    La primera entrada data del 2 de febrero de 2007. Desde entonces he publicado, atención al dato, 1516 textos. Hace dos meses, cuando llegué a los 1500, estuve tentado de decir algo y al final no lo hice. Lo hago ahora, tarde y mal, como siempre. Es broma, aunque tarde y mal andamos casi todos; es mucho más humano que hacerlo a tiempo y bien.
    Este blog también es raro por otras razones. No tiene publicidad, ni ninguna aspiración de tipo económico. Tampoco, aunque se puedan hacer, tiene comentarios. Es un blog asocial, en la línea del autor, supongo. Tuvo algunos pero ya va a hacer cinco años que nadie pica y comenta algo. Eso me deja en la soledad del corredor de fondo, que sigue un poco por inercia; porque cree que hacer algo es mejor que no hacer nada.
    Aquí intento pasarlo bien, expresar la perplejidad de estar vivo, contar las cosas que me llaman la atención o que me emocionan. Entremedias, sin que sea mi objetivo, inevitablemente, se van colando retazos de mi vida; que es por otra parte la única de la que puedo decir algo. No sé si debo disculparme por ello o reivindicarlo. Sea como sea, gracias por acompañarme.

sábado, 5 de octubre de 2024

Aprendo otra palabra

    Conocía la palabra “garrulo”. Como cualquiera, me parece. No es que sea muy utilizada pero no es rara para el hablante medio. Significa bruto, rústico, zafio. Me sorprendió enterarme de que su ,en apariencia, versión inglesa, garrulous, significa algo completamente distinto. Significa "charlatán" y se aplica al que habla mucho y dice bobadas.
    Misterios de las lenguas, me decía. Sería un caso más de ese fenómeno conocido como “falsos amigos”. Ejemplo: exit en inglés no es “éxito”, sino “salida” (como aprendemos visitando aeropuertos). Ahora me entero de que “garrulo” es una cosa y “gárrulo” otra. Esta palabra no la había oído nunca, o la había oído pero no estaba atento. U obviaba lo desconocido, como hacemos habitualmente para simplificarnos la vida.
    “Gárrulo” en castellano (en su segunda acepción) sí que significa lo mismo que su amigo inglés garrulous. Su amigo verdadero en este caso. La primera acepción se refiere al canto de las aves (que canta gorjea o chirría mucho) y tiene aún una tercera acepción que se aplica a una cosa que hace ruido continuado, como el viento o un arroyo.
    Gárrulo, que raro se me hacía y ya le voy cogiendo el pulso. No seas gárrulo, hay que decirle al que no calla. Mira que eres garrulo, al que suelta una ordinariez. En fin, resulta que el término “gárrulo” tiene su pedigrí; viene del latín. En cambio “garrulo” no tiene ni padre ni madre, apareció en el diccionario en 2001, una palabra del pueblo y para el pueblo..

miércoles, 2 de octubre de 2024

We Believe

    Se ha parado el reloj de la cocina, no era la pila. No ha llegado al año, aún así demasiado ha durado para lo que costó. El nuevo tampoco ha pasado de los doce euros, a ver como resulta. Quartz, se puede leer en él. Pero quiero comentar lo que pone en la bolsa en la que venía. Es algo así: nosotros creemos que la felicidad está en las pequeñas cosas. Esa sería la traducción aproximada porque, debido a razones de marketing o de tontería autóctona, el mensaje está impreso en inglés: we believe that happiness is in the little things.
    Ver esa frase en una bolsa de la compra me sorprende. No el mensaje en sí, que es ya casi un lugar común —me temo que yo mismo lo he dicho más de una vez—, sino que incluya ese “nosotros”. ¿A quiénes se refiere? Entiendo que a una empresa, la que fabrica los relojes o la que fabrica las bolsas, o al comercio donde las utilizan. Me faltan datos para precisar más.
    Fuera como fuese, alguien ha considerado oportuno reivindicar que ellos creen que la felicidad está en las pequeñas cosas. Todos están de acuerdo: nosotros creemos, subraya el mensaje, we believe, que parece que es la declaración de independencia. Está bien, todos lo creemos, más o menos, pero puesto ahí me parece de una pomposidad nada acorde con esas entrañables pequeñas cosas, sean estas las que sean. 

domingo, 29 de septiembre de 2024

Recreación de un mito (y2)

    Bueno, bien, hablar sin saber, decía. Pensaba en Sísifo y la pereza de enterarme bien de quién era. Era, es; a un personaje ficticio, como Sísifo, le da igual el paso del tiempo, no es alguien al que se pueda fechar como quien clava una mariposa en un mariposario (mariposario, propuesta a la academia; Cercas, toma nota, plis).
    Sísifo —me remito a mis hechos— se pasaba el día empujando cuesta arriba una piedra redonda. Importante: redonda; si no, no hay mito que valga; la piedra ha de ser redonda, más o menos, para poder llevarla dando vueltas cuesta arriba. Al llegar a la cumbre y soltar la piedra —solo un instante para quitarse el sudor— esta, la piedra, rodaba de vuelta al punto de origen, allá abajo al pie de la cuesta de las narices (horario infantil).
    Ese es el mito, la jugada de que Sísifo se ponga a su tarea cada día y no espabile nunca. Sísifo, criatura, la próxima vez cógete una buena cuña de madera de roble (valdrá una de roble, ¿no?) y cuando tengas la piedra arriba desliza la cuña con elegancia para que encaje debajo y la piedra, el pedrusco, el piedrón, quede ahí, bien quieta, y tú pegues un alarido y les hagas un corte de mangas a esos castrones, los dioses del Olimpo.

jueves, 26 de septiembre de 2024

Recreación de un mito (1)

    Hablar sin saber, es el sino del ser humano. Si estás esperando a saber para hablar, callarás para siempre. A eso me dedico, a escribir sin saber. Hablar, escribir; no sé qué es peor. Las palabras habladas se las lleva el viento; qué poético el viento. Con un poco de suerte el viento lleva tus palabras hasta los oídos de tu amada. Con otro poco de suerte tu amor es correspondido. Pon otra pizca más y la que te corresponde es, entre todas las mujeres, justo esa, tu amada. Si se da tamaña alineación de los astros, se encienden todas las luces y alguien (tú) canta bingo. Fin de la ensoñación.
    Las palabras habladas se disipan en el aire, haga o no haga viento. Las palabras escritas permanecen. Fin prematuro de esta segunda ensoñación. Las palabras escritas están ahí esperando que alguien las lea. Y son tozudas, no se desaniman. A veces mueren vírgenes, sin que nadie pase la mirada sobre ellas. Porque, igual no lo he dejado claro, las palabras escritas permanecen durante cierto tiempo y luego también desaparecen, como todo.

lunes, 23 de septiembre de 2024

Ensuciar

    Últimamente no hay terreno industrial liberado en el que no se encuentre lindane ni pabellón o edificio a derribar que no lleve fibra de amianto; por no hablar de los residuos radioactivos de una central nuclear. Antes, la política medioambiental se resumía en la sabiduría popular del refrán lo que no mata engorda. Acierta, porque no niega la posibilidad de que mate; ahora, si no mata…
    Hoy, se supone que hay procedimientos para limpiar un terreno o cualquier cosa (difícil lo veo) aunque más bien me da la impresión de que se priman las soluciones sencillas como esconder la basura debajo de la alfombra o con suerte en contenedores de hormigón de tres metros de grosor, que no deja de ser una manera grosera (juego de palabras) de posponer el problema.
    Dice uno de esos líderes populistas —que por desgracia empiezan a abundar— a cuenta de una fábrica: contamina el río, ¿y qué? Lo digo aquí totalmente fuera de contexto, lo mismo tiene toda la razón, pero leído así, como comentario suelto, me ha hecho gracia (reír por no llorar).
    Contaminar el río nunca es una buena noticia. El problema es que hasta hace poco no se le daba ninguna importancia. Todo lo más había que andar con cierto cuidado. En las películas de vaqueros aprendimos que al acampar junto a un río había que abrevar al ganado y a los caballos río abajo. Se contaminaba igual pero los afectados eran otros. Los animales tenían que hacer sus necesidades, y los humanos también. Dicho de otra forma: necesitamos ensuciar y ensuciamos, va en el paquete con la vida. Ahora nos apuramos; cuando la mierda nos llega al cuello, a buenas horas.

viernes, 20 de septiembre de 2024

Razones para no leer a Alice Munro

    Los portugueses tienen un lío con los apellidos. O tenían. Aunque el que se trasmite es el paterno, es el materno el que va por delante. Por ejemplo; Pessoa, el escritor, se llamaba Fernando António Nogueira Pessoa. Me he acordado de esto pensando en Alice Munro, la escritora canadiense.
    Aunque Munro suena lo suficientemente escocés no era su apellido de nacimiento sino el de su primer marido. Luego se divorció y se volvió a casar pero ya no cambió de apellido, menos mal. El apellido original era Laidlaw y la familia provenía de Escocia, por eso decía lo de escocés.
    Esto tiene que ver con la literatura porque en su libro The View from Castle Rock (La vista desde Castle Rock, qué título mas bonito) cuenta la historia del salto de los Laidlaw de la campiña escocesa a la provincia de Ontario, en Canadá. La historia de una emigración, por cierto. Es un buen libro, como todos los suyos que he leído; Alice Munro no sabía escribir mal.
    Pensando en su caso; en la reacción tibia, como poco, que al parecer tuvo ante los abusos por parte de su segundo marido a una de las hijas del primero, se comprende que pueda haber rechazo hacia su obra. Supongo que la hija abusada, desde luego, no tendría ninguna gana de leer nada suyo. Pero esa aversión se hace menos lógica cuanto más nos alejemos de la persona “Alice Munro”; cuando esta pasa a ser un ser humano imperfecto como cualquier otro.
    Por mi parte, la conocí mayor (conocí su obra, se entiende). Me había hecho la idea de una señora comedida, un tanto antigua. Me equivocaba, no se corta un pelo escribiendo. Ahora sale esa historia oscura de abusos. Si había alguien capaz de contarlo era precisamente ella; de hecho, abundan en su obra situaciones no muy distintas relatadas con maestría.
    Los escritores suelen decir que una vez que un libro está impreso es como un hijo que se ha independizado. Estoy de acuerdo, el libro se convierte en un ente autónomo al que hay que juzgar por lo que es, no por lo que haya hecho su madre antes, durante o después de escribirlo. En definitiva, que no se me ocurre ninguna razón para no leer a Alice Munro.

martes, 17 de septiembre de 2024

Reciclaje

    La manera más natural de empezar a contar algo es diciendo “una vez”. Es una forma adverbial, creo; estoy especulando, no hice filología hispánica (y si lo hubiera estudiado seguramente no me acordaría). Vale, bien, pues una vez estaba, por circunstancias que no vienen al caso, en un pueblo pequeño y pintoresco y tras despachar lo que llevaba en la mochila quise deshacerme de los residuos que había generado.
    No había papeleras de ningún tipo a la vista y tras una ronda por los alrededores encontré una zona acotada con los distintos contenedores. Mi corazón se regocijó. Bien, me dije, esto es un pueblo modélico, cuidado, limpio. Cuando me acerqué para repartir mi humilde basura; orgánicos, plásticos, papel, cada cosa en su sitio; comprobé que los contenedores estaban herméticamente cerrados. Se conoce que cada vecino tenía su tarjeta para utilizarlos. No había nadie en los alrededores, así que dejé mi bolsa con la basura allí mismo, sobre uno de los contenedores, bien a la vista. Uno lo intenta, modestamente.
    Que yo sepa hay cuatro tipos de basura (a efectos del reciclaje): orgánica, papel o cartón, plástico y resto. Pero siempre tengo dudas. No acabo de entender que los briks sean plástico y no cartón. Y bueno, me estaba olvidando del vidrio. Tema vidrioso este de la basura. Por cierto, los botes de mermelada, de cristal, vale, ¿y la tapa? Va con el frasco o hay que tirarla aparte. Y aparte, ¿dónde?
    Otra duda, el otro día me tomé un café de máquina y después de revolver el azúcar me quedé con el palito (de madera) en la mano dudando. Había tres papeleras; azul, amarilla y otra, igual era negra, ahora mismo no sabría decirlo. Desde fuera no se veía qué había dentro y además no tengo ni idea de donde va la madera. ¿Dónde se tira el palito?

sábado, 14 de septiembre de 2024

Formas de levantarse

    No sé de cuantas formas distintas puede uno levantarse de la cama. De una sola, sería la respuesta de la persona cabal; uno se levanta y ya está. Vale, sí, de acuerdo, pero siempre hay matices. Si hay que ir a trabajar o hacer algo a hora fija te levantas cuando suena el despertador; o un poco antes, por ese curioso mecanismo interno que tenemos que nos hace despertarnos justo en ese momento. Así nos hemos levantado siempre los cumplidores.
    Si no hay una obligación concreta la cosa cambia. Lo primero que hay que hacer es despertarse, salvo casos de sonambulismo y que yo sepa nunca me ha pasado. Así que te despiertas; pero no de golpe, sino poco a poco. Te das cuenta de que te estás despertando pero a la vez sigues dentro de un sueño. En esos momentos, sucede a menudo que no sabes donde estás ni en el espacio ni en el tiempo. Confundes la habitación con otras en las que has dormido y dudas del día y de la hora. Con un esfuerzo mental considerable, vas saliendo del sueño y te sitúas en la siempre cruda realidad. Llegados a este punto, cuando ya eres dueño de todo el sentido común, poco o mucho, del que dispongas, lo habitual es repasar las perspectivas del día y hacer memoria por si tienes algo pendiente. Luego vas y te levantas.
    Pero quería comentar algo que me pasa de vez en cuando. Me pasa a mí y por fuerza le tiene que pasar a otros; puede que a ti también. Es cuando estoy ya despierto del todo, consciente, sabiendo quién soy y donde estoy (dentro de lo que cabe), tumbado boca arriba o de lado, y pienso, bueno, me puedo quedar un rato así, relajado, pensando en cosas agradables, y así lo hago y me voy poco a poco perdiendo en pensamientos erráticos. Y de pronto, como si mi cuerpo tuviera conectado un piloto automático, aparto la sábana y la colcha, me incorporo y me encuentro sentado al borde de la cama tanteando con los pies en busca de las zapatillas. Cada vez que pasa me pregunto cómo me he podido levantar sin que mi cerebro haya dado la orden, por así decirlo. Supongo que es el subconsciente, que decide que ya está bien de pensar en las musarañas.

miércoles, 11 de septiembre de 2024

Carpintero

    No conocí a mi abuelo materno. Murió antes de que mis padres se casaran. Poco sé de él, que se llamaba Vicente y que era carpintero. Mi madre no contaba nada, a mi padre le oí un par de veces decir que era muy religioso, que daba un poco de miedo por su seriedad. Tampoco sé de qué murió. Creo que sufría de úlcera de estómago y que como remedio solía beber leche.
    Tampoco le había visto nunca en fotografía. Como es lógico no estaba en la foto de grupo a la salida de la iglesia de la boda de mis padres. Un enigma total mi abuelo Vicente. Hasta que hace unos años no sé de donde apareció una foto de estudio de los años treinta, lo deduzco por las edades de los niños. En ella están mis abuelos y sus cinco hijos (nosotros también eramos cinco). Mi madre, que era la cuarta, tendría unos siete años y la foto tiene la peculiaridad de estar en parte coloreada a mano. El detalle más llamativo son los zapatos rojos de mi madre, una niña preciosa por otra parte y no es pasión de hijo.
    Mi abuelo Vicente, un vacío en el cuadro familiar. La idea a la que me he acogido desde siempre es al hecho de que fuera carpintero. Qué más dará, se podría decir, pero a mí me ha valido. Carpintero, como San José; como el mismo Jesús, y en esto no había caído, porque Jesucristo no salió del pueblo hasta que cumplió los treinta años y hasta entonces qué otra cosa pudo hacer excepto trabajar en la carpintería de su padre (su padre, porque ese papel cumplió, disquisiciones teológicas al margen).
    Carpintero, un oficio noble, artesanal. Trabajar la madera, fabricar sillas, mesas, camas, estanterías, obras de arte cotidianas. Uno de sus hijos, otro de los niños en la foto citada, también fue carpintero y yo, de niño, sabía donde tenía el taller, en los bajos de una casa antigua, a la salida del pueblo, pero nunca estuve dentro. Allí también debió de trabajar su hijo, mi primo, tercera generación de carpinteros.
    Cuando he visitado alguna carpintería, cuanto más antigua mejor, me he acordado de mi abuelo. Había una en especial en una calle empedrada del casco antiguo, el portón de entrada abierto y el taller con luz natural, las partículas suspendidas en el aire, el olor a serrín y madera, el banco de trabajo y las herramientas, las piezas a medio hacer. De ahí también vengo yo, pensaba.

domingo, 8 de septiembre de 2024

Proyectos vitales

    El problema básico de la vida es cómo ocupar el tiempo. Otra forma de decirlo: el problema básico de la vida es mantener a raya el nivel de ansiedad. Se infiere que estar entretenido contribuye a disminuir la zozobra existencial. Esto tiene una denominación (me han venido ahora las palabras): Terapia ocupacional.
    Hay gente que en la búsqueda, consciente o no, de este objetivo se dedica a grandes empresas científicas o humanitarias; bien por ellos. Otros intentamos portarnos bien y disfrutar con lo que tenemos a mano. No es gran cosa pero tampoco está tan mal; además, es importante no culpabilizarse.
    Entre todas las posibles, hay una “empresa” a la que se han dedicado y se dedican muchos. Los casos que conozco son masculinos, no sé si esto es representativo o puro azar. La tarea, no tardaré en aclararla, es una que viene de la noche de los tiempos, que acompaña a la humanidad desde los albores de la civilización. Lo diré, me refiero a la necesidad humana de tener un techo bajo el que cobijarse, al afán de construir, con ese propósito, con las propias manos, una casa, un refugio para la familia.
    Aunque la mayoría se conforma, o no le queda otro remedio, con las casas construidas por otros, hay algunos que, tal vez debido a algún gen recesivo, se embarcan en la tarea titánica de edificar su propio hogar. Unos pocos lo hacen de manera literal, ladrillo a ladrillo; son casos extremos que corresponderían a algún tipo de trastorno con nombre clínico, en cualquier caso un síndrome relativamente inofensivo.
    Pero aún dejando lo gordo del esfuerzo físico a abnegados profesionales de los distintos gremios, el hombre (o la mujer) al que me refiero dedicará horas, días, años a la culminación de su proyecto, cosa que en muchas ocasiones nunca llega a suceder, esa dedicación se convierte en su coartada de vida, dando la razón de paso a Baudelaire: Trabajar es menos aburrido que divertirse.
    Por otra parte, no sé si es casualidad, creo que no, pero en los casos que he conocido los afectados por este síndrome han sido, o son, magníficas personas; ejemplos a seguir en tantas cosas...

jueves, 5 de septiembre de 2024

Multiplicando

    Escucha las dos voces que te susurran al oído, por un lado la voz de Dios, admonitoria, diciendo multiplicaos; por el otro Bart Simpson, subversivo, espetando: multiplícate por cero. Dos voces de ficción, con todo el respeto para Dios, sea lo que sea que significa la palabra, y para Matt Groening, nombre bajo el que me atrevo a suponer se encuentra un ser humano de carne y hueso, de momento, o sea como tú y como yo.
    El Dios de la Biblia es una figura literaria, un mito religioso, elaborado a lo largo de milenios, que quiere representar a la divinidad. En la cuestión de fondo no puedo entrar porque no tengo ni idea (y además lo que pueda decir es irrelevante). Hace años se decía que las palabras de Dios fueron exactamente creced y multiplicaos, y así las aprendimos. Claro que hace tanto tiempo de eso que es normal que las cosas hayan cambiado.
    Nuevo inciso, el hecho de poner palabras concretas en la boca de Dios ya nos hace sospechar de la veracidad del personaje (una duda que es independiente, insisto, de que exista o no en realidad). ¿Por qué había de decir nada Dios? Antes ponían en sus labios esas palabras: Creced y multiplicaos, dichas en otro idioma, el que fuera. Ahora la versión oficial, la última que conozco al menos, lo que dice es sed fecundos y multiplicaos; que es redundante, por cierto, porque si has demostrado que eres fecundo es que te has multiplicado, al menos por uno, digo yo.
    Pero llega el descreído de Bart Simpson, por otra parte un botarate digno de su padre, y te dice que te multipliques por cero, o sea, que no te multipliques, que desaparezcas. Para decirlo todo—disclaimer— Bart Simpson dice otra cosa en el original, dice “Eat my shorts” literalmente “come mis pantalones cortos”; que, como se puede apreciar, no tiene ninguna gracia. El director de doblaje, Carlos Revilla, fue quien, al parecer, lo sustituyó por el genial multiplícate por cero. El citado Matt Groening no tiene, en este caso, nada que ver (he dicho su nombre en vano); así se escribe la historia.
    Ilustración musical. En 1961 Bobby Darin compuso Multiplication, tema que cantaba en la película “Cuando llegue septiembre”. Hubo multitud de versiones en castellano, entre ellas la más conseguida es “Multiplicando” del grupo mexicano Los Salvajes (aquí se llamaron Los Salvajes del Twist). La grabaron aquel mismo año 1961 y sorprende que la censura, afortunadamente, no pusiera ninguna pega a la letra.
    https://www.youtube.com/watch?v=qWs64wy2wGA

lunes, 2 de septiembre de 2024

Ambivalencia

    Esta es una lonja amplia que antes era una tienda de colchones y recientemente ha cambiado a bazar de mil artículos de esos que uno se pregunta para qué los querría nadie. Los ventanales que dejaban ver desde la calle la exposición de somieres y artículos relacionados ahora están cubiertos de arriba a abajo por estanterías abarrotadas de cachivaches que, por lo que se ve, se ofrecen siempre rebajados.
    Estos ventanales tienen una repisa exterior bastante apropósito para sentarse, y teniendo en cuenta que la parada del autobús está justo al lado era habitual ver allí gente apalancada. Los nuevos dueños (o arrendatarios) no ven bien que haya nadie que estorbe la vista de los productos exhibidos y han decidido poner carteles en las cristaleras. Y este es el mensaje impreso:
    Prohibido sentarse aquí por favor.
    Las negritas son suyas, las cursivas mías. Maravilloso letrero que tanto dice sobre la condición humana. No quieren que nadie se siente para que el paseante pueda ver en su supuesta plenitud el prolijo contenido de los anaqueles, por eso el primer impulso es el de enfurruñarse y prohibir; es mi tienda y puedo prohibir y prohíbo, punto. Pero, claro, hay, por lo menos, dos factores a tener en cuenta. Primero, que prohibir está feo, es antipático. Segundo, que no está claro que el que ha puesto el cartel tenga el derecho de impedir que nadie se siente ahí, en el reborde del ventanal, que no deja de ser parte de la vía pública.
    Por eso, en un “segundo pensamiento”, ha añadido ese por favor, ya sin negritas, como hablando más bajito, queriendo rebajar la tensión, como si se hubiera arrepentido del exabrupto y quisiera desactivarlo antes de que explote en forma de reacción airada del público, que siempre es soberano y también posible comprador.

viernes, 30 de agosto de 2024

El pasado es... (y2)

    Pero bueno, ¿qué es lo que escribió Turguénev exactamente? Tenemos la respuesta. Lo que escribió Iván Serguéievich Turguénev fue esto (con perdón): кто старое помянет, тому глаз вон que traducido por Google significaría quien recuerde lo viejo, cuidado (de lo que deduzco que no debemos fiarnos demasiado de las traducciones de Google). Perseverando, he visto que un tal Sergey Strakhov, interpreta así la frase en inglés: Let bygones be bygones (deja lo pasado en el pasado, o en castizo lo pasado pasado está). No deja de ser otro intento, el cuarto para nosotros, de dar sentido a la ya, para estas alturas, enigmática frase original en ruso.
    He dejado para el final la que creo es la respuesta definitiva a este pequeño enigma. La he encontrado en el prólogo de una edición inglesa de The Gulag Archipelago (prólogo que no aparece en la edición en español que he consultado). El autor y premio Nobel Aleksandr Solzhenitsyn afirma allí que esa frase puesta en boca de Karatáiev es en realidad un proverbio ruso, que traducido al inglés dice: Dwell on the past and you’ll lose an eye (vive en el pasado y perderás un ojo). Como se ve, tanto a los Womack en español, como los Hepburn y Mrs Garnett en inglés no les pareció del todo inteligible una traducción fiel al original y, en su ánimo por trasladar la idea más que las palabras literales, optaron en cada caso por su propia adaptación.
    Pero eso no es todo, a continuación, Solzhenitsyn advierte que el proverbio tiene una segunda parte: forget the past and you’ill lose both eyes (olvida el pasado y perderás ambos ojos). Como se ve, Karatáiev (o Turguénev) se quedó a medias, no terminó el proverbio, lo dejó en el aire convencido de que los lectores rusos lo completarían en su cabeza. A los que no tuvo en cuenta fue a los futuros lectores de su narración en otros idiomas. Para ellos, aquella primera parte de un proverbio ruso no haría sonar ninguna campanilla. Y colorín colorado, este ha sido un episodio más de la azarosa e interminable historia de la traducción literaria.

martes, 27 de agosto de 2024

El pasado es... (1)

    Me he llevado una sorpresa mayúscula leyendo Del álbum de un cazador, el primer libro de Iván Turguénev. publicado en 1852. Al final de una de las historias se pone en boca de un tal Karatáiev, esta frase: El pasado es un país extranjero, no debería visitarse…
    No puede ser, me he dicho, no puede ser que Turguénev escribiera esto un siglo antes de que LP Hartley comenzara su novela The Go-Between, de 1953 (adaptada al cine por Joseph Losey en 1971 con el título, en castellano, de El mensajero), comenzara, digo, con la misma frase: The past is a foreign country; they do things differently there (el pasado es un país extranjero, allí se hacen las cosas de otra manera).
    ¿Cabría alguna posibilidad de que el escritor inglés hubiera leído a Turguénev y, de forma consciente o inconsciente, se hubiese apropiado de la frase? Imposible, no era; pero lo he investigado y todo ha quedado en un episodio más del fascinante mundo de la traducción.
    Lo que he leído, como se puede suponer, no es lo que escribió Turguénev 
porque lo escribió en ruso, idioma que desconozco casi absolutamente sino la versión en español, de 2011, obra de James y Marian Womack. James es inglés y Marian, nacida María Ángeles Vía Rivera, es gaditana; ambos son autores y traductores prolíficos y no se debieron de andar con muchos miramientos a la hora de adjudicar a Turguénev esa presunta primera versión de la conocida cita de Hartley.
    No he podido encontrar ninguna otra traducción al castellano del libro; pero sí dos distintas al inglés, que serían en todo caso las que podría haber leído LP Hartley antes de parir su famosa cita (LP es por Leslie Poles). La primera es la clásica de Constance Garnett, publicada en 1895, y expresa así el pasaje en cuestión: one must not rake up the past (uno no debe remover el pasado). La otra, de 1950, es de Charles y Natasha Hepburn. Esta curiosa pareja estaba formada por el diplomático inglés Charles Hepburn y su esposa, la princesa georgiana Natasha, de soltera Bagration (ver foto). Su elección fue esta: When sorrow sleeps, wake it not (cuando la pena duerme, no la despiertes), que es un dicho popular de origen incierto y una elegante solución al problema de traducción planteado.
    Como se ve, tres interpretaciones de un texto original ruso dispares donde las haya; dentro de que las tres apuntan, como es natural, en la misma dirección, la de no recrearse en el pasado; que es, sin duda, la idea que quiso expresar Karatáiev, digo Turguénev. La conclusión es que no hay base aparente para la acusación de que LP Hartley plagiase a Turguénev; se podría decir que los Womack, simplemente, se pasaron de frenada.



sábado, 24 de agosto de 2024

Todo está en los libros

    Todo está en los libros; todo, todo, todo. O casi todo, vale; ya sabemos que nos gusta abarcar y decir siempre, todo, nada, nunca y en realidad no salimos de nuestro pequeño mundo acotado; es que fuera hace mucho frío, de ese frío filosófico, existencial.
    Pero, en la práctica, es cierto, todo está en los libros y ese todo es lo suficientemente grande para que la inmensa mayoría de nosotros (¿te has dado cuenta?, he evitado decir todos nosotros) vaguemos perdidos por los pasillos de esa biblioteca infinita. Con la vida pasa exactamente lo mismo, no es eterna pero como si lo fuera. Nota: llevo dos adverbios acabados en mente, lo siento por sus detractores pero me resultan tan útiles…
    La vida, decía, es como si fuera eterna. No me refiero a la de cada uno, que es lo que es, se te hace corta o larga según como te vaya (corta si te va bien, larguísima si te va mal, intuyo); hablo del fenómeno de la vida en general con todas sus posibilidades, variantes o matices o como quieras llamarlos. Vida y literatura son dos fenómenos íntimamente (ay, van tres) hermanados.
    Apuesto a que muchos lo han dicho antes: la literatura es el espejo de la vida. O un espejo, en todo caso. Un espejo muy fiel por otra parte; cuando es buena la obra literaria se entiende. Cuando comentamos un libro lo que comentamos es la vida; la literatura es el arte de utilizar las palabras para explicarla (la vida), o dicho de forma más rigurosa: es el arte de jugar con las palabras y decir cosas interesantes, inteligentes (dentro de lo que cabe) y divertidas. La literatura, en fin, no deja de ser un juego, un juego muy serio; como la vida por otra parte.

miércoles, 21 de agosto de 2024

Ridere

    La risa es una forma de expresión corporal, la curiosa reacción del organismo a ciertos estímulos exteriores. Para saber más habría que preguntar a un antropólogo. No sé si sería la vez que más me reí (o, mejor dicho, la vez que lo hice con más intensidad), fue viendo un episodio de una serie de humor americana (de los USA) en blanco y negro y con risas enlatadas.
    Tendría yo once o doce años y la veía tumbado delante del televisor, apoyando los codos sobre la alfombra, con las manos sujetándome el mentón. La serie se titulaba en español “Dos tontos en apuros” y los protagonistas eran un matrimonio que regentaba una cafetería y el mejor amigo del marido que trabajaba con ellos. Básicamente lo que hacían era el tonto, claro, con una marcada tendencia a tropezarse y romper o tirar cosas. Aquel día sus tonterías hicieron que me revolcara de risa, literalmente, sobre la alfombra de la sala.
    Un día sin reír es un día perdido. ¿Quién lo dijo? Según Google, Charlie Chaplin. Mucho antes dejó escrito algo parecido Nicolás Chamfort: el más desperdiciado de todos días es aquel durante el cual uno no ha reído; pero bueno, apuesto a que hasta Sócrates, si no lo dijo, también lo pensaría alguna vez.
    Reírse a carcajadas no deja de ser una exageración contagiosa. Más natural me parece la risa corta, esa pequeña explosión festiva, apenas una especie de bufido que consiste en expulsar aire por la nariz en tres o cuatro pequeños golpes de intensidad descendente mientras sonreímos estilo Joker y entrecerramos los ojos.
    Pero para la vida cotidiana lo indicado y recomendable es la sonrisa, la variedad suave y silenciosa de la risa. La sonrisa hace felices al que sonríe y al sonreído. No reír nunca, es un síntoma preocupante, desde luego, y también es un recurso literario recurrente que he observado en más de una narración; el personaje que no sabía reír, da mucho juego.

domingo, 18 de agosto de 2024

Todo es música

    Cuenta Unai Elorriaga (Unai, lagun hori, es la segunda vez que te cito en este blog; gracias por tu colaboración, desinteresada e involuntaria), cuenta Elorriaga en su último libro que Robert Schumann tenía, o padecía, unas alucinaciones auditivas que empezaban por un sonido intermitente —me imagino el sonar de un submarino— e irritante que identificaba como un la. Esto de la nota la me ha llamado la atención (ya que soy fácilmente impresionable), quién sino un Schumann (o cualquier otro riguroso compositor germánico) para saber si un sonido que resuena en tu cabeza es un la o un re.
    Por mi parte, también he tenido —sospecho que como todo el mundo— algún que otro episodio auditivo en el que oía un pitido que, me parecía —no estaba del todo seguro—, no correspondía al mundo físico exterior sino a mi mente; o, más bien, a mi mundo físico interior, de pabellones auditivos para adentro. Nunca se me había ocurrido pensar que esos pitidos —por fortuna, como digo, esporádicos y breves— también eran música; y que como tal música podían adscribirse a alguna de las siete notas (había puesto nueve antes de contarlas con los dedos, do, re, mi…). Vamos, que me gusta la idea de que los pitidos (acúfenos, tinnitus, no sé hasta qué punto son lo mismo) puedan representarse en un pentagrama, aunque sospecho que, en realidad, en toda esta historia el la es más un acierto literario de Elorriaga que cualquier otra cosa.

jueves, 15 de agosto de 2024

Posible síntoma

    Dice una actriz en el periódico: Estoy deseando casarme y tener un perro. ¿Tener un qué? Según lo lees esperas el remate clásico: casarse y tener hijos. O sin casarse, no hace falta, por supuesto, se pueden tener hijos igual. Pero cada vez se tienen menos y para compensar hay más perros.
    Acompañan mucho los perros, sin duda, y son leales y cariñosos. Yo no tengo, nunca ha habido perros en mi familia. Eramos cinco hijos, ningún perro y un jilguero que le trajo a mi hermana pequeña Rosario, la mujer que venía por las mañanas a ayudar. No tengo perro porque soy un egoísta, no me quiero hacer cargo. Es que cada vez valoro más mi tiempo y atender a un perro, comprarle la comida, llevarlo al veterinario, sacarlo de paseo, bañarlo, me parece una merma intolerable de ese tiempo ya de por sí menguante.
    Más de una vez me ha pasado que salgo de casa a las siete de la mañana, a medio amanecer, y me llevo un susto al aparecer entre los soportales una sombra que resulta ser el vecino del segundo que ha sacado a su perro. Otra vez era la vecina de abajo con dos perros, a falta de uno. En estos casos el atenuante es que los hijos se les han hecho mayores y les queda el perro, o los perros. Hay casos en los que el perro resulta que es de la hija y los padres lo tienen que cuidar como si fuera un nieto. Me niego, digo. Y me niego en especial a recoger sus deposiciones (qué finamente lo he dicho).
    Casarse y tener un perro, puede que sea un síntoma de algo. Habrá que esperar a que un nuevo Edward Gibbon publique el equivalente moderno a la “Historia de la decadencia y caída del Imperio romano”. En ese futuro ensayo se mencionará que llegó un momento en el siglo XXI, en sociedades que se tenían por avanzadas, en el que la población de perros superó en número a la de niños; lo que resultó ser un síntoma inequívoco de la debacle que vino a continuación.

lunes, 12 de agosto de 2024

Historias de fantasmas

    Siempre se han estilado las historias de fantasmas; tanto en la literatura como en la vida real. En esta, los protagonistas suelen estar plenamente convencidos de su autenticidad. Esta es mi historia, o no mía exactamente; solo cercana, de alguna forma.
    Sucedió hace unos años. Estaba oyendo un programa en la radio, uno de esos en los que llama la gente para contar su vida. Lo oía por casualidad, conduciendo de noche. Llamó una mujer y reconocí la voz. Era B, una compañera de trabajo. Nuestra relación no era cercana, nos saludábamos y poco más. pero la conocía, sí. Era una mujer risueña, entusiasta para todo. Había tenido una relación de pareja con un hombre de procedencia sudamericana. Lo digo porque tiene que ver con la historia.
    Contaba, en su llamada, que aquella relación ya había acabado; pero que, cuando murió la madre de su ex, con la que se había llevado muy bien, quiso asistir al funeral. Así lo hizo. Al cabo de unos días se despertó a media noche y al pie de la cama vio a aquella mujer, la madre de su antigua pareja.
    En días sucesivos se repitió la visión. La presencia, o lo que fuera, la miraba como pidiendo ayuda. Tenía que hacer algo, y decidió volver al pueblo donde había sido el funeral. Indagó en el cementerio y descubrió que aquella mujer, debido a algún problema burocrático, seguía sin enterrar. El hijo había regresado a América y el ataúd permanecía en una de las dependencias a la espera de que alguien resolviera el caso.
    B comprendió que la mujer, su espíritu, había acudido a ella en busca de ayuda. Así que hizo los trámites pertinentes y la mujer fue debidamente inhumada con ella como único testigo. Vi venir el epílogo de la historia mientras conducía en la oscuridad de la noche. Un par de días más tarde el fantasma hizo su última aparición. Esta vez B sintió que su mirada irradiaba paz y agradecimiento.

viernes, 9 de agosto de 2024

Remisos

    Cada uno se entretiene como puede y una forma común de hacerlo es dejarse fascinar por las palabras. Incluso sin fascinación alguna, el uso del idioma nos sirve para sobrellevar el peso de la existencia. Y si la existencia no te pesa nada, mejor que mejor; aunque raro me parece.
    Escribe Eduardo Halfon: ...se acercó a nuestra mesa con el andar de alguien que no quiere llegar a su destino,… Esta frase no se le ocurre a cualquiera y qué bien se entiende: se trata de un camarero remiso, que no tiene ninguna gana de atender una mesa.
    Por algún mecanismo neuronal que desconozco he pensado en otras posibles situaciones en las que la gente anda de ese modo, que no se cual es exactamente pero que al verlo uno se da cuenta de que es eso lo que pasa, que esa persona está diciendo con su lenguaje corporal que no quiere llegar a su destino, sea este el que fuere: su puesto de trabajo, la estación de autobuses o —en casos extremos— su propia boda.
    ¿Te imaginas?, más de uno y más de dos habrán caminado así el día en que se dirigieron al lugar de la cita. Eso he pensado, aunque de inmediato se me ha empañado la idea porque lo habitual es que los contrayentes no vayan andando sino en coche. Pero se puede adaptar: la novia miraba por la ventanilla del auto con el semblante de quien no quiere llegar a su destino. Y no me preguntes cómo era ese semblante, eso te lo tienes que imaginar tú.

martes, 6 de agosto de 2024

Ká-ma-la-já

    El já es por Harris, pero por atavismo fonético lo escribo con jota. Ká-ma-la-já —pronúnciese con ese doble acento— suena a palabra mágica, a conjuro previo a un acto de prestidigitación. Me gusta, me encanta Ká-ma-la-já. Risueña es la palabra para ella, para Kámala; y ya teníamos ganas, me parece, de ver a alguien tan importante con esa sonrisa de dientes resplandecientes; bendito sea su odontólogo (ese millonario, sea quien sea).
    Risueña Ká-ma-la-já, la candidata que nos ha devuelto la esperanza que teníamos perdida con el octogenario desorientado. Buen tipo pero lento, de anquilosado aparato locomotor; confuso cuando menos convenía. Digo nos ha devuelto porque el ruido del elefante no nos deja dormir al resto de habitantes de la selva. Todo esto lo escribo, lo sé, en un rapto de euforia del que sin duda acabaré arrepintiéndome.
    Ká-ma-la-já, así la llamo desde que me alegra los informativos. Los veo esperando que aparezca; vibrante, alegre, vivaracha. Juvenil por contraste, aunque se asome a los sesenta.
    Cuando el peor de los futuros parecía cernirse sobre nosotros, Ká-ma-la-já ha salido de entre las bambalinas, donde estaba esperando prudentemente, y nos ha deslumbrado con su risa y su verbo incisivo. Ha sido fiscal, así que tiene experiencia en un escenario; es una mujer con recursos dialécticos para callarle la boca al gran histrión egoísta y mentiroso. Ká-ma-la-já, te lo pido en nombre de la buena gente, haz un truco de magia y mándalo al rincón a reflexionar.

sábado, 3 de agosto de 2024

Escarlata (y 3)

    Lo que el viento se llevó es ya parte de la cultura occidental y hay escenas que son de sobra conocidas: Mammy apretando el corsé de Escarlata, esta poniendo a Dios por testigo, Rhett Butler diciendo lo de francamente. No digamos la música, tarán, taraaaan, tarán taraaan (pongo tarán por contagio ósmico), aunque no hubiera sido capaz de casarla con la película. El color llama la atención, esos cielos rojos.
    Había también leído el principio de la novela —teníamos el libro en casa— y no pasé de esa primera página, demasiado gordo. En ese comienzo, que es también el de la película, Escarlata tontea con un par de admiradores. Estando, de alguna manera, prevenido, ha sido una sorpresa el increíble comportamiento egoísta, caprichoso y cruel de Escarlata en su ciego afán de salirse siempre con la suya. Hay mucha comedia en ello, paradigmáticos sus tres matrimonios de conveniencia, solo por despecho; de puro disparatados hacen gracia. En el segundo le quita el novio a su propia hermana.
    La clave es que el personaje no acaba ahí, si así fuera Escarlata sería simplemente odiosa; hay más, está también su parte abnegada, el amor a su padre (que le consentía todo), su apego a la tierra, sus arrestos para levantar Tara tras la guerra, el cariño que le coge a Melania (que es la bondad personificada, una sosa). Lo que no entiendo es el enamoramiento perenne de Escarlata con Ashley, un flojeras que se casa con Melania por presiones familiares. Obstinada, eso es Escarlata, esa mujer que frunce el ceño y dice: ahora no puedo pensar en ello, me volvería loca si lo hiciera; ya lo pensaré mañana.